26 de octubre de 2009

PERSPECTIVA DE LA NO-VIOLENCIA.

PERSPECTIVA DE LA NO-VIOLENCIA.

Por Waldemar Verdugo.

La no-violencia es una fuerza cargada de energía positiva. Una fuerza revaluada en el siglo XX de la mano de personas como Mohandas Karamchand Gandhi y Martin Luther King, expresada en una forma concreta de actuar saliendo al camino cruzando posiciones que parecían infranqueables, iniciando una vía común para enfrentar el problema agudo de la violencia francamente instalada en nuestra sociedad. Hemos heredado un mundo de violencia. La condición natural pareciera justificar esta herencia, ya que nada es posible alcanzar en ningún plano de la vida sin tensión y lucha. Nuestro instinto de conservación nos inclina generalmente a la paz, pero la historia es una cadena de violencia que contradice ese espíritu vital, que ha estado enhebrado por procesos económicos, sociales y políticos marcados por la violencia. Para una mentalidad cristiana, la incongruencia es evidente. Sin embargo, las tesis violentistas son seductoras, especialmente para la juventud, que luego advierte que los logros más valiosos han sido productos de negociaciones en tiempos de paz, porque las armas están en poder de los más poderosos, que no son, precisamente, los trabajadores y el hombre nuestro de cada día. Transformar los métodos de lucha violentos por no-violentos es transformar al hombre adentro, porque significa destruir el modelo primitivo de conducta basado en responder violencia con violencia, lo que es un modelo instintivo que debe transformarse en un modelo lógico con sus raíces en la historia evolutiva del hombre, desde donde brotan cada vez más. La lucha no-violenta exige una base metafísica, porque exige una disposición de completa convicción de que los resultados serán mejores si no respondemos mal con mal, posición orientada como manifestación personal de la creencia en una verdad trascendente.
Las raíces de la no-violencia están instaladas muy atrás en la historia. Desde la sociedad ateniense hasta la sociedad medieval estructurada de acuerdo a los principios cristianos, se puede reconocer una trayectoria cantando a la no-violencia, siendo la ley del amor universal la base racional del mundo clásico en todo el planeta, de acuerdo a los libros sagrados que conocemos de las diversas religiones, en que, por ejemplo, el hinduismo basa toda su fuerza de búsqueda de la verdad a través de la no-violencia, reivindicada cada vez más ahora cuando iniciamos un nuevo milenio y podemos observar con madurez que nos estremece los desastres causados en el pasado inmediato, por ejemplo, considerando los resultados de dos conflictos bélicos mundiales cuyos ecos aún arrastramos. Ahora cuando estamos asistiendo a una transformación de la mano del gran mestizaje que trae la red que tejemos virtualmente por Internet comunicado todo el mundo, en que la muchedumbre humana si bien fue precipitada muchas veces por caminos de violencia repugnante, de por sí innecesaria y, por eso, ilegítima, parece encaminarse con naturalidad hacia sus propias fuentes espirituales de rescatar lo vivo sobre todas las cosas, que es más atrayente de acuerdo a lo que vemos tras la ventana abierta que tenemos en la pantalla virtual.
Hasta ahora, las sociedades humanas eran cerradas, luchando cada una por su subsistencia y por extender su dominio sobre otras. Ahora, el derribamiento cada vez más extendido de fronteras y los tratados pioneros de libre comercio entre las regiones, nos acercan cada vez más a buscar soluciones comunes que se harán un día universales. En este sentido, por ejemplo, la violencia de las guerras dejarán de ser “naturales” por las necesidades de proteger territorio o apropiarse de bienes ajenos. El gran mestizaje humano nos hará cada vez más civilizados, hasta crear las condiciones necesarias para acabar con la violencia de nuestra sociedad. Para muchos estudiosos la guerra ha sido un fenómeno normal en las relaciones entre los pueblos, pero lo cierto es que fueron el resultado del afán de los gobernantes (reyes, dictadores, gobiernos democráticos o de izquierda o de derecha) de aumentar su poder político y riquezas, inspirados por la llamada tentación del poder, mal que suelen sufrir los políticos, y que en la práctica ha ocasionado catástrofes y muertes de pueblos enteros. Violencia precipitada que no sólo ha sido utilizada entre los pueblos, porque los mismos malos gobernantes, a veces ilegítimos, emplearon sus armas contra su mismo pueblo, por el mismo afán de poder o porque correspondía a las costumbres, que la comunicación actual suaviza cada vez más, cuando podemos saber exactamente en qué punto del planeta se produce una matanza pudiendo intervenir cada vez la sociedad humana conectada de hoy. Lo que parecía natural en ciertas partes del planeta a comienzos del siglo XX ahora nos parecen una barbaridad, en cien años las cosas cambiaron radicalmente. Es el caso de la pena de muerte, por ejemplo, para los considerados criminales, que era considerado un castigo natural y necesario, y que hoy es repudiada como algo indigno de una sociedad civilizada. Por supuesto que las conquistas de la civilización cambian, evolucionan, y que la lucha contra la violencia es algo de siempre y de cada época. Que los regímenes totalitarios modernos han instaurado nuevos métodos de crueldad más refinados que los del pasado y por lo menos tan inhumanos, como el enriquecimiento ilícito en desmedro de cubrir las necesidades de las gentes, males que subsistirán hasta que no hayamos crecido de tal forma, que seamos capaces de lograr una transformación más radical, la que anuncia la red virtual.
Hasta ahora “dominación” ha significado explotación y violencia, resultando crueldad del más fuerte contra el más débil, en una escalada que va de la esclavitud al régimen feudal y a la burguesía tradicional y económica, quizás regímenes inevitables en la historia de la evolución social, en que también hubo amos, reyes y patrones que trataron a sus súbditos humanamente, por eso podemos citarlo ahora. Pero, resabios de violencia institucionalizada están aún vivos. Hay que reconocer que existen aún Estados o estructuras sociales que no corresponden a la evolución de las necesidades de las fuerzas sociales y actúan solo perpetuando privilegios de minorías oligárquicas, que explotan a los grupos dominados, lo que, visto desde ciertos puntos de vista, es aún la tónica mundial dominante, en que es impensable la expresión política independiente de la religión, porque si un político se retrata como un ateo está apelando al aspecto religioso de la sociedad. Todos los grandes pensadores religiosos han tenido también una clara idea política. Si pensamos en figuras tan enormes de la humanidad como Jesucristo, parece indisoluble la política de la religión. Su ideario político era: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, sublime inspiración: ¿para qué decir más ahora? Cercano a nuestra época, otro gran revolucionario como fue Mohandas Karamchand Gandhi (al que en India nombraban Mahatma, que significa Alma Grande, como quedó en la historia universal) originó su vida en la religión hindú y expresó políticamente la no-violencia como destino de su obra, en magnífica fusión. El Mahatma Gandhi (1869-1948) en su libro “Historia de mis experiencias con la verdad” expresa que es también el amor ("ahimsa") su arma política, y se nos aparece totalmente dominado por aquel sentimiento de bondad y de afectuosa dulzura que es la nota dominante de su pensamiento. El padre de Gandhi era funcionario estatal de grado elevado y su madre conservaba una fe religiosa apasionada y operante que se remontaba a las antiguas y sagradas tradiciones brahmánicas e hindúes. Después de haber seguido en su patria un curso regular de estudios y cuando tenía cerca de veinte años, se traslada a Londres por tres años donde perfecciona estudios jurídicos. Trasladado en 1893 al África meridional, se dedicó a realizar la obra de redención y de elevación moral y social de muchos millares de indios allí residentes. Numerosas y variadas fueron sus obras; instituyó colonias agrícolas y hospitales, y, sobre todo desde entonces, trató de eliminar las castas y religiones que dividían a su pueblo. En sus relaciones y en sus inevitables choques con las autoridades gubernativas de Sudáfrica inauguró un método de lucha, o mejor de resistencia que mantenía el respeto a la persona humana y evitaba la revuelta armada; y ya en África, en 1906, puso en práctica el "satyagraha" ("obstinación por la verdad"), conocido con el nombre de "resistencia pasiva" y parte del ideario político de los actuales movimientos no violentos de la actualidad. Regresó a finales de 1914 a la India, y a partir de este año, Gandhi fue prácticamente el jefe del movimiento nacionalista, enarbolando al principio la simple "autonomía", que toma su base de la "autonomía económica" a la que se llega mediante la "no colaboración" y después con la "desobediencia civil", que pasa a ser en fin el símbolo de la "independencia nacional" ("svaraj"). Actuó políticamente siguiendo medios que estaban en neto contraste con la práctica dominante, consideró despreciable el principio según el cual el fin justifica los medios, principio que desde muchos siglos antes se exaltaba y ponía en práctica común. En un intento de conseguir la paz religiosa de toda India, la vida de Gandhi en su país muestra una ininterrumpida serie de episodios durante los cuales continuó su actividad política, con pausas más o menos largas pasadas en duras prisiones. Sus repetidos y dolorosos ayunos (realizó dieciséis, el último de ellos pocos días antes de su fin ) eran la prueba de una completa entrega a su causa y consiguieron la devoción de los trabajadores; su palabra apasionada los entusiasmaba, sus plegarias y sus invocaciones recitadas en público, conmovían y arrebataban al auditorio.
El Mahatma Gandhi era cercano religiosamente al cristianismo, porque consideraba que era natural el orden sobrenatural, y lo considera base de creencia necesaria fundamental incluso para el hombre que actúa formalmente correcto. Como lo plantea el doctor Jesús Ginés Ortega: “Poseer a Dios es la gran preocupación de Gandhi, que entiende dicha “posesión” como algo individual pero también social. Si Gandhi ora, no lo hace sólo pensando en una intimidad contemplativa que lo limita en el goce personal. Por el contrario, su oración es una comunicación con el mundo a través de Dios. Es, como él mismo lo reconoce, su propia respiración. No concibe que haya alguien verdaderamente sensato y equilibrado que pretenda vivir por su cuenta y riesgo sin tener en cuenta a Dios. Ese tal es como un barco a la deriva, sin timón, es un hombre que vive sin principios. Cuando Gandhi se refiere a la religión, en términos genéricos, no se refiere a una religión en concreto. Para él la religión trasciende cualesquiera diferencia específica. Pues religión no quiere decir sectarismo, sino creencia en un orden moral que gobierna al Universo, que trasciende al hinduismo, al islamismo, al cristianismo, que no tiene sustituto posible. Ella los armoniza y les da auténtica vida, concluyendo que una religión que está en conflicto con las leyes fundamentales de la economía, es mala. Una religión que no tiene para nada en cuenta las cuestiones de índole práctica y no ayuda a resolverlas, no es una religión”. Este sentido fundamental del Mahatma Gandhi lo lleva a construir una de las bases de su convivencia ciudadana entre todos aquellos hombres de buena voluntad, sin obligarlos a participar del mismo credo religioso. Principio de tolerancia que le nace a Gandhi de la misma religión: “Si obedeces a la ley del amor, no odiaremos ni al hermano irreligioso... Si me pidieran definir el dogma del hinduismo, diría simplemente que es buscar la verdad por medios no violentos, una fe abierta a todas las posibilidades metafísicas y éticas del hombre”. Percibiendo en este principio las palabras de Jesucristo a la samaritana, cuando le dice que llega el tiempo en que a Dios no se le adora en un templo, sino en “espíritu y verdad”. Digamos que fue enorme la admiración de Gandhi por Jesucristo, a quien llega a considerar como modelo supremo, el príncipe de los políticos, el más grande economista de su tiempo, un no colaboracionista, el más activo de los resistentes no violentos de la humanidad.
“¿Qué es la verdad?”, se pregunta Gandhi, para responderse a sí mismo: “Es una pregunta difícil. La he resuelto diciendo que es lo que nos dicta la voz interior”. Para él cada hombre es él y su interioridad, donde se le revela un aspecto del misterio global de la verdad. Así, nadie puede ser intérprete total del ser, porque todos somos partícipes, protagonistas y antagonistas al mismo tiempo. Por eso anuncia como regla de oro la “mutua tolerancia”, porque la verdad suprema es compartida por todos, pues en todas las religiones hay una sincera búsqueda así como una conciencia de revelación verdadera, que sólo en la unión convergente brota el ser total, la sustancia verdadera humana; que no es un pensamiento abstracto, desarraigado de la realidad, por el contrario, es la reencarnación del hombre concreto donde adquiere su relieve y valor formado de comportamiento y acción, de carne y espíritu. El pilar fundamental de Gandhi, por supuesto, viene del antiguo hinduismo, uno de cuyos grandes principios es el llamado “Ahimsa”, lo que está privado de hacer el mal; no dañar vida alguna; no usar la violencia, principio también afirmado particularmente por Buda. Para Gandhi: “La no-violencia es mi primer artículo de fe; es también el último artículo de mi credo. En que la libertad del mundo, forma ciertamente, parte de la búsqueda de la verdad”. En que la fe es una roca firme donde se arraigan la totalidad de los pensamientos y acciones del hombre no-violento. Porque lo que es imposible o enormemente difícil para el hombre, la fe en Dios lo hace posible, y para mantener una estrecha relación con Dios, es necesaria la oración, que no es una simple petición: “Es una aspiración del alma”, por eso se trata de practicar esta fe de corazón, aunque sea sin palabras. Porque el silencio no es un vacío sino pura plenitud estratégica revolucionaria que insinúa hablar sólo cuando las palabras sean tan dulces como el silencio, instando a sus interlocutores a buscar por sí mismo la respuesta adecuada en su propia reflexión. La obra de transformación social, política y económica la presenta así Gandhi también como una obra de relación espiritual con Dios a través de una relación respetuosa con el semejante.
Hace muchos años, en Buenos Aires acompañé al maestro Jorge Luis Borges a cobrar unos derechos de autor que le debían en una editorial. Le pagaron con un cheque que fuimos a cambiar al banco y luego volvimos a su departamento en la calle Maipú; él tenía la costumbre de dejar dinero entre las páginas de sus libros ubicados escrupulosamente en la biblioteca, que no era una habitación en especial de su casa, sino anaqueles en las paredes, donde una mesa sencilla diaria en un rincón de la sala le servía de comedor, porque él vivía muy sobriamente. Entonces estaba viva aún su madre, doña Leonor Acevedo de Borges, a quien conocí dos años antes de que se devolviera a la distancia y era una anciana muy dulce: ambos eran atendidos por la señora Epifanía Uveda de Robledo, a quien los Borges llamaban “Fanny” de cariño, luego de haberlos servido más de treinta años; era también quien atendía los almuerzos familiares, cuando le visitaban Norah Borges, hermana del escritor, y su familia; y era quien atendía a quienes, como quien esto escribe, llegaban a verlo. Debo decir que muchas veces tomé desayuno o almorcé con el maestro Borges atendido con la excelente disposición que la señora Fanny siempre tenía: vaya en su agradecimiento este recuerdo. El maestro Borges me hizo mejor, yo tenía veinte años y era un estudiante extranjero con quien él fue esencialmente protector: me regaló un par de zapatos y una máquina de afeitar eléctrica que era lo más lujoso que tenía, también, cuando se daba cuenta que yo andaba sin dinero, me mandaba a abrir un libro específico de su biblioteca y me decía que tomara algo que me había dejado allí, y que lo tomara como un intercambio de valor por valor, por la lectura que le hacía de cosas que necesitaba leer o por tomarle algún apunte que me dictaba. Algunas veces me regaló paquetes con libros que a él le enviaban y que no le habían gustado, que eran envueltos con mucho cuidado por doña Fanny, diciéndome él que los vendiera en la librería de usados y que me dejara lo que dieran: así lo hacía y nunca guardé uno de esos libros. Cuando salíamos, a veces estábamos mañanas enteras conversando en el café Florida o en el de la Galería del Este frente a su departamento, o en el café El Cisne de la calle Charcas: siempre él estaba preocupado de que junto a mi café comiera un sandwich, aunque él mismo rara vez comía fuera de su casa. En su hogar el maestro Borges, era de lo más austero, no tenía televisión, ni tocadiscos ni radio, sólo libros muy precisos, vivían con lo justo él y su madre y no necesitaban más. Alguna vez le oí decir que era una canallada vivir con el lujo que algunos lo hacen, existiendo gentes sin tener qué comer.
A mi entender, Jorge Luis Borges era un asceta, y una lectura de su obra desde este punto de vista entregará insospechados conceptos. A la manera que caracteriza la obra, justamente del Mahatma Gandhi, que exalta la idea y práctica de la no-posesión. Para los no-violentistas tener más de lo necesario es un atentado a la humanidad, es contrario a la verdadera revolución en que la posesión mayor que la necesaria para todos distrae de la actividad esencial que es de orden espiritual. En todos los grandes hombres y mujeres que han abogado por la no-violencia vemos un ejemplo de austeridad. Cuando Gandhi escribe a sus discípulos desde la cárcel, anota enfáticamente: “Es un robo tomar algo que pertenece al prójimo, incluso con el permiso del dueño, cuando no se necesita realmente. No siempre conocemos nuestras necesidades reales, y gran parte de nosotros multiplicamos nuestras necesidades sin justificación; de esta manera nos convertimos inconscientemente en ladrones... El rico posee montones de cosas superfluas que no necesita y, por tanto, descuida y derrocha, mientras que millones de personas mueren de hambre por falta de alimentos. Si cada uno guarda lo que necesita, a nadie le faltará nada, contentándose cada uno con lo suyo. Si queremos ser auténticos adeptos de la no-violencia, no hemos de desear nada de esta tierra que no pueda tener el más mísero de los seres humanos”. Para Gandhi, si bien la propiedad más allá de lo necesario constituye un robo, la ausencia de trabajo también lo es, porque el trabajo justifica la responsabilidad del hombre en la sociedad. Al respecto, el mismo Gandhi se reconoce deudor de fuentes cristianas, reconociendo que en su lectura de Leon Tolstoi descubrió la validez universal del trabajo, como medio de comunicación con Dios y los hombres. Ganarse el pan con el sudor de la frente lo entendió como una revelación y como un principio elemental de conciencia humana. En que no está ajeno el dejar de trabajar si es necesario, porque el “satyagraha” da como un derecho reconocido desde tiempo inmemorial, el que todo individuo puede negar su colaboración al amo que gobierna mal. Porque nadie está obligado a envilecerse. La no-cooperación a la manera planteada por Gandhi es más que un movimiento político; es una conducta de purificación que pertenece al orden de las realidades religiosas, es un arma espiritual, es borrarse a sí mismo en el orden de relación con Dios a través del trabajo, a manera de expresar la pasión por la verdad y la confianza en que el hombre debe entender porque está preparado para ser mejor.
(Fragmento)
(c)Waldemar Verdugo Fuentes, 2009.

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