24 de mayo de 2009

CARTAS DE RAPANUI, ISLA DE PASCUA.

Por Waldemar Verdugo.
(Ocho Fragmentos en Proceso de Trabajo)

1

Una carta es siempre sagrada, porque expresa la intimidad de un instante de nuestra alma, confiada a quien la lee. Y no es otro el espíritu en que le escribo, para contar a usted lo que veo aquí en Rapanui, tal cual le prometí que haría en cuanto llegara para asumir mi trabajo en el Liceo de la isla, donde me han recibido con collares de flores y una mirada que expresa curiosidad por “el profe del conti”, como me dicen, que viene a reforzar al plantel de docentes encargados de sus hijos, luego que el profesor a quien reemplazo se devolviera a Santiago por discrepancias con el consejo de ancianos, quienes pidieron su cambio, según me estoy enterando.
La partida desde el aeropuerto internacional de Santiago de Chile, es el inicio de cinco horas de vuelo sobre el mar, siguiendo la ruta del Pacifico Sur entrando hacia la Polinesia: la primera escala es Rapanui, la isla de Pascua que se ve reposando como un gran animal marino entre las olas. Desde el avión se distinguen sus tres volcanes, las suaves colinas verdes, y sus costas oscuras bañadas por el agua maravillosamente azul. Rocas y mar, incipiente vegetación y una sola aldea: Hanga Roa. Se aterriza en el aeropuerto de Mataveri entre música autóctona y sonrisas expectantes. Casi toda la población se reúne allí para ver este acontecimiento que ocurre tres veces por semana. Los isleños reciben al turista con los brazos abiertos; primero porque todos son gentes muy amables, y segundo, porque les importan quienes llegan, porque su deporte habitual es "ir a mirar a los visitantes del aeropuerto", así como nosotros vamos a ver los monos al zoológico. Los pascuenses son expertos en clasificar a las personas que llegan a la isla. Por hábitos estudiados le ubicarán en una de estas categorías: los que van de paso en esos tours “conozca la Polinesia en una semana”, de paso entres islas como Bora Bora, Papeete, Hawai o Tahití (japoneses, europeos y ancianitos estadounidenses que siempre compran un recuerdito y pagan en efectivo); los del "conti" (chilenos o latinoamericanos que vienen del continente; gastan poco pero cambian hasta los zapatos por una madera tallada); los que llegan con mochila y pantalón corto, a los que nadie intenta vender algo porque son arqueólogos o investigadores que llegan a "descifrar" el misterio de la isla con lo justo para sobrevivir, y los "temporales", extranjeros o chilenos continentales que trabajan en algún proyecto oficial aquí enclavado, y que al vivir de un sueldo mensual si llegan a comprar algo pagan con tarjeta de crédito, entre quienes me deben incluir.
Todo estado del alma es necesario y, por lo tanto, bueno. La fruta no niega la hoja, ni la hoja niega a la flor y al tallo. Y debo confesar a usted que mi estado del alma es pura expectación: hace tres días que he llegado y me integré de inmediato a dar clases. Viví dos días en uno de los hoteles de la isla, muy acogedor, pero como usted me indicó que había leído, seguí los consejos de buscar pensión en la aldea porque muchas casas de los isleños están acondicionadas para recibir huéspedes en excelentes condiciones, y por una parte de la oferta hotelera. Mi primera impresión es que en todo el sitio reina una limpieza absoluta pues son gentes muy organizadas y armónicas en su trabajo diario. Las construcciones son de alegres colores y siempre están rodeadas de jardines con plátanos, flores y plantas exóticas. Ha sido una decisión acertada que presentí de inmediato cuando ayer mismo ubiqué este sitio para vivir: mi cuarto es pequeño pero recibe el sol que acá parece más cercano sin molestar, y desde mi ventana veo el mar que parece brotar de plantas hermosas como no había visto antes, me parece que he comenzado a vivir en un jardín.


2
El dueño de casa, el patriarca Cristóbal Pakarati, quien me ha recibido, es reconocido como uno de los mejores talladores de la isla y es uno de los sabios consultores del Consejo de Ancianos de la isla; es un hombre cálido y de modales precisos; quizás por su oficio acostumbrado a tallar la madera, cuando habla da forma a lo que dice con sus manos como modelando el aire. A él todo el mundo le pregunta todo. Aunque jamás sale de su casa, sabe todo lo que sucede porque durante el día desfilan por su patio los vecinos de la aldea. Las mujeres de la familia Pakarati que he conocido donde vivo son sonrientes y bellas, y los hombres jóvenes del clan Pakarati son en su mayoría talladores: de sus manos salen esas figuras de moais con cuerpos flacos y largas orejas y manos, de madera y piedra volcánica.
Hoy en la mañana supe la razón que tuvieron los ancianos para solicitar que mi antecesor en el Liceo fuera reemplazado. Todo partió porque el hombre publicó una crónica asegurando con convicción que la lengua Rapanui estaba destinado a morir, presagio que de inmediato levantó rechazo porque eso no se reflejaría en la vida cotidiana de la Polinesia chilena, donde el español es el idioma oficial. Me enteré del asunto en el mismo Liceo, donde mis alumnos, una veintena de jóvenes de ambos sexos, se ocuparon de contarme en clases los pormenores, incentivados por mis preguntas, debo confesarle.
Dijo uno de ellos, Alberto Hotus, cuyo abuelo también integra el Consejo de Ancianos: “El que usted reemplaza estaba perdido en su juicio porque nunca ha estado mejor la lengua rapanui. Que oficialmente tengamos que hablar castellano, no significa que estamos abandonando el hablar Rapanui. Mi abuelo dirige una comisión de la lengua pascuense, donde realizan un trabajo constante de preservación de nuestro hablar tradicional, que tiene un abecedario con trece letras por lo que manejamos pocas palabras si comparamos con otros idiomas. Por ejemplo no manejamos términos como “perdón” o “por favor”. Tampoco manejamos garabatos, por lo que recurrimos a lo chileno, algo en que hablamos igual, así como a las palabras que vamos incorporando porque son necesarias, como “televisor”, porque si no tenemos una palabra Rapanui, tenemos que llamarlo “televisor”, no más, pero eso no significa que se termina nuestra lengua, al contrario, se enriquece, según me enseñó mi abuelo. El profesor anterior no tenía nada que hacer aquí porque ni siquiera se preocupó de aprender algo de nuestra lengua”.
Una de mis alumnas, sin yo saberlo, es nieta del patriarca Cristóbal, mi anfitrión, lo que, por supuesto, quizás influyó en lo que comentaron mis alumnos. Dijo María Pakarati: “Lo único que falta son recursos para editar diccionarios y libros en Rapanui, porque si bien los jóvenes casi todos somos bilingües, la Ley Indígena reconoce nuestra lengua independiente del español, necesitamos una educación intercultural bilingüe, que nos prepare desde la infancia para vivir aquí en la isla o en el continente, porque con nuestros mayores hablamos en Rapanui y quisiéramos leer en nuestra lengua las obras que necesitamos leer. Cuando llega una persona de afuera, por supuesto que no habla una lengua que no conoce, pero eso no significa que no la hablemos entre nosotros. La hablan nuestros mayores y nosotros con mayor razón, porque sabemos que es algo que sólo está vivo en la isla. La comisión del abuelo de Alberto publicó una gramática fundamental y un diccionario etimológico, por eso sabemos de dónde proviene nuestra lengua y qué significa, pero necesitamos diccionarios Español-Rapanui, pues otro que publicó la comisión de Hotus es básico, aunque muy serio, porque se unió a los ancianos de la isla el trabajo del filólogo español Jesús Comte, a quien respetamos. Y sepa usted que necesitábamos un profesor reemplazante, porque de lo contrario nos atrasamos en nuestros estudios, así que es usted bienvenido, o como decimos en Rapanui: “Iorana”.


3
La carta geográfica se define usualmente como una representación de toda o una parte de la superficie terrestre; por lo demás, una carta geográfica no representa al espacio terrestre sino algunos de sus rasgos, o ciertos fenómenos que se despliegan en ella, materiales y abstractos. Permítame usted intentar rescatar estos elementos también en esta escritura inmediata, que no es otra cosa que una forma de narrar a usted lo que veo aquí en Rapanui, para representar espacios no terrestres que, sin embargo, existen y se sienten en la isla, a propósito de una conversación con el patriarca Pakarati, que aquí nadie duda que es uno de los hombres del sitio que preserva la sabiduría de Te Pito o Te Henúa; él es capaz de transmitir la maravillosa leyenda de la isla y de su gente. Anoche, después de cenar conversamos largamente. Dijo él:
“O Toku Tupuna, Ko Paka Rati Te Inoa, I-Vana Ja-Mai I Te Me-e, Tuai Ki A Au Toona Makupuna” Mi abuelo, que se llamaba Paka Rati, me contó de las cosas antiguas, a mí, su nieto. Aunque en los mapas actuales figura como Isla de Pascua, Easter Island o Paasch Eyland, las gentes de la Polinesia la nombran Rapanui, que en lenguaje tahitiano significa “isla grande”; también se la conoce como Matakiterani ("ojos que miran a las estrellas"), pero el título nativo que le damos quienes aquí vivimos es el que se repite en nuestros cantos y poemas antiguos, que es Te Pito o Te Henúa (el ombligo del Mundo o centro de la Tierra), tal como la designaban nuestros mayores. En igual forma, los soberanos que rigieron la vida remota de la isla llevaron el título de Ariki Hanúa o Rey de la Tierra. Lo que sabemos es que había una vez un continente llamado Hiva, donde un terrible cataclismo sumergió sus vastos territorios en el mar. Para salvar parte de su raza, un rey llamado Hotu Matu'a se embarcó y navegó hasta dar con este lugar. Traía consigo a sus guerreros, mujeres semillas, plantas y animales, desembarcando en Anakena.”
Dice el patriarca Pakarati que como los isleños de hoy, los que llegaron con Hotu Matu’a eran individuos de elevada estatura, de complexión vigorosa y aspecto fuerte con rasgos de corte fino, que recorren la isla montando su caballo, un símbolo de respeto vigente; con sus mujeres, las más bellas de Polinesia, de exótica belleza, cuerpo delgado y flexible y un inquietante quiebre de cadera al caminar, de carácter enérgico pero dulcísimas; trajeron su idioma, con inflexiones polinesias pero absolutamente incomprensible. Es posible que antes de la llegada de Hotu Matu'a la isla ya tuviera algunos habitantes, en todo caso los recién llegados implantaron su propia sociedad constituida en numerosas tribus. Vivían de la pesca y de la agricultura y tenían ingeniosas costumbres para dominar la naturaleza.
Dice que posteriormente llegó una segunda emigración. Eran una raza más baja y ancha que los altos y delgados descendientes de Hotu Matu'a. Estos fueron probablemente iniciadores en la fabricación de las fabulosas estatuas de piedra esparcidas por toda la isla. Aunque otros dicen que los moais ya estaban desde antes. Tenían la costumbre de estirarse los lóbulos de las orejas y de allí su apodo de orejas largas. Los moais no eran divinidades sino algo así como retratos de personajes importantes. Estas figuras enormes de piedra, algunas de más de 90 toneladas de peso, tenían una extraña y descomunal fuerza energética. Todas fueron talladas en la ladera del volcán Rano Raraku, sin más instrumentos que trozos de piedra, puesto que sus autores desconocían el metal. Su fabricación requería miles de horas-hombre y su traslado es tan incomprensible como la técnica de construcción de las pirámides de Egipto, con la diferencia de que en el caso de la isla de Pascua nunca hubo millares de esclavos dedicados exclusivamente a hacer moais, ya que su población nunca pasó de los 5 mil habitantes. Por eso a pesar de todas las investigaciones que se han hecho, todavía no se sabe cómo los isleños bajaban esas moles de piedra desde las alturas del volcán, cómo las trasladaban por toda la isla y cómo las ponían de pie. Y encima le colocaban un sombrero de piedra que pesaba otras varias toneladas.
Afirma el patriarca Pakarati que “los moais eran trasladados con mana: un poder de la mente que los arikis practicaban comúnmente en beneficio del pueblo; ese mismo poder, que movía toneladas de piedra a través del aire, atraía el pescado hacia sus costas y ayudaba en la germinación de las semillas”. Lo cierto es que investigadores modernos no han podido explicar a ciencia cierta qué tipo de fuerzas utilizaron para trasladar los enormes trozos de piedra, pues sin duda la tracción animal es imposible en este raro sitio magnético en que las gallinas vuelan y ponen sus huevos escondidos en la incipiente vegetación que sube hasta los árboles bajos. De todas maneras, las fotos en que vemos reproducciones de estas fantásticas estatuas no tienen nada que ver con las de su lugar de origen, que parecen ser simplemente seres escapados de un país de gigantes.
Narra el patriarca que “en los tiempos en que empezaron a erigirse las estatuas sobre los altares, la cultura local había alcanzado un alto grado de división del trabajo, y las distintas actividades básicas estaban encargadas a grupos diferentes. Es así como existían pescadores, agricultores, constructores de altares, talladores de estatuas, sacerdotes, hombres sabios que transmitían el conocimiento, de tal manera que cada persona debía desempeñar una función previamente asignada. Pronto la isla estuvo poblada de numerosas y variadas construcciones”. Los restos de ellas aún pueden encontrarse por doquier: casas en forma de bote con la quilla hacia el cielo, cuyas fundaciones estaban construidas por piedras talladas con una controlada precisión, y que circunda las plazas de los ahus (los altares de piedra) con sus espacios que daban albergue a los sacerdotes encargados de cada santuario; torres de piedra, generalmente circulares, que cumplían una función que es aún oscura, pero asociadas a observatorios del cielo; rampas pavimentadas que descendían hasta el mar, por las cuales eran introducidas y extraídas de éste las embarcaciones pesqueras, supliendo así la escasez de puertos; grutas naturales que eran habilitadas como viviendas mediante el uso de mampostería; construcciones que protegían las vertientes, generalmente a nivel del mar, donde emergían del agua de lluvia, única fuente en una isla desprovista de ríos o arroyos, pero protegida por los depósitos naturales de agua en los volcanes, que la hicieron privilegiada y tuvo su esplendor.
Dice el patriarca Pakarati que entonces “las zonas de Vaihu y Akahanga eran sus puntos más densos de población; ahora pueden verse en el lugar numerosos ahus, varios semi destruidos. Frente a los ahus se construían ordenadamente las casas de piedra de no menos de un metro de alto por cuatro de largo, unidas una junta a otra para depositar los restos de los muertos ilustres y muchos otros objetos del poblado. Luego les colocaban encimas los moais”, estos impresionantes gigantes de piedra con esa forma de hombre de orejas y nariz sumamente largas, como las caras mismas, de labios finos que parecen apretados y ojos que semejan un mirar lejano, como oteando el cielo, con el cuerpo cortado a la altura de la cintura y los brazos formando parte, en bajorrelieve, del tórax; de los que algunos preservan su tocado o pukao, de otras varias toneladas de peso esculpido en piedra volcánica de color rojizo: “los pukao que pudieron y casi todas las esculturas de los ahus terminaron de ser derribadas de sus podios por los evangelizadores católicos que pasaron por la isla hasta finales del siglo XIX”. Un ahu, el llamado Heki'i tiene siete metros de altura. En Tahai, lugar cercano al puerto de Hanga Roa, donde se celebran exposiciones permanentes de arte nativo, se desenterró de un ahu una cabeza esculpida de extraña forma, de tipo redondeado y ojos hundidos que se conserva. Nos dice el patriarca Pakarati: “Cabezas del mismo estilo quedaron al descubierto en Tongariki, otra zona de la isla, con el maremoto que azotó a Chile en 1960. Los ahus, entonces, representan una época secreta y esplendorosa de Pascua, porque eran una forma de agradecer a sus dioses por el agua, las frutas, el sol, la luna, el trueno y el relámpago del mar, la buena pesca y la simple unidad de las tribus, cuando todos aportaban lo suyo, porque si entonces los orejas chicas tenían la escritura y un orden social, los orejas largas tenían toda la fuerza necesaria para moldear la piedra a imagen y semejanza de sus sueños”.
La isla carecía de minerales, contaban sólo con roca y se dedicaron a ella, fueron también competentes arquitectos además de hábiles escultores; por ejemplo, las casas de la aldea sagrada de Orongo fueron construidas con un singular sistema de superposición y contrapeso de lajas que es único en el mundo. Con ese mismo estilo construyeron sus templos y monumentos hasta de 14 metros de altura, utilizando normalmente piedras de unos 40 kilos de peso. Desafiando la gravedad mediante el recurso del contrapeso y el abovedamiento daban variadas formas a estas construcciones; vemos una de ellas en forma de pez. Es posible imaginar que en el curso de este progreso creciente los habitantes estaban imbuidos en una sensación de absoluta confianza en sus propios medios, y de seguro tenían una fe muy grande en su destino. Pero este mismo avance hizo germinar la semilla de su destrucción: los recursos naturales fueron progresivamente destruidos, y pronto la situación hizo crisis. El delicado equilibrio que había mantenido en constante desarrollo una cultura sorprendentemente activa, se rompió, y lo que empezó como una disputa entre los dos grupos principales, se extendió a toda la isla. Conjeturalmente, esta revolución social fue debido al empleo de excesiva mano de obra en la construcción de los monolitos por parte de las castas religiosas, lo que dejó a la isla sin brazos para agenciarse alimentos.
La guerra fue causa de que las actividades más importantes fueran interrumpidas bruscamente, al no encontrar los trabajadores un ambiente que les ofreciera una mínima seguridad personal. Los sacerdotes, que con su poder religioso habían sido los controladores de los demás isleños, perdieron su liderazgo, el cual recayó en los guerreros o matatoas. La costumbre de ingerir carne humana, hasta esos momentos practicada sólo con carácter ritual, cobró una finalidad más práctica, y la gente era perseguida y devorada para complementar la deficiente alimentación. La cultura se desintegró rápidamente. Según excavaciones, en ese entonces comienzan a preocuparse de fabricar armas y a derrumbar de sus pedestales las estatuas abandonándolas con su rostro hacia el suelo, motivados por la desesperación y la pérdida de fe en sus protectores. Por esa época cobra una gran importancia el extraño culto a un hombre-pájaro, el Tangata Manu (o Manutara), cuya ceremonia tenía lugar en el sitio ceremonial de la ciudad sagrada, en torno del volcán Rano Kau, en el extremo sur de la isla; del hombre-pájaro existen numerosos petroglifos en la zona, en todos se muestra semejando una cara humana detrás de una escafandra que toma forma de pico de ave, o simplemente es esférica; sépase que hay figuras en la piedra en que se ve a este hombre-pájaro cubierto por extraños artefactos y lleva ¡botas! Pero Orongo era también residencia sacerdotal, astillero y centro de observaciones astronómicas, por eso se encuentra casi todo el sitio plagado de dibujos y tallados. A la llegada de las primeras expediciones, Orongo era receptáculo de construcciones que resguardaban especialmente las tablillas de madera endurecida con escritura Rongorongo, mucha de la cual, afortunadamente, quedó también grabada en la piedra, sin descifrar aún, o todavía oculta en alguna cavidad de las 46 cuevas que hay allí, colgadas sobre el acantilado.
Nos dice el patriarca Pakarati: “Según el sistema de medición con carbono, se ha fijado como inicio de la guerra el año 1680 de nuestra era. A la llegada de los primeros visitantes europeos, nuestra sociedad estaba completamente deteriorada y no pudieron presentar oposición a los despojos y las rapiñas cada vez más frecuentes, que terminaron por decapitar la cultura local. Llegó un momento en que sólo se censaron 111 vecinos, entre ellos los miembros de nuestra familia Pakarati, que habían sobrevivido a las expediciones que buscaban esclavos. Hoy, esto es historia”.

4
La carta es una imagen concreta, estabilizada, y así debo narrar a usted cosas concretas que a veces me son difíciles, por ser tanta la belleza que a uno lo envuelve aquí en Rapanui, y que transportan a otro mundo en este mundo. En el Liceo los profesores isleños me han acogido muy bien, quizás porque ven en uno la única intención que es la de servir en su oficio. Ayer, día viernes, luego de que terminamos las clases me han invitado a cenar en el hogar de uno de mis compañeros, donde fui muy bien recibido por su familia, compuesta por su esposa y dos hijos con sus respectivas familias, quienes celebraban el regreso a Rapanui desde Santiago de uno de sus miembros con un título en Biología marino obtenido en la Universidad de Chile. He conocido en el hogar de ellos a una investigadora francesa que reside hace casi un año acá estudiando en la isla sus reservas de vegetales, y dicta clases también en el Liceo: la doctora Isadora es quien hoy me ha servido de guía en un paseo por la isla, de la cual conoce cada una de sus especies vegetales.
Déjeme contar a usted que aquí el reino verde es rico. Abunda la toa o caña de azúcar, cuyos tallos pueden alcanzar varios metros de altura. Dice la doctora Isadora: “Los isleños siempre han utilizado el jugo de esta caña como bebida energética; también como adhesivo para mezclarlo con pigmentos y colorantes para aplicárselos en el rostro y cuerpo durante ceremonias, festividades y ritos religiosos. Las hojas también tuvieron su aplicación en la confección de techos”. Otra especie común, el ngaatu (conocida en Chile continental como totora), dice ella que se empleó aquí también para techar las típicas casas bote conocidas como hare paenga, y actualmente para la confección de canastos, sombreros y redes de pesca; es una planta típica de ambientes húmedos, por lo que en Rapanui se la puede encontrar en las tres lagunas existentes, Rano Raraku, Rano Kau y Rano Aroi. Sus abundantes tallos, de sección triangular y de hasta cinco metros de largo, contiene un tejido con abundantes cámaras de aire, por lo que son flotadores naturales, condición que fue aprovechada por los isleños para confeccionar sus embarcaciones llamadas pora.
La doctora Isadora dice que entre las especies vegetales en extinción, de las cuales existen mínimas reservas en la isla, “nombremos el ngaoho o naoho, conocido científicamente como Caesalpinia major; es un arbusto muy apetecido en otros países que se caracteriza por tener microorganismos en las raíces, que le permiten captar el nitrógeno directamente desde la atmósfera, por lo que puede colonizar suelos de mala calidad; tiene flores amarillas muy perfumadas, que de acuerdo a la tradición, eran utilizadas para confeccionar las guirnaldas ceremoniales llamadas hu hu; sus semillas, de color amarillo brillante, se emplearon como cuentas para confeccionar collares, y la fibra de su corteza tenía un uso en la fabricación de cordeles. Otra planta en inminente peligro es el makoí, un arbolito de hasta 10 metros de altura conocido científicamente como Thespesia populnea; tiene grandes hojas y bellas flores amarillentas con la base púrpura. Sus frutos tienen el aspecto de pequeños trompos, por lo que son muy preciados por los niños de la isla para sus juegos; la madera de esta especie es dura y de hermoso colorido, y se ha utilizado siempre para el tallado de figuras y ornamentos. La Corporación Nacional Forestal (Conaf) mantiene ejemplares viverizados. Al igual que de la planta en extinción llamada pato, denominada por la ciencia Euphorbia serpens, que agrupa unas 7.000 especies en el mundo, de las cuales en Chile hay alrededor de 43. Produce abundante látex cuando los tallos son cortados, y tiene propiedades medicinales: aquí tradicionalmente, administrada con cuidado, se ha usado para calmar los dolores de estómago y el malestar propio del período menstrual, según es utilizada de acuerdo a la pericia científica por la química farmacéutica. Al igual que la planta tavari (Polygonum acuminatum), usada como anti alérgico; y la puringa (verbena litoralis) para tratar problemas de la piel como sífilis y lepra, que fueron introducidos en la isla por los primeros visitantes, porque, caso único en Polinesia, no hay antecedentes de alguna plaga o enfermedad que haya asolado a Rapanui antes de finales del siglo XIX”.
La doctora Isadora afirma que es interesante anotar de la medicina isleña un aspecto casi desconocido; diremos solamente que saben utilizar las energías naturales que posee Rapanui por su ubicación en el medio del mar; así cuando un nativo no demasiado transculturizado sufre un dolor de cabeza, no recurre a agentes exteriores, químicos o mágicos, para curar su dolor. Lo que hace simplemente es tenderse durante unos minutos en posición horizontal: “Durante ese tiempo, el isleño cierra los ojos y se concentra en el dolor, donde sea que lo siente, sin rechazarlo, sencillamente observándolo hasta llegar a visualizar perfectamente su ubicación y sus características, tamaño, forma, color y sonido. La visualización interna revela que hay dolores redondos, cónicos, puntudos, de todas formas en realidad, y sus colores varían del amarillo, pasando por el rojo y el azul, hasta llegar a un negro que es más oscuro que cualquiera que exista en la realidad. También hay dolores que emiten ruidos, chicharras, campanadas o zumbidos. Una vez identificado el dolor en todas sus características, el isleño lo va dejando caer suavemente por la nuca hacia el suelo, hasta que su imagen desaparece de la mente. El proceso completo no dura más de diez minutos. Si el isleño siente que le faltan energías o anda como queriendo irse, basta que abrace un árbol para recuperarse. Los árboles son una gran fuente de energía, donde sea que están; y basta abrazarse a uno de ellos unos tres minutos para probarlo. Si alguna vez dispones de ese tiempo, ensáyalo."
Dice el patriarca Pakarati que según los relatos, entre las plantas que introdujo en la isla el rey Hotu Matu'a, están el mahute (Broussonetia papyrifera), el marikuru (Sapindus saponaria), la pía (Tacca pinnatifida), la púa (Curcuma longa) y el nau nau o sándalo (Santalum album), un majestuoso árbol que puede llegar a los diez metros de altura, con bellas flores rojas, amarillas o rosas. En la Isla de Juan Fernández, camino a la costa central de Chile, existe aún una variedad de este sándalo de menor altura, pero es en todo el sur y sudeste asiático, desde China a la India, donde se ha preservado desde la antigüedad. Nos dijo la doctora Isadora: “De madera resistente al tiempo, a la humedad y los insectos, siempre se han utilizado sus cualidades curativas. Los chinos consideran la esencia de sándalo como yang, utilizándola para tratar las enfermedades yin, para algunas infecciones de tipo específico, como la tuberculosis, gonorrea, catarros y algunos tipos de cistitis, operando posiblemente más como antiespasmódico que por sus efectos antibióticos. Precisamente, por esta cualidad sedante, es eficaz como balsámico, expectorante y sedante de la tos en la tosferina y traqueitis. También es un tranquilizante natural suave, útil en los casos de insomnio ocasional. Se emplea asimismo como antiséptico general, sus principios activos son químicamente similares a los del alcanfor. Su sabor amargo, que los chinos asocian con los intestinos y el corazón, hace que sea utilizado para curar problemas de estos órganos, hay estudios científicos al respecto. Se sabe que externamente es útil aplicado a la piel, pues rehidrata las pieles secas y envejecidas (en forma de compresas calientes). Es útil en el tratamiento del acné, de las inflamaciones cutáneas y en todo tipo de picaduras. Por su efecto, suavemente astringente, limpia en profundidad la epidermis, abre los poros y permite la respiración cutánea”.
Afirma que según sus investigaciones, “la Conaf debe urgentemente reforestar de sándalo la isla, su hábitat natural, que ejerce sus propiedades curativas a través de la esencia, que se extrae por destilación de la madera, directamente de su corazón. Hasta donde se sabe, sus flores y frutos apenas contienen principios activos, por lo que se le puede utilizar quemando directamente la madera, en forma de palitos, lo que ha popularizado las varitas de incienso con esta esencia, aunque tienen en general poco aceite vegetal y la madera no es de sándalo. La esencia natural que se puede encontrar aquí en Rapanui es espesa, bastante grasa y de un color amarillento. Antes también la utilizaban por vía externa, para hacer pomadas, o mezclada con otras esencias (habitualmente rosas) y rebajada con unas gotas de alcohol y agua, que da una magnífica colonia de efectos tónicos y relajadora. Por vía interna, se usa en cantidades de unas seis gotas tres veces al día, habitualmente rebajada con agua o líquidos azucarados debido a su sabor amargo. Un té verde con tres o cuatro gotas de sándalo, a la manera pascuense, es exquisito y protege el intestino aliviando el estreñimiento. Su delicioso perfume lo hace inestimable en cosmética, especialmente por su característica de fijador de los perfumes. Nótese que mucho del sándalo que se utiliza procede de las Antillas, donde se le conoce como "esencia de amiris" -la planta Shimmelia oleifera-, de aroma menos intenso y propiedades no del todo conocidas. El sándalo de Rapanui pertenece al patrimonio vegetal de la humanidad. Al igual que el toromiro, el árbol originario de la isla y materia primordial de sus esculturas”. Nos dijo ella que el toromiro, que se puede apreciar magnífico en la isla, volvió a Rapanui de la mano del botánico alemán Wolfram Lobin, que luchó por su reforestación y cuyo ejemplo sigue en un primer esfuerzo multinacional para conservar una especie vegetal.

5
Como usted dice, la carta rescata algo más que una imagen, porque rescata instantes que resultan de un esfuerzo humano creativo. Su realización procede de la elección, por un autor, primero de los fenómenos a contar, luego de una simbolización gráfica. La carta no es entonces el reflejo neutro de una realidad exterior, sino algo "construido", está orientada y es selectiva, parcial, y entonces contar a usted se dificulta porque acá en Rapanui todo importa, se siente que uno vive como en un territorio más allá del que sabemos en la comprensión espacial de los objetos, conceptos, procesos o acontecimientos naturales en el mundo humano. Decía a usted en mi primera carta que la impresión de Rapanui desde el aire era la de un animal en medio de las aguas, y ahora le digo que es en verdad un animal vivo flotando en ellas, porque aquí todo se siente vivo como los seres con sangre adentro.
Por su ubicación en el centro del este del océano Pacífico Sur, a 3.200 kilómetros del puerto chileno de Caldera y a 3.790 de Santiago, latitud 27º 09' Sur, y longitud 109º 27' Oeste de Greenwich, con una superficie de 181 kilómetros cuadrados de tierra que brotan del agua, es paraíso de aves, que son el grupo dominante de vertebrados nativos, a las que llaman con evocadores nombres pascuenses. He conocido al ornitólogo pascuense Hari Tenua, casado con una Pakarati, quien me enseñado que entre las aves residentes, todas incluidas en la reserva de aves de la humanidad, se encuentran el tavake o ave del trópico de cola roja (Phaeton rubricauda), el kena o piquero blanco (Sula dactylatra), el tuao o gaviotón de san Félix (Anous stolidus), entre otras. Como visitantes se observan el manutara o gaviotín pascuense o apizarrado (Sterna lunata), el kía kía o gaviotín blanco (Gygis alba), el makohe o ave fragata (fregata minor), el taví o gaviotín de san Ambrosio (Procelsterna coerulea), el kakápa y kakápu o fardela heráldica y negra (Pterodroma), el kimá o fardela de Pascua (Puffinus nativitatis), el zarapito tahitiano (Numenius tahitiensis) y el playero blanco (Calidris alba). Dice el maestro Tenua: “Existen especies que han llegado desde Chile continental, como la diuca, loica, paloma, perdiz y el tiuque, entre otras. Aquí la mayor altura es Terevaka con 506,54 metros sobre el nivel del mar; la tierra habitada más próxima está a mil 900 kilómetros de distancia, la isla Pitcairn, y hay que recorrer 2 mil 800 kilómetros para llegar a otro punto en la Polinesia, así para las aves este es un punto de descanso”.
Debo anotar a usted que aquí en Rapanui, los mamíferos están representados por los caballos chilenos que corren libres por la isla o guiados por su amo. Los reptiles naturales son solo dos lagartos, que en pascuense nombran moko uru-uru kahu (Lepidodactylus lugubris) y moko uri uri (Ablepharus boutoni poecilopleurus), es decir "negro negro", de coloración negruzca con brillos metálicos verdosos; desde la cabeza hasta la cola se extienden dos líneas laterales blanquecinas; con hábitos diurnos, de este lagarto no existen antecedentes acerca de su estado de conservación. Son también naturales a Rapanui dos especies de tortugas marinas: la tortuga verde (Chelonia mydas), que con un tamaño aproximado de 100 cms. tiene un peso que varía entre los 113 y 182 kilos, y la tortuga carey (Eretmochelys imbricata); ambas se alimentan preferentemente de algas marinas y están en extinción, existiendo actualmente en el mundo científico gran preocupación por la preservación de estas especies únicas. Es uno de los pocos sitios del planeta en que no existe la serpiente o algún reptil parecido.
Ayer domingo me han invitado a caminar la isla algunos de mis alumnos, que vinieron por mí al amanecer. Rapanui es un triángulo de tierra formada por las laderas encontradas de tres volcanes: el Ranu Raraku, el Rano Aroi y el volcán Rano Kau, que albergan en su interior una importante reserva de agua, flora y fauna para los lugareños, y en cuyo cráter se encuentran varias cuevas-entradas a las profundidades secretas pascuenses. La ubicación de éstas ha sido celosamente transmitida y guardada de padres a hijos. Porque a pesar de su pequeñez y lejanía, en este milagro del mar floreció y se desarrolló una cultura de alta complejidad que aún hoy día provoca asombro en los círculos científicos internacionales, que están de acuerdo en admitir que Rapanui es el más rico y complejo museo al aire libre que existe en Polinesia. Constituye también el ejemplo mejor ilustrado de una cultura que se ha desarrollado al margen del resto del mundo, careciendo prácticamente por completo del aporte de ideas nuevas, que tanta importancia han tenido en la historia de todas las naciones conocidas.
En su totalidad la isla se nota de origen volcánico. Nos dice Hare Tenua: “Rapanui empezó a brotar desde el fondo del océano hace aproximadamente 3 millones de años, manteniendo intermitentemente su actividad volcánica hasta hace 2 mil a 3 mil años atrás, fecha de la ultima erupción calculada. Muchas aves llegan a vivir aquí desde otros lugares y simplemente se quedan a vivir a imagen de lo que se cree acerca de los primeros pobladores, quienes pudieron ser grupos de navegantes extraviados que llegaron hasta aquí y fueron incapaces de regresar a sus lugares de origen. La principal razón para afirmar esto es que no se conoce ningún poblado, ni polinesio ni americano, capaz de navegar precisa y sistemáticamente entre Rapanui y otras tierras, de manera tal que la única posibilidad son las llegadas fortuitas de navegantes que se convirtieron en realidad en prisioneros de la tierra que los había salvado. Estos primeros colonos involuntarios debieron adaptar sus valores culturales y su manera de vivir a un medio radicalmente diferente, que ayudó a gestar en la isla un proceso que reproducía a escala reducida todas las diversas etapas a través de las cuales el hombre pobló progresivamente el planeta. Todos los antecedentes que se conocen hacen pensar que la historia de la isla podría constituir una lección a nivel planetario, en el sentido de que una sociedad humana agotó los recursos naturales, rompió el delicado equilibrio ecológico del cual el hombre es también parte y estuvo en trance de desaparecer, debido a que la superpoblación finalmente sobrepasó las posibilidad de cubrir su alimentación”.
Actualmente sabemos que millones de seres mueren anualmente en el planeta por falta de alimento, por lo que es lícito preguntarse si la historia de lo acontecido en Isla de Pascua no es acaso una voz de alarma para nuestra propia civilización. Le narro que me han enseñado a decir ¿Mai Hé Koe? que quiere decir ¿Dé dónde vienes?

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Comienzo narrando a usted que he aprendido a decir ¿Heave To’u Arero E-Vanana-Eva? que significa ¿Qué lengua hablas? En esta perspectiva, cabe decir que los primeros habitantes de Rapanui desarrollaron en un lapso reducido, una cultura que llegó a muy altos niveles de complejidad, incluyendo un sistema de escritura aún sin descifrar y que se encuentra en su mayor parte en las famosas "tablillas parlantes", la escritura Rongorongo, que encontraron en la isla los primeros descubridores del lugar; estos trozos de madera endurecida por los siglos, tallada íntegramente con signos pictográficos de fascinante estilística, trasmiten una cosmogonía coherente de principio a fin. Nos dice el patriarca Pakarati que estas tablillas con escritura son nombradas por los pascuenses Kohau Rongorongo, cuyo enigma comienza con la propia traducción del nombre, que unos dicen "líneas para su recitación" y otros "tablillas de transmisión". Nos cuenta: “Se habla de seiscientas de ellas desaparecidas. La narración de la Tablilla de Aruku-kurenga o Ki-Te Erua ("El loco período del sol"), una de las pocas que se conservan, traducida al pascuense moderno por el obispo Tepano Jaussen y M.E. Ahnne, cuenta un terrible momento que vivieron aquí en la isla los primitivos habitantes en tiempos prehistóricos:
"El calor del sol, que da vida y fecunda, hoy aumentó su calor. La atmósfera es una caldera. El aire está pesado y asfixiante. Algunas mujeres y niños están cayendo secos a la tierra. Hay preocupación por salvar a Manua Iru y su alteza Koia, la reina y sus servidores. Y a los hombres Moa, que estaban viviendo acá junto a nosotros. Es Koia quien toma la decisión de partir. Embarcándonos para algún lugar y poniéndonos a salvo".
Nos dice el patriarca Pakarati que la tablilla concluye el relato antes de indicar cuál es el sitio elegido para emigrar. Ese repentino cataclismo solar que afectó a Rapanui en tiempos remotos tiene ciertos grados de relación con lo que dice la tradición en pueblos de otras regiones de la tierra: en la teogonía egipcia se describe el despedazamiento del sol; las inscripciones de Medinet-Habu, hablan de lenguas de fuego que descendieron de los cielos y quemaron pueblos enteros, ardieron las ciudades y desapareció todo signo de vida en algunas zonas. En la Biblia se señala la ocasión el día de Pentecostés. Los investigadores señalan que el repentino cataclismo solar que afectó a la isla no dio tiempo a nadie para preocuparse de sus labores; de un momento a otro se abandonaron los trabajos; se descubren estatuas dejadas a medio camino del sitio en que iban a ser colocadas; originando un cataclismo de esta naturaleza alteraciones de todo orden, terremotos y maremotos, que justificarían los desplazamientos de tierra que ubicaron a las estatuas semi enterradas o hundidas y aún ocultas.
Nos dice el patriarca que de esta serie, “existen otras seis tablillas transcritas por el obispo Jaussen, cuya ubicación hoy no se sabe”. Louis Pauwels y Jacques Bergier en "El Retorno de los Brujos", aseguran que existen otras series de tablillas parlantes en el museo del Vaticano, Roma. Y Louis Castex en su libro "Los secretos de Isla de Pascua" hace saber que tres tablillas que se encontraban en el Museo Braine-Le-Comte, en Bélgica, están ahora también en el museo del Vaticano, archivo de los Sagrados Corazones. En estos trozos de madera tallados con escritura Rongorongo está supuestamente la historia de la isla, que a nosotros nos llega en parte gracias a la tradición oral desde los primeros pascuenses, que tienen un pasado que es rara mezcla de sangre y poesía.
Déjeme contar a usted que los llegan aquí esperando extensas playas, palmeras y cocoteros, probablemente se desilusionarán porque el paisaje es de costas que se precipitan al mar en abismos insondables y viento. Aunque encontrarán junto a Anakena, otras dos playas de ensueño, con aguas transparentes y templadas, con posibilidad de practicar el buceo, el yatching y el surf, o dorarse en una de las arenas más finas que hay en toda Polinesia. Aquí las luces de los crepúsculos de la tarde y de la mañana son inolvidables. Es sabido de todos que las brújulas en Rapanui no funcionan por un fenómeno de gravedad que dota a la isla de una extraña energía que uno siente cuando pisa sobre ella; la sensación es única. Se está en un animal vivo.

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Estos últimos años, los trabajos de investigación arqueológica han sido llevados a cabo en forma programada y con regularidad, de modo que hoy día podemos presenciar casi exactamente y a pesar del tiempo, cómo lucían algunos imponentes altares y lugares ceremoniales que constructores orgullosos de su condición de hombres religiosos y con seguridad en sus propios medios, hicieron aparecer en el centro del mundo. Hombres y mujeres de casta fuerte en que la sensibilidad, además de ser presente inmediato en su expresión escrita en las tablillas parlantes y jeroglíficos, conservan un rico patrimonio de danza y música.
En la Isla de Pascua, todo acontecimiento, viejo o reciente bueno o malo, es transformado en música y canto. El pascuense tiene por naturaleza esa facilidad extraordinaria de expresión musical, al parecer común en los pueblos isleños de la Polinesia. En la actualidad, la música y las danzas originales de Rapanui han sufrido cambios debido a la influencia foránea, sobre todo desde otras islas de la Polinesia. Por lo que existen danzas, cantos y melodías en que se entremezcla en forma única el mito, la invasión y el sueño.
El sau-sau, por ejemplo, la danza-canción más popular en la isla es de procedencia híbrida, a la expresión original del pueblo Rapanui se agregaron elementos que vienen de la danza Tamure (Tahiti) y el Hula Hula (baile popular en toda Polinesia que se popularizó desde Hawai), danzas que consisten en movimientos de caderas y manos que ejecuta una pareja. Como el sau-sau se canta y se baila repetidas veces en las reuniones familiares, ahora, toda fiesta que se realiza en Rapanui lleva, por añadidura, el nombre de sau-sau, palabra que no tiene una traducción literal por no corresponder al idioma de Rapanui ni al de Tahiti; "es posible que sea una voz que procede de la isla de Samoa", dice Ramón Campbell.
Se afirma que el sau-sau tomó su forma actual a comienzos del siglo XX. Se dice que fueron músicos polinésicos que vinieron como tripulantes del yate alemán "Die Walkirie", procedentes de Fidji, Tahiti, Samoa y otras islas, los que terminaron de enseñar a dar forma a esta alegre danza y canto a los habitantes de la isla. El texto, en su primera parte original, está escrito en un extraño dialecto, desconocido, que los isleños aprenden rápidamente, aunque sin llegar a comprender su significado. Más tarde se le agregaron dos estrofas en idioma local, de música no menos bella y con ritmo alegre y sensual que terminó de dar forma a lo que se ve.
He conversado con el antropólogo y músico Ludovic Lutard, que trabaja en la isla: "El baile sau-sau, en sí, muestra expresivamente el acto de copular, con movimientos que denotan elegancia, armonía y sencillez. Su explicación radica, tal vez, en sus antepasados, quienes no contemplaron al sexo como un tabú, sino como algo muy natural. Esa es la razón por la que música y danzas pascuenses denotan lo sentimental, la naturalidad y la sencillez más absoluta en las relaciones entre el hombre y la mujer. El sau-sau posiblemente sea procedente de las islas Fidji, por la formación literaria, porque la letra "s" no existe en lengua pascuense ni en lengua tahitiana; pero sí existe en el alfabeto de Fidji y Samoa. Aunque, tal vez sea posible que en sus orígenes esta danza-canto tuviera un nombre más antiguo que se perdió".
He visto acá a la notable investigadora chilena Margot Loyola, quien ha estudiado detenidamente las danzas de la Isla de Pascua y tiene estrechos lazos con Rapanui desde la década de 1960, según narra anécdotas en una conferencia pública a la que asiste toda la isla, y quien hace una interpretación de los pasos y figuras de este baile: "El sau-sau es una danza de pareja suelta e independiente, que realiza sus evoluciones casi rozándose. Cuando intervienen varias parejas, éstas no se mezclan, manteniendo cada una su independencia respecto de las demás. Los movimientos son suaves, siendo ajeno al baile todo gesto brusco o expresión dura. Los movimientos principales son el de brazos y caderas. El brazo, la mano y los dedos forman un solo bloque cuyos movimientos semejan líneas suaves y ondulantes. Ambos brazos siguen movimientos libres y a veces la mujer insinúa peinarse el cabello. El movimiento de caderas es principalmente lateral, siendo el paso de poco avance y muy apegado al suelo. No hay grandes desplazamientos, bailándose más bien en el puesto y cada bailarín realiza giros individuales, teniendo como eje uno de los dos pies con el talón ligeramente levantado".
El sau-sau que he visto bailar en Rapanui, se inicia como es costumbre en los bailes continentales: con la correspondiente invitación del varón a la dama. Aquí no hay nunca negativas, y jóvenes o viejos, ancianos o muchachas, todos participan por igual del placer de la danza. La pareja empieza el baile con una especie de corrido, abrazando suavemente el varón a la dama, casi sólo rozándola, y dando algunas vueltas por la pista de baile. Después de unas tres o cuatro vueltas la dama es soltada del brazo que la ciñe y queda cogida sólo por la mano izquierda del galán. Entonces debe ella hacer algunas vueltas sobre sí misma, girando sobre el eje que le proporciona su compañero con su mano, mientras la contempla girar. Después de esta fase, en la cual la dama da unas dos o tres vueltas sobre su eje, la pareja se separa y se inicia la parte mas original del baile. Esta parte se caracteriza por cruces mas o menos en línea oblicua de la pareja en uno y otro sentido, siempre dándose el frente y ejecutando diversas figuras paralelas que se van complicando cada vez más. La multiplicidad de las figuras que ejecuta la pareja se alterna con pequeños intervalos en los cuales los danzantes, colocados a los extremos de sus respectivas pistas, se detienen un instante para iniciar una nueva figura de diferente forma; la pareja hace giros sobre su eje cada uno, única ocasión en que se dan la espalda, para volver a danzar de frente en posición ligeramente oblicua del cuerpo. Es habitual entre los bailarines más antiguos hacer una figura curiosa en la cual el hombre con un brazo avanzando hacia delante, insinuante, lo pasa a través del brazo de la dama posándolo sobre su cadera sin llegar al abrazo. También es frecuente que entre las figuras femeninas aparezca aquella del peinado ante el espejo que menciona Margot Loyola. El varón suele hacer también una figura parecida; en la cual más bien simula sujetarse la cabeza con una mano en la región occipital y el otro brazo estirado hacia adelante al encuentro de la dama. Dentro de esta coreografía del sau-sau existen muchas variaciones figurativas, entre las cuales cabe mencionar variadas posiciones o acciones de los brazos y manos a veces colocados sobre las caderas u otras ambas manos sobre el vientre, como apoyando la ondulación sensual descrita anteriormente. En ciertas oportunidades se acostumbra hacer oscilar las manos puestas horizontalmente a ambos lados, como las alas de un pájaro, con mucha gracia. El baile suele durar mucho, a veces media hora o más, y es de muy mal tono interrumpir. Las parejas prefieren transpirar o fatigarse en extremo antes que suspender la danza que por otra parte, en la alternativa de las figuras, deja oportunidad para algunos respiros de descanso. Lo corriente es que el final sea anunciado por simple aceleración de la danza siguiendo el ritmo, que es llevado a un verdadero paroxismo. Observando algunas gentes de edad avanzada danzar es impresionante la resistencia física que demuestran juntamente con la gracia, muy propia del isleño. En todo caso, una de las cosas más pintorescas es ver bailar sau-sau a los turistas que visitan Rapanui, porque todo el mundo aquí baila, incluido su amigo que le escribe, quien lo hizo nada de mal para ser un “profe del conti”.

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Luego de seis meses de permanecer en Rapanui, puedo asegurar a usted, que los vecinos tienen interés por ampliar sus conocimientos, el de sus hijos; con profesionales universitarios y técnicos en todas las áreas; con artistas de enorme sensibilidad, como las folkloristas Kara Tepano y Anita Haoa; la narradora Angela Twki; la pianista Ester Pakomio Haoa, o la dinastía Pakarati de talladores de piedra y madera con su legado artesanal: la habitación en que vivo está custodiada por dioses antiguos que brotan de la madera o se hacen piedra, la puerta de mi cuarto es un moai cuajado de escritura Rongorongo y las paredes están bordadas en motivos ancestrales, seres vegetales vivos, flores enormes y otras diminutas, figuras sonrientes que cobran vida en los círculos dentro de círculos; hay una pequeña foto de la artista folklórica Mónica Pakarati Tepano y Klaus Drekmann, el técnico alemán agrimensor de triangulación de satélites, el día que se casaron, antes de partir a Etiopía, donde él debía continuar su trabajo. Vigila mi sueño un dios protector, de madera de sándalo en talla perfecta. Los talladores tienen una gran habilidad para el manejo del kauteki, la tradicional hacha de Polinesia, a la que han cambiado la piedra por el acero. Hay otros varios artistas que pueden considerarse extraordinarios, como Melchor Huke, notable pintor que se inspira en el tema del moai, especialmente de Rano raraku. Y también Carlos Huke y Patricia Saavedra, artistas que trabajan los tallados en madera y la corteza del mahute, planta que según la tradición introdujo en la isla el rey Hotu Matu'a. Ellos logran una tela muy firme a pesar de que no utilizan técnicas de hilado; dejan remover la corteza en agua de mar y luego la aplanan para diseñar el corte del trozo de mahute, logrando piezas de gran belleza y acabado, que han sido expuestas en varios países de América y Europa.
La energía que envuelve la isla hoy día se siente en toda su enorme intensidad. A los pocos días de estar aquí comienzo a vivir esa extraña sensación de embrujamiento de la que tanto se ha hablado y escrito. Es verdad. Absolutamente real. Visitar el cráter de Rano Kau, estar en Orongo, la aldea ceremonial del hombre pájaro, ver el Ahu Tongarika, que está reconstruido pero tenía más moais y era uno de los sitios más bellos hasta que la enorme ola que vino del mar barrió con todo y dejó el lugar convertido en un cementerio de estatuas; o visitar las cavernas sembradas con flores de luz y gotas de agua, es un espectáculo maravilloso. Salgo casi todos los días en compañía de los hombres del clan Pakarati, a caballo, como es su costumbre antes de cenar, cuando aún no ha caído el sol. También a caballo hemos visitado en noche de luna llena el cráter del Rano Raraku, la cantera que aprovisionó a los pascuenses de la piedra necesaria para sus estatuas, donde uno entra en un enorme escenario con actores de piedra listos para iniciar su oficio; abundan las hachas líticas con que canteaban; se ven numerosas esculturas a medio construir, unidas todavía algunas a la cantera del cerro. Existe allí un moai inacabado de 24 metros de alto y unas 100 toneladas de peso. Todo irradia la terrible fuerza de la isla, y cada persona que la pisa piensa en algún momento en no dejarla nunca más, en quedarse para siempre. Porque estar aquí es cierto que es como entrar en el gran animal marino cuyo cuerpo son las extrañas e inexploradas cavernas que entran a la Tierra y según la tradición llevan hasta el Reino Interior de nuestro planeta. La ubicación exacta de Rapanui la Isla de Pascua es al Este del sol y al Oeste de la luna. Y es un enigma permanente.
Por la noche se percibe con especial intensidad la fuerza telúrica de los moais, y aquí en mi propia habitación todo está vivo, la lámpara con su base de piedra que rescata el rostro de una divinidad, los muebles, las fotografías de los Pakarati en sus marcos a un costado de la pared... De fondo el agua del mar acompaña con su sonido rítmico de música de fondo, como si una enredadera de hojas fuertes brotara subiendo por las paredes de la casa. Anoche me atrasé preparando una tarea, y salí solo en mi caballo a juntarme con mis anfitriones. En mi caballo, cruzando la aldea los reflejos de los faroles de las casas rezuman brillos intermitentes sobre la tierra clara a la luz de la luna, a cuyas orillas parecen recostados los charcos de una lluvia al mediodía que se fue tan rápida como llegó. Aquí y allá, las luces de las casas brillan acompañadoras a través de las ventanas, desde donde algunos vecinos me saludan; al trote lento del caballo experimentaba una sensación tan placentera, que más no quería yo. He cumplido seis meses en Rapanui y siento que todo me es afín. A ratos, se me cruzan algunos vecinos de la aldea que van a sus casas y como veo es común entre ellos, saludo a todo el mundo a pesar de que en la oscuridad a ratos no me resultan visibles sus rostros, pero se siente la calidez, porque es notable la tranquilidad en Rapanui, uno de los sitios más seguros para vivir que puedan existir.
Más allá luego de una suave curva del camino principal de la aldea, cruzo el gimnasio comunal donde se ha instalado una pantalla rectangular de cine, veo a un grupo de vecinos en silencio alucinado por la inmensa cara de una joven, con trémulos ojos grises y labios negros cruzados verticalmente por grietas relucientes, que les habla desde la pantalla, y no deja de crecer mientras detiene sus ojos contemplando la nada de la sala oscura, y una maravillosa lágrima, brillante y larga se desliza por una de sus mejillas. Sigo por las orillas del suelo donde las aguas brillan, un árbol cruje silencioso aunque perceptiblemente. El aroma del aire es puro sándalo. Me gusta observar de noche el horizonte de la aldea recortada contra la luz de la luna brillando en el mar. ¡No sabe usted qué maravilloso se siente cuando a uno lo acompañan en el camino el vuelo alegre y el trino cantarino de los pájaros nocturnos polinésicos! Son momentos precisos en que la oscuridad plateada se llena con una música tan poderosa que no puedo sino imaginarme que es un regalo de la isla para quien la visita. Siento una alegría sencillamente humana cuando me encuentro a los Pakarati que aparecen desde una bifurcación del camino que llega a la playa de Anakena: traen pescados frescos recién sacados del mar.
Pero lo más misterioso y encantador de todo, sin embargo, me resulta aquí en Rapanui cuando al cruzar muy temprano en dirección a mi trabajo en el Liceo, descubro las cosas de día con la perspectiva que le da el día a las cosas: entonces descubro algunas de mis propias huellas que recorrí a caballo en el camino y descubro, le prometo, con gran satisfacción, aquellos jirones amarillos en los lugares en que la tierra se ve un poco más hundida, y que cada día puedo ver mejor. Es entonces cuando me siento más feliz, pero mi felicidad es una especie de desafío, porque mientras camino por la aldea, circunvalando los moais, deambulando por las calles y plazas y por los caminos a la orilla del mar, con mis labios húmedos de humedad salina, siento sobre los hombros mi inefable felicidad de estar aquí, y que permanecerá en el reflejo húmedo de la huella que descubro entonces en el camino.

© Waldemar Verdugo Fuentes