10 de diciembre de 2009

LA RISA Y EL LLANTO.

LLORAR DE RISA.

Es cierto que, en el reino animal, hasta donde se sabe, nada más los humanos reímos y lloramos. El llanto y la risa son saludables, afirma la ciencia, porque las lágrimas lubrican, desinfectan y nutren el organismo, y la risa oxigena la sangre y sirve como gimnasia a todo el cuerpo. A propósito, es divertido pensar que es imposible provocarse cosquillas a uno mismo, a diferencia de los otros animales, en que es común ver a un gato, un perro o un chimpancé super entretenidos jugando consigo mismos, felices. El soberbio escritor Friedrich Nietzsche (1844-1900) afirmaba que la risa la inventó la especie humana y conserva su exclusividad porque solo nosotros sufrimos en esta tierra tormentos de los más exquisitos. El niño llora cuando nace, sonríe a los seis días y ríe a las doce semanas, cuando empieza a comprender el mundo al que se incorporó. El monopolio de la risa coincide con nuestra posesión exclusiva del lenguaje, privilegios que en la evolución biológica aparecieron simultáneamente, explicándose la carcajada como una expresión verbal de euforia, quizás la primera voz secreta que rompió la barrera del sonido y nos inició en el manejo de la palabra y de los símbolos. Algo que revistió mucho valor en la selección natural de la especie por ser lo más común a la raza humana. Nada une más que la risa porque nos permite entender con el prójimo en un instante, abriendo la relación con los otros en la sociedad que prefiere y destaca a los individuos optimistas que la anima y tonifica, individualmente impregnando al organismo de una sensación de bienestar, hace tolerables las cargas pesadas iluminando cualquier expectativa. La risa compromete el organismo entero, por la acción que conmueve al diafragma y los músculos del tronco que juegan a manera de fuelle, acelerando la entrada y salida de aire, oxigenando la sangre, haciendo más eficiente la circulación, refrescándola, en forma similar al efecto de un ejercicio voluntario de gimnasia; al derramar la excitación nerviosa desencadena los reflejos musculares, glandulares y de otro orden, llegando a hacer saltar las lágrimas y, en el colmo de la convulsión, los flujos nasales. Sonoramente, la risa nos llama la atención en relación sólo comparable con el llanto.
Se dice que muy pocas personas pueden seguir realizando sus tareas habituales con la risa o el llanto como sonido de fondo. Los otros mamíferos, bajo el imperio de la emoción, pueden lamentarse y gritar doloridos, pero ninguno emite un sonido semejante a la risa o al llanto ni producen lágrimas. Algunos afirman que la hiena se ríe, pero como afirma el chiste, “con la vida que lleva” no tiene de qué reírse: el suyo es sólo un gruñido sin parentesco con la risa, un sello distintivo de lo humano, tal cual las lágrimas que producimos desde que nacemos y a las cinco o seis semanas de vida, naturalmente, más abundantes y de gotas más grandes en la mujer, cuya producción llega en ambos sexos a su máximo entre los seis y nueve años, atenuándose más adelante. Mientras más intensa es la crisis de llanto, con mayor fuerza se aprietan los párpados, enfrentando de esta forma la presión de los vasos sanguíneos más profundos del ojo: si no fuera así podrían romperse, tal cual en los accesos de tos, en el estornudo y aún en el bostezo. A través de las lágrimas que escurren hacia abajo por los conductos lacrimales, impedimos que se sequen las mucosas que recubren las fosas nasales y el árbol respiratorio, mucosas directamente expuestas al medio ambiente, al viento, al frío o el calor, gérmenes, partículas y gases, de los cuales nos defiende por medio de sus glándulas que forman una sábana de secreciones protectoras, que se secarían de no mediar el auxilio de las lágrimas, tan fundamentales como un chorro de aire. Además de facilitar los movimientos del ojo por lubricación y aportar a su nutrición proteínas, sales y azúcares disueltos, las lágrimas como las mucosas tienen propiedades bactericidas que detienen la multiplicación y destruyen los microbios, virtud que proviene de un elemento llamado lisozima, que en nosotros se encuentra en mayor abundancia que en cualquier otro mamífero superior; el sabio Alexander Fleming estudiaba esta substancia cuando descubrió y preparó la penicilina. Es evidente que la risa como el llanto, especialmente en los niños, mejoran nuestra probabilidad de subsistir.
En todo caso, en forma diferente a las lágrimas que pueden ser producto de un dolor perfectamente identificable, no existe una clave ni se sabe el origen de la risa: el filósofo latino Marco Tulio Cicerón se maravillaba de su poder y se preguntaba antes de Jesucristo: “¿Qué es la risa, de qué manera se suscita, dónde está, cómo existe y de qué manera estalla que deseándola cohibir no podamos, y cómo al mismo tiempo se apodera de los pulmones, de la boca, de las venas, del rostro...?” El británico G.K. Chesterton (1874-1936), que admiraba el maestro Borges, sostenía que sentir que se ríe de nosotros alguien al mismo tiempo inferior y más fuerte que uno, es espantoso. El político Winston Churchill (1874-1965) afirmaba que la imaginación consuela a los hombres de lo que no pueden ser; la risa los consuela de lo que son. El humanista holandés Erasmo de Rotterdam (1466-1536), uno de los escritores más agudos y lógicos de su tiempo, autor de “Elogio de la locura”, sostenía que reírse de todo es propio de tontos, pero no reírse de nada lo es de estúpidos. Para el ingenioso Oscar Wilde (1854-1900), como pensaba su contemporáneo Nietzsche, el mundo se ha reído siempre de sus propias tragedias, como único medio de soportarlas. El escritor italiano Pitigrilli (1893-1975), afirmaba que hacer reír no es un arte: es una ciencia. Los humoristas escriben sus mejores cosas cuando ya no son jóvenes, cuando la ponderación sustituye al ímpetu. Hay muchas clases de humor, como el cáustico del escritor francés Voltaire (1694-1778): “Bajo el título genérico de clérigo se designa a todo cristiano que se consagra al servicio de Dios y que se siente llamado a vivir sin trabajar a costa de los infelices que trabajan para vivir”. Existe el humor escéptico del crítico André Maurois (1885-1967): “La risa es una máscara para la tragedia. Todos los grandes humoristas son sus propios héroes y sus propias víctimas. El juez más severo de un buen humorista es él mismo: sabe que no encuentra lo que busca y sufre. Tener sentido del humor es ser espiritual contra uno mismo, es una máscara para esconder el dolor y, sobre todo, para esconder el cinismo profundo que la vida comunica a todos los hombres”. Existe el humor burlón del español Jacinto Benavente (1866-1954): cuando alguien le preguntó por qué calificaba de “extraordinaria” a cierta señora bastante mal educada, respondió: “Por la misma razón que usted llama a su reloj ‘extra-plano’”. Existe el humor crítico que ejerció el gran norteamericano Mark Twain (1835-1910), quien afirmaba: “La buena crianza consiste en ocultar lo mucho que nos preocupamos de nosotros mismos y lo poco que nos preocupamos de los demás”, y el humor cínico del citado Oscar Wilde: “Hoy es muy peligroso para un marido tener atenciones para su esposa en público: esto hace siempre pensar a la gente que le pega cuando están solos”. Para el sabio chino de ilustre memoria Lyn Yutang (1895-1976), la función química del humor es ésta: cambiar el carácter de nuestros pensamientos. Pero lo cierto es que nadie ha explicado lógicamente por qué ríe el hombre. El escritor español Jardiel Poncela (1901-1952) afirmaba que intentar definir la risa producto del humor es como pretender pinchar una mariposa con un palo de telégrafo. Hay filósofos que han concluido definiciones para la risa como la del neozelandés David Hector Monro, en su estudio “Theories of Humor" publicado a finales de la década de 1970: “Divertido es aquello de que nos reímos. Nos reímos porque hemos visto o escuchado algo divertido. Eso parece que es todo lo que se puede decir”. Y elabora una lista de diez circunstancias que resultan divertidas para el ser humano: cualquiera alteración o rompimiento de lo habitual de las cosas (tomar sopa con un tenedor); los actos o acciones prohibidas por las reglas de educación aceptadas (eructar en público); cualquier acto indecente (en Chile hacer un “Pato Yáñez”, gesto de ofrecer con las dos manos los genitales al respetable público, jeje); adecuar a una situación lo que corresponde a otra (innumerables ejemplos en el cine de grandes bufos como Buster Keaton); cualquier disfraz o comportamiento como lo que no se es (los hombres cubiertos con una lona semejando un caballo que nunca falla en un circo); los juegos de palabras (no es lo mismo un metro de encaje negro que...); los absurdos o necedades (el cómico afirmado en la muralla de un edificio, alguien para burlarse le pregunta: ¿estás sosteniendo el edificio?, el hombre deja de afirmarse, se retira algunos pasos y el edificio se viene al suelo); cualquiera desgracia menor (la persona que resbala en la cáscara de plátano); cualquier falta de conocimiento o habilidad (ver a alguien golpearse el dedo con un martillo), y los insultos irónicos o las agresiones ingeniosas. También estipula principios que pueden aplicarse a todas las formas de humor, como la frescura o sorpresa (chiste repetido sale podrido) y lo disparatado de una situación que introduce en un contexto lo que pertenece a otro.
La ausencia de risa revela preocupación, cansancio, aflicción, quebranto físico o sentimental; su presencia restablece cierto equilibrio del hombre en su transcurrir por la tensa cuerda de la vida, condenado a ser un producto de la cultura, pero no totalmente cultural; a ser un producto de la naturaleza, pero no totalmente natural. Es difícil definir la risa con palabras obvias, repetidas porque las tenemos entre labios en cualquier instante, sin temor a decir cabezas de pescado; cuando se habla aquí de expresiones humanas que tienen que ver con lo que traemos de siempre, lo sin vuelta que darle, y con la habilidad de burlar todos los esfuerzos con su aire de impertinente desafío filosófico que también despertó la curiosidad del gran Aristóteles, quien sólo pudo concluir que lo ridículo constituye un elemento de lo cómico. El doctor Sigmund Freud (1856-1939) sostenía que la risa es un alivio contra la estrictez de la censura ambiente; el padre del sicoanálisis transportó la contradicción básica de la vida a las profundidades de la psiquis humana, sosteniendo que allí el conflicto entre las fuertes exigencias animales de la naturaleza y las instrucciones civilizadoras del ego y del super ego, antes de Freud los llamados consciente y subconsciente, estos conflictos afloran disfrazados con humor prohibido como los chistes sobre el sexo y la hostilidad; así, para él la vida constituye una lucha entre la represión impuesta por el medio y los deseos naturales del inconsciente: nos reímos al conseguir eludir al censor y por el mero alivio que produce la liberación de la enorme energía reprimida en nuestro interior. Para el filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860), la risa es el aliado intrépido del hombre en la batalla contra esa gobernante estricta, incansable, perturbadora, que es la “razón”; en un fragmento de su “Teoría de la risa” escribe: "La causa de lo risible está siempre en la subsunción o inclusión paradójica, y por tanto inesperada, de una cosa en un concepto que no le corresponde, y la risa indica que de repente se advierte la incongruencia entre dicho concepto y la cosa pensada, es decir, entre la abstracción y la intuición. Cuanto mayor sea esa incompatibilidad y más inesperada en la concepción del que ríe, tanto más violenta será la risa. Por consiguiente, para producir la risa se necesita siempre un concepto y una cosa particular, un objeto o acto que puede ser incluido en él y representado por él, pero que bajo otro aspecto más importante no entra en él y difiere de modo sorprendente de todo lo que ordinariamente se incluye en tal concepto."
Se reconocen varias reglas para llegar a la risa, pero la principal es una: sonreír, aún en medio de la tempestad insinuar una sonrisa, que es un poderoso medio para irradiar lo magnífico de Dios en el hombre. La mirada, la expresión de la cara no son otra cosa que corrientes de nuestra energía dinámica que de inmediato alcanza a los que nos rodean, porque nuestro rostro expresa el alma individual. La sonrisa es una energía anímica puesta en acción. Por eso una sonrisa es instrumento infalible en su poder de entrar en los corazones de los individuos. La sonrisa es la frontera entre la amistad o el rechazo, y una expresión que se cree que perciben en general todos los animales inferiores al hombre, porque produce naturalmente una energía que desconocemos brotada de un gesto de nuestro cuerpo, y que algunos relacionan con la energía del corazón (que alimenta nuestros pensamientos) sea de la calidad que sea, con el poder de entrar en contacto con las energías anímicas de los corazones de las otras personas. Al fin que es a través de la actitud del corazón como expresamos a los demás la calidad de nuestro pensamiento y estado anímico. A través del corazón es como recibimos y sentimos lo que otros nos transmiten; en una reunión los corazones se ponen en contacto a través de la mirada, la expresión de la cara y los gestos corporales, entre los cuales la risa es el más universal: el resto viene después. La risa es verdadera, no existe la risa falsa, porque levanta de inmediato una barrera perceptible a los espíritus humanos, especialmente en la infancia y al final de la vida. El hombre-niño y el hombre-anciano nunca son intimidades por una sonrisa falsa. Mágicamente, se dice que una persona que ríe por el deseo del corazón, puede curar a cualquiera de cualquier mal por el sólo acto de presencia. Porque la risa despliega la fuerza del amor (tal es su secreto).
© Waldemar Verdugo Fuentes.
(Fragmento de "Nuestra Humanidad", escritos sueltos)