5 de diciembre de 2011

Premio Escrituras de la Memoria



(FOTO: Ministro de Cultura de Chile Luciano Cruz-Coke y escritor Waldemar Verdugo, 24 de noviembre de 2011)

Debo agradecer al Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile la distinción “Escrituras de la Memoria” 2011, que recibí en el magnífico auditorio del Museo de la Memoria en Santiago, un alto honor que me anima. “Creemos en la lectura y en la escritura como una posibilidad de crecer, de ser libres, de aprender y de entretenernos. Fomentamos, estimulamos y celebramos mediante estos premios la creación literaria del país”, señaló la Secretaria Ejecutiva del Consejo Nacional del Libro y la Lectura, Paz Balmaceda. En la oportunidad también fueron distinguidos Alberto Kurapel, por su obra “El Actor Performer”, Walter Ibáñez, por “El trinar del Gorrión”, y Roberto Sandoval por “Carta de las antípodas”. Fue reconocida mi obra “María Luisa Bombal: una huella”, que rescata fragmentos del trabajo de la escritora chilena en el extranjero, en la voz de amigos suyos que pude entrevistar para revista Vogue en la década de 1980: Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Juan Rulfo y John Huston. Fragmentos de este trabajo se pueden leer en Internet bajo el nombre “La Abeja de Fuego”. Recibí el premio de manos del Ministro de Cultura, Luciano Cruz-Coke, un hombre de buen humor y sencillo, se nota comprometido con su trabajo, que explica la razón de ser hoy por hoy uno de los políticos mejor evaluados de Chile. A través de él, le envié mi agradecimiento a su equipo de trabajo, y al jurado de este año, compuesto por ocho personalidades de la cultura chilena, a ninguno de los cuales tengo el honor de conocer personalmente, sin dudas lectores de María Luisa Bombal, como yo, porque no fue otro espíritu el que me guió a testimoniar acerca de una de las dos más altas escritoras de Chile, la otra es Gabriela Mistral.

7 de abril de 2011

DE DOLORES Y PLACERES


Selección, compilación y estudio de Gerardo Bustamante Bermúdez, la obra “De dolores y placeres” suma entrevistas al poeta Elías Nandino realizadas entre 1954 y 1993. Es un libro editado por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y la Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal que rescata testimonios de uno de los poetas fundamentales de la lengua española, un trabajo necesario para acercarse a Elías Nandino en una obra cuyo diseño pertenece a la artista mexicana Gabriela Oliva, con singular portada de Elvira Wen Lemus Estrada y excelente edición al cuidado de Gustavo Martínez. He terminado de leer este libro en mi taller literario acá en Chile y hubo juicios precisos sobre el interés que despierta su lectura en conocer la poesía de Elías Nandino y, así mismo, adentrarse al grupo literario Contemporáneos que durante el siglo XX ejerció su influencia desde México a toda América, opinión absolutamente vigente. A la erudita introducción “Cuando hablas nace la poesía...” de Gerardo Bustamante Bermúdez, la obra recupera los acercamientos que tuvieron al poeta escritores enormes como Sergio Magaña y Juan Cervera, críticos y autores como Teresa Castro, Lilia Martínez Aguayo, Leopoldo Ayala, Miguel Ángel Morales, Bruce Swansey, Sandro Cohen, Gonzalo Valdés Medellín, Gregorio Monge, Carlos A. Cruz, Gloria Velázquez, Gerardo Ochoa Sandy, Salvador Encarnación, Arturo Alcántara Flores, Ana María Longi, Óscar Trejo Zaragoza, César Güemes, Carmen García Bermejo, Juan María Navjea y Edgar Mendoza, Gabriela Gutiérrez López, Santiago Espinosa de los Monteros, Eduardo Castañeda y Andrés Kroepfly. También se incluye la entrevista que realicé al poeta Nandino para revista Vogue en enero de 1983, y una visión de él que me regaló en varios años de frecuentarlo publicada en junio de 1987 en diario UnoMásUno de México. Debo decir ahora que releer mi modesto testimonio del poeta, cuya humildad hacía de él un hombre de virtud enorme, me ha emocionado porque me llevó a una época de mi vida cuando residiendo en México crucé no pocas veces hasta Cocula en los altos de Jalisco, donde el maestro Elías Nandino me recibió siempre en su hogar con las puertas abiertas, como solía hacer con quien se acercara a él. En una lectura que realicé en el Convento del Carmen de Guadalajara me presentó con elogiosos comentarios que hasta ahora animan mi trabajo, y lo pude ver cada vez que iba a la Ciudad de México, donde él alojaba en casa del director teatral Xavier Rojas, quien también me brindó su cálida amistad. Así pues, vaya en honor de la memoria amistosa que ha encendido mi corazón en México la reproducción aquí de mi testimonio acerca del maestro Elías Nandino que ha rescatado este trabajo “De dolores y placeres”.
Waldemar Verdugo.

DEL MAESTRO ELIAS NANDINO



ELÍAS NANDINO:
"Antes me quemaba sobre los cuerpos ardientes.
Ahora, a mis ochenta años, me quemo sobre mis ardientes recuerdos,
y en este infierno en ruinas aún estoy creando mi poesía".

¿Qué significa exactamente el popular término "poesía mexicana"?. ¿Aquella escrita por mexicanos o la poesía que refleja el espíritu, realidad e inspiración del carácter que encierra el nombre "México"?. Un idioma común a las gentes de nuestra América y España hace dudosa tal excusa de mexicanidad. Quizás "El laberinto de la soledad", de Octavio Paz, sea una muy mexicana tentativa de atrapar en un ensayo el espíritu de un pueblo, tan mágicamente retratado en la prosa del maestro Juan Rulfo. Sin embargo una de las características que ubican a ambos escritores frente a la crítica internacional es la personalidad definidísima de sus obras respectivas, que no encuentra paralelo entre sus contemporáneos. O sea, debemos concluir que su diferencia con relación a los otros escritores del país es lo que los hace "tan" mexicanos. Entonces, Rulfo y Paz -cada uno en su línea creativa- le confieren un sello a lo que se escribe en México no por similitud; y la diferencia que es su personalísima visión artística los hermana con los grandes artistas de nuestra época, siempre sumergiéndose en la marea de la cual brota majestuosa nuestra lengua castellana, nuestros propios contemporáneos, que en verdad somos todos los que vivimos no negando la realidad de una tradición ni la inspiración de comportamiento de los pueblos, sino que a través del hálito del artista, afirmar que al arte lo guía un espíritu universal, que en la temática literaria aborda en su inspiración temas que tienen que ver con todos nosotros.
Y si hay un poeta en México que logró este rescate del hálito, ese poeta es Elías Nandino. Cuya obra "es canto de una conciencia desolada que, en medio de una noche interminable, interroga al dolor del mundo. Y no encuentra sino el eco de su duda." (Según "Poesía en movimiento", ed. Siglo XXI, p.312. Autores: Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis). Lo que refleja Elías Nandino es el eco de la rica generación de escritores que se inició a fines del siglo pasado en Latinoamérica; aquella generación que insinúa que no hay una poesía venezolana, mexicana o chilena, sino que hay una poesía universal. Una tradición universal y un estilo poético que asevera que nuestras historias literarias nacionales son tan artificiales como nuestras fronteras políticas. Por eso, el trabajo de Juan Rulfo, Paz o Nandino es cómplice de algo más alto, forma parte de una valía más alta: la del arte de escribir en lengua castellana.

Lo primero que me conmovió al conocer la obra de Nandino, fue la sinceridad que recorre cada página. Y eso lo que uno siente al estar frente al viejo poeta: su carácter sincero, su calidez, y un sentimiento de ternura que envuelve todo lo que está a su alrededor. Le he visto varias veces, en la Ciudad de México y allá en Cocula, en los altos de Jalisco, donde vive y enseña a vivir. Porque la vida es el gran tema de su obra. Nandino redime con su poesía la huella de los dolores que en su vida han dejado las tempestades morales. En el prólogo a uno de sus libros, Xavier Villaurrutia lo retrata así:
"Ya lo imagino, el día más pensado, desprenderse de sí mismo y con precauciones infinitas, lúcido y frío, auscultar su propio tronco ardiente, seguir las intermitencias de su corazón, poner al descubierto las capas profundas de la tierra de su cuerpo, y explorar las antiguas cavernas del pecho para extraer, de los complicados repliegues de la red de los nervios, los ligeros pájaros y los seres marinos que el hombre ha ido ocultando en el hombre" (año 1934, fragmento).
Existe en la obra de Nandino una profunda raíz romántica, lo que se advierte en sus esencias constantes: solemnidad, dolor, intimidad, angustia pasional y color. Un romanticismo que en sus primeros años asimila y se enriquece con la incertidumbre que adelanta y retrocede, que desciende y se desvía, que en su madurez se nutre de inquietud y rectifica, para resurgir del cambio de piel con la mirada lúcida y revestido de la más iluminada seriedad. El sabe que el sendero auténtico corre hacia nuestro interior, hombre-adentro, por eso es un verdadero poeta romántico, lo que también delata en su concepción del universo, en su idea de Aquél que no se nombra. Dice en el Soneto 10 de su libro "Naufragio de la duda":
"Yo creo en Dios más el cerebro duda, porque falta el impulso de la idea, al imponerse la febril tarea de darle forma a la verdad desnuda. En vano acecha y el silencio anuda el espasmo de luz que merodea, porque el semblante que su afán moldea ungido en sombras su contorno escuda. Una crisis de llanto detenido se coagula en mis ojos, y decido matar impulsos y volverme ciego, pero en el fondo de mi propia vida, por dentro, con mi voz enmudecida, converso a solas con el Dios que niego".
En su casa en los altos de Cocula, cierto fin de semana en que me alojó, cuando pasé a ser uno más de los que repiten que el doctor Nandino es amigo de sus amigos, le pregunté cuál ha sido ha sido la principal fuente de inspiración, y con cuál poema suyo se siente ahora más identificado, y dijo:
-Eros ha sido mi fuente de inspiración. Ya me ocupara de Dios, de los astros, de la vida, de la muerte, del amor, del dolor o de la dicha, en todo yo veía la fiebre de mi lirismo erótico. Un Cristo en la cruz, un San Sebastián herido, el botón de una flor, un moribundo, un potro que corriera libre en el campo o una estrella que me viera desde el cielo, valían para mí según la intensidad que les diera mi erotismo en vilo. Goethe decía: "Cuando escribas algo, hazlo siempre con lo que sepas". Yo lo único que sé de la vida es lo sexual. He nacido con el siglo, y ahora no puedo hacer el amor físico... pero sí lo puedo hacer con la mirada. Me preguntas por un poema que me identifique, y yo creo que toda la obra debe identificar el trabajo de un escritor, pero al parecer lo que queda en la vida son resabios, partes de las cosas, jirones de emociones; tengo un poema llamado "Fue tal mi apego", que dice así:
No me importa
cómo juzguen mi vida:
yo traté de vivirla
haciendo estrictamente
lo que ella apetecía.
No hubo deseo
tentación o capricho
que no lo realizara
con eficaz esmero.
Y fuera lo que fuera
al tiempo de cumplirlo
lo transformé en ensueño.
Por ella fui lascivo
y no he dejado puro
ni un poro de mi cuerpo.
Fue tal mi apego
a los desmanes
de su carnal orgía,
que a mis ochenta y dos años
de su infierno en ruinas
aún estoy creando mi poesía.

El sentimiento erótico de la vida en Elías Nandino, proviene de algunas antiguas escuelas de oriente: aquellas que usan en su formación los conocimientos del Yoga Tántrico, una sabiduría secreta que busca al Innombrable a través del uso del cuerpo físico. Elías Nandino concibe al Universo como una dualidad: lo que se sueña y lo que se vive, y que tiene su punto de encuentro en una unidad evolutiva. Aunque su posición es la de que el hombre es el centro de todo, el espacio de este universo dinámico, reconoce que en verdad sólo somos una mínima parte constitutiva. El ve al hombre como a una rítmica reproducción del latido que anida en el misterio. Este pálpito que corre desde el exterior al interior, esta fuerza que mantiene la continuidad es Aquél que no se nombra:
"Dios es eternidad y su presencia abarca desde el cielo a mi conciencia, y El es Todo, y yo parte de su vida... Dudo mi Dios, y sin embargo creo con los hondos abismos de mi mente: que existe tu poder omnipotente en todo lo invisible y lo que veo" (de "10 sonetos a Dios").
En toda su obra parece flotar una primera conciencia que impone una medida a las cosas, una marcha al Universo: "Todo lo que al nacer pulsa existencia y cumple su destino y se deshace, queda en el aire, como esencia y ritmo del temblor inmortal, que impulsa sin descanso la evolución total del Universo" (de "Círculo eterno"). El delata en sus libros una férrea creencia en la unidad de lo viviente. De tanto ir rodando nuestra soledad un día sobreviene la muerte, y vamos a fundir finalmente nuestra esencia en el gran círculo universal, que es el arribo a nuestra verdadera identidad:
"Tierra voraz, oscuro hogar bendito donde el dolor se apaga: yo quiero reposar bajo tus sábanas de secretas ternuras germinales y, así cual la semilla que se oculta en tus húmedas tinieblas, resurge transformada ya en la serena beatitud de un árbol o en el fugaz instante de una rosa, renacer de tu entraña y subir el peldaño que en la escala de vidas mi evolución alcance. Porque vengo de ti, soy lodo en trance, y a fuerza de vivir y de morir, ha de llegar a definir mi esencia para ser en el cosmos vida eterna" (de "Nostalgia de tierra").
En su obra, me conmueve su angustiada referencia a ciertos tormentos que le afligen. Desde sus primeros poemas, desde sus primeras hondas noches, Nandino cuestiona su reino que parece lleno de sombras por la repetida soledad, que en el poeta más que otra cosa es un estado del alma. El es un gran atormentado, enfermo de males íntimos que lo agobian ansiosamente, que lo hacen retraerse como a las olas el mar, y como el mar, vuelve. Nunca desiste, no cae, a pesar de todo jamás está vencido; en alguna hendidura él encuentra una fuga de claridad, por algún laberinto en su vida se filtra la luz. Entonces, su soledad no es absoluta, la turba su iluminado mundo interior que está ahí, a flor de piel, plagado de referencias táctiles que -en su primera época- incluso desasosiegan. Es porque el seso de su trabajo es íntimamente emotivo, gracias a lo cual rescata para nosotros, tangiblemente, muchas cosas que no podemos tocar. El mismo dice que la poesía se escribe no con palabras, sino con sueños. Porque los poemas no se escriben, se dibujan. Por eso, toda su abrumadora soledad no es más que la piel de una sábana que molesta "a la solitaria estatua que me alberga". Su canto es la esperanza del trascendalista. Esperanza no asentada en la fe, sino en las ganas de creer: "Como que ya fui antes de nacer. Como que un día en alguna parte, en otro sitio o quizás en otro mundo tuve existencia en diferente cuerpo, con otro nombre y con la misma angustia" (de "Nocturna palabra").
-Maestro Elías, ¿podría ubicarnos las motivaciones que le decidieron en su primera época literaria?

-Recuerdo que leía los poemas que estaban en los libros de lectura de mis años de infancia. Declamaba versos a instancias de mis maestros para las fiestas de fin de año escolar o para las fiestas patrias. Pero entonces no comprendía por qué ni para qué se escribían poemas. tenía 14 años cuando terminé el sexto grado. Un condiscípulo me prestó un librito de rimas de Gustavo Adolfo Bécquer: fue la primera vez que entendí y gocé los poemas. A los pocos meses mi hermana consentida enfermó de gravedad y después de una agonía desesperada de cinco días, murió. Yo presencié todo. A su muerte fui a mi recámara, en que había un Cristo de bulto; me puse frente a El y lo interpelé acusándolo de asesino. Pasé lo más crudo de la Revolución de 1910 en mi tierra, Jalisco, en la que entraban tropas revolucionarias un día y al otro los federales. Una vez me salí de la casa del sacerdote donde estábamos escondidos con mi familia y muchas familias más, por temor a los desmanes de los rebeldes y de la soldadesca; yo me dirigí a la plaza con la intención de comprar cañas, cuando al entrar al cuadro del parque me encontré -colgados de las ramas gruesas y tendidas de los tabachines- a más de veinticinco ahorcados, con las lenguas fuera y unas caras de inmóvil desesperación. Huí por entre los árboles, verdaderamente transido de miedo, me fui por el lado del kiosco justo cuando el capitán daba la orden de "apunten: fuego". Yo vi el brinco que echó un fusilado cuando cayó boca arriba como queriendo volar. El capitán le dio el tiro de gracia. Yo estaba paralizado y, como pude, me fui yendo hasta la bocacalle para irme a la casa del sacerdote que estaba a cuadra y media. Llegué, y mi madre, al verme tan pálido y asustado, me dio un pedazo de azúcar con alcohol y me llevó a descansar a una cama. Así es como conocí la muerte. Aunque la de mi hermanita fue otra cosa: me dolía en cuerpo y alma. Cuando ella murió, muchos días anduve por las orillas del pueblo como queriendo irme... un día, al atardecer, me fui al potrero de "Los coyotes", que era de mi padre, y ahí, echado de bruces bajo un tempisque y sobre unas piedras lajas me puse a pensar, saqué un cuaderno de mi mochila y empecé a escribir: "Hermanita te pregunto..." Escribí muchos poemas que no supe al final qué se hicieron. Pasados unos meses tuve una novia, se llamaba Sara, y empecé a escribir mi libro "Canciones". En esos días llegó un amigo mío, Luis Sánchez, que estudiaba en el Seminario y que iba a pasar vacaciones de Semana santa. Le enseñé los poemas que le había escrito a mi hermanita y los de "Canciones", y me dijo: "¡A como dé lugar, tú tienes que irte a Guadalajara a estudiar preparatoria". Precisamente, a los pocos días, nos fuimos juntos en la diligencia, muy temprano porque el lucero de la mañana ya se despegaba del horizonte; íbamos a la estación "La vega" a tomar el tren de Ameca que por ahí pasaba rumbo a Guadalajara. Mi equipaje era una maleta con la boca al medio que se cerraba con una larga cinta de zapatos".
A Elías Nandino se le ubica dentro del grupo de "Contemporáneos". Es el último poeta vivo de esa importante generación literaria. Afirma el crítico literario José Luis Martínez que "Contemporáneos" está caracterizado por su preocupación exclusivamente literaria. Fue su lucha encarnizada ganar en hondura lo que antes se perdía en extensión, es decir, aprender a mirar en el fondo de nosotros mismos para captar los nimios movimientos de nuestra interioridad, sorprendiendo las vivas facetas de la idea, a fin de que el artista pueda llegar, sin escalas en las facultades despiertas, al subconsciente, dejando tranquilo al pensamiento, para que el ensueño se regocije con la campana, rosa, perfume, fiesta de las imágenes... mientras la cimbra desata la jauría de los instintos, por las veredas de la fantasía hipnotizada. "Contemporáneos" logra una sensibilidad afín, gracias al conocimiento de las letras francesas modernas: Proust, Malarmé, Valèry, Cocteau... fecundando también el espíritu de esta generación la poesía española posterior a Juan Ramón Jiménez, así como el numeroso mensaje de los escritores agrupados en torno a la "Revista de Occidente", espléndido crisol donde se funde, no ya la visión especular y serena de la pura teoría, de la reflexión óntica, sino el palpitante arco iris de la existencia. El trato con los autores Elliot y Supervielle, así como las obras de Rilke, que de una manera tan patética revelaron el descubrimiento de nuestra soledad en el mundo, completan el círculo de lecturas en el que esta generación nutrió sus ensueños.
De este mundo interior procede, sin duda, el menosprecio que sintió "Contemporáneos" por las normas de la poética tradicional, que con sus rígidos principios rompía el ritmo constante de las imágenes. Ellos expresaron fielmente "sus visos imaginativos y sensuales, aunque para llegar a ello suprimieran los hitos de las lindes lógicas y los enlaces sintácticos, fuera de los cuales queda la masa informe, pero aromada, musical y luminosa, de la última y primera arcilla, del arjé primordial de la poesía" (Arturo Rivas Sáinz en "Fenomenología de lo poético").
Le pregunto al maestro Nandino cuáles han sido sus lecturas más importantes, y responde: -Mis lecturas iniciales fueron muy pobres, tal vez las más importantes fueron las que hice de Bécquer, como te comenté. En mi primera época también leía a Manuel M. Flores y al entonces escritor de moda: Amado Nervo. Ya en Guadalajara leí todo lo básico de la literatura mexicana. Cuando conocí a los "Contemporáneos" seguía sus lecturas. La influencia mayor para mi creación, autocrítica y conocimiento de lo poético, lo recibí de Paul Valèry. En un principio mi poesía la basaba en mi gran impulso lírico, que después sofrené al leer a Rimbaud, Baudelaire y los de la Escuela francesa. Hasta 1947, las influencias que yo mismo me descubrí fueron las de Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas y la inevitable de Xavier Villaurrutia, con el que fuimos amigos inseparables durante veintiséis años, casi sin dejarnos de ver diariamente... Xavier Villaurrutia conmigo se humanizó acompañándome a los hospitales -ya sabes que soy médico-cirujano-, y compartiendo muchas veces mis apuros de tiempo para escribir poesía entre las operaciones quirúrgicas. Todo el cuerpo médico del Hospital Juárez le tenía gran admiración y simpatía. Xavier asistía a nuestras comidas mensuales llevadas a cabo en el mismo nosocomio; en una de ellas nos leyó su traducción del "Discurso a los cirujanos" de Valèry. Muchas fueron las veces en que se quedaba a acompañarme en mis guardias quincenales y él, que se desmayaba cuando veía sangre, y también huía de los ciegos porque los consideraba de mal agüero, después de sus frecuentes acercamientos a la verdad del dolor humano, cambió por completo, y se tomaba muy a pecho mis angustias profesionales. Andábamos juntos todos los días. Fuimos compañeros de angustias emocionales y mutuamente nos aconsejábamos. Compartíamos hasta los cuerpos amados. Fue la suya una amistad única, la más grande de mi vida. No fue influencia la nuestra, sino contagio mental. No lo vi morir. Esa vez yo fui a Córdoba donde estaba invitado con Carlos Pellicer, Roberto Montenegro y muchos más. Xavier también estaba invitado pero no fue. Allá supe la noticia. Como fue el 24 de diciembre al amanecer del 25, no salió en la prensa, y nos enteramos cuando ya lo habían bajado a la tierra...
-¿Usted frecuentaba el trato comunitario o se desenvolvía más bien en forma aislada?
-En mi caso, siempre ha sido necesaria la relación con otros escritores. En Guadalajara hicimos un grupo de cinco o seis que publicamos primero un suplemento que llamamos "La sombra de Nervo", y que después titulamos "Bohemia". Una vez en México D.F., me uní al grupo sin grupo y no me di del todo a las actividades que desarrollaban porque yo estudiaba medicina. No obstante, comía con ellos en reuniones mensuales en Sanborn´s, o asistía a conferencias, teatros, exposiciones...las primeras lecturas de poemas como "Muerte sin fin" y "Nocturno Rosa", se hicieron en mi consultorio de ocho y media a diez, donde a propósito nos reuníamos para escucharnos.
-Usted luego dejó el Distrito Federal...

-No tan luego. Lo dejé en 1972, y creo que dejarlo sí me sirvió. Y si salí de la capital fue porque ya no soportaba los grupos literarios; el maximato de los "dizque" grandes. Además ya me había cansado la conspiración del silencio. Y por mi edad -tenía 72 años- ya estaba muy minada mi habilidad y agilidad quirúrgicas. O sea, me ahogaba mi realidad y estaba perdiendo el anhelo de escribir. Al llegar a mi pueblo, Cocula, tuve un gran período de reflexión; escribí mi libro "Cerca de lo lejos" y tuve una especie de paz mental. Después de una vida borrascosa, entré a una resignada paz sexual, de recuperación poética, de perdón a mí mismo. Cuando estaba en ese estado nirvánico, fui invitado nuevamente a Guadalajara para dirigir el taller de literatura de Bellas Artes. Antes ya me habían llamado para imponerme en la capital la medalla "Nezahualcóyotl" y para ofrecer unos recitales que fueron filmados. Luego estuve en la "Casa del Lago" de Chapultepec y en la "Sala Manuel M. Ponce" del Palacio de Bellas Artes; en 1979 recibí algunos otros premios, y enseguida vino la invitación para ir a Cuba al "Carifesta" (Encuentro Anual Internacional de Poetas), con la representación de México, y por último mi participación en el Festival Internacional de Poesía, en Morelia... todo me llegó sin buscarlo. En realidad me sorprendió el interés que mi trabajo despertó. ¿Por qué esa recuperación? Yo no he pedido nada, no he movido un dedo para hacerme propaganda, y espontáneamente ahora me invitan para dar recitales en universidades de Estados Unidos y en otros países; me han concedido el Premio Nacional de Literatura... si no hubiera decidido dejar el D.F. quizás ya hasta me hubiera muerto de fastidio o de cansancio de la vida; pero todo cambió, soy feliz con mi taller de literatura, con mis alumnos que me rejuvenecen y que, enseñándoles, me enseñan juventud. He cumplido 83 años el pasado 19 de abril, ya entré a los 84. Mi salud buena en apariencia en la realidad se derrumba: ya me falla la audición, ya se me empiezan a apagar los ojos, pero nada me alarma. Mi larga reflexión sobre la muerte me ha convencido de la necesidad de morir ya que el hombre se completa hasta que se muere. Por supuesto, yo soy un gallo de pelea y espero morir en el ruedo.
-Usted ha conjugado su amor entre lo científico y el arte. ¿Cómo se dio en su vida esta simbiosis?
-Hacer la simbiosis de la medicina y la poesía me fue muy fácil. Es innumerable la cantidad de médicos que aquí y en todo el mundo han sido buenos médicos y buenos poetas. Están la medicina y la poesía completamente vinculadas porque las dos se ocupan de los seres humanos, tanto en lo corporal como en lo mental. Estos vínculos han aumentado con el psicoanálisis que ya las lleva hasta el campo espiritual y el onírico. Decir en cuál de las dos carreras he triunfado, me es sumamente difícil. Si la cirugía, que por mi edad no ejerzo, pudo durante el tiempo que la trabajé, hacerme vivir con holgura, en cambio, la poesía, que me ha sido imposible abandonar, me ha retribuido otros beneficios, porque ya todo el mundo sabe que no apoya la economía de nadie; en todo caso, el triunfo que podría tener como poeta, será efectivo, o no será, sólo hasta después de mi muerte... Además yo no creo en la inmortalidad del poeta, pero sí en la de la poesía. Es debido a esto que el poeta tiene la obligación de trabajar en una actividad diferente al cultivo de las letras, para cubrir las necesidades de su vida y, a la vez, robarle sus horas de descanso, las más que pueda, para darlas a su creación poética. Claro, no se puede ser un vago ni evadir responsabilidades por la poesía. Muy al contrario: el cumplimiento de nuestros deberes nos dará la satisfacción y la euforia necesaria para trabajar nuestros poemas, ya que la poesía se piensa y se acumula en el pensamiento durante las fatigas de nuestras ocupaciones. Mi acervo íntimo creció en los hospitales, en el "Juárez" y en casi once años de trabajar como jefe del Servicio Médico Quirúrgico de la Penitenciaría del Distrito Federal, la famosa Lecumberri, donde vi el infierno en vida; la promiscuidad más horrenda la conocí en ella y tuve que curar sus estragos. En Lecumberri pasaban los hechos más extraños que el honor del criminal sella con el silencio. Todo eso está en mi poesía, y con ella mi propia vida. Ahora, a esta edad, todo ha cambiado; mi poesía es el reflejo de lo que vivo ahora: una existencia reflexiva y apaciguadora".
Así es que el estilo en la obra de Elías Nandino es producto, a la manera de Rainer M. Rilke, del trabajo, la jerarquía y el oficio. Su literatura es el producto de largos cuidados y copiosa multitud de intentos, reanudaciones, eliminaciones y preferencias. En su misma poesía encontramos el ideal estético que desea:
Casi en la cima o en la sima acaso
pretendo todavía
encontrar mi palabra más palabra,
la más sencilla, la de roce de agua,
la que pronuncia el aire
cuando aspira el aroma de los bosques,
la que dicen los ríos al ir de viaje
al seno de los mares,
o la que apenas nace,
en el instante mismo
de las miradas que al pasar se miran.
Quiero letras de luz, agua de lluvia,
desnudeces de flor,
para este anhelo de querer decir
lo nunca dicho,
lo que siento y vivo

más allá de mi cuerpo y en mi cuerpo...
En la poesía de Nandino, "la soledad y el desamparo que vive el hombre de este siglo XX son parte misma de su obra y del amor que él siente por el hombre" (Arturo Molina García en "Elías Nandino, cerca de todo quehacer poético"). Hay en su poesía una búsqueda constante de libertad, un afán de alas, un deseo de trascender del mundo físico y penetrar en otros mundos, en otras realidades del yo-interior. Y no oculta su lucha. Siempre notamos sus recursos idiomáticos y un incesante quehacer para traducir con exactitud de palabras las dubitaciones de su alma. Su literatura "es densa de contenido, de saludables morbideces formales, sin las aristas, a veces excesivas de la poesía castellana de nuestro tiempo. Apegado a los más venerables ritmos del renacimiento, sin rebeldías innecesarias, sin ademanes desorbitados, con entera conciencia de su oficio..." (Octavio Corbalán, en "El centavo").
"Nandino es uno de los poetas más consistentes de México. Más auténticos también. Su larga trayectoria es una amplia curva, que conserva una intacta congruencia interior, sin rupturas consigo mismo, sin vacilaciones en el ritmo. Nandino es poeta vital y -acaso por lo mismo- es también un poeta de la muerte. Poeta de la muerte en el más amplio sentido de esta expresión. Es un hombre corroído por el ansia de inmortalidad, como diría Unamuno, pero provisto además de un gran denuedo interior. Nandino -se le nota- es terriblemente escéptico. Sin embargo, no es un desesperado. Habla de la muerte con la pasión de todo hombre auténtico, pero la asume con una valentía sin alardes. Con una entereza que no llega nunca a ser patética. Que por ello mismo, se aproxima muchas veces al tono clásico. Al tono justo. Al equilibrio irreprochable" (Salvador Reyes Navares en "La poesía en México"). Alfredo Hurtado, en "La poética de Elías Nandino", afirma que su obra "se remansa en paciente espera de exégesis".
-Maestro Elías, ¿qué opinión le merece la crítica literaria?
-Creo que ante la superabundancia de libros nacionales y extranjeros, es deficiente y hasta imposible. También en muchos parece parcial. En cuanto a mí, la conspiración del silencio siempre me estimuló a trabajar, aunque de tiempo acá soy muy recordado, pero no por esto dejo de advertir que se necesita una crítica justa, especialmente con los escritores jóvenes; desinflar los inflados y ayudar a los que lo merecen. Sabemos que hoy el éxito, las más de las veces, nace de la publicidad, y sabemos que el fracaso de muchos que valen, se debe al silencio de los que los condenan.
-¿Qué piensa de las técnicas literarias?
-En mis tiempos, la "Retórica" de Campillo era indispensable. Excepto los poemas a mi hermanita, todos los poemas que escribí después eran medidos y con rimas o asonancias. Fue en 1928 en el D.F., cuando el estridentismo estaba en boga, que la Universidad Nacional publicó mi primer libro: "Espiral", en el que me inicié en el verso libre. Sin embargo, después seguí escribiendo tanto verso libre como sonetos. Debo decir que hay poesía que sólo se acomoda en versos rimados y medidos. Yo así lo siento, y por eso en 1970 publiqué "Eternidad del polvo" en décimas y sonetos de ocho sílabas. Sin embargo, ahora, en mi recientemente publicado "Erotismo al rojo blanco" recurro a la poesía libre, porque así era necesario. Yo creo que la preceptiva literaria ayuda a que aprendamos a dominar el lenguaje y a la vez, también, a controlar el poema y a no dispersarnos. Creo que a muchos escritores los auxiliaría la teoría literaria, cuando menos -en un principio- los privaría del derroche de palabras tan abundante, y todavía más, los ayudaría a realizar la parte medular del poema. En mi caso particular, creo que saqué provecho con los sacrificios de la rima, la medida y los acentos, porque me obligaron a la búsqueda del lenguaje preciso, y a resolver en pocas palabras el concepto de cada décima o en cada soneto.
-¿Sobre la base de qué elementos usted cree que un escritor se hace? ¿Cree usted que a través del tiempo el escritor -en cuanto a "hacedor"- se va transformando?
-Sí. Creo que el escritor puede "transformarse" o "hacerse" a fuerza de trabajo, de escribir y de leer. La lectura no sólo nos enseña, sino a la vez nos descubre. Mas pienso también que es necesario traer ingénitamente un impulso o anhelo natural de crear. Si se tiene éste, todo lo que se aprenda hará crecer la facultad natural. Las universidades pueden enseñar literatura, pero nunca a crear, a poetizar. En el estudio algunos se reconocerán y encontrarán casi instintivamente la facilidad para crear, pero, si la vocación no es innata, resultará con el estudio un buen escritor, pero sin secreto creador y sin el poder de comunicación. Por mi experiencia en el taller literario, he encontrado asistentes que, para inscribirse, me llevan una muestra de lo que han escrito. Esta orientación ya me hace ver si hay imaginación, si hay hondura, entonces yo duplico mi interés por orientarlo. Si el aspirante, a mi entender psicológico, me parece diletante o un curioso por ver lo que puede hacer, también los recibo, examino sus trabajos algún tiempo y casi siempre él mismo deja de asistir. En mis alumnos, mi mejor deseo es hacer que tengan pasión verdadera por lo que hacen, que se vea una positiva entrega de ellos a lo que trabajan, y a la vez una curiosidad y una necesidad de superarse.
-¿Cómo enseña a sus alumnos en el taller literario?

-De antemano yo sé que no puedo enseñarles a hacer poesía o narrativa, pero sí puedo provocarles para que aumenten sus intentos por avanzar. Yo nunca les corrijo. Sólo les sugiero. Les marco lo inexpresivo, lo innecesario, los pleonasmos, las cacofonías o los errores de sintaxis. Pero nunca les cambio sentido a su significación, ni jamás me gusta herir su susceptibilidad. Les induzco siempre a que digan algo, a que sus trabajos no sean un elogio al lenguaje o mero preciosismo; que cada verso o renglón diga o se encamine a lo que ellos tratan de expresar. Les hago notar los ripios de metáforas, imágenes, que nada más las incrustan para que luzca el poema, pero que no tienen participación activa. Nunca me gusta hacer lecturas críticas con los demás alumnos hasta que no creo ya medio maduro el trabajo original. Los jóvenes son muy susceptibles y cualquier ironía o burla hacia sus trabajos, los destruye. Por otra parte, las críticas en grupo son nocivas porque cada uno da su opinión sobre un verso o sobre algún párrafo, y luego otro habla de otro verso u otro párrafo y así sucesivamente, de boca en boca es mordisqueado el texto y, si el interesado les hace caso, humillado corrige y se da cuenta de que ya su texto, con tantas mutilaciones, no es su texto; y si no corrige y las deja como las escribió, él mismo ve su trabajo inseguro, defectuoso, y acaba por perderle el interés.
-¿Quién, entonces, debe corregir al alumno?
-Por supuesto que el maestro, la corrección debe hacerla uno, pero leyendo el texto delante del alumno, lejos de los demás; enseñando a cada uno por separado en un momento que se debe buscar. Hay que hacer observaciones, sugerencias, adjetivaciones, pero sin herir lo medular del original. Me preguntaste además sobre la base de qué elementos un escritor se hace. Yo creo que la combinación que puede resultar del "no nacer escritor" y el "hacerse escritor", dará en resumen una literatura falsa, sin autenticidad, fría, quizás bien escrita pero momificada. Además, todos sabemos que el que nace escritor también tiene que hacerse. El que nació ya con el carisma, ahora le toca cultivarlo, acrecerlo, profundizarlo hacia afuera y hacia adentro. Nacer escritor es una responsabilidad que nos da el destino. Por lo mismo hay que cumplirlo, escribir sin descanso como el buen labrador cumple cultivando la tierra.
Elías Nandino es, en medio de sus tormentos y la noche, un hombre en busca de asidero, de un algo inmediato y redentor, que se hace esperar y lo obliga a apretarse consigo mismo, a refugiarse entre sus propios brazos, que lo obliga a descansar en su propio hombro. La soledad lo acompaña y en silencio testifica su gran amor al mundo que lo circunda, canta a su sincera humildad, uno de sus principios y el mejor y más alto ejemplo que deja en sus lectores. Su trabajo ha sido modelo dócil y sumiso que, sin embargo, jamás se rinde; como la calma del agua constante que horada la roca, porque desde su rincón, modestamente, descubrió el secreto que abre la puerta que da acceso al Olimpo. Y esto, quizás ni el mismo lo sepa, pues aunque su sabiduría es antigua, está más avocada al cientificismo que lo hace exclamar, como uno de los Karamazov de Dostoievski: "Yo no creo en Dios... pero creeré". Actitud que nos hace percibir una muralla sutil entre su obra y Aquél que no se nombra.
-Maestro Elías, ¿qué ha buscado a través de su trabajo? ¿Le ha sido revelado el secreto de la poesía?
-¿Qué es poesía?. Ni los mismos poetas saben definirla. Cada uno la siente y la expresa de manera distinta, con preocupaciones diversas o en afanes individuales. Ninguno sabe qué es la poesía, pero separadamente la busca, la intuye, la inventa, sueña... El poeta es un ser extraño que nació en este planeta no sólo para vivir, sino a la vez para indagar por qué y para qué se vive. Su reacción ante lo desconocido es rebelde, no sumisa; anhela, busca desentrañar el misterio. desde luego, cada poeta trae su preocupación, el aguijón de su duda, la curiosidad mística, del averno, profética... todos los poetas buscamos por caminos distintos las mismas verdades, el develar los mismos secretos, las realizaciones de las mismas esperanzas, pero todos -te digo "todos"- llegamos a la muerte con las manos vacías. ¿Qué es entonces la poesía?. Es la culminación de esas búsquedas, de estos titubeos, de estas reflexiones hechas durante siglos de siglos. Es, en suma, el conjunto de los gritos muertos de todos los poetas que han buscado la verdad de su origen y la razón de su vida.
-Usted ha afirmado que su poesía es usted.
-Desde luego: mi poesía soy yo. La siento que me nace y me habita como otra fuerza ajena, diferente a mi vida, que me obliga a crearla pensando con mi propio pensamiento. Me la explico como fuerza ingénita, como memoria de especie, como reverberación intuitiva, como un estado naciente y continuado de aventuras lejanas que anhelan despertar en mi memoria. Parece que no vivo mi vida, sino que la recuerdo. Por eso escribo. Porque el hombre tiene la facultad de reproducir las ideas concebidas, y para reproducirlas es necesario retenerlas; ese objeto de reproducirlas es recordar. La memoria es una facultad y el recuerdo un estado, éste en que vivo. Por eso, dice así mi epitafio: "En la soledad obscura de los párpados cerrados de este pozo, están guardados los restos de mi figura. Es todo lo que perdura de mi carne enardecida que, por arder sin medida, expiró, y me dio la suerte de no morir de mi muerte, a mí me mató la vida".
© Waldemar Verdugo Fuentes