5 de octubre de 2014

EL COCINERO DEL REY.

Con pejerreyes de plata, erizos espinudos de lengua oro viejo y un soberbio congrio que me ocupaba todo un brazo, regresé del puerto. El congrio estaba colgado de las agallas de la tienda del pescador: era el más soberbio pez del mercado. Lo abriré con mi cuchillo de ancha hoja y lo rellenaré con manzanilla fresca. Salvo este congrio, los grandes peces hoy parecían haberse escondido. Al abrirlo se destaja como la piedra al golpe del agua. El carbón de álamo encendido bajo el fondo de la greda con ajo machacado en salmuera asentará su sabor y le llevará a la boca a los reyes, mis amos de las sandalias de oro repujado. Así ni más les sirviera los pejerreyes en la gran fuente blanca, bastaría... que mi mano les sacie y les impida la pena este día especial. En lo que a mí respecta, hoy sí hay invitados mayores. Vendrá el viejo poeta que canta a la vida y su hija Elisa, ella, que llegará coronada de rosas. Les serviré y aplaudirán cuando gusten lo que preparo, y el rey permitirá que me quede, apoyado en el alféizar de la puerta, para ver las caderas ágiles de Elisa que baila con él, y el poeta con su majestad la reina, todos moviéndose al toque de mis palmas, luego del vino que llevan los erizos del mar. (Fragmento de "LIBRO DE LOS OFICIOS")