4 de abril de 2009

RELIGIÓN Y CIENCIA.

VIAJE AL INTERIOR DE UNO MISMO.
Por Waldemar Verdugo.
“El sentido de la vida emana de nuestro libre albedrío” -afirma el doctor Octavio Barona, para quien la relación básica del hombre con lo que le rodea es interna, no externa.
Por esto, entre más primitiva es la conciencia de la persona, más influye el medio externo sobre él, y le resta independencia. Es manipulable, y es la razón inmemorial del más fuerte que sojuzga al más débil, transformándolo a través de conductas repetidas en un bien de consumo y de servicio, sin tiempo en esta forma de encontrar sentido a su existencia. Esto desde siempre ha sido así, y desde siempre han existido algunos que han intentado romper estos patrones establecidos en la sociedad humana, rompiendo conductas dependientes al afirmar que uno es algo más que una identificación externa como base de supervivencia. Nos dice el doctor Barona:
“Entre los más antiguos, por supuesto, debemos rendir aquí tributo al sabio chino Lao-Tsze. En su Libro del Sendero leemos una filosofía estructurada en esta idea, la de que el hombre posee en su interior esta chispa del espíritu creador, la cual si es puesta en acción adecuada y construyendo puede conducir hacia límites insospechados en el sentido de vivir. Aquí y ahora. Sublimando nuestra conciencia, enseñándonos a no existir solo en función de nuestro medio externo, sino en nuestro interior en identificación plena con nuestra chispa del espíritu creador y con todo lo que existe para una adecuada expresión vital, que la vida en todos sus aspectos, tiempo tras tiempo, es únicamente un todo en la que existe cada hombre como individuo, con un estado de conciencia peculiar que expresa su singularidad. Por esto, la tarea primordial del hombre dentro de su sentido vital es espandir su conciencia, confiado en la seguridad de ser parte de algo más vasto, de ese espíritu creador que Lao-Tsze nombra Tao, ya no solo identificado con los intereses particulares de los elementos culturales de su tiempo, externos a él.”
Comprendida de esta forma, la vida no sería solo la expresión de un instinto de conservación, ni de una identificación con todo aquello que coincide con nuestro intereses primarios como la habitación, alimento, vestuario, sexualidad, sino, además debe ser una experiencia con personalidad propia y seguridad vital. Para el doctor Barona, el hombre adquiere su sentido vital “cuando en sí siente la presencia activa de cierta Voluntad Razonante, ¿puedes escribirlo en mayúsculas?” -nos dice. Para él, todo debe transcurrir dentro de una participación constante y vital, con todo aquello que nos rodea, dentro de los ámbitos de intercambio de valor por valor: “Así, participación deja de ser subordinación y manipulación, al identificarse uno con todo lo existente, en planos de sincronía. Plasmando el sentido del ser en todo y en todos a través de una forma adecuada de expresión auténtica: haciendo las cosas como si no se las hiciera, en honor al cumplimiento del oficio, nada más, expandiendo nuestro quehacer que en la vida se manifiesta como cierta presencia en todo. Pero para una adecuada expansión de nuestra conciencia es imprescindible la libertad personal, a través de acciones que reflejan nuestro libre albedrío y nos permite trascender, esforzándonos en un presente dinámico para hacer mejor las cosas a partir de uno mismo. Así, participación se vuelve relación en el tiempo en energía vital y en espíritu de experiencia existencial con todo lo circundante. Como lo expresa Lao-Tzse, los caminos del sentido de la vida son como un hombre siente, como vive y como se comporta en su participación, sintiendo y siendo lo que se siente.”
Nos dice el doctor Barona que él entiende que debemos usar la voluntad a través de nuestro libre albedrío “para equilibrar imaginación creadora con razón. Aprendiendo a hacer, no lo que quiere uno hacer, sino lo que uno necesita hacer, dictado por nuestro cerebro, a través de las influencias de la razón, que llevan a la verdad. Debemos aprender a suplir nuestros hábitos antiguos primitivos por otros superiores, cerebralizados. Debemos aprender a utilizar la energía de la vida en búsqueda de un propósito, de forma conciente y en armonía lo que deseamos y podemos realizar concientemente, en paz con el universo. Como científico, de esta forma entiendo el mundo espiritual: como una transmutación de energías que nos conducen a ver y entender, sentir y expresar la vida tal como es, y no como otros quieren que la veamos. La vida del universo es un cambio continuo, una transformación perenne, una evolución constante, y no podemos sustraernos de este ritmo vital y empezar a desintegrarnos y a morir en vida, sin hacer nada, porque siempre hay algo que hacer.”
El doctor Octavio Barona ha llevado una vida dedicada al servicio. Hizo sus estudios de medicina en la Universidad Nacional Autónoma de México, donde se graduó con una tesis versada en las causas síquicas de las enfermedades terminales. Es miembro de la Legión Mexicana de Honor, fue director de la Sociedad Mexicana de Higiene Natural y Presidente de la Sociedad Mexicana de Estudios Humanísticos. Disciplinado en Física Mental y Meditación, vivió un largo tiempo en Tibet, India y China. De regreso en México, preside la Sociedad Mexicana de Estudios Psicológicos que une a su trabajo médico, la investigación y la literatura, que me permitió conocerlo en la década de 1980, cuando tuve el alto honor de escribir el prólogo de su libro “Ensayos Taoistas” (1ª Edición Editorial Horus Exoterica, México, febrero de 1985). Ahora, he sabido los resultados de estudios que comenzaba a realizar entonces, a propósito de lo cual hemos hablado largamente, rescatando, en parte, una larga conversación que tuvimos y fue publicada en el diario UnoMásUno de la Ciudad de México entre el 27 de diciembre de 1987 y el 3 de enero de 1988. Para el doctor Barona, el sentido de la vida es estarse transformando continuamente, conscientemente, en libertad, y aceptar los cambios que sea que vengan es descubrir una vida nueva. Entendiendo que ninguna realización es definitiva y que ninguna meta es la final, que todo término es a la vez un principio de renovación. Nos dice: “He terminado de investigar ciertos mecanismos moleculares que concretan la acción del principio activo común en la planta Cannabis Sativa: el THC, un potente antitumoral que activa un proceso de autodigestión celular, la autofagia, que conduce a su vez a la muerte celular programada de células malignas, como algunos tipos de cáncer. Luego de trabajar con modelos animales, lo hice con muestras obtenidas de pacientes de algunos tumores cerebrales más comunes y agresivos y con síndrome de inmunodeficiencia terminales, reforzando mi idea del uso de cannabinoides como fármaco en terapias contra tumores que afectan al cerebro, así como parte de otras terapias combinatorias para enfermedades terminales que acaban con las defensas. Los cannabinoides promueven la muerte de las células tumorales mediante la acumulación de ceramida, un lípido muy abundante en las membranas celulares, y la acción de dos proteínas: p8 y TRB3, que estimulan la apoptosis, cierto tipo de muerte celular programada de las células malas. Este proceso, que puede inducir naturalmente el cerebro cuando el paciente está en condiciones de hacerlo, lo activan los cannabinoides como medicamento, activando este proceso de reciclaje que realizan las propias células. Pienso que esta investigación aportará una nueva estrategia antitumoral, porque he concluido diferentes tipos de autofagia que podrían regularse. Esta investigación no ha sido fácil, en especial por el cultivo que hice en laboratorio de Cannabis Sativa, porque eso implicó un tiempo de explicaciones a las autoridades para que entendieran cuál era mi intención, y por qué razón el laboratorio tenía que ser el jardín de mi casa, para utilizar el proceso natural de potencia del principio activo a medida que maduraba. Por fortuna he podido acudir al centro de células que tenemos en la Universidad, sin embargo, también trabajé con muestras de algunos de mis propios pacientes, y otras las obtuve en Estados Unidos, porque es increíble aquí la falta de almacenamiento científico que tenemos hoy. Pero todo cambia y los científicos lo vemos en el laboratorio cada día. Para existir en verdad es esencial que proyectemos todas nuestras intuiciones y razonamientos, más allá de nuestro cambio actual o experiencia de vida aquí y ahora, que todo forma parte del sentido. Es decir, debemos creer en la capacidad de creación de nuestras manos y nuestra mente, creernos que podemos dar, levantando nuestra auto estima en el servicio útil, eficiente, creativo, hecho con amor, en intercambio sereno de valor por valor con todo lo que nos rodea. Yo pienso que tener un sentido es saber servir con amor para ser servido con amor. Ser al no ser, como decía Lao-Tzse.”
(Fragmento de El Sentido de la vida,
© Waldemar Verdugo Fuentes.)