26 de octubre de 2009

EL PASTOR NEGRO.

EL PASTOR NEGRO.

El Mahatma Gandhi inspiró felizmente a líderes mundiales como el pastor negro cristiano Martin Luther King (1929-1968), el líder negro que revalidó en América el mismo espíritu que hizo posible la independencia de la India. La elección de Barack Obama en 2008 como presidente de Estados Unidos, en gran medida, ha sido posible gracias a la lucha que en su momento sostuvo el pastor Luther King con su movimiento de igualdad de razas, quien en su libro “Fuerza del amor” afirma: “Todo el concepto de Gandhi sobre el satyagraha, tenía para mi un significado profundo. Al irme adentrando cada vez en la filosofía gandhiana, mi escepticismo sobre el poder del amor disminuía progresivamente; llegué a comprender por primera vez que la doctrina cristiana del amor puesta en práctica por el método de Gandhi de la no-violencia, es una de las armas más potentes de que puede disponer un pueblo oprimido en su lucha por la libertad. La Biblia y las enseñanzas de Jesús me han dado el significado de la resistencia pasiva; las técnicas de su puesta en práctica las he tomado de Gandhi”. El objetivo de su vida fue la liberación de los negros en la sociedad norteamericana a través de la no-violencia, en que mucho influyó la política de Gandhi, a quien el pastor negro vuelve a citar en su obra “Por qué no podemos esperar” cuando afirma que “la tradición religiosa del negro nos preparó para la resistencia no-violenta similar a la de los cristianos primitivos que constituyó una ofensiva moral de una potencia tan arrolladora que conmovió al imperio romano. En su propio siglo la ética no-violenta del Mahatma Gandhi y de sus seguidores amordazó los cañones del Imperio Británico y liberado del colonialismo a más de trescientos cincuenta millones de personas, cuando la no-violencia en forma de boicot y de protesta quebrantó la monarquía británica y preparó así la plataforma para la ulterior liberación de las colonias de una dominación injusta”. La revolución no-violenta del pastor Luther King transcurrió en Estados Unidos de dulce y amargo. Fue un camino duro pero fructífero. Uno de los sucesos más sombríos para el líder negro fue el que vivió en 1936, cuando en Viernes Santo fue a parar a la cárcel de Birmingham, enfrentado a justificar una de sus acciones no-violentas ante el soberbio concejal Bull Connor, represor de los hombres de color, y también ante sus amigos negros y compañeros sacerdotes cristianos y demás pastores, que lo hubieran preferido más discreto, según narra la situación en una memorable carta que escribe desde la prisión, el 16 de abril de ese año (fragmentos): “Mientras me hallo recluido aquí, me llegó la calificación vuestra a mis acciones de poco hábiles e inoportunas. Son pocas las veces en que me detengo a responder críticas formuladas contra mi trabajo e ideas. Si tratase de contestar a todas las críticas, a mi no me quedaría ni un instante para realizar una tarea constructiva. Pero, como os creo hombres de intenciones fundamentalmente buenas y que vuestras críticas son sinceras, intentaré responder a vuestra declaración con unas pocas palabras... Estoy en la cárcel de Birmingham porque también está aquí la injusticia. Así como los profetas del siglo VIII antes de Cristo abandonaban sus pueblos y difundían su mensaje divino muy lejos de los límites de sus ciudades originarias; así como el apóstol Pablo dejó su pueblo y difundía su mensaje divino muy lejos de su pueblo más remoto, así me veo yo también obligado a difundir el Evangelio de la Libertad, allende los muros de mi ciudad de origen; soy consciente de la interrelación existente entre todas las comunidades y los Estados. No puedo permanecer con los brazos cruzados en Atlanta sin sentirme afectado por lo que en Birmingham acontece. La injusticia en cualquier parte que se cometa, constituye una amenaza para la Justicia en todas partes. Nos encontramos cogidos dentro de las ineludibles redes de la reciprocidad, unidos al mismo carro del Destino. Cualquier cosa que afecte a uno de nosotros directamente, nos afecta a todos indirectamente. Quienquiera que viva dentro de las fronteras de los Estados Unidos tiene derecho a que no se vuelva a considerar nunca más forastero en el territorio de la nación. Deploráis las manifestaciones que tienen lugar aquí, pero todavía es más lamentable que la estructura del poder blanco de la ciudad no dejase a la comunidad negra otra salida que ésta. Toda campaña no-violenta tiene cuatro fases básicas: primero, la reunión de los datos necesarios para determinar si existen las injusticias; luego, la negociación; después, la auto purificación; y, por último, la acción directa. Hemos pasado en Birmingham por todas estas fases. Hasta los seminarios para aleccionar sobre la no-violencia, donde nos preguntamos reiteradas veces: “¿Sabrás aceptar los golpes sin devolverlos?... La acción directa no-violenta trata de crear una crisis tal, y de originar tal tensión, que una comunidad que se ha negado constantemente a negociar se ve obligada a hacer frente a este problema, que ya no puede desconocer bajo ningún concepto. Podrá parecer raro que yo cite la creación de un estado de tensión como parte del trabajo que incumbe al resistente no-violento. Pero no me asusta la palabra “tensión”. No me dejaré de oponer siempre a la tensión violenta, pero existe una clases de tensión no-violenta necesaria para el crecimiento. Así como Sócrates creía que era necesario crear una tensión en la mente para que los individuos superasen su dependencia respecto de los mitos y de las semi verdades hasta ingresar en el recinto libre del análisis creador y de la evaluación objetiva, así también hemos de comprender la necesidad de la tensión social no-violenta creadora que sirve de acicate para que los hombres superen las oscuras profundidades del prejuicio y del racismo, elevándose hasta las alturas de la comprensión y de la fraternidad. La meta de nuestro programa de acción directa radica en crear una situación crítica que desemboque necesariamente en una salida negociadora. Sabemos por una dolorosa experiencia que la libertad nunca la concede voluntariamente el opresor. Tiene que ser exigida por el oprimido. Hace años que estoy oyendo esa palabra “Espera”. Suena en el oído de cada negro con penetrante familiaridad. Este “espera” ha significado casi siempre “nunca”. Tenemos que convenir con uno de nuestros juristas más eminentes en que “una justicia demorada durante demasiado tiempo equivale a una justicia denegada”. Estoy de acuerdo con San Agustín en que “una ley injusta no es tal ley”...
El pastor Luther King se pregunta: ¿Cómo se sabe si una ley es justa o no lo es? Y afirma, desde la cárcel de Birmingham, que “una ley justa es un mandato formulado por el hombre, que cuadra con la ley moral o la ley de Dios. Una ley injusta es una norma en conflicto con la ley moral. Para decirlo con palabras de Santo Tomás de Aquino: “Una ley injusta es una ley humana que no tiene su origen en la ley eterna y en el derecho natural. Toda norma que enaltece la personalidad humana es justa; toda norma que degrada la personalidad humana es injusta”. Los mandatos legales segregacionistas son injustos, porque la segregación deforma el alma y perjudica a la personalidad; da al que segrega una falsa sensación de superioridad, y al segregado una sensación de inferioridad asimismo falsa. La segregación acaba relegando las personas a la condición de cosas. Por eso, la segregación es, además de inadecuada política, económica y sociológicamente, moralmente equivocada... Algunas veces una ley es justa por su texto e injusta en su aplicación. Por ejemplo, se me arrestó por manifestarme sin permiso. Ahora bien: nada hay de malo en que exista una ordenanza que exija un permiso para manifestarse. Pero esta norma se vuelve injusta cuando es puesta al servicio de la segregación, porque simplemente no dejan manifestarse a los negros, denegando a todos los ciudadanos el derecho de reunión y protestas pacíficas... Bajo ningún concepto preconizo la desobediencia ni el desafío a la ley, que nos llevaría a la anarquía. El que quebranta una ley injusta tiene que hacerlo abiertamente, con amor, y dispuesto a aceptar la consiguiente sanción. Opino que un individuo que quebranta una ley injusta para su conciencia, y que acepta de buen grado la pena de prisión con tal de despertar la conciencia de la injusticia en la comunidad que la padece, está de hecho manifestando el más eminente respeto por el Derecho. Naturalmente no hay ninguna novedad en esta clase de desobediencia civil... la practicaron de modo soberbio los cristianos primitivos, que estaban dispuestos a enfrentarse con leones hambrientos, con el dolor insoportable de la tortura antes que someterse a ciertas leyes injustas del Imperio romano... Tengo que confesarles honradamente dos cosas, hermanos míos cristianos y judíos; tengo que confesar, primero, que en los últimos años he quedado profundamente desencantado del blanco moderado. Casi he llegado a la triste condición de que la rueda de molino que lleva amarrada el negro y que obstaculiza su tránsito hacia la libertad, no proviene del miembro del Consejo de Ciudadanos Blancos, o del Ku Klux Klan, sino del blanco moderado que antepone el “orden” a la justicia; que prefiere una paz negativa, que supone ausencia de tensión, a una paz positiva que entraña presencia de la justicia; quien dice siempre: “Estoy de acuerdo con el objetivo que usted se propone, pero no puedo aprobar sus métodos de acción directa”, que cree que puede fijar un plazo a la libertad del prójimo... Resulta mucho más desconcertante la aceptación tibia que el rechazo sin límites... Por lo demás, los que seguimos la senda de la acción no-violenta no somos quienes creamos la tensión. Nos limitamos a traer a la superficie la tensión oculta que se hallaba en estado latente desde mucho antes. La sacamos a la luz, porque así se la puede ver y actuar en consecuencia”. Las luchas inspiradas por el pastor negro comenzaron con insignificantes boicots a los almacenes del pueblo que trataban de mal modo a los vecinos negros que llegaban a comprar, pero el primer esfuerzo del pastor negro era llevar a sus militantes a “examinar y bruñir las armas fundamentales: su corazón, su conciencia, su valor y su sentido de la justicia. Podemos hacernos libres a nosotros mismos”. El primer día del mes de diciembre del año 1955, la empleada negra Rosa Parks se niega a ceder el asiento a un blanco en un bus en la ciudad de Montgomery. Es arrestada. Los negros se rebelan con furia, pero Luther King los convence de iniciar una resistencia pasiva frente a la injusticia: el boicot a los buses. Los negros comienzan a ir a su trabajo a pie o en los automóviles de otros negros, que los transportan gratuitamente. Las autoridades creen que el hecho es una protesta aislada, pero a los cincuenta días de resistencia, los buses recorren vacíos las calles y la compañía sufre pérdidas millonarias. Así, las autoridades deciden actuar contra Luther King y, acusado de conducir su vehículo a 50 k/h en una calle en que la velocidad máxima permitida era de 40 k/h, es arrestado y conducido a la cárcel, donde escribe: “Nunca había tenido problemas con la policía, no sabía que querían de mí. Cuando me detuvieron y el furgón policial partió velozmente, comencé a orar: sabía que podían llevarme fuera de la ciudad y dejarme medio muerto al borde de una carretera. Recuperé el ánimo cuando vi el letrero luminoso de la Prisión de la ciudad. Menos mal. La prisión no me asusta”. La noticia de su arresto despertó a los negros que se ubicaron en las afueras de la prisión, cubriendo las calles circundantes, silenciosos pero en actitud amenazante, lo que obligó al alcaide a ponerlo en libertad. Las autoridades de Montgomery, entonces, se valen de un juez complaciente, quien declara que el transporte en vehículos particulares realizado por los negros en esta campaña, es ilegal. Se cita a Luther King, quien apela de esta decisión a la Corte Suprema, que declara inconstitucional la segregación racial en los buses, y en diciembre de 1956 la decisión final entra en vigencia: en el primer bus integrado sube el pastor negro Luther King, un pastor blanco, y Rosa Parks, marcando una acción no-violenta insigne entre las que marcan el inicio del fin de la segregación racial en Estados Unidos. En 1962, en Alabama, el pastor negro incita a no comprar en los establecimientos que ostentan emblemas segregacionistas, y algunos negocios disminuyeron sus ventas en un cuarenta por ciento.
El año 1963 conmovió al mundo negro libre. En Estados Unidos continuaba la segregación a pesar de ser ese año el centenario de la cancelación de la esclavitud en el país, firmada por el legendario presidente Abraham Lincoln. Pero la realidad era que la segregación había llegado a un punto insostenible, la renta de los negros era la mitad de los blancos en un mismo empleo, el negro americano veía que en otros continentes había Estados negros que alcanzaban su independencia política, y en las Naciones Unidas hombres de Estado de color daban su voto en asuntos que tenían influencia en todo el mundo, mientras ellos aún no tenían derecho a voto en muchas ciudades de su país, seguían excluidos de muchos restaurantes, lineas de transporte, centros de diversión, universidades; ellos seguían segregados y humillados y es cuando Martin Luther King se levanta como uno de los más fuertes líderes mundiales simbolizando la pura indignación de su raza, que ha entendido que “el enemigo con el que se enfrentaba el negro dejó de ser el individuo que le había estado sujetando a la opresión, para convertirse en el sistema defectuoso que permitía esta actitud por parte del individuo”. Sofocando otros líderes de color que preconizaban la violencia porque estaba aferrado a la idea fija de que la violencia no puede ser frenada con violencia. Por eso propone sin dudas la acción, pero no una acción que sea copia de la acción del materialismo dominante, sino una acción inspirada en la no-violencia del amor, la única posible de romper la espiral de violencia humana. Decía él: “La no-violencia es un arma poderosa y justa; es un arma sin comparación en la historia, que corta sin herir y ennoblece a quien la esgrime. Es la espada que sana. Respuesta moral a la vez que práctica a la petición negra de justicia; la acción directa no-violencia demostró poder ganar victorias sin perder guerras”.
El 22 de noviembre de 1963, el mundo libre y en especial Estados Unidos reciben con tristeza la noticia del asesinato del Presidente J.F. Kennedy en Dallas. El pastor negro de él había recibido el mayor apoyo en su lucha por acabar con la segregación racial, cuya influencia seguiría más allá: a comienzos de 1964 el Congreso norteamericano aprueba la “ley de derechos civiles” como un homenaje a la memoria de Kennedy. También ese año Martin Luther King recibe el Premio Nobel de la Paz, “por haber sostenido con firmeza y continuamente el principio de no-violencia”, y recibe el apoyo decidido a su causa del Papa Paulo VI, quien compromete desde entonces como posición el apoyo de todos los católicos a su causa de acabar con la segregación racial en el mundo, hecho que aún está lejos de acabarse, y hace de estas figuras pioneras una fuente de inspiración vigente. En una época en que se ve tanta segregación racial que uno llega a pensar que sólo seremos una sola raza cuando encontremos (o nos encuentren) seres extraterrestres y entonces pasemos a ser “nosotros y ellos”. .
Lo cierto es que la aplicación estructurada de violencia en la historia de la humanidad ha suscitado, inevitablemente, reacciones violentas. Usando términos políticos, la violencia reaccionaria ha generado violencia revolucionaria. Las revueltas de esclavos contra los amos es anterior a Cristo, que cuando vino al mundo capturó con su mensaje a muchos de los contrarios al violento régimen romano; en la Edad Media, revueltas de campesinos o siervos contra los señores, son a lo que representan en la historia contemporánea las revoluciones sociales contra clases dominantes o regímenes opresores, que surgen como reacción a algún tipo de violencia. La historia nos ha enseñado que la violencia genera mas violencia que cuesta miles de vidas humanas hasta ahora, muchas veces amparados por una mala interpretación de ideologías, como sucedió con el marxismo comunista, o en ideologías que hacen de la violencia el medio principal de su acción, como el anarquismo.
“La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases”, es una de las primeras frases del “Manifiesto Comunista” (publicado por Marx y Engels en 1848) y contiene la tesis principal marxista respecto a la diferencia de clases, uno de los aspectos esenciales de esta filosofía social, que, si bien presenta formulaciones obsoletas hoy día (como la de que las sociedades humanas se dividieron siempre en dos clases: los opresores, o clase dominante, y la de los oprimidos, o clase dominada, que se considera simplista y superada por la evolución social y tecnológica), también rescata formulaciones perfecta (que algunos hermanan con el cristianismo, no por nada al comunismo se le llamó en sus comienzos “el nuevo cristianismo”) como la que enuncia que el hombre oprimido, el proletariado, tiene una misión en cierto sentido mesiánica: la de lograr, a través de su propia emancipación, la libertad definitiva de la sociedad entera de todo antagonismo de clase. Desafortunadamente se ha puesto en práctica esta intención utilizando la violencia para llevar a cabo lo que podría ser una revolución final, de destruir la clase dominante, de instaurar un nuevo Estado y de preparar de esta manera el advenimiento de la sociedad sin clases. Es decir, quienes han utilizado el marxismo, a la manera inmemorial política, han utilizado al pueblo como carne de cañón, en varios aspectos, como ser directamente en la guerra o sin preparar al oprimido y exigiéndole con resultados inmediatos enfrentar una acción para la cual no tiene el conocimiento que a otros tomó años lograr.
Al respecto es un caso señero lo que vivimos en Chile a partir de 1970, cuando asumió el gobierno el doctor Salvador Allende y muchas industrias nacionalizadas que quedaron en poder de los obreros terminaron quebradas porque el trabajador no estaba preparado para tomar a su cargo la producción, no tenía preparación cultural para asumir la responsabilidad de ser dueño del producto de su trabajo. Lo que se unió al abandono de sus puestos de trabajo, de uno y otro bando, para asistir a las diarias manifestaciones públicas, que desencadenó un caos de suministro básico absoluto, lo que despertó el mercado negro, el favoritismo, el sabotaje, y culminó en 1973 cuando toma el poder el general Augusto Pinochet y una junta militar de gobierno, utilizando la violencia como pocas veces se vio en el siglo XX. Los que vivimos ese 11 de septiembre no podíamos creer que nadie podía salir de sus casas mientras era bombardeado el Palacio de La Moneda. Por supuesto que en el fracaso del marxismo en Chile intervinieron poderes oscuros que involucraron, como después hemos ido sabiendo, gobiernos e intereses extranjeros, los propios intereses de los privados en el país, otras ideologías y extremistas, pero es cierto que si los trabajadores hubiesen estado preparados para asumir el momento histórico que significaba al ascensión al poder en forma señera de un presidente marxista elegido por votación popular, si hubiésemos estado preparados, quizás hoy esa época no sería recordada como la más dolorosa de nuestra historia.
Tampoco en Rusia ni en China (considerando los ejemplos más importantes) existía un proletariado como Marx tenía previsto. Simplemente porque, aún hoy, no existe el desarrollo necesario e inevitable de poseer de la fuerza revolucionaria que podría llevar a cabo el acto revolucionario comunista. Entonces ocurrió lo que hemos visto: Lenin, primero, y luego Mao Tse Tung cambiaron la teoría original comunista; Lenin confiriendo al Partido y dentro del Partido a los dirigentes, que debían reemplazar en cierto modo a “las fuerzas de producción unidas y conscientes” necesarias que no existían en la Rusia zarista, y Mao Tse Tung, en un país donde el proletariado industrial era casi inexistente, y el campesino pasivo y totalmente disperso, entonces, reemplazó, sin más, el proletariado marxista (resultado de un proceso económico) por la fuerza militar del ejército popular chino, formado y dirigido por comisarios políticos, que desempeñan el papel de agentes revolucionarios. Así ha ocurrido en todas las naciones comunistas, donde no ha sido o es el proletariado el que dirigió o dirige la revolución o el Estado marxista, sino los dirigentes del Partido, quienes se arrogan (más o menos a la fuerza) la representación de todos los trabajadores. Debemos distinguir la filosofía de Marx y Engels de la práctica que se le ha dado, llámese marxismo-leninismo, militarismo de Mao predicando que “el marxismo salvará a China”, o el comunismo castrista contemporáneo.
(Fragmento de “Perspectiva de la No-Violencia”)
(c)Waldemar Verdugo Fuentes, 2009.

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