22 de diciembre de 2007

AÑO NUEVO PARA EL HIJO DEL HOMBRE

AÑO NUEVO PARA EL HIJO DEL HOMBRE

Año 2007-2008

A las doce de la noche
todos los gallos cantaron
y en su canto anunciaron
que el niño Jesús nació.
Y he aquí a unos hombres
que eran reyes y magos...

El Hacedor de Milagros, llamado Jesús el Cristo, hijo de María, nació consagrado con los adornos de la desnudez, el destierro y la pobreza. Por este medio Dios humanizó a Su enviado hermanándolo con los más humildes de Su vasto reino. Fue la boca de una gruta subterránea el primer Templo de la Luz justa que para los rectos de corazón también nacía esa primera candidísima aurora. Envueltos en las tinieblas de la noche que ocupaban el mundo, resultó que habían entrado María Virgen y José el carpintero, buscando refugio, en aquella gruta de Belén. Allí, como estaba escrito, explotó un resplandor como de 10.000 soles que no daña, excitando gran consuelo y lágrimas de paz en los dos elegidos: ellos hincados de rodilla, alabaron y dieron gracias por tal beneficio, que, no ignoraban, había sido dispuesto por los ocultos designios de la Sabiduría primigenia.
La cueva era toda de peñascos naturales y toscos, sin género de artificio, que desembocaban en la negritud que se perdía al fondo, y juzgada por conveniente sólo para albergue de animales. En la entrada misma, la milicia celestial de ángeles montó guardia, ordenados en forma de escuadrones, tal cual hacían cuerpo de guardia ante su rey Inmenso. Estaban los ángeles, entonces, manifestados en forma corpórea, tal cual se manifestarían en lo sucesivo a José, que gozaría de este favor para aliviar y fortalecer su corazón y prepararle para los sucesos que habían de ocurrir. María Virgen determinó limpiar con sus propias manos el lugar en que sería recibido su hijo, propiciando lo más posible la gracia de que estaba envestida, que la embargaba de humildad. Trabajaba también como rito necesario de rendir a su unigénito digno de toda reverencia. Parecía olvidada de todo, hasta que oyó a José suplicante rogándole que no le quitara lo que también pedía su corazón, mientras, adelantándose comenzaba a limpiar el suelo y los rincones de piedra; ambos continuaron haciendo igual. Y porque estando viendo esto los ángeles, conocieron tan humilde acto sólo en forma humana posible. Al instante, emulando con la venia de María, ayudaron con prestancia, despejando y aromando todo de fragancia. José encendió fuego porque el frío era grande y ella y él y los ángeles que les ayudaron, comieron con inusitada alegría. Aunque María Virgen, vecina la hora del alumbramiento, no hubiese probado bocado si no hubiera mediado la obediencia a su esposo, que le pidió comer. Dieron las gracias al Señor como acostumbraban después del alimento, y, María Virgen, pronta su hora, rogó a José que descansara y durmiera; obedeció y le rogó que ella hiciera lo mismo, para lo cual, el hombre había acomodado con las ropas que traían un pesebre que estaba en la cueva para servicio de los animales. Y dejando a María allí descansando, se retiró asimismo a un rincón y cayó en el sueño; se diría que de inmediato José fue invadido del Espíritu Santo y fue arrebatado en éxtasis. El hombre no volvería en sus sentidos hasta no ser nombrado por su divina esposa; no dejaría de soñar hasta no ser llamado por María; de tal fuerza, se cuenta el sueño que tuvo José, compañero de María, madre del Hacedor.
La fuerza del sueño de José era una fuerza suavísima y extraordinaria que lo arrebataba del suelo y, a cierta altura, le permitía ver todo lo que sucedía, allá, abajo, donde nacía su hijo que parecía brotar del centro mismo de la luz inmensa que desdibujaba a María. En el lugar en que estaba su compañera vio como si todo se moviera de otra fuerza inusitada, que no dejaba de estar, al mismo tiempo, quieta, en paz embargada. Vio José la visión clara de la divinidad y en su disposición vio la gloria y plenitud de la ciencia que había hecho de él un carpintero; vio a María danzando en un campo de flores amarillas cuando la conoció; vio el corazón de la mujer rojo como su propio corazón del que comenzaba a brotar una luz poderosa que no dañaba a sus ojos: en esa luz vio el entendimiento de las cosas que nos rodean y de las que no vemos. No lo podía explicar, ni entendía su visión adecuadamente. Sólo sabía que era divina la humanidad de su hijo, tal como se le había insinuado antes. Lo verdadero aquí es que cualquier abundancia y fecundidad hace pobre de razones lo que pasó por el cerebro de José, lo que pasó por su razón no lo sabremos. Sólo se sabe que vio a María con humildad suprema hincada hasta el polvo, la vio deshecha todo en presencia del corazón de la Luz magnífica. Y la vio levantarse en majestad, envuelta en visión beatífica un tiempo largo inmediato. Vio que al tiempo que volvía ella, con la mirada esa que nunca dejaría de acompañarla, al tiempo que volvía en sus sentidos, acarició con sus labios todo el cuerpo del niño milagroso; lo reconoció todo y lo renovó en júbilo y besos, causando en la propia alma de José toda la alegría, la más alta felicidad que el pensamiento pueda sentir... se veía tan hermosa su compañera, tan refulgente, que no parecía criatura terrena; se veía tan espiritualizada... Y su rostro despedía rayos de luz que envolvían su semblante gravísimo con admirable majestad. José supo que nació de María Virgen el Dios y hombre verdadero, el Dador. Y lloró. Era el niño Dios también suyo, y suspiraba. Y José se hizo también limpio y claro, le envolvió la propia refulgencia de María, porque la de ella era virginal entereza. Y si alguna vez dudó ya no lo recordaba más. Nació Jesucristo solo y puro, sin el cordón del que nacen comúnmente enredados los niños que se nutren envueltos en los vientres de sus madres. Y José veía en María todo lo que se expresa en la vida de posible y más. Vio cómo envolvió al niño en paños y lo reclinó en el pesebre. Reparó en los dos ángeles que en forma corpórea asistieron el misterio; los vio cuando se inclinaban ante ella en incomparable reverencia.
A José le pareció que todo esto sucedió en breve espacio, pero sabía que se habían cumplido los misterios de los Cantares. Antiguas crónicas narran que, entonces, dijo José: “Señor, Altísimo Hacedor, mirad el linaje humano con misericordia. Cuando merezcamos Vuestra indignación, pensad en Tu Hijo y mío. Descansa en Tu justicia y magnifíquese Tu misericordia. Redímenos y suple nuestras insuficiencias para serviros y servir al hijo del hombre, que si has hecho Tu verbo divino similar a lo mortal y perecedero Te merecemos; no somos menos que el sol o el mar. Así nos crece incomparable dicha al poder entregar el amor, cuidado y desvelo para Dios entre nosotros. Consuélense los afligidos y los que van cargados en Tu camino; que rían los tristes y levántense los caídos; cálmense los violentos; anímense los turbados, y que todas las generaciones magnifiquen Tu nombre en Éste que ha nacido. Oh Renovador de maravillas. Da Tu pan al que no lo tiene; perdona al ladrón; quita el terror de los ojos de los niños; haz como cordero manso al que se hace como el león; al poderoso, ríndelo por tu solo nombre. También por Tu solo nombre invocado sánense los hombres. No dejes que el corazón se haga tardío o pesado de envidia y estupor. Y de ella, Oh dios, de ella, María, de María, oh dulce voz que guarda mi alma, de ella todo sea siempre preservado, que no sea ofensa el beso de mis labios a sus labios benditos, oh sus labios bendecidos entre todas las criaturas...”
Y José se huyó en el sueño. Todo en el cielo estaba desierto de seres. Toda la corte celestial se había allegado allí, en la humilde cueva de Belén donde nació el Hacedor. José volvió del éxtasis mediante la voluntad de su divinísima esposa que lo nombraba con dulzura, y restituido en sus sentidos, lo primero que vio fue al niño Jesucristo en los brazos de su madre, arrimado a su pecho; allí le adoró con lágrimas, besóle los piecesitos con júbilo y admiración prudentísima que lo arrebataba y parecía disolverle la vida. En un fugaz instante, como si temiera perder los sentidos, precisó que era necesario hacer uso de ellos ahora. Y ayudó a María a acomodarse, que hasta entonces había estado de rodillas, y administrando los fajos y pañales, envolvió con ellos al niño en plena reverencia y devoción; luego, en sabiduría plena, lo reclinó en el pecho de María, ya en el pesebre, y, como narra el apóstol Lucas, aplicando algunas pajas y heno a una piedra, acomodó el primer lecho que tuvo Dios hecho hombre en la Tierra. Vinieron luego, por voluntad divina, un buey y otros animales de aquellos campos, ubicándose alrededor y calentando con su aliento el aire, en acto de plena adoración al niño Dios, cumpliéndose la profecía: “que conoció el buey a su dueño y el jumento al pesebre de su señor, y no lo conoció Israel, ni su pueblo tuvo inteligencia”.
Y la multitud de las huestes celestiales alababan a Dios, y en el cielo y en la Tierra se proclamaba la buena nueva: ¡Había nacido el hijo de Dios! A unos kilómetros de Belén se hallaban unos pastores que recibieron la visita de un ángel que les comunicó (San Lucas, II: 8-18): “No temáis, porque he aquí que os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo. Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo, el Señor. Y esto os será por la señal: hallaréis al niño envuelto en pañales echado en un pesebre”. Y repentinamente fue con el ángel uno la multitud de los ejércitos celestiales que alababan a Dios y decían: “Gloria a Dios en las Alturas y en la Tierra Paz a los hombres de buena voluntad”. Y aconteció que como los ángeles se fueron ellos al Cielo, los pastores se dijeron los unos a los otros: “Pasemos pues hasta Belén y veamos esto que ha sucedido, que el Señor nos ha manifestado”. Y el camino que llevaba a la cueva sagrada se llenó de pastorcillos que iban a adorar, y sobre el cielo, en sus cabezas una estrella maravillosa iba alumbrando el camino que, narran las crónicas, también fue seguido el resplandor por tres Reyes de Oriente que esperaban la buena nueva.

Año Nuevo con Reyes Magos

La adoración de los Reyes Magos nos la transmitió el Evangelio según San Mateo, cuando dice: “Nacido Jesús en Belén de Judea, en los días de Herodes el Rey, he aquí que unos magos, venidos de las regiones orientales, llegaron a Jerusalén diciendo: ¿Dónde está el Rey de los Judíos que nació? Pues vimos su estrella en el Oriente y venimos a adorarle”. En verdad, hoy se dice, estos hombres no eran ni reyes ni eran magos; se trataba de tres astrónomos de la Escuela de Astrología de Sippar en Babilonia. Como se ha dilucidado, los caldeos fueron uno de los pueblos de la antigüedad más avanzados en el conocimiento de los astros, siendo la de Sippar la primera Escuela formal que se conoce para el estudio de los fenómenos celestes. Ahora bien, desde la época de Nabucodonosor, que conquistó al pueblo judío y llevó a sus tierras gran número de ellos en calidad de esclavos, las principales actividades de Babilonia estaban infiltradas, por decirlo de algún modo, de israelitas. Por lo que se dice hace mucho que estos tres hombres eran astrónomos posiblemente judíos del país de Babilonia.
La historia de los Reyes Magos, en la tradición escrita, aparece en el siglo III, cuando se les nombre en el "Opus Imperfectum in Hattheum”, en que se les cita sin mentar nunca su fisonomía, sus nombres o sus edades. En el “Libro de Set”, redactado en la región de Edessaa a finales del mismo siglo III, se les alude nuevamente: “A las puertas mismas del Oriente y en las costas del océano, había un pueblo que conservaba un libro atribuido a Set, sobre esta estrella que iba a aparecer y el género de presentes que habrían de ser ofrecidos, tanto que pasaba por haber sido transmitido a través de diversas generaciones de padres a hijos y entre los hombres de ciencia. Este pueblo había elegido entre los suyos a doce hombres, los más sabios y más vinculados a los misterios celestes, a los que habían encargado de esperar la aparición de la estrella. Si uno de ellos moría, su hijo o la persona a él más allegada venía a ocupar su lugar. Se les llamaba Magos por el mismo hecho de su lenguaje, al glorificar a Dios en silencio, sin palabras, en un lenguaje secreto. Cada año, tras la recolección de las cosechas tenían por costumbre ascender a una de las cumbres de su país, llamada Monte Victoria, en una de cuyas laderas se abría una caverna acogedora de fuentes y arboledas, y llegados a ella se hacían abluciones después de rogar y alabar a Dios en silencio durante tres días. Y así cada generación. Vivían siempre atentos, con el temor de que no fuera en su tiempo cuando apareciese la estrella de la felicidad, hasta el día en que apareciéndose por encima del Monte Victoria y ofreciendo el aspecto de un niño y por encima el aspecto de una cruz, la estrella se dirigió a ellos, les hizo revelaciones y les empeñó a partir para Judea. En ruta, la estrella les precedió durante dos años, y nunca ni el alimento ni la bebida faltaron en sus sacos de provisiones... A su retorno continuaron honrando y glorificando al Altísimo, con más entusiasmo, si cabe; su predicación se extendió a todos los ámbitos de su país, captando un buen número de creyentes. Y años después, tras la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, cuando el apóstol Tomás arribó a su provincia, se unieron a él, y una vez bautizados, le ayudaron en su predicación”.
Esta es, pues, delimitada en sus principales rasgos la leyenda de estos tres hombres. A partir de entonces, primero la iconografía se abocó a materializarlos. En el siglo XII se nos presentan ya como personas bien conocidas; cada uno con su nombre, una edad, un título, una fisonomía particular. Pero esto se logró paulatinamente: así, en el siglo V, San León, Papa, fijó su número definitivamente en tres, cercenando una leyenda que hablaba de cuatro Reyes Magos, siendo el cuarto un sabio que se perdió en el camino desde Babilonia, y que sólo llegaría a conocer a Jesucristo 33 años después: cuando el Hacedor iba cargado con la Cruz camino al Gólgota; antiguas crónicas hablan de él ayudando a cargar el Madero al Redentor. Se dice que a la muerte de Jesucristo se integró a los cristianos errantes y pudo haber esparcido, entre otros conocimientos, la Escuela de la Qabalah, que estudia la relación entre las letras y los números, ayudando a los apóstoles a escribir los Evangelios del Nuevo Testamento. La Qabalah es un tipo de sabiduría tradicional que pretende tratar en toda su extensión los problemas del origen y naturaleza de la Vida y la evolución del Hombre y del Universo.
La palabra Qabalah deriva de una raíz hebrea (QBL) que significa "recibir", también "tradición", es, por tanto, la sabiduría secreta transmitida oralmente de maestro a discípulo. Históricamente, el conocimiento del cuarto Rey Mago es la enseñanza Mística Judía que se refiere a la interpretación iniciática de las escrituras hebreas, y ha influido notablemente en teólogos y filósofos renombrados como Ramón Llull (1315) metafísico escolástico y alquimista; el Papa Sixto IV (1484); Pico de Mirándola (1494); John Reuchlin (1522) que hizo renacer la Filosofía Oriental en Europa; H. Cornelius Agrippa (1535); Jerónimo Cardan (1576); Guillermo Postel (1581); Juan Pistorius (1608); Jacob Boehm (1624); el rosacruz Robert Fludd (1637); Henry More (1687); el jesuita Athanasius Kircher (1680); Knorr von Rosenroth (1689). Entre los exponentes más cercanos, podemos destacar a John Baptist von Helmont, el físico que descubrió el hidrógeno, Baruch Spinoza, el filósofo judío alemán excomulgado y "ebrio de Dios", el Dr. Henry More famoso especialista de Platón en Cambridge, y el escritor argentino Jorge Luis Borges, que en el siglo XX la acercó al público lector a través de múltiples referencias en sus populares obras literarias. El origen de la Qabalah se pierde en las brumas del tiempo, porque siendo una tradición oral, no se conservan registros de sus orígenes, sin embargo, se pueden vislumbrar ciertas evidencias de que sus raíces se remontan hasta los rabinos hebreos que florecieron en los tiempos del segundo templo, alrededor del año 515 antes de Jesucristo, siendo el cuarto rey mago descendiente del grupo que sufrió cautiverio como hebreos en Babilonia, que los condujo a la formación de esta filosofía, por la influencia de la tradición y dogmas caldeos sobre la tradición hebrea, remontándose la Qabalah a aquellas Escuelas Místicas que poseían el saber recóndito en los tiempos bíblicos como el de Samuel, los Esenios, y Philo. El hecho es que no puede demostrarse históricamente su procedencia, aunque tradicionalmente su introductor fue el Arcángel Metatron, cuya sabiduría preservaba por tradición y sería la contribución del cuarto rey mago, del cual ya en el siglo VI se pierde su historia. Los tres Reyes Magos tradicionales aparecen en las iconografías representados con marcadas edades diferentes: dos de ellos con barba y el tercero imberbe. Es posible que con esto se pretenda simbolizar las tres edades del hombre: sesenta, cuarenta y veinte años. Asimismo las tres razas humanas admitidas en la antigüedad: la blanca, la negra y la amarilla, prefiguradas en el Antiguo Testamento por los tres hijos del patriarca Noé: Sem, Cam y Jafet; de esta forma, el homenaje era rendido por representantes de los tres puntos en que se dividía el mundo conocido: Libia-Etiopía, Asia y Europa. Sólo faltaba dar un nombre a los tres hombres; siendo "magos" lo lógico era que se les identificase con un nombre de origen persa, y ya lo encontramos en un texto del siglo IX, en que dice: “Pues Gaspar ofreció el oro, revestido de una túnica jacinto, simbolizando el matrimonio. Melchor ofreció la mirra, llevando un ropaje de distintos colores, símbolo de la penitencia, y Baltazar, el incienso, vestido en color azafranado, como símbolo de virginidad”. Después de esto, el nombre de los Magos dormirá durante tres siglos en el subconsciente popular, hasta el pretendido descubrimiento de sus cuerpos en Milán y su posterior traslado a Colonia.
La ciudad de Colonia -la antigua Colonia Agrippina romana-, situada en un punto estratégico del curso del Rhin, no lejos de los confines del mundo bárbaro, servía de ciudadela al Imperio de Roma y después al Imperio Carolingio. Desde su coronación como emperador del Sacro Imperio, en 1152, Federico Barbarroja no tuvo más que un objetivo: restablecer en su integridad la antigua grandeza del Imperio Romano, luego de 25 años de luchas contra el papado y contra las ciudades de Lombardía. En 1154, Barbarroja había arrasado las ciudades de la Italia septentrional que se le resistieron, y se había hecho consagrar Reyen Pavia; cuatro años más tarde la revuelta estalló nuevamente. El emperador volvió, se impuso duramente sobre las ciudades Lombardas; luego, ante la resistencia abierta de Milán, le puso sitio. Al cabo de un mes, Milán capituló. Durante el sitio, los milaneses tomaron la decisión de destruir los arrabales de su ciudad, temiendo que fueran utilizados por los sitiadores en su propio beneficio. De esta forma se procedió a demoler un antiguo monasterio, situado extramuros, donde se descubrieron entre las ruinas de la iglesia abacial, unas reliquias que hasta esa fecha habían sido olvidadas por todos, siendo transportadas con gran cuidado dentro de la ciudad: las reliquias eran tres cuerpos incorruptos, encerrados en sarcófagos ricamente ornamentados; llegándose a la conclusión de que eran los cuerpos de los tres Reyes Magos que habían adorado a Jesucristo en su nacimiento. Según las crónicas se afirma que fue la misma Santa Elena, madre del emperador Constantino, quien, en el siglo IV, había logrado reunir los cuerpos de los tres hombres, llevándoselos a Constantinopla, en donde reposaron por espacio de muchos años, hasta el reinado del emperador Manuel, quien habría regalado las reliquias al Obispo de Milán, el noble de origen griego Eustaquio. A partir de entonces se había ignorado su paradero, hasta ser descubiertos, siete siglos después, durante el sitio de Milán. Así, cuando Barbarroja decide arrasar la ciudad y dispersar la población, el Arzobispo de Colonia, se lleva consigo las reliquias encontradas en la destruida Iglesia de Eustaquio y, desde hacía cuatro años, protegidas en San Jorge de Milán, desde donde serían definitivamente trasladas a la Catedral de San Pedro de Colonia; siendo instituida entonces la noche del 5 y la madrugada del 6 de enero, con la celebración de la fiesta de la Epifanía, una celebración en honor de los niños como recuerdo a los tres hombres adoradores.
Hoy, de la infinidad de historias tejidas alrededor de los Reyes Magos, se desprende que en verdad eran tres hombres pertenecientes a la religión de Zoroastro (el profeta de la antigua Persia), que eran muy versados en todo lo relativo a la física y matemáticas celestes. ¿Cómo llegaron a saber que el que venía era Judío? Porque en el antiguo Imperio Asirio se atribuía a los israelitas el signo zodiacal de los Peces. En esa época, justamente, estaban en conjunción los planetas Júpiter y Saturno y el primero se encontraba en la constelación de Piscis. Si la tradición recordaba que una estrella fulgurante sobre la constelación de Piscis anunciaría al Mesías de los Judíos, ese debía ser el momento. Además, unos 700 años antes del Hacedor, Miqueas había dicho: “Más tú, Belén Efratá, eres pequeña para figurar entre las regiones de Judá; de ti me saldrá quien ha de ser dominador en Israel”. Además, entre los signos, había un estado cierto de tensión entre los Judíos, porque en el pueblo circulaba el rumor de que Dios, mediante una señal divina, indicaría el advenimiento de un soberano judío que había de terminar con la dominación romana. En estas circunstancias, cuando los judíos esperaban un gran suceso, fue que los astrónomos de Sippar vieron en Babilonia el fenómeno desusado en el cielo: hacia la constelación de los peces surgía un signo celeste. Era el momento anunciado, sin dudas.
Durante cientos de años, estudiosos de diversas ramas de la ciencia se quebraron la cabeza intentando descifrar qué cosa habían visto en el cielo los Reyes Magos. El misterio fue aclarado, en verdad, el 17 de diciembre de 1603, cuando el astrónomo Juan Kepler, cuya ley acerca del movimiento de los planetas continúa vigente, encontrándose una noche sentado al aire libre en las cercanías de Praga, observando como siempre el cielo, vio que dos planetas, Saturno y Júpiter, se juntaban en la constelación de Piscis, dando origen a una estrella de notable luminosidad. Al calcular sus posiciones, Kepler recordó de pronto un relato del rabino Abarbanel, que daba pormenores sobre la influencia que los astrónomos judíos atribuían a dicha constelación. La conjunción de Júpiter y Saturno, ¿se había producido en la época del nacimiento de Jesucristo, y eso era la estrella de Belén?. Kepler repitió sus cálculos varias veces y estableció que en el año 6 antes de Jesucristo se había producido la misma conjunción de los astros y en la misma constelación de Piscis. Kepler dejó constancia de su hallazgo en numerosos libros, pero sólo la comprobación científica de nuestros tiempos podía verificar el descubrimiento, y esto ocurrió en 1925, cuando el erudito alemán P. Schnabel descifró una escritura cuneiforme de la Escuela de Astrología de Sippar; comprobando que en el año 7 antes del nacimiento de Jesucriso (y no en el 6 como dictaminó Kepler) se había producido en tres ocasiones la conjunción de Júpiter y Saturno. De allí fue más factible reconstruir la historia de los Reyes Magos. La ciencia actual acepta que hacia finales de febrero del año 7 antes de Jesucristo, Júpiter pasó de la constelación de Acuario para encontrar a Saturno en la constelación de Piscis, el símbolo de Israel. El 29 de mayo tuvo lugar la primera aproximación con una diferencia de cero grado de longitud y 0,98 latitud a los 21 grados en dicha constelación. El fenómeno se pudo apreciar durante dos horas al alba. La segunda conjunción tuvo lugar el 3 de octubre del mismo año, y la tercera y última el 4 de diciembre. En cuanto a Júpiter, para todos los pueblos antiguos era el símbolo de la realeza.
Según los datos que conocemos, el nacimiento de Jesucristo ocurrió en los días de Herodes, rey de Judá (Mt. 2:1; Lc. 1:5). Según Flavio Josefo, Herodes el Grande murió después de un reinado de treinta y cuatro o de treinta y siete años “desde el día en que fue proclamado rey de los romanos” (Antigüedades xvii, 191), al poco tiempo después de un eclipse lunar (xvii, 167) y posiblemente justo antes de la pascua judía. Su muerte generalmente se ha fijado en la primavera (allá marzo-abril) del año 4 antes del nacimiento de Jesucristo; esto es, cuando Herodes tenía setenta años, en el año 750 de Roma. Aún concediendo tiempo para la visita de los Reyes Magos a Herodes en su ruta hacia Belén, no hay necesidad de creer que el niño Jesús (Mt. 2:11) fuera de tanta edad como de dos años (Mt. 2:16). El nacimiento de Cristo tuvo lugar mientras P. Sulpicius Quirinius era gobernador de Siria (Lc. 2:2). Su término de oficio no se conoce con precisión y debe haber sido después de su consulado en el 12 a. J.C. y antes del 6-7 d. J.C., cuando su edicto de imponer impuestos a los judíos condujo al levantamiento de Judas el galileo (Hch. 5:37; Antigüedades xvii, 1-26). Esto ha conducido a fechas sugeridas tan temprano como el 11 a. J.C., para el nacimiento del niño Dios. Ni los escritores romanos ni otros escritores mencionan a Quirinius como estando en Siria en ese período, aún cuando él era un importante oficial romano con responsabilidades en el Este durante algunos años y fue gobernador de Siria en el 6-5 a. J.C. Por tanto, aún cuando el año 4 a. J.C., o poco antes, es una fecha favorecida, no existe certeza de cuando nació Jesucristo. Las mismas fuentes cristianas han variado entre el 4 y 1 a. J.C.; un estudio de 1966 ha argumentado poderosamente por el año 1 a. J.C. (Journal of Theological Studies, xvii, 283-298), sobre la base de fechas revisadas para Herodes el grande. Efectivamente el hecho que los pastores estaban apacentando sus rebaños en la noche (Lc. 2:8), probablemente indica la estación invernal. Si bien es cierto que la fecha precisa de su nacimiento no se conoce todavía (otro estudio del Anales Católicos, firmado por el presbítero e investigador inglés James R. Cliford en 1980, cita como año posible el 7 a. J.C., que parece ajustarse mejor a la evidencia), no es la fecha asunto vital, sino más bien el hecho de que Jesucristo vino al mundo. Sin embargo, formalmente, el día 25 de diciembre es mencionado como Su fecha de nacimiento por primera vez en el año 354. Bajo el emperador romano Justiniano fue reconocido legalmente como día festivo, desempeñando un papel en la elección de ese día la antigua festividad de Roma conocida como “el día del nacimiento del jamás vencido”, el día del solsticio de invierno y, además, el último día de las saturnales, que había degenerado en un carnaval. Hoy es la fiesta que congrega a mayor número de personas en la Tierra, quedando definitivamente en los calendarios como Navidad. Se celebra su llegada con cantos y regalos, con églogas y misterio. La singular escena en la caverna de Belén, desde entonces, ha sido inmortalizada en pintura, mosaico, oro, plata, marfil y bordados de seda, así como también en humildes pesebres construidos con modestia. En toda la Tierra, donde hay un cristiano, se cantan villancicos, así sea en los puntos más alejados de nuestra civilización.
En Chile, por ejemplo, hoy predominan aquellos villancicos de carácter semipopular y pastoril; se les nombra a estos cantos más frecuentemente “aguinaldos”, y hasta el siglo XIX se interpretaban sólo en las iglesias. Con el advenimiento del siglo XX los cantos al Hacedor de Milagros en su día pasaron a ser patrimonio del pueblo mismo. El aguinaldo de la zona campesina inmediata a Santiago, es una tonada o canción con letra alusiva siempre al hecho:

Despierta Niñito Dios
a los rayos de la luna.
Ay, Niño Divino,
mi encanto, mi amor.
ábreme las puertas quiero
antes que me den las dos.
Despierta Niñito Dios,
a los golpes del reloj
no te duermas otra vez
ábreme las puertas quiero
antes que me den las tres.
Despierta Niñito Dios,
no te duermas con reparo
ábreme las puertas quiero
antes que me den las cuatro.
Despierta Niñito Dios,
a los golpes y a los gritos
ábreme las puertas quiero
antes que me den las cinco...

Zona eminentemente agrícola la del campo en las afueras de Santiago, el villancico chileno o aguinaldo canta en esencia a la alegría de la naturaleza, al poder del verano que en el país ha llegado y, por sobre todo, al misterio del nacimiento sagrado. Ante el pesebre, los pastores y todos los principales de la región evocan los poderes de la Tierra nuestra de cada día inclinada con reverencia ante la sagrada familia:

Las aves en el instante
se entonaron y siguieron,
cantaron cuando lo vieron
al hermosísimo infante.
El tordo cantó ligero,
con discretas melodías
y al parecer les decía:
ya es nacido el verdadero.
El chincolito cantaba
en aquel feliz recinto
y los tilos que le armaban
un precioso laberinto.
El manso zorzal cual otro
cantó sobre aquel Edén
y conociendo su instinto
tabaco pidió el pequén.
De las vegas el queltehue
fue a cantarle al Niño Dios;
parece que descifraba
perdónenme mi mala voz.

El villancico del norte de Chile, en las regiones desérticas más áridas de la tierra, tiene la particularidad de ser bailado, y se canta con acompañamiento de bandas, guitarras y acordeón. Lo bailan comparsas de niños con vestimentas llamadas “cuyaca”, que se inspiran en el Axol (el bello traje telar de la cordillera de los Andes del sur de América); el baile se expresa en figuras de contradanza, y se practica durante toda la novena del Niño Dios, que culmina el 6 de enero para Epifanía. El “Arurú” es un aguinaldo típico de esta región:

Ay, mi chiquitito,
ay, mi Manuelito,
en medio de la paja,
como un jilguerito.
Arurú, mi Niño,
arurú, sin par,
ojos de lucero,
boquita de coral.
Yo le traigo al Niño,
este corderito
para que lo cuide,
cuando grandecito.

El villancico de la zona sur de Chile, adentrándose hacia la Antártica, en la zona más austral del mundo, el canto no sólo tiene función ceremonial en Navidad; se canta también en los famosos Velorios de angelitos. Una melodía melismática se entona entonces en la región, como este aguinaldo que pertenece específicamente a la isla grande de Chiloé:

Vamos a Belén, pastores
que ha parido una pastora
un Niño que es un primor
y ella de contento llora.
Un oyito en su barbita
luce Él muy agraciado
y allí quisiera quedar
y allí vivir sepultado.
Vamos a Belén pastores
a ver al Niño Jesús
que ha nacido entre las flores
más hermoso que la luz...

En México, singularmente, se conserva la antigua tradición de celebrar las Posadas de la Sagrada Familia con gran jolgorio: son las fiestas más alegres del año, mismas que en el resto de América se vuelven puro acto de contrición. He tenido la oportunidad de celebrar las Posadas en el Distrito Federal y han sido días de puro jolgorio, porque son días de profundo significado esencialmente felices porque anuncian la llegada de Dios a la Tierra; son actos de adoración envueltos en un tiempo circular que dura lo que transcurrió de tiempo peregrinando la Sagrada Familia. Se celebra cada día a partir del día quinceavo de diciembre hasta la noche misma del día veinticuatro. A través de los años el pueblo ha ido inventando versos de singular belleza e ingenio que hoy están incorporados al ritual, como los que se repiten para dar o pedir posada:

Fuera Dentro

1
En el nombre del cielo Aquí no es mesón,
te pedimos posada sigan adelante,
porque no puede andar yo no debo abrir,
mi esposa amada. no sea algún tunante.

Fuera Dentro

2
No seas inhumano, Ya se puede ir,
téngannos caridad, y no molestar,
que el Dios de los cielos porque si me enfado
te lo premiará los vamos a apalear.
3
Venimos rendidos No me importa el nombre
desde Nazareth, déjenme dormir
yo soy carpintero no que yo les digo
de nombre José. que no hemos de abrir.
4
Posada te pide, Pos’ si es una reina
amado casero, quién lo solicita
por sólo una noche ¿Cómo es que de noche
la reina del cielo anda tan solita?
5
Mi esposa es María, ¿Eres tú José?
es reina del cielo, ¿Tu esposa es María?
y madre va a ser Entren peregrinos
del divino Verbo. no los conocía.
6
Dios pague señores, ¡Dichosa la casa
vuestra caridad, que alberga este día
y que os colme el cielo a la virgen pura,
de felicidad. la hermosa María!

Al abrir las puertas Al despedirse los peregrinos

Entren santos peregrinos, Mil gracias os damos
reciban esta mansión, que en esta ocasión
que aunque es pobre la morada, posada nos disteis
os la doy de corazón. con sencillo y leal corazón.
Cantemos con alegría, Pedimos al cielo
todos al considerar, que esta caridad
que Jesús, José y María os premie colmándoos
nos vinieron a honrar. de felicidad.

Las posadas mexicanas, cada día de ellas, en sus jornadas encierran su propia simbología. Primera posada: Reanimación de la fe. Segunda: Fuerza. Tercera: Fortaleza. Cuarta: Humildad ante la vanidad del mundo. Quinta: vigorización del espíritu por el avivamiento del fuego del amor. Sexta: La cortesía del que sabe. Séptima: La paciencia. Octava: La fuerza de la labor diaria; el día en que María limpia las inmundicias del lugar que les alberga, para esperar la llegada. Novena: Júbilo por la llegada del Hacedor. Es la aurora del cristianismo; cuando se quiebra la piñata y brota del interior dulce y fruta, y el pueblo canta versos que tienen que ver con sus cosas de cada día:

Esta noche es nochebuena
noche de comer buñuelos:
en mi casa no los comen,
por falta de harina y huevos.
...
Castaña asada
piña cubierta,
denle de palos
a los de la puerta.
...
Como está alegre
esta posada,
pero en mi copa
no han servido nada.
...
Ándale amigo,
no te dilates
con la canasta
de los cacahuates...

Es cierto que en las canciones para festejar la ocasión que ha creado el pueblo mexicano, es donde están sus verdaderos sentires, su espíritu navideño. Una de las más bellas extendida al resto de América es “Mañanitas al Niño Jesús”, en versos de cuatro estrofas y antífona, que cantan:

Despierta niñito lindo
si acaso dormido estás,
adorándote postrados
nuestros cánticos oirás.
Ya viene amaneciendo
Ya la aurora ya brilló
Abre niño tus ojitos
Mira que ya amaneció.
Con acordes celestiales
te venimos a cantar,
suplicándote te dignes
nuestros cantos escuchar.
Ya viene amaneciendo...
Que hermosa mañanita
de la aurora a los fulgores
en que todos te adoramos
oh amor de los amores.
Ya viene amaneciendo...
Con todos los serafines
te estamos aquí cantando
con arpegios de violines
a nuestro Dios adorando.
Ya viene amaneciendo...
Todos en esta mañana
embriagados de tu amor
te cantamos Aleluya
porque eres el salvador.
Ya viene amaneciendo...
He aquí todos los niños
con sonajas y tambores,
entonan sus villancicos
como unos ruiseñores.
Ya viene amaneciendo...
Para siempre hoy los hijos
de tu amante Coyoacán,
te consagran a sus niños
que tuyos siempre serán.
Ya viene amaneciendo...
Todos juntos a tus plantas
con el alma y corazón
te pedimos nos concedas
ya tu santa bendición.
Ya viene amaneciendo...
Ya partimos y nos vamos
llenos de tu bendición,
nuestras vidas te dejamos
dentro de tu corazón.
Ya viene amaneciendo
Ya la aurora ya brilló,
Abre niño tus ojitos
mira que ya amaneció.

Lo cierto es que, no obstante las barreras políticas y las diferencias de temperamento, de costumbres y fronteras que dividen al hombre el resto del año, todos los pueblos cristianos celebran con el mismo espíritu el nacimiento de Jesucristo. No obstante las barreras del idioma, las voces se hacen una sola para alabarle. El Hacedor de Milagros, propiamente, habló en el idioma nombrado Arameo, que hoy, en los años del cambio de milenio, apenas sobrevive. Al cabo de dos mil años, casi se encuentra extinguido. Uno de los escasos bolsones en que se habla es en la región de Maaloula, específicamente en la aldea de ese nombre, en las montañas de Siria. El Arameo es absorbido definitivamente por el moderno arábigo, el idioma oficial de Siria actual. En Maaloula el idioma, incluso, sólo es hablado, no escrito. Y ha sido traspasado a través del tiempo verbalmente de generación en generación. También lo hablan en dos aldeas menores de la región: Jaba’din y Najafa; formando un conglomerado que basa todo su orgullo en preservar la lengua de Jesucristo, pero, hoy, se encuentran seriamente amenazados por el traslado que han debido sufrir desde sus montañas a las ciudades por decisiones gubernamentales. Se sabe que existían documentos sobre la historia formal del lenguaje Arameo, idioma estrechamente ligado al hebreo y al sirio, pero desaparecieron durante el mandato francés en la región entre 1922 y 1946; quizás si alguna vez aparecerán. Lo poco que se sabe hoy de la lengua de Jesucristo es que surgió junto con ese grupo humano: los Arameos son los ancestros de los modernos Sirios; eran nómadas que se establecieron en torno a Damasco en el siglo XIII antes del Cristo, sin que se sepa de dónde venían. Hace miles de años, sin embargo, lograron influenciar toda la región, hablándose su lengua a través del Oriente Medio, pero fue siendo olvidada. Aún subsiste allí un bolsón formado por un puñado de aldeas empotradas en las laderas de los farellones de los montes Kalamoun, a 50 kilómetros al norte de Damasco, pero no corresponde al original lenguaje, ubicándosele como “dialecto occidental” del Arameo, que comenzó a degenerar a partir del Levante antes de la conquista islámica en el siglo VII. Hay aún otra variación conocida como “dialecto oriental” del Arameo, que se practica en un bolsón formado por comunidades pequeñas de Irak, Turquía meridional y el sudoeste de la antigua Unión Soviética. Lo cierto es que la lengua original que hablaba Jesucristo sólo se conserva en las montañas en torno a Maaloula, que en moderno arábigo significa “umbral”.

La Herencia del Pasado

Entonces, fue de lo más humilde la llegada de Jesucristo a la Tierra. Vino después de miles de millones de años que, al principio del mundo, comenzaran a rodar miles de millones de galaxias en la inmensidad del cosmos. Millones de años después que tomara forma nuestro sistema solar, y de que los primeros hombres empezaran a balbucear. Cerca de 2.000 años después que Abraham emprendiera un camino a lo desconocido; quince siglos después de Moisés y la salida de Egipto. Mil años después del reinado de David. Luego de un sin número de diluvios e incendios, glorias y reinos derribados; 752 años después de la fundación de Roma; seis siglos después de Buda y Lao Tzse y cinco luego de Platón y Sócrates. Durante los 184° Juegos Olímpicos celebrados en Atenas, y en el cuadragésimo segundo año del emperador Augusto, quien ordenó que se hiciera un censo a todo el mundo, siendo Quirino gobernador de Siria, y cuando todos tuvieron que ir a inscribirse a su propio pueblo. Entonces, José el carpintero salió del pueblo de Nazareth, en la región de Galilea, y fue a Belén, donde había nacido el rey David, de quien él descendía. Fue allá a inscribirse, junto con su esposa, María, que estaba encinta del Espíritu Santo. Ese fue el principio.
Luego, Jesucristo el Hacedor recién nacido, desarmó la Historia. Porque representa la irrupción en nuestra civilización de una historia santa, que no es posible reducir a los criterios ordinarios. Es el único hombre que se dijo Dios y lo creemos, y los progresos de la ciencia lo confirman y se develan, sin más, los cuentos de los libros sagrados; los manuscritos del Mar Muerto que se han descubierto en ánforas de dos mil años o las piedras escritas con el nombre de David desenterradas en 1993 después de tres mil años, corroborando la exactitud de un pasado que sólo conocíamos por el mito bíblico. Es cierto que la historia no tiene por único objeto establecer la materialidad de los hechos; sólo desde el momento en que el historiador trata de interpretar los sucesos, de dar razones económicas y sicológicas a los acontecimientos, entonces completa el ciclo que verifica la historia. Y la llegada del Hacedor es razón de toda la historia, humana y cósmica, al ser una historia que es también la de las relaciones del Dios viviente y del hombre. La historia del Hacedor es también la historia de la Gracia. Y esta dimensión divina resulta no sólo de aquellos que lo conocieron; los evangelistas no hacen sino explicitar un elemento que se manifiesta en el comportamiento mismo de Jesucristo, tal como ellos lo sabían por los testigos de su vida, o por haber sido testigos ellos mismos. Es cierto: nada está atestiguado más históricamente que el hecho de que el Hacedor haya reivindicado una autoridad y una dignidad divinas. Allí reside, en efecto, la sola explicación de la acusación de blasfemia hecha en diversas oportunidades contra Él, y que finalmente justificará Su proceso, y Su condena. Se sabe que cualquier imagen que de Jesucristo se hiciera mostrándolo como un predicador del amor y de la fraternidad humana, es falsa. Porque Él se presentó como Dios mismo, y toda otra interpretación deforma la Historia. Hoy, por tal osadía, se habla de Él como mínimo una de las más altas cumbres del valor moral, aunque de Él y sus cosas poco, en verdad, sabemos, sin antes sentirlo.
Así, de su aspecto físico, por ejemplo, poco sabemos. No existe certeza de que los testimonios que se preservan sean auténticos. Es decir, para todos los habitantes de los países occidentales Jesucristo es familiar, aunque Él no nació en Occidente. En ciertos países orientales se le representa con ojos rasgados y nunca barbado, porque la barba es moda occidental. Sin embargo, aquí y allá, basta convocar su nombre para que una multitud de imágenes se agolpen en la memoria del hombre nuestro de cada día; cuando niño es una criatura recién nacida, hermosa; luego es un niño de aspecto inteligente y bondadoso, muy despierto; luego, en occidente, es un hombre, entonces, de barba y cabellos largos, generalmente alto y delgado, de mirada suave y de voz dulce como la de un padre afectuoso, que, al enojarse, se vuelve como el trueno o el relámpago. ¿Cómo era Jesucristo? ¿Lo representa alguna de las imágenes que de Él se han creado?.
De la lectura de los cuatro Evangelios (dos de los cuales fueron escritos por personas que no lo conocieron, como sabemos) sólo resaltan, como antecedente para imaginarlo, que trabajó como carpintero (Marcos VI, 3) y que tenía excelente apetito (Mateo, XI, 19; XII, 18), lo que hace suponer que pudo ser un hombre fornido (hacía muebles) de aspecto vigoroso (se alimentaba bien) y no débil y de mejillas hundidas como lo pintan. Lo cierto es que las noticias sobre su aspecto son mínimas, incluso la misma tradición oral es mezquina al respecto. La historia escrita en el tiempo inmediato a su época nunca se refiere a su aspecto físico; todos los libros, sin embargo, se detienen a comentar la mirada del Hacedor: verlo a los ojos era como ver de frente al sol, eso se sabe.
El teólogo alemán Karl Adam insinúa al respecto:
“Ciertamente, no se distinguió en su atuendo de los judíos y rabinos de su época. Era como cualquier hombre y también sus gestos. En todo caso no vestía llamativa y pobremente como su precursor, el Bautista, quien según la costumbre de los profetas, iba ceñido con una túnica de pelos de camello. Como sus paisanos, Jesús llevaría ordinariamente un vestido de lana con un cinturón que servía de bolsa al mismo tiempo, un manto o túnica y sandalias. Por su Pasión sabemos que su túnica era sin costura, y toda tejida de arriba abajo. Según las prescripciones de la Ley, adornaban la parte superior cuatro borlas de lana con cordones azules. Y siguiendo la costumbre de su tiempo, llevaría también para la creación matutina filacterias atadas al brazo y alrededor de la frente. Seguramente Él no censuraría a los fariseos el uso en sí (de filacterias), sino la presunción que los inducía a ensancharlas y a alargar los flecos. En sus largas caminatas se resguardaría de los ardientes rayos del sol mediante el corriente sudario blanco que envolvía cabeza y cuello. Pedro lo encuentra posteriormente en su tumba, según Lucas 24:12. Por lo demás, desdeñaba el Hacedor toda preocupación por el vestido. Evitó todo detalle llamativo o afectado y, por lo tanto, puedo llevar la barba usual y los cabellos cuidados y cortos en la nuca, a diferencia de los nazarenos, que se dejaban hirsutas y largas guedejas. Su figura corporal debió ser simpática, atractiva y hasta fascinadora, como lo nota Ireneo al final del siglo II: dice que en su niñez Jesús habría crecido “en gracia ante Dios y los hombres”, refiriéndose indudablemente al aumento no sólo de las gracias anímicas sino también a las del cuerpo. Cuando posteriormente Justino y también Clemente de Alejandría y Orígenes, influidos estos últimos por la malévola opinión de Celso, atribuyeron a Jesús una figura mal parecida, contrahecha o por lo menos insignificante, sólo se apoyan en la exégesis dogmática de un pasaje de Isaías (11:3) que anuncia que Él no juzgará por la mera apariencia a sus ojos. Pero aplicaron simplemente a su fisonomía exterior, en general, lo que el profeta dijo refiriéndose al varón de dolores arrastrado por las calles de Jerusalén. Contribuyó sin duda a fomentar dicha opinión la doctrina neoplatónica, que veía en el cuerpo algo indigno del hombre, la prisión del alma, llegando incluso a considerar un cuerpo hermosamente formado como obra diabólica en su turbadora atracción”.
Sabemos que cuando nació Jesucristo, en su tiempo, Palestina tenía una población en que se mezclaban distintos grupos raciales. Anota la revista inglesa “Observer” en 1993, que, a juicio de algunos historiadores, ello impide atribuir al Cristo las características físicas de un pueblo determinado, “porque pudo tener igual rasgos negroides como la apariencia de un nórdico europeo”. Es cierto que no se sabe cuál era su aspecto. No existe descripción del Hacedor hecha por alguien que lo haya conocido. Entonces, no se sabe si usó barba o no. En los más antiguos relieves que lo representan aparece sin barba; los artistas posteriores se la pusieron; Caravaggio (1573-1610) lo pintó nuevamente sin barba, con cabellos oscuros, mejillas llenas y un aspecto saludable, fuerte. Y bien pudo ser como lo pintó Caravaggio. Nunca lo sabremos. Los judíos de su tiempo eran morenos, de ojos negros y cabellos oscuros y ensortijados. Por lo tanto, es posible que éste fuera su aspecto. Los judíos ricos llevaban el cabello corto, para identificarse, de algún modo, con los dominadores romanos, o sea, es posible que llevara el cabello largo porque no era un judío rico ni era proromano, como está escrito.
El Arzobispo de Toledo Isidro Gomá Jomás, en su “Vida de Cristo”, refiera que “hubo un tiempo entre los Primeros Padres de la Iglesia en que prevaleció el criterio de Su fealdad. Tertuliano, genio hosco y ardiente, dice de Él “No sólo carecía de celestial claridad, sino de humano decoro...” El hereje Celso hacía de ello argumento contra la divinidad de Jesucristo. Debióse esta opinión a un extravío del pasaje famoso de Isaías ("No es de aspecto bello y esplendoroso... Nada hay que atraiga a nuestros ojos”). De estas palabras se tomó el mismo Tertuliano para decir: “Si hubiese sido bello, nadie se habría atrevido a tocarle ni la yema de un dedo. Si se le escupe el rostro, es lo que merece por su fealdad”. Clemente de Alejandría escribe: “Él vivía en una época de hombres pretenciosos y barbilindos”, y por eso, “Cristo quiso ser feo”, “para mostrar humildad”. San Justino Mártir, teólogo del siglo II, aseguró que Jesús era deforme; San Efrem, sirio, le atribuye poco más de un metro 35 centímetros; el pagano Celso dijo: “Era pequeño, feo y desgarbado”. La Carta Sinodal de los Obispos de Oriente, del año 839, dice que Cristo medía tres pies de alto... medida antigua equivalente a 28 centímetros, lo que daría a Cristo una altura de 84 centímetros, lo que, naturalmente, supone un error.
Según el profesor italiano Giuseppe Ricciotti, experto en Historia Sagrada, cuando Zaqueo llegó a Jericó trataba de ver a Jesús para saber quién era “y no podía a causa de la multitud, porque era pequeño de estatura”. Ricciotti no aclara si Cristo o Zaqueo era el “pequeño de estatura”. Hacia el año 800, el monje Epifanio de Constantinopla escribe que Jesucristo tenía seis pies de alto, lo que le daría 1,68 metros de estatura, “tenía cabellera rubia y ondulada, como su Madre a la cual se parecía maravillosamente”.
Tampoco la voz dulcísima con que suele describírsele concuerda con algunos pasajes de los Evangelios, como aquel discurso dirigido a los fariseos y a los escribas, en el cual les llamó “hipócritas”, “guías ciegos”, “insensatos”, “necios”, “serpientes”, “generación de víboras” y “sepulcros blanqueados” (Mateo, XXIII); es dudoso que alguien pueda decir estas cosas con dulzura, por eso se dice que, cuando quería, era definitivo como el rayo. Asimismo no corresponde su descripción tradicional de suave, con aquel episodio en que expulsó del Templo de Jerusalén a los comerciantes (Mateo XXI, 12), derribando las mesas de los cambistas y los asientos de los vendedores de palomas. No nos ha llegado de Él su efigie auténtica, ni de Su rostro ni de Su cuerpo. Todo ha sido en vano al respecto, porque el Hacedor era como el rayo de sol que suma los colores, por su belleza inadecuada a la vista, quizás, porque la perfección absoluta es indescriptible, o porque la virtud en esencia es tan elevada que nuestra capacidad de fantasía no la abarca, ni la lengua posiblemente es capaz de circunscribirla con lenguaje humano.
El Hacedor no fue dibujado jamás por alguien que le haya conocido. Este vacío histórico obedece, sin duda, a las costumbres de su época, en que se rechaza cualquier expresión plástica del cuerpo por temor a la idolatría. Incluso la Cruz de Cristo, en los primeros tiempos, se consideró de mal gusto para exaltar Su recuerdo, siendo el primer símbolo un pececito. La cruz no se utilizó por el cristianismo sino hasta el siglo IV, según unos autores, y hasta el siglo VI, a criterio de otros. El simbólico madero hoy es una controversia; algunos exégetas niegan simplemente la posibilidad de que se siguiera a través del tiempo el recorrido de la cruz. Sin embargo, una larga tradición oral y escrita afirma que Elena -madre del emperador Constantino-, que vivió en el siglo IV, se abocó a la tarea de recuperar las reliquias cristianas, entre ellas, el madero en que fue sacrificado el Hacedor, que estaba junto a la gruta en que fue inhumado. A partir de entonces se ha establecido en forma esquemática su transcurso; vale decir, desde el año 326 cuando se da por descubierto el Madero auténtico, hasta la Edad Media, cuando termina la octava expedición caballeresca al Santo Sepulcro, cuando luego del desaparecimiento de Luis, rey de Francia, los Cruzados abandonan sus ideas de conquistas y se retiran, en 1293, del Medio Oriente. Coincide esta acción con el nacimiento de una sorpresiva cultura, la europea, una mezcla de bárbaros y sabios grecolatinos, que en menos de dos siglos hizo tambalear los pilares de Roma y Atenas. A partir de esa época se difunde por Occidente la imagen europea del Hacedor, que llega a nuestros días sin variación: colgado del madero, siendo sólo la cruz punto de diferencias.
No se ha establecido cómo era la cruz original. Según varios exégetas cristianos fue una cruz de la denominada commissa o patibulata: esta forma imita la letra I, que entre los paganos de Medio Oriente era símbolo de “vida, felicidad y salud”. Los escritores antiguos la denominan con el nombre de Tau, correspondiente a la grafía I en el alfabeto griego. Este mismo signo, desde tiempos remotos, tuvo en Egipto valor jeroglífico equivalente a “vida futura”. La opinión común entre los cristianos contemporáneos del siglo XX, es que el símbolo de la redención es la cruz immisa; ésta es la que conocemos ahora. Otros, como el cristiano egipcio Nonnus, nacido en Paleópolis, asegura que el Hacedor murió in ligno cuadrilátero, es decir, en una cruz griega; San Agustín (354-430), africano como el anterior, y en la misma época, afirma que el Madero “tenía el largor de los brazos abiertos, y la altura, desde la tierra a su travesaño, del cuerpo que en Él estaba prendido”. El palo que sobrepasaba Su cabeza, en la cruz latina, no pudo servir si no para colgar la frase sarcástica de Jesús, Nazareno, Rey de los Judíos (reducida a la sigla latina INRI). Los partidarios de la cruz en forma de Tau, afirman que el mencionado cartel se lo pudieron colgar al cuello. Es éste, pues, un tema sin dilucidar, pero que sólo tiene interés arqueológico enfrentado a las proporciones trascendentales del drama del Hacedor. Hoy, la cruz no sólo recuerda el simbolismo que representa, sino que, en su simple disposición de unos tableros cruzados, se hace escudo para los creyentes; las madres la dibujan con los dedos en las frentes amadas. La confianza en el signo de la cruz ha llegado intacta a nosotros desde los primeros tiempos; en el siglo III, el cartaginés Tertuliano en su obra De Corona, en el acápite tercero, escribe: “Se trate ya de viajar o ponernos en marcha; entrar o salir; vestirnos o calzarnos; ir al baño o instalarnos a la mesa; tomar la lámpara, sentarnos o meternos en el lecho; en fin, de cualquiera cosa en vías de realizar, haremos siempre sobre nuestra frente, con pequeño signo, una cruz”.
En los primeros tiempos, es cierto que el Hacedor nunca aparece enclavado. Con ese cierto acomodo que separó a Oriente de Occidente, es que uno adoptó la cruz latina y otro la equilateral. En cuanto al color, también se la ha simulado en todos los matices; ya blanca para indicar la pureza; ya roja para significar la Pasión; ya azul por el carácter celestial de la Ascensión... durante toda la Edad Media se establece para la cruz una genealogía fantástica; eslabona una leyenda Ciacomo Da Varaggio en el siglo XIII. Refiere Da Varaggio que, luego de la muerte de Adán, su hijo Seth plantó en su tumba una rama arrancada del Árbol de la Vida. Cuando el vástago se transformó en árbol, Moisés obtuvo de Él la vara mágica con la que asombró al faraón, antes del Éxodo. De la proliferación de ese árbol, el rey Salomón hubo de tomar las maderas para edificar su Templo; para, finalmente, entregar de su tronco prodigioso el Madero enterrado en el Gólgota que rescató la emperatriz Santa Elena. La conmemoración de esta fiesta, conocida como Inventio Crucis, la Iglesia Católica la celebra el 3 de mayo, y la Iglesia del Oriente el 13 de septiembre. La Cruz representa a la Pasión, entonces, lo que a la Resurrección representa otro símbolo fabuloso de la mitología cristiana: el ave llamada Fénix, un pájaro maravilloso que se desplaza en los cielos de la imaginación. Dicen las crónicas antiguas que al ave llamada Fénix se la conocía desde mucho antes de venir Jesucristo. Sin embargo, desde las primeras épocas cavernarias de los discípulos de Jesucristo, se fue inflamando de la idea que tenemos de Resurrección, incorporándose en 2000 años francamente a la mitología cristiana. Por informes de quienes afirman haberle visto a través de la Historia, el Ave Fénix al parecer vive unos quinientos años, y cuando va a morir inicia un último vuelo majestuoso que abarca todo el cielo conocido; ve todos los bosques y elige el árbol más alto para posarse y hacer su nido. Allí cumple la misión de la que es capaz: renacer de sus propias cenizas. El Fénix hace su nido con hojas de plantas aromáticas, menta, ruda, eucaliptus, casia, nardos, cinamono, mirra, y resina de pino. Cuando finalmente reposa sólo alzando su testa coronada para cantarle al sol, que enviará al fuego en sus rayos, en un instante, es purificado todo con las llamas. De las cenizas del ave, confundidas con las de la mezcla olorosa, nace el nuevo Fénix. Y la nueva ave maravillosa, tomando consigo los restos de cenizas del sacrificado, se eleva inmediatamente al cielo, en dirección a la ciudad de Heliópolis, donde las deposita a manera de ofrenda en el altar del templo consagrado al sol. Toda la naturaleza del lugar calla cuando el ave se remonta, en un solo impulso, a la palmera más alta, tanto que su copa trepa a las estrellas y se hunde por uno de los hoyos de la noche, a través del cual se sabe que se asoma al mundo que hay detrás de la corteza del cielo; como un gusano cruza interiormente, así se desplaza. El Fénix es dios entre las aves; la siguen en su cortejo sin verla nunca. Intuyen que existe pero les está vedada su forma.
Para San Clemente de Roma, según informa en su carta a la iglesia de Corinto (cap. 25) cuando el ave llega a Heliópolis: “...los sacerdotes del templo del sol examinan detenidamente su aspecto confrontándolo con la imagen que se halla reproducida en los Anales y pueden comprobar que han transcurrido quinientos años”. Aquiles Tacio (en “Leucipo y Clitofón”, III, 24) cita que: “...en Heliópolis el Ave Fénix aguarda en el aire, hasta que llega del templo un sacerdote con un libro en el que está la imagen del archivo con la que es comparada y examinada la recién llegada”. Así, antiguos archivos de templos sagrados narran que el Ave Fénix acompañó todo el transcurso de los Tres Reyes Magos hasta Belén, y cuando estos retornaron a Sippar, luego de revolotear sobre la gruta en que nació Jesucristo, se remontó a los cielos, volviendo sólo en sus fechas marcadas, que nos son desconocidas. Refiriéndose a estos archivos, Platón decía: “No debemos criticar demasiado severamente los relatos que se cuentan consignados en los libros de los templos sagrados”.

© Waldemar Verdugo Fuentes

18 de diciembre de 2007

Gracias Ninón Sevilla.


Gracias Ninón Sevilla por tu llamada telefónica de fin de año que me llena siempre de emoción. Gracias por tu risa cálida y palabras sabias. Nunca dejas de repetirme que aquí se trata de buscar entre muchos la verdad. Nada más. Y me haces reír cuando me repites que no me encierre que santito que no es visto santito que no es adorado, exclamando ¡y no olvides mijo que una pierna bonita siempre pone de buen humor!
Debo anotar aquí que Ninón Sevilla en la vida real es uno de esos ángeles que hacen mejor todo a su alrededor. Debo decir que he cultivado su amistad desde 1980, cuando por primera vez llegué a la Ciudad de México contratado por un año que se convirtió en casi una década: entonces, por pura casualidad, aún sin instalarme y viviendo en casa de amigos, me enviaron a entrevistar a Ninón Sevilla por un homenaje que había recibido en el Festival de Cannes. Llamó mi atención que en el carro del fotógrafo llegamos en cinco minutos a la casa de la estrella, un sector de edificios departamentales alrededor de una plaza con fuentes y árboles. Fue tan absolutamente cálida que me inspiró la confianza de decirle que andaba en búsqueda de un departamento, cerca de mi oficina en VOGUE que comenzó a publicarse en lengua española en un piso muy cómodo con su terraza en el edificio del diario Novedades, en calle Balderas de la colonia Juárez. Al otro día con agrado recibí una llamada telefónica de la más alta estrella cubana, según creo, para anunciarme que tenía un dato de un departamento, que fue al final mi hogar durante casi diez años: era un barco anclado encima de uno de los edificios que da a la Plaza Washington en la Juárez, que me permitió ir y venir caminando a mi trabajo y donde aprendí muchas cosas y a cultivar amigos que hasta hoy conservo, como ella misma que se convirtió en todo ese tiempo en una presencia amable, sabia y oracular en mi vida. Por eso menciono un detalle para ella pero fundamental para otros, porque es justo rescatar también aquí hechos de su enorme estatura humana, al final que su aporte a la historia del cine es ahora patrimonio de los feligreses y cultores de la sala oscura. Por esta invaluable amistad con Ninón puedo ahora decir que muchos de sus amigos también fueron mis amigos: cómo dejar de citar a Margo Su, la legendaria empresaria de cuya mano entré por primera vez al Teatro Blanquita y vi la función de atrás de las cortinas y quedé maravillado. A la querida Carmen Salinas, una de las más altas comediantes de nuestros países. A esa gran actriz que es doña María Victoria. A Nancy Cárdenas, que en el departamento de Ninón acordamos su columna mensual de crítica teatral en VOGUE. Ninón me llevó a una cena en la casa de Ernesto Alonso, donde fui presentado a María Félix y la convencí para dejarse fotografiar por nosotros luego de casi veinte años sin permitir fotos ni conceder entrevista alguna. También ella me presentó a Celia Cruz, Libertad Lamarque, Rosita Quintana y Lucha Villa, a quienes en noches memorables íbamos a ver actuar en Garibaldi. Recuerdo haber terminado muchas veces invariablemente la noche de ronda en la mesa que siempre tienen reservada para la estrella en el “Night and Day” de la calle Dinamarca: allí conocí a Monna Bell, también una de las amigas entrañables que me ha regalado la vida. Aquí debo recordar al enorme actor de Puerto Rico Frank Moro, de gran éxito en su época en México, que se devolvió a la distancia y era un amigo de verdad: cuando la bella actriz y productora argentina avecindada en México Christian Bach no era aún la señora de Humberto Zurita, con Frank la sacábamos a cenar y la acompañábamos para protegerla de la fauna que la acosaba, je. También le cuidamos las espaldas a la actriz española Gemma Cuervo y a mi amiga Nacha Guevara, la genial artista de Argentina. Ahora puedo escribir que las puertas que me abrió Ninón Sevilla hicieron mi vida más alegre hasta ahora, y repito que usted, señora amiga, es presencia amistosa, sabia y oracular en mi vida. Gracias ahora que comenzaron las Posadas en México que espera la llegada del niño Dios, y muy felices fiestas también para ti y los amigos y un maravilloso año 2008!

(Arriba rescato esta antigua tira de fotos tomadas por Max Clemente, del staff de revista Vogue, para uno de mis cumpleaños en México, que me celebró en su casa Ninón Sevilla: vayan ahora en su honor).

TIP: VIDEOS CON NINON SEVILLA:
Fragmento de cinta Portugese Neru, filmada en Brasil.
http://www.youtube.com/watch?v=qGy0uAsejFA
Fragmento de "Perdida", 1949: “La Mucura”.
http://www.youtube.com/watch?v=3fkxR-v_YFk
En VOGUE: http://ninon-sevilla-entrevista.blogspot.com

16 de diciembre de 2007

MAGOS DE AMERICA.

Debo agradecer al Departamento de Difusión y Divulgación Cultural y Científica de la Facultad de Ciencias de la Conducta de la Universidad Autónoma del Estado de México, por la presentación pública de mi libro “Magos de América”, editado por Norte/Sur y la Librería Imagen. En el Auditorio de su Casa Central acompañé espiritualmente a los profesores Ivonne Rodríguez, Pedro Salvador Ale y la maestra Berta R. Rocha Reza que se refirieron a mi obra; asimismo debo agradecer a los alumnos por sus cálidas apreciaciones así como la de los otros profesores asistentes. Para mi es un alto honor ser acogido por esta honorable Casa de Estudios señera en Mesoamérica, y si bien fue doloroso no poder viajar en esta ocasión, siendo muy triste declinar la invitación, públicamente me excuso volcando un saludo a mis amigos mexicanos con este modesto bosquejo de Nezahualcoyotl, el Rey Poeta del México clásico.

JUEGOS DE CARTAGENA 2007.



Acaban de finalizar los II Juegos Deportivos y Literarios de Cartagena, que se inician en el Invierno cuando se convoca a los Juegos Literarios que se premian el 18 de Septiembre y dan inicio a los Juegos Deportivos que culminan en Diciembre, cuando se celebran competencias en juegos tradicionales chilenos: rayuela, palo encebado, volantín, carreras en saco, del huevo, de los tres pies, de perros... tiro de la cuerda, trompo, emboque, pin-pon, pillar la gallina, y otros como el Campeonato Oficial de Fútbol, el Campeonato de Pesca Artesanal y la Muestra Fotográfica de Cartagena que este año se enriqueció con la Exposición Paralela de Fotos de Época que incluyó Patrimonio Fotográfico chileno en el marco inigualable de la legendaria Estación de Ferrocarriles, declarada monumento nacional de Chile.
Se Certificó en Acta los ganadores en creación literaria este año enfocada a escritores hasta 18 años, convocados en las Escuelas de Cartagena de acuerdo a lo estipulado por el Jurado que me tocó en honor componer junto al creativo Julio Devia y mi ilustre amigo escritor Poli Délano, con quien hemos repasado tertulias bohemias que vivimos en la Ciudad de México, donde nos conocimos hace veinte años. Vayan simbólicamente estos Juegos dedicados a la memoria de Barbarita Délano, con quien trabajamos en la revista Vogue, y que se devolvió prematuramente a la distancia en ese marcado Boeing 747 de Aeroperú que la traía de vuelta a Santiago desde Norteamérica, y que se precipitó al mar el año 1996.
Los tres premios en estos II Juegos Deportivos y Literarios de Cartagena 2007 (diploma y objeto rememorativo) los otorgamos a:

FRANCESCO MUÑOZ ASTUDILLO
Séptimo Año “A” Escuela “Pdte. Aguirre Cerda”
Por su Poema “Caleta de San Pedro”.

CAMILA POBRETE YAR
Séptimo Año “A” Escuela “Pdte. Aguirre Cerda”.
Por su poema “Cartagena Hermosa”.

CAROLINA ANDREA MARCHESE MATTUS
Cuarto Año Medio, “Ceducar”.
Por su poema “A mi Cartagena Querido”.

Participaron un total de 47 alumnos de enseñanza Básica y Media de todas las escuela convocadas: Escuela Presidente Aguirre Cerda, Liceo Poeta Vicente Huidobro, Escuela Eugenia Subercaseaux, Escuela Carmen Romero Aguirre, Escuela San Francisco, Escuela Lo Zárate, Escuela El Rosario y del Colegio Particular de Cartagena.
En dos fotos de Jorge Eduardo Corvalán, durante la premiación con Carolina Andrea Marchese Mattus, y con Francesco Muñoz Astudillo y Camila Pobrete Yar, los ganadores de estos Juegos Literarios enmarcados en las competencias de los II Juegos Deportivos y Literarios de Cartagena 2007.