3 de enero de 2008

Historias de Santiago de Chile.

EL ERMITAÑO DE SANTIAGO

Un día, un venerable ermitaño que había pasado muchos años en contemplación y aislamiento en las tierras altas de la cordillera protectora de la ciudad, más arriba de la Cascada de las Animas, que era un asceta que sobrepasaba a muchos otros ermitaños por la agilidad de su pensamiento, al despuntar el alba recibió la visita del ángel que cruza los caminos elevados de la Tierra. El ermitaño sintió que había llegado el feliz resultado de sus austeridades y la confirmación de que subía más y más en el camino de la perfección.
-Ermitaño -dijo el ángel-, debes servir de mensajero e ir donde cierto hombre caritativo de esta remota Santiago para informarle que el Altísimo ha decretado que, a causa de sus buenas obras, morirá exactamente dentro de seis meses y será llevado directamente al Paraíso.
Encantado, el ermitaño que siempre se veía calmado esta vez bajó corriendo los senderos cordilleranos, y antes de acabar la tarde ya estaba a las puertas de la casa del hombre caritativo en el centro de la ciudad.
El hombre caritativo, después de escuchar el mensaje, inmediatamente aumentó sus buenas obras, esperando ayudar a más gente aún cuando ya se le había anunciado el Paraíso; ahora apoyado por el ermitaño que se puso a su servicio pensando que quizás ese era su deber, aún cuando también lo guiaba la vanidad de ver cumplida su profecía.
Pero pasaron tres años completos y el hombre caritativo no murió, continuando su trabajo con la mayor normalidad. El ermitaño sintiéndose frustrado porque su predicción había resultado falsa, molesto, porque después de todo parecía que había sufrido una alucinación en la soledad andina, herido, ya que la gente lo señalaba en las calles de la ciudad como un falso profeta que pretendía hablar con ángeles, fue convirtiéndose más y más en un amargado, hasta que nadie podía soportar su compañía y menos él mismo.
Entonces fue que decidió nuevamente subir a los montes altos y nunca más volver entre las gentes. Pero, no bien hubo dejado atrás las últimas luces de Santiago, se le apareció el ángel en el camino.
-Mira -le dijo al ermitaño-, que cosa tan frágil eres aún. En verdad, el hombre caritativo se ha ido al Paraíso, y de hecho "ha muerto" en una cierta manera conocida solo por algunos, mientras todavía disfruta de esta vida. Pero tú, tú continúas siendo casi inútil, a pesar de practicar la caridad estos tres años y que te resultaba tan doloroso hasta no resistir. Ahora que has sentido ciertos dolores que produce la vanidad, quizás seas capaz de comenzar a entrar en los caminos altos. Aquí el asunto no es si puedes aprender por medio del silencio, por medio de la palabra, por el esfuerzo o por obligación. El tema no está en qué se haga sino en cómo se hace. Cuando te dicen "llora" no quieren decir "llora siempre". Cuando te dicen "no llores", no quiere decir que debes comportarte siempre como un payaso. Un hombre puede pensar muchas cosas. Puede pensar que es uno aunque generalmente es varios. Hasta que llegue a ser uno no puede mantener ninguna idea exacta de lo que es. En tu ermita andina, solo, lo aconsejable es que vigiles tus sueños, que cuando el sueño de un hombre es mejor que su vigilia, sería preferible que no se duerma.


EL CONDOR CAUTIVO

En la calle Franklin de Santiago la capital, donde se comercian tantas cosas, un vendedor de pájaros tenia un cóndor en una jaula, todo apretujado. Pocas veces un cóndor andino es apresado. Y éste era espléndido. Ya se sabe que los vendedores de pájaros dominan el lenguaje de las aves, y finalmente el cóndor habló preguntando al hombre:
-¿Qué quieres?
Este, habituado al milagro, sólo respondió:
-Quiero detenerte. ¿Y tú qué esperas ahora que eres mío?
-Quiero mi libertad -repitió el magnífico-, mi libertad.
La gran ave del chileno sólo quería seguir siendo libre.
El pajarero -digámoslo- ni siquiera pensaba en el precio posible si decidiera vender el cóndor, pero no tenía la menor intención de hacerlo: porque en un santiamén vendió todos los otros pájaros que llevaba, ante el estupor que causaba en las gentes ver al ave mayor cautiva.
Cuando se quedó sin más pájaros, dijo el hombre al cóndor:
-Al amanecer, iré a la cordillera, por el rumbo en que te capturé....
El cóndor estremeció su plumaje, y escuchó el tono sarcástico en la voz del hombre al preguntarle:
-¿Envías algún recado?
-¡Sí! -exclamó de inmediato-. Por favor, grita en voz alta que estoy cautivo, cuenta en voz alta a los montes sagrados que me tienes prisionero. Nada más.
El vendedor de pájaros sonrió. Lo sabía ave inteligente por antigua. Ahora veía en el recado cierto vago sentido; al fin, tomándolo con buen humor, al subir a la cordillera gritó:
-"¡El cóndor está cautivo. El cóndor es mi prisionero!"
Y de inmediato vio un hecho inusual: un cóndor idéntico al nuestro cayó despeñándose por la quebrada inmediata al hombre, quedando muerto allí mismo.
Quién sepa cómo fue que ocurrió, que lo diga.
Para el hombre fue de lo más especial, y terminó diciéndose:
-"Este debió ser un pariente de mi propio cóndor. Mi noticia fue la causa de su muerte". Al volver ese atardecer, así fue que narró todo el suceso al gran ave cautiva. No bien terminó de narrar, el cóndor se desplomó. Así es, cayó muerto en su misma jaula, como fulminado. El vendedor de pájaros sufrió toda esa noche, intentando inútilmente revivir el cuerpo inerte. "La noticia de la muerte de su pariente lo mató. ¡Qué desgracia para mi negocio!".
Y sin más que hacer, al amanecer luego de intentar lo imposible por revivirlo, tomó el cuerpo del ave magnífica y lo puso en el patio. En cuanto el vendedor de pájaros se alejó un poco, el cóndor, como un resorte se elevó al árbol más próximo. El hombre, estupefacto, oyó, haciendo burla de su voz, al cóndor gritar:
-“¿Tienes algún recado?” “¿Tienes algún recado?” ¡La "muerte" de mi pariente fue la solución. Lo que te pareció una mala noticia, era para mí la respuesta al recado de cómo escapar, era la forma de lograr mi libertad! ¡Ahora soy libre!”
Y se remontó de inmediato hacia los Andes sagrados, mientras repetía burlonamente:
“¿Tienes algún recado? ¿Tienes algún recado?”.


EL PILLO DE SANTIAGO QUE SE ROBÓ UN OASIS

Hace mucho tiempo, un pillo capitalino fue atrapado por habitantes de un oasis del desierto del norte chileno, ubicado cerca de la orilla del mar, quienes lo amarraron a un árbol para que reflexionara sobre el castigo que le iban a infligir; y luego se alejaron, habiendo decidido arrojarlo al mar esa noche, después de acabar sus tareas de la jornada.
Pero un pastor de alpacas, que no era muy listo, pasó por allí y le preguntó al astuto pillo por qué estaba amarrado.
-Ah, dijo el pillo, unos hombres me atacaron porque no quise aceptar su dinero.
-¿Por qué quieren dártelo y por qué no lo aceptas? -preguntó el pastor sorprendido.
-Porque soy un monje errante y quieren corromperme. Porque son unos impíos. Pero Dios recompensará a quien me ayude y ellos tendrán su sorpresa, si alguien accede a cambiar por mi lugar y vean que es otro el capturado. Creerán que es obra de Dios, ¡la sorpresita que tendrán! Pero necesito alguien que me ayude, no sé a quien me enviará Dios que necesite dinero.
El pastor sugirió tomar el lugar del pillo y le aconsejó correr y escapar fuera del alcance de los malvados. Y así lo hicieron. Cuando los habitantes del oasis regresaron después del anochecer, como estaba oscuro, simplemente le taparon con un costal la cabeza al pastor y lo arrojaron al mar. A la mañana siguiente se asombraron al ver que el pillo entraba en el oasis conduciendo un rebaño de alpacas.
-¿Dónde has estado y dónde encontraste esos animales? -le preguntaron.
-En el mar frente al desierto, donde hay espíritus bondadosos que recompensan de esta manera a todos lo que se arrojan a él y se ahogan, como hicieron ustedes conmigo -dijo el pillo.
En menos tiempo del que se tarda en contarlo, la gente corrió hasta la orilla y se arrojó al mar. Así fue como este pillo de Santiago se apoderó de ese oasis.


EL LIBRO

Una vez cierto vecino se encontró con el ángel de los caminos, que cruza las grandes ciudades cada tanto, y finaliza en Santiago la más lejana, para recomenzar su andar.
El ángel de los caminos sostenía un libro en su mano y el vecino le preguntó qué contenía:
-En este libro escribo nombres de vecinos que son amigos de Dios y viven en esta lejanía.
El vecino le preguntó:
-¿Pondrás mi nombre?
El ángel dijo:
-Eres un vecino que no visita los templos ni practica la oración o conserva la tradición. Tu no eres amigo de Dios.
-Pero soy amigo de sus amigos -respondió-. No soy muy feliz, pero trato de cumplir bien mi oficio, respeto a los vecinos y amo a mi familia, que he formado en este lugar remoto de la Tierra, alejado de toda esperanza.
Por un instante el ángel no pronunció palabra, y luego dirigiéndose al vecino le dijo:
-He recibido instrucciones de registrar tu nombre en el libro, porque la esperanza nace de la desesperanza.

(Fragmentos de "Libro de los Oficios".)