22 de agosto de 2016

CAMINAR SANTIAGO.

Caminar es el ejercicio completo más simple y fecundo; es una instancia en que propiciamos el mantenimiento de todo nuestro sistema físico y espiritual al ser un momento reflexivo del mayor calibre, un tiempo propicio para adecuar nuestras ideas y ahondar en lo que nos motiva o preocupa y debemos resolver. Hoy, frente a la automatización creciente de la ciudad y la lógica del progreso desbocado, la figura del caminante tiene algo de subversiva, siendo necesario mejorar las condiciones para la experiencia de andar a pie, sosteniendo que luchar por mejorar las condiciones es una necesidad, la de trabajar por una ciudad más amigable y humana, que favorezca la serenidad, la proximidad, la sostenibilidad y el derecho a estar con uno mismo a nuestro propio ritmo. La infraestructura peatonal debe cumplir con tres objetivos: seguridad, es decir, que evite el riesgo de que los peatones sean atropellados o víctimas de un acto delictual. Accesibilidad, que todos -sin importar su condición- puedan utilizarla. Y por último, comodidad, sentirse a gusto caminando, lo que se traduce en una mejor utilización del espacio urbano usado en plena libertad, un ejercicio que tiene mucho de la sabiduría de animar la comprensión de uno mismo, que atraviesa las fronteras de la antropología y la geografía, el sexo y la filosofía, la política, la religión y el arte. Para Friedrich Nietzsche, “todos los grandes pensamientos se conciben caminando.” Caminar es un ejercicio que ocupa el movimiento para agilizar nuestro cuerpo y mente: no ignoramos lo que sucede en el mundo que nos rodea sin dejar de permanecer en la absoluta intimidad. Cavilamos en decisiones que tomaremos, ideamos y actuamos, disponiendo de este tiempo propicio en que marchar de un sitio a otro pensando nuestra natural curiosidad por el mundo nos sosiega y también serenamos nuestra mente porque está realizando su alto ejercicio humano de ser libre en la realidad del traslado soberano. El pensar caminando es algo muy antiguo, y la ciencia actual lo confirma: “aumenta la creatividad en el mismo momento y poco después. Abre el flujo libre de las ideas”, indica un estudio de investigadores de la Universidad de Stanford publicado en 2014 en Journal of Experimental Psychology. Desde mucho antes existen testimonios al respecto: “Nunca pensé tanto ni viví tan intensamente, nunca tuve tantas experiencias ni estuve tanto conmigo mismo (…) como durante los viajes que hice solo y a pie. Hay algo en eso de caminar que estimula y aviva mis pensamientos”, escribió el filósofo Jean-Jacques Rousseau, autor de El contrato social, y también de Ensoñaciones del Paseante Solitario. Otro pensador, el estadounidense Henry David Thoreau, adelantado de los derechos de la exigencia civil y también naturalista, publicó en 1862 un popular ensayo llamado Caminar, en el que sostiene que hacerlo es esencial para mantener una relación saludable con uno mismo y con el planeta. “No conozco ningún pensamiento tan oprimente que no pueda dejarse atrás caminando”, anotó el filósofo Soren Kierkegaard. El genial Beethoven hacía largos recorridos por los bosques de Viena con papel y lápiz a mano para anotar ideas, mientras que Steve Jobs, cofundador de Apple, solía caminar en medio de las reuniones de trabajo. Entre muchos, el escultor Constantin Brancusi, los escritores George Orwell, Vladimir Nabokov o Bruce Chatwin se inspiraron dando paseos. Caminaban los griegos trasmitiendo filosofía y lo hacen desde siempre los estudiantes de derecho en los pasillos de sus facultades para memorizar códigos. Grandes caminantes fueron los poetas Coleridge, Keats y Wordsworth, quien emprendió una caminata de 3.200 kilómetros a los 21 años: solía pasear por las calles de Londres y París, y hacia el final de su vida destrozó el cerco de un lord porque impedía el paso de los caminantes. Dickens se empapó de la vida caminando las calles de Londres; Virginia Woolf buscaba inspiración en sus paseos por Tavistock Square y entró caminando a las aguas fundiéndose en sus pasos; en París los impresionistas crearon su escuela al aire libre, y los montañistas y enamorados del senderismo se abren paso caminando bosques hacia las cumbres. El andar también se relaciona con las procesiones religiosas y en la noche abre otras dimensiones del callejeo que tienen que ver con aspectos delicados del alma humana. En el siglo XX caminar adquiere un carácter subversivo: la marcha de protesta, a la manera de Gandhi y Martin Luther King, y así lo entienden los movimientos sociales que políticamente reivindican el derecho y la libertad de caminar encontrando en el ejercicio una herramienta social específica que abarca todos los aspectos en marchas multitudinarias como nunca antes la historia vio.
Particularmente, caminar activa la interacción ordinaria del tejido social, al propiciar el encuentro con el otro, y cuanto se haga hoy por mejorar las vías peatonales es una necesidad inmediata si nos atenemos a las encuestas (como la llamada Origen Destino de 2012 en Chile), que indica que en Santiago un tercio de los desplazamientos diarios se realizan caminando, más de los que se realizan en auto (26 por ciento) cuando la capacidad de estacionamientos es cada vez más insuficiente, siendo solo un 4 por ciento los desplazamientos en bicicleta también por falta de vías adecuadas. En cantidad, anotemos que caminar unos diez mil pasos diariamente, unos 20 minutos dos veces al día, hace la diferencia entre llevar una vida sedentaria o salir de ésta, superando el acceso frente a otras actividades físicas por no requerir de compañía, un maestro o guía y como elementos sólo zapatos cómodos son necesarios, casi sin contraindicaciones por ser una actividad de bajo impacto. Hay que caminar con pasos normales, sin exagerar. La longitud del paso es de acuerdo a la altura y hay que ir con la cabeza erguida, el tronco recto y braceando a un buen ritmo. Todo eso ayuda y mejora el estado físico y la postura. Es cierto que en el mundo actual las grandes ciudades no hacen fácil el ejercicio de caminar, por el creciente número de autopistas urbanas, vías mal señalizadas y veredas ocupadas en los más diversos usos, siendo el andar a pie abandonado en la planificación urbana, en el diseño de la ciudad contemporánea, en que el peatón ha sido marginado, existiendo un movimiento creciente de ciudadanos que comienza a exigir en el espacio urbano un ambiente menos hostil. En Chile, al respecto, los peatones han logrado que las vías de caminata ocupen un lugar prioritario en la Ordenanza General de Urbanismo y Construcciones, lo que se respeta siendo menor el impacto del crecimiento urbano que afecta a otros países, presentando a nivel latinoamericano uno de los mejores estándares de calidad en ese sentido. Pero con deficiencias por la irregular distribución de los recursos, por ejemplo, en Santiago, comunas como Providencia, Las Condes o Vitacura tienen veredas de alto estándar, bien diseñadas, con un mobiliario funcional, árboles adecuados por su tamaño y sombra, aisladas del tráfico de la calle y mantenidas interviniendo regularmente con mejores elementos. Lo que es deficiente en las comunas a medida que son más populares, donde el espacio peatonal cumple con lo establecido en la norma, pero en menor calidad por ser escasos los recursos para ir adecuándolo con mejores materiales y mobiliario así como reemplazo de especies vegetales a medida que envejecen. En todas partes, es lo común, el peatón se enfrenta, por ejemplo, a obstáculos en su recorrido, por los arreglos viales por ejemplo, que obligan a transcurrir por donde se puede, o por la mala calidad de las veredas producto de la profesión mal servida cuando el contratista utiliza materiales de mala calidad o por un presupuesto deficiente desde las bases, sin embargo, siendo el principal obstáculo el deber caminar a la defensiva por la arremetida de los ciclistas o motoqueros, cuya regulación de tránsito y vías adecuadas es alarmante. Siendo la falta de seguridad y equipamiento el mayor obstáculo a salvar por el andante, que propicia el ejercicio no más allá de la distancia que lo lleva al paradero del transporte público, lo que requiere un cambio en la costumbre. Así como exigir de las autoridades, por ejemplo, considerar esencial la iluminación, porque de noche muchos tienen más tiempo y disposición para caminar sin apremio, siendo la oscuridad siempre hostil. En Santiago, como está siendo común en las ciudades consolidadas, existen recorridos a pie por lugares patrimoniales en que la caminata se vuelve una herramienta de cultura, en que guias autorizados van a la cabeza del grupo caminante enseñando la ciudad, habiéndose editado varias publicaciones al respecto, como la del grupo Cultura Mapocho: que enseña siete recorridos a pie mostrando los barrios Cívico, La Chimba, Yungay, Brasil, Estación Central, Dieciocho y Bellavista; el programa es gratuito, una vez al mes y no se requiere inscripción: los interesados deben presentarse en el punto de encuentro indicado que se anuncia regularmente en la página web del grupo Cultura Mapocho que se encuentra bajo ese nombre, entrando a la pestaña recorridos patrimoniales por Santiago, donde varias municipalidades comunales ofrecen también este servicio con la información accesible en los servicios turísticos que se ofrecen en la ciudad, siendo tradicional el que se ofrece diariamente partiendo desde la Oficina de Turismo Plaza de Armas, que tiene rutas por iglesias del centro, edificios patrimoniales y otras, como la llamada Santiago Popular que visita el Mercado Central, la Estación Mapocho, el Río Mapocho e instalaciones a sus orillas como la Vega Central y el Mercado Tirso de Molina. Santiago ofrece sitios verdes excepcionales para practicar caminata, citando sólo en el centro el Parque Metropolitano, el Parque Forestal, los cerros San Cristóbal y Santa Lucía así como la ribera del Río Mapocho muy adecuada para andar a pie con vías y puentes bien mantenidos. (Ilustración: Santiago de Chile en revista Vogue México por Waldemar V.F. Fragmentos de Chile)