7 de agosto de 2010

DE OAXACA LA ENCANTADORA


“OAXAQUEÑAS QUE DEJARON HUELLA”.

“Amo una piedra de Oaxaca...” (Gabriela Mistral)

He recibido este libro único: “Oaxaqueñas que dejaron huella”. Esta ofrenda de 60 semblanzas de mujeres “que dibujaron con ética, sabiduría y bondad trazos luminosos en una tierra pródiga”, como dice su coordinadora editorial y diseñadora de la investigación, Dulce María Méndez. Una obra colectiva y plural que rescata noticias de las mujeres más destacadas brotadas en Oaxaca la encantadora, desde la época prehispánica hasta la actualidad. En una edición excelente, 560 páginas, del colectivo Mujeres en el Tiempo, publicada en junio de 2010, el libro rescata además ilustraciones y fotografías inéditas, enmarcadas en un diseño de Diana M. Chagoya González, con ilustración y diseño de portada de Alma Rosa Balderas y Mere Migoya (bella obra plástica que nos remonta técnicamente al maestro Rufino Tamayo pero con una delicada mirada nueva, esencialmente femenina), esta obra “Oaxaqueñas que dejaron huella” nace bajo la iniciativa de Rosa Silvia García de Méndez León, presidenta fundadora de Mujeres de Oaxaca Navegando en el Tiempo, A.C. Ella escribe en la nota Preliminar (fragmentos):
“Fueron dos los principales criterios considerados para la selección de quienes serían objeto de esta obra: 1) Origen. Haber nacido en Oaxaca y/o vivido un periodo considerable en el Estado; 2) Aporte. Haber realizado alguna contribución a la comunidad o descollado en sus distintas áreas, para permanecer en el imaginario colectivo... Casi toda nuestra valoración femenina fue un largo proceso, entre lo temporal y las variantes meritorias. Las propuestas para integrar el libro surgieron a partir de una reflexión que emprendimos, desde el 7 de diciembre de 2007, cuando se formó la Asociación Mujeres de Oaxaca Navegando en el Tiempo. Otras propuestas llegaron a través de una convocatoria que para este propósito lanzamos, de diversas sugerencias de interesados y de especialistas en el tema. Esto dio por resultado un contenido de gran eclecticismo, pues en este libro habremos de encontrar desde la redacción más pulcra y académica hasta el lenguaje más directo y coloquial. A pesar de los distintos estilos, de la variedad de autores y la heterogeneidad de las semblanzas se da un punto de compatibilidad: la trascendencia de las mujeres, cuyas historias conforman esta antología... Abre el volumen de “Oaxaqueñas que dejaron huella” un texto sobre mujeres prehispánicas, época donde imperaba el principio dual: masculino/femenino, Ometecutli-Omecíhuatl y donde las imágenes femeninas indígenas fincan sus raíces en la tierra y en la vida. Proseguimos con una referencia de la presencia femenina durante el Virreinato, etapa donde su espacio de actuación era restringido, pues ellas generalmente estaban confinadas al encierro, al claustro o a la subordinación. A pesar de que entonces su acceso a la educación estuvo vedado, muchas de estas damas encontraron el camino para poseer y compartir su sabiduría de vida. El desarrollo de las semblanzas se da propiamente a partir del siglo XIX hasta nuestros días. Se relata la vida de damas con merecimientos notables y grados académicos, pero también se aborda a la mujer tradicional, aquella que carente de estudios sólo se distinguió por su valor y enjundia para salir avante. Es ella la que transcurre y fluye inexorable a través del tiempo y es indispensable para la marcha y el equilibrio de mundo... Este inventario de mujeres sobresalientes cubre la geografía de Oaxaca y es apenas un cúmulo de esbozos que ilumina la memoria... una suerte de memoria histórica de una antología abierta... una contribución para la aldea global de McLuhan”, publicada con el apoyo privado y la colaboración de la Fundación Alfredo Harp Helú, de la Secretaría de Cultura, del Instituto de la Mujer Oaxaqueña y de la Coordinación de Comunicación Social del Gobierno del Estado de Oaxaca.
Cuando la escritora chilena Premio Nobel Gabriela Mistral visita la zona, escribe luego: “La ciudad de Oaxaca fue fundada en un valle del que todos tendríamos justa noticia si la América se conociere lo mejor de ella misma, lo único indudable de ella, que es su geografía maravillosa”. Oaxaca es el petróleo refinado, es talabartería, los textiles, la cerámica, el turismo y la Quelaguetza, la orfebrería y los recursos de la minería; es el grafito concentrado, la mica y el hierro, el carbón, oro, plata, cobre, zinc, titanio. Es el maíz y la azúcar, el frijol, el trigo, el arroz y la alfalfa verde, el ajonjolí y el tabaco. Es el café llamado “oro”. Es el papel y hermosas lenguas y dialectos. Es la fruta: aguacate, piña dorada, limón agrio, sandía, guayaba olorosa, melón y papaya. Oaxaca es la tierra del venado y del zanate de oro, el ave misteriosa que habita la curva del encanto. Es una expresión furiosa de la tierra. Y es sus mujeres.
Cuando se observan con detenimiento los fenómenos naturales -el día y la noche, el cambio de las estaciones, las edades del metal y la rosa- aflora una cierta recóndita convicción del poderío que necesariamente debe mover estas fuerzas, y nace la búsqueda por ser grato a ese poderío, y que nos favorezca. Así, poco a poco hemos venido entendiendo el ritmo propiciatorio, por ejemplo, de ciertas fechas para sembrar, otras para recolectar los frutos tan costosos de arrancar de la tierra; pero además del ritmo, el hombre confía en sus actos de respeto por el dios o los dioses que sean, esperando mejores cosechas y no caer bajo el enojo divino que mata.
Y si a través de nuestra historia enumeramos deidades y les damos nombres poderosos para el logro y para contrarrestar el mal (sea cual sea la idea que se tenga de él); en nuestros dioses nos refugiamos y vincula el hombre íntimamente a ellos su vida, encontrando explicación a muchos misterios y ayuda de lo que no conocemos, de lo indescifrable. Se sabe que el mayor dolor del alma es sentirse abandonada por sus dioses porque el hombre solo sobrevive siendo humilde, por eso inventa seres superiores que le ayuden a interpretar los fenómenos de la Naturaleza; piensa dioses buscando fe y confianza en que vivir no es en vano, para disminuir dignamente los dolores, responder a todo lo que nuestra inteligencia no sabe explicarnos y, muy principalmente, inventamos seres superiores para enfrentar no tan solos el inevitable fin del tiempo que nos toca a cada cual vivir.
Como es común en los más arcaicos núcleos de florecimiento humano, en Oaxaca a los grandes dioses mayores -el Sol, el Agua, la Tierra- complementan su cosmogonía incontables dioses menores, pues en general piensan que todo lo existente lleva en sí esencia de divinidad, y hablan de un dios-tormenta, dios-árbol, dios-rayo, dios-animal, dios-hombre... viéndose en estos caminos dioses humanos y humanos divinizados, en una escala que va de lo pequeñito del ser frente al Universo, hasta el hombre todopoderoso que puede ir a las estrellas y volver a su arbitrio. Y en esta escala oaxaqueña los peldaños son incontables; ocupando sitio seres mágicos con atributos fantásticos, provistos de peculiaridades divinas, capaces de trastornar el orden de las cosas, ocupando sitio adivinos, magos, brujos, hechiceros, chamanes, curadores del mal y del bien, que por misteriosas razones tienen acceso a los secretos de la vida, a esa zona vedada a uno.
El peligro de muerte y la enfermedad son trances en que la magia puede aportar una cierta acción paliativa y, ¿por qué no?, obtener ayuda divina preferentemente si quien la pide está en posibilidades de hacerlo con sus ritos aprendidos en miles de años de transmisión oral. Mientras, además de sembrar y cosechar en el tiempo adecuado, el hombre va aprendiendo otras cosas; sabe, por ejemplo, que hay hierbas que lo alimentan y otras no. Unas plantas serán remedios eficaces, otras brindarán un grato condimento, estas serán de raro efecto en la mente, las de allá son venenosas y las de este lado sirven para que subsistan otras, o permitan la vida de la fauna, también sagrada. Admirado por la destreza del animal, de este trata de lograr su velocidad, de otro su fuerza y de aquel su habilidad para la subsistencia. El aire claro y la niebla espesa, la piedra, el agua, el fuego, los cerros y las montañas, la cañada, cada valle, la gruta, caverna y cueva, el río, la selva, el desierto oaxaqueño cobijan vidas divinas y seres maravillosos, algunos terribles, comprendidos por cada tribu de modo distinto, con explicaciones propias de su origen individual como etnias, de acuerdo a su propia cultura, porque entiéndase, cada uno de los catorce asentamientos tribales de Oaxaca tiene una cultura propia, volviendo en muchas lenguas el pensamiento, la palabra, el canto, música, arte y temor y reverencia a lo desconocido.
Zapotecas; Mixtecos; Mazatecos; Chinantecos; Mixes; Chatinos; Amuzgos; Cuicatecos; Huaves; Chontales; Triques; Popolocas; Ixcatecas; Chochos; Zoques; Naoas; algunos con origen absolutamente desconocidos, otros con antepasados que se remontan a miles de años, en que ni sus guerras internas ni la evangelización han logrado desterrar totalmente sus dioses, que están vivos, algunos disfrazados con nombres y ropajes cristianos, en una extraña mezcla que, de alguna manera, une el temor del aborigen con los miedos que traían en su mente los europeos. Así, el Pitao, gran dios gigante zapoteca, sobrevive interpolado en el dios cristiano; el Sabi, espíritu mixteco de la lluvia, es también San Marcos, y la Virgen de Guadalupe posee el poder de Tonantzin para los naoatls; es verdad que en Oaxaca es muy difícil distinguir dónde terminan los dioses antiguos y comienzan a actuar los nuevos, lo que hace infranqueable encontrar la definición del territorio “de poder” entre unos y otros.
A ciencia cierta, se desconoce de dónde vinieron los primeros que poblaron Oaxaca; los investigadores deducen diversos orígenes sin ponerse de acuerdo. Hay quienes dicen que fueron Toltecas pero también hay fuertes influencias Olmecas: se supone que llegaron en tiempos cercanos unos y otros, hace milenios. Sin embargo, dice el maestro zapoteca Gabriel López Chiñas, "los investigadores podrán tal vez, encontrar la verdad científica de nuestro origen; pero nosotros los binnizá de Oaxaca vivimos, soñamos y morimos asidos a la verdad poética de nuestra antigua mitología”.
Cuando los españoles llegaron a Oaxaca vieron rasgos de cosas nunca antes vistas: lejanos eran los días en que una de sus ciudades sagradas, la soberbia Monte Albán ya había sido abandonada por sus constructores, los bellos gigantes llamados "binnigulaza": "procedentes de las nubes, se aparecieron en el cerro sagrado Daniban, donde enterraron el cuerpo enorme de su legendario caudillo Xozijo; enclavada en el corazón mismo del gigante enterrado se construyó la magnífica Monte Albán" (Códice Zapoteca). Al inicio de la invasión extranjera se cerró la puerta de Mitla, en zona zapoteca, donde está la entrada y la salida de la eternidad; aunque ya hacía siglos que la ciudad del tiempo había sido tragada por la tierra, y la encontraron los españoles poco menos que como está hoy: semi enterrados sus muros de piedra cubiertos de escritura tallada con la historia de Mitla, señalada como una de las ciudades ceremoniales más importantes de América, que albergaba escuelas de botánica y matemáticas, de poesía y medicina; sus astrólogos dejaron escrito en la piedra la forma redonda de la Tierra y un calendario de eventos que se inicia en el pasado olvidado y se pierde en el futuro ignorado.
Los indígenas oaxaqueños, como en general el natural de nuestra América, es un hombre limpio que rinde desde que nace culto al uso del agua, por simple higiene y por sabiduría acerca de los poderes ocultos de la leche de la naturaleza. Ellos piensan que de los cerros nace el agua; en las zonas istmeñas oaxaqueñas y del valle nombran dani, al accidente geográfico que permite al agua escapar del corazón del cerro; así encuentra explicación a los muchos ríos que cruzan la zona, y los acueductos y canales que siguieron utilizando los españoles, muchos de los cuales están aún en uso.
Al poderoso río Mixteco, que reúne las aguas de varias otras fuentes, se le ve desembocar en el Atoyac, para dignarse tributario del Mezcala, parte oriental del famoso Balsas. Al Atoyac muchos ríos le dan vida, como el Etla, el Tlacolula, el Salado y el Miahuatlán, hasta que se convierte en río Verde, y recibiendo otras aguas cruza la Sierra Madre del Sur. Por Pinotepa y Jamiltepec siete arroyos refulgen como plateados listones, entre ellos el Tierra Colorada, el Tecoyames y el de la Arena. Dieciséis corrientes se conjuntan en la Sierra al mar, formando una filigrana entre el Verde y el Tehuantepec, contenido en la Presa Benito Juárez desde donde se le da paso a Bahía Ventosa. Desde la Sierra Atravesada, los ríos Juchitán y Ostuta son guiados hasta los espejos de plata que son las lagunas Superior y Oriental. Impetuosas a la vertiente del Golfo llegan las corrientes bravías del Papaloapan y Coatzacoalcos, que son como mares por el ímpetu líquido que encierran. Tanta agua, sin embargo, no es suficiente, porque no llega a las tierras altas coatzaqueñas, que padecen sed, por lo que la agricultura allí no es favorable. Como tampoco lo es tanta cordillera que, no siempre, vuelve difícil la vida porque cansa al final la neblina perpetua, como al Principio. El mar de Oaxaca sí que nunca cansa, por eso tal reverencia a él, tanto respeto y temor: Nizataopani, el mar es para los zapotecas un inmenso ser vivo que se enfurece cuando algo rojo se le acerca, que es bueno pero de mal genio, por lo tanto, si se camina junto a él, hay que hacerlo con cuidado para que no envíe la ola brava que arrebata al hombre de su entorno, ahogándolo.
Agua que une mares, lagunas y ríos con extensos litorales, y sus puertos, bahías, puntas, playas bellísimas, barras, cabos que estimularon desde antes que naciera la imaginación de la gente de esta tierra... las bahías, por ejemplo, se arrebatan lo mejor; Puerto Escondido, Puerto Ángel, Salina Cruz, Ventosa y Huatulco. Estuve en Huatulco en 1988, cuando se iniciaba lo que hoy es un importante foco turístico; fui invitado por la Secretaría de Turismo de México, y debo decir que sus aguas son de las más limpias que puedan verse, uno se baña entre peces exóticos y arenas doradas de sol. Otras que presumen con sus entradas al mar son Chacahua con su Punta Galera, o la Bahía de Punta Conejo. Otras más tienen su isla, como la de Tangola. Parajes inolvidables conforman muchos puntos oaxaqueños, tanto que de solo estar allí uno se anima naturalmente, quizás por eso desde siempre el hombre de la región alaba a sus dioses para que le conserven su mundo. He visto, “a la hora en que van muriendo nuestros ojos” ("biá ziyati lú miati" en lengua zapoteca), es decir, al anochecer, cuando está oscureciendo he visto a los oaxaqueños rogar a sus dioses e implorarles que protejan su tierra, tributando a dioses que viven aquí, que habitan en cada recoveco de esta geografía violenta, caótica, agresiva, que cuando Hernán Cortés le explicó al Rey de España, simplemente arrugó una hoja de papel y extendiéndola ante los ojos soberanos le dijo que, de ese modo podía comprenderla mejor.
He estado muchas horas en el mercado de Oaxaca: semeja lo más igual a los "tianguis" que describen los cronistas en sus Relaciones de la Nueva España. Es casi imposible enumerar todo lo que se vende, porque en los fines de semana, especialmente el día Sábado, llegan con sus mercancías de todos los puntos, y es enorme la variedad de comidas, son muchos los artefactos, baratijas, adornos y obras de arte auténtico en los más variados materiales, la piedra, la madera, la tela, y las lanas bordadas, el inefable hierro trabajado sin igual en las más diversas formas y para todas las utilidades posibles de imaginar. Son dos cuerpos de edificación; en el primero, el más grande, venden propiamente comestibles en un ambiente agradable; se ven flores bellísimas siempre frescas alrededor de la pila del centro, y en los costados ropa, sarapes de brillante colorido, barrilería, y del otro lado numerosos artefactos de jarca: hamacas, morrales, redes, cinchos, anqueras y todo lo necesario para el hombre de campo y sus animales. El otro edificio es principalmente para cosas del hogar, como loza: negra, que es la preferida, loza de color natural, loza vidriada, verde o color de vino, o fina loza policromada como la de Talavera. Campanitas negras de sonido metálico, candeleros para altares, braserillos de tres pies para quemar copal, ollas de greda roja y negra de todas formas y tamaño, redondas, ovoides, fusiformes. Jardineras agujereadas, para colgarlas del techo de los corredores en todas las formas y tamaños; juguetes estrafalarios, monos negros con un gesto perpetuo, elefantes prehistóricos, manatíes y tortugas entre globos de cristal llenos de agua teñida o custodiando formas religiosas. Se venden legiones de santos de barro, toda una procesión con sus imágenes, figuras pequeñitas y medianas, pintadas a lo vivo, con fuertes colores, con intenso sabor popular. Junto a los puestos de loza están los de cestos y canastas; una infinita variedad, las más finas con su tapa, están hechas de otate y de carrizo para resistir golpes; hay petates y esteras de palma bellísimas que dobladas hacen un pequeño bulto y extendidas cubren hasta tres y cuatro metros. Escobas y abanicos de palma, también cintas y sombreros, toda clase de ellos. En otro lado venden los hierros: la mayor variedad de formas y utilidades posibles. Por otro lado venden la leña; por otro el maíz en rubios montones apilado... abundan los vendedores de tejate, una bebida refrescante de los más variados sabores, y los neveros (he probado exquisitos helados de flor de calabaza, de maguey y otras plantas que son únicos de Oaxaca).
Un interés principal del mercado son las indias vendedoras, que vienen desde pueblos remotos del Estado, cada una con sus ropas y productos autóctonos; el mercado es su meca y su emporio: llegan con uno o dos días de anticipación, venden la mercancía que han traído de sus pueblos y compran lo que les falta. Si les queda dinero, permanecen el domingo en la ciudad, invaden los bancos del jardín interior oyendo embelesadas la música de las bandas que ahí se reúnen; en la tarde del domingo se van para volver la próxima semana; sin abandonar la población antes de haber orado con fervor junto al altar del cercano templo de la Virgen de la Soledad, sin antes haber frotado sus piernas con el polvillo que suelta la roca incrustada a la derecha de la entrada del templo, para tener fuerzas durante la caminata de regreso. Sentadas con las piernas cruzadas a la manera de sus ídolos antiguos, parecen esculturas monolíticas: las de la Sierra son morenas y serias, muy propias; las de la Mixteca son claras y de facciones muy agradables; las de Yalala se dice que son aristocráticas como ninguna, tienen su fina cabellera trenzada con cordones de algodón negro y encima una especie de tocado blanco que les cae sobre la espalda, de vestiduras blanquísimas, con su andar lento y majestuoso por ese tocado tan alto que llevan con gran prestancia. Me dicen que por las cercanías de las fiestas de Etla, se ven muchas Tehuanas, que envueltas en sus ropas bellísimas son las más atractivas y alegres. Casi todas las oaxaqueñas llevan cubierta la cabeza; hacen una especie de turbante con el rebozo y hasta las más humildes cubren su cabellera, enrollada en cintas negras, con la misma jícara o calabaza pintada en que beben y comen. Muchas amamantan sus niños. Las mujeres herbolarias son las más populares y tienen gran importancia en Oaxaca, porque alivian las enfermedades del pueblo con sus conocimientos de plantas cultivadas por ellas y sus mayores desde hace miles de años. El día Sábado es formidable. Los que han llegado tarde se instalan con sus productos en las calles adyacentes; un hombre se acerca corriendo a una campana que cuelga en el centro del mercado y da tres campanadas que se oyen en todo el recinto: es para llamar a la policía: algún ladrón o una pendencia, aunque debemos anotar que el sitio es seguro para el turista, que encuentra aquí artefactos inimaginables y alimentos únicos. Son las comidas de cada país como la ficha antropológica integral del pueblo, como su marca integral, colectiva, historia del cuerpo y del alma, y uno siempre termina en el ambiente del mercado preparado para servir platos de la región.
Probando los sabores de Oaxaca se sabe más que todo lo que dicen los libros. Para comprobar la riqueza basta ver en este mercado la variedad de comestibles para comprobarlo. Las clases de quesos son inacabables; los quesillos de tiras angostas, trenzados, son riquísimos. Hay una infinidad de panes entre los cuales me pareció muy sabroso uno muy fino al que llaman resobado, mantecoso, salado, ideal para la comida. Fuimos invitados a comer tamales oaxaqueños, que en Chile se emparientan con las criollas humitas de maíz, pero rellenas, que se envuelven en dos hojas de plátano cruzadas que se van abriendo como un libro; que cuando termina de abrirse brota el suculento tamal, no duro como suele ser el de la Ciudad de México, sino pastoso, abundante de salsa y pollo. También fuimos invitados a probar la cumbre de la comida oaxaqueña, el famoso mole, que tiene varias formas de preparación; el que he probado es negro como el carbón, de sabor menos complicado que el mole de Puebla, pero igual de exquisito al paladar. Son los de Oaxaca unos sabores en los que la vida parece regocijarse y suavizar un poco sus contornos.
También llamó mi atención esa forma inconfundible que utilizan los oaxaqueños para decir las cosas; su modo de hablar es especial en un país del mundo en que cada provincia, cada región, cada pueblo tiene su propio dialecto y habla de manera distinta. En Oaxaca el acento del citadino no sólo es peculiar, no sólo la ll se pronuncia suave y larga, como g francesa, sino las palabras varían en su ubicación, su construcción de las frases es diferente sin cambiar el significado. A veces son muy castizos o rescatan sonidos que vienen de su pasado olvidado. Utilizan el verbo por sí solo como una afirmación.
-¿Tiene usted libretas de notas? -pregunto a una vendedora de cosas construidas con el bello papel amate, y ella simplemente contesta:
-Tengo.
Otras veces, la construcción da a la frase un sonido exótico:
-¿Cómo ha usted estado? ¿Ha usted estado bien?
Algunas palabras son alteradas en su significación por parecer más lógicas al pueblo. Así, en vez de limonero, dicen limonar; en vez de manzano, dicen manzanar; en vez de naranjo, naranjal. La alteración consiste otras veces en la morfología de la palabra para darle mejor concordancia, como el siguiente piropo muy usado en el mercado:
-Adiós preciosa, encantosa, pantorrilluda, ¿me quiere?
Otra peculiaridad consiste en reunir palabras que por su índole no se traen, como los verbos con las interjecciones:
-¡Mire, ah...!, que resulta de una simpleza extraordinaria. En este caso el verbo es por sí solo una interjección y su efecto queda destruido al usarlo con la interjección ah, indefinida, como escapada de un profundo pasado.
Oaxaca, en plena Selva Madre del Sur mexicano, luce orgullosa el título de “Patrimonio Cultural de la Humanidad”. Caminar por sus calles y mercados, hablar con sus gentes es transitar por los recovecos del más antiguo pasado de América. Por eso, Oaxaca es muchas cosas: es la vida como un ritual perpetuo; es la Madre Sierra; es la quinta parte de México con sus 95.364 kilómetros cuadrados y sus más de dos millones de vecinos; es la legendaria María Sabina y las flores sagradas... Oaxaca es el universo gastronómico, y es musical, como el viento que mueve el follaje de las cañadas, como la brisa aromática que trae el eco rítmico de las olas de su costa; así es el corazón de Oaxaca: musical y henchido de ternura -que una cosa va con la otra-, porque no en vano están los dos mil y tantos versos de “La Llorona” para comprobarlo:

“Las campanas claro dicen (Llorona),
sus esquilas van volteando:
Si mueres, muero contigo (Llorona)
si vives, te sigo amando;
es cierto lo que te digo
(¡Ay de mi Llorona!):
puedes publicarlo en bando...”

He estado en Monte Albán, donde se lee esta inscripción a la entrada de la Ciudad Ceremonial:

“Hubo tiempos en que los humanos fueron gigantes,
unos bellos gigantes llamados “binnigulaza”.
Algunos de ellos procedían de las nubes,
de las que descendieron en formas de pájaros de armónico canto,
con plumajes en los que se ostentaba la policromía del arcoiris.
Otros gigantes brotaron de las raíces de los árboles, flexibles pero indomables. Otros más, fuertes y valientes, que nacieron de peñascos y de fieras. Y hubo quienes simplemente se aparecieron.
Adorables de Pitao, el gran dios gigante creador de todas las cosas, construyeron en su honor un enorme túmulo del elemento ardiente;
lo llamaron Daniban -cerro sagrado- y en este cerro
quedó enterrado el cuerpo enorme de su legendario caudillo Xozijo.
Enclavada en el corazón mismo del gigante Xozijo,
esplendorosa se construyó la magnífica Monte Albán.”
(Códice Zapoteca)

A sí mismos, hoy los habitantes de la zona arqueológica de Monte Albán se llaman Gentes de las Nubes: Ben’Zaa en zapoteca, y Ñusabi en lengua mixteca. También los aztecas los designaban en náhuatl como los mixtecatl, “las gentes de las nubes”. Monte Albán encierra en sus nombres tradicionales su secreto: para los zapotecas es Danibéeje, o Danigalbeeje (cerro del tigre). En los títulos oficiales del pueblo de Xoxo, su custodio, se lee Jucu-oco-ñaña, que en romance significa “cerro de los veinte tigres”. Entre estos documentos, unos del siglo XVIII, Monte Albán lleva la designación castellana de “cerro del tigre”. Lo cierto es que muchas hipótesis existen para explicar el nombre, incluso se abordan comparaciones históricas entre Monte Albán y lugares de igual o semejante tradición en otras partes, como Albano del Lacio, en cuyas cercanías llevó su grandeza Alba Longa, la mítica rival de Roma. Es verdad que Monte Albán siempre fue considerado un lugar sagrado. Así es como la tradición más antigua nombra al sitio Tanibaana (“monte sagrado” en lengua arcaica zapoteca: el vocabulario de Córdoba designa la voz baana como palabra que nombra lo intocable, lo sagrado, y Tani como monte o cerro indistintamente). Otra voz azteca, acelotepec, también lo llamaba “cerro-tigre”; los aztecas llegaron a la zona cuando Monte Albán ya era una ciudad fantasma, inmediatamente antes de la Conquista. La omisión que hacen de esta ciudadela antigua todos los cronistas contemporáneos de los conquistadores, que sí nombran otros asentamientos menos importantes de la zona, es debido a que en el siglo XVI Monte Albán ya había sido olvidada: envuelta en ese misterio de sus muros, se convirtió en un paraje hechizado objeto de profunda evocación por los descendientes mixtecos y zapotecos, las dos grandes culturas del valle con un mismo aparente origen dividido en ramas hace unos cuatro mil años, y de los que vienen los Xoxos. La arquitectura excepcional de Monte Albán recortada en lo alto ejercía tal sugestión y misterio que, hasta comienzos del siglo XX, fue considerado como una zona de encantamiento, donde viven los últimos númenes y divinidades antiguas.
La tradición cuenta que luego de la extinción de los gigantes que poblaron la Tierra un día, al ser enterrado el último de sus héroes, los que quedaron construyeron en su honor Monte Albán. Luego del Diluvio universal, cuando pasó un tiempo sin registro histórico, al emerger las primeras tierras del agua, el monumento al gigante Xozijo fue el primero en verse, aún así, nunca alguien lo volvió a ver entero, debiendo, para ello, excavarse grandes profundidades en el sitio, algo para lo cual aún la ciencia arqueológica no está preparada. Esta historia de que hubo gigantes antes que nosotros es dudosa pero no imposible. Hay quienes afirman francamente que es verdad, y para tratar el tema es necesario un texto aparte, pero podemos, al menos anotar que el ser humano, científicamente, es cada vez más chico, lo que se viene desarrollando en un proceso de milenios; esto, la ciencia del siglo XX lo apoyó probando que todo en la naturaleza tiende a lo atómico. La genética, al respecto, lo enuncia en la vida diaria: es cierto que el hombre anciano va perdiendo más y más su porte. Quizás en nuestra tendencia a lo atómico reside, justamente, el misterio mayor del hombre. Y a este enigma se levantó Monte Albán, que, como cualquiera puede leer en los Códices zapotecas y mixtecos, alcanzó status de ciudad sabia alrededor del año 550 antes de nosotros, cuando, históricamente, el sitio aglomeró a los númenes de Mesoamérica: de ese tiempo se han rescatado algunas de las estelas (piedras talladas) más singulares del mundo antiguo, como la serie de los Danzantes y de los Hombres de la Palabra; también corresponden a esta época las figuras encerradas dentro de lo que parece un huevo (que se asocian con "seres del aire en sus máquinas"), así como el Observatorio Astronómico de la Plataforma Sur, que no ha sido restaurado aún, pero es similar a los encontrados en Machu Pichu, Perú, así como a algunos excavados en el Petén, Guatemala, y que ha inducido a algunos investigadores, como el arqueólogo oaxaqueño Martínez Gracida, a enunciar un cierto origen común para las culturas más antiguas de América, lo que es muy probable, aunque inverificable ahora, pero lo puede ser cuando adelanten los rescates arqueológicos en nuestro continente. En Monte Albán, el rescate del sitio se inició en la década de 1930, pero el trabajo ha sido abandonado en tiempos sucesivos por falta de fondos; nunca una exploración en esta importante zona ha abarcado más de dos años de trabajo continuo. El Instituto Nacional de Arqueología e Historia de México, con sus magros recursos sólo ha logrado restaurar casi en su totalidad la Gran Plaza, y falta mucho por hacer. Es la razón de que esta zona arqueológica, incluida en la lista de Patrimonios Culturales de toda la humanidad, canalice a través del I.N.A.H. ayuda para su salvamento. Ayuda que usted, amable lector, puede descontar de sus impuestos por acuerdos internacionales, pudiendo requerir información al respecto en la delegación de la UNESCO en su país, o directamente al INAH, México D.F.
Debo terminar diciendo que he visitado dos veces Monte Albán. En la primera ocasión, fui enviado a hacer un reportaje, con la sabia María Castora de guia y con fotógrafo, a trabajar La segunda vez fue diferente: cierto amanecer, antes de despedirme en una posterior visita a Oaxaca, para saborear otra perspectiva, fui a visitar Monte Albán, solo. Y, en mi ignorancia incentivada por el calor fresco que había, decidí simplemente, tenderme a descansar entre unas antiguas rocas talladas que vi al aire libre: el sitio me pareció el más propicio porque divisaba, además, una excavación inmediata que alguien había hecho recientemente, y por su ubicación me permitía divisar gran parte del valle de Oaxaca. María Castora me había indicado que subiera una ofrenda: llevé incienso y una candela blanca, que encendí entre dos rocas con jeroglíficos que la protegían del viento. Es cierto que de cuando en cuando me parecía ver pequeñas sierpes cruzando raudas cerca de mí, pero me parecían tan pequeñas que simplemente me sumí en el descanso, ignorándolas. El lugar estaba envuelto en una atmósfera única que se deja caer del cielo como una bendición. Así estaba, sumido en la contemplación, cuando virtualmente fui despertado a gritos por un grupo de trabajadores que me indicaban algo desde unas rocas cercanas... al instante vi como se acercaban hasta donde yo estaba dos hombres que, protegidos con mallas y guantes duros, se mostraban horrorizados de verme donde había elegido para descansar: unos monolitos hacía poco rescatados de la tierra que cubrían un nido de la feroz “barba amarilla”, una pequeña pero mortal sierpe que tiene la particularidad de saltar varios metros cuando decide atacar. En mi asombro vi como, rápidamente, uno de los guardias instalaba en “mi” sitio un cartel recién pintado, prohibiendo estrictamente el tránsito en lo que me pareció el paraje mejor protegido... y debo decirlo, mientras estuve expuesto al peligro oculto que se desliza entre las rocas de Monte Albán, algo en el aire, o en mi espíritu, me indicaba que estuviera tranquilo, que podría reposar allí, que el enorme Xozijo protege a quien sea que llegue al sitio en cuyo corazón descansa desde la oscuridad de los tiempos, cuando aquí vivían los gigantes.
He visitado Mitla, a pocos minutos de la capital oaxaqueña. Es Mitla una de las arquitecturas arcaicas más hermosas de América. Y señala el sitio en que se encuentra la entrada y la salida de la Eternidad. Mitla es una puerta mas que una ciudad ceremonial y por ella, cuentan los lugareños, todo el mundo cruza, aunque no se sabe de uno que haya vuelto. Los palacios de Mitla figuran entre los más sofisticados de la antigüedad. Sobresale la decoración de sus monumentos por una belleza excepcional: diseño geométrico, habilidad y movimiento se conjugan en las decoraciones formadas como un rompecabezas, con diminutas piezas de piedra labrada unidas sin la utilización de ningún tipo de estuco, que forman diseños a manera de grecas, con su propio significado. Los cronistas españoles cuando se refieren a la arquitectura de esta ciudad ceremonial, lo hacen mezclando la admiración con el espanto de reconocer tal grandeza arquitectónica dedicada a la muerte. Hoy, recién brotando de la tierra por gracia de la arqueología, la ciudad, como hace milenios, está protegida por perros salvajes que al caer la noche no permiten el paso a otro ser vivo. Cubiertos sus muros de escritura tallada en la piedra, Mitla parece un enorme libro que solo es posible leer usando algo más que los ojos.
La mitología de los fundadores de Mitla se arrastra a un tiempo del cual no sabemos nada. El maestro Marcos de Zaachila narra que “ya brotados los árboles, en vez de frutos, dieron pájaros de mil colores, que por largo tiempo anidaron en sus ramas; luego caían a tierra y se desplumaban, convirtiéndose en hombres”. Luego de vivir unos dos mil años en el valle, un dios les reveló a los zapotecos que serían “custodios del sitio sagrado por donde siempre entran y salen las personas”. En uno de sus Códices se narra cómo “se les señaló un lugar en el que debían construir una ciudad ubicada en el umbral de lo que no termina”. Así nació Mitla: como un sitio que custodia una entrada a la eternidad.
En la "Monografía Zapoteca" de 1982, publicada por el Instituto Nacional Indigenista de México, leo: “A pesar del predominio del culto católico, son muchos los pueblos en los que persisten algunas creencias de origen prehispánico, como la referida a ciertos animales presumiblemente totémicos, conocidos como tonas, con los que está relacionada una persona desde su nacimiento... Hay animales guardianes como el perro, que cuida la que fue la sede religiosa y necrópolis más importante de toda el área zapoteca, Mitla, considerada como tierra bendita y entrada al mundo subterráneo y a la eternidad, ubicada en el centro de la Tierra”. La religión totémica zapoteca les inspira una reserva de su nombre tribal, porque ellos a sí mismos jamás se nombran “zapotecos”. Creen que todas las cosas tienen un nombre mágico (como parece ser) que no debe pronunciarse, así es como sus recién nacidos, además del nombre oficial, tienen otro nombre animista que solo sus padres y parteras conocen: esta es una práctica vigente, y el nombre secreto humano también lo es en lo que les rodea, por lo que no se sabe el nombre real de Mitla inventándose muchas hipótesis para explicar la designación del sitio, donde lo primero que impacta son sus construcciones de piedra tallada, considerada entre las más bellas que nos legó la antigua América. En el “Vocabulario”, de Córdoba, se lee que, en voz zapoteca, uno de los nombres del santuario era el de Lichbaana, o Vohobaana (lugar sagrado, casa de veneración). Según Burgos, el nombre propio de Mitla es Yoho-pechelichi-pezelao o “fortaleza de Pezelao, el supremo de los oráculos gentiles.”
Para los cronistas contemporáneos del pueblo zapoteco, como mi amigo don Marcos de Zaachila, “en zapoteco el sitio se conoce como Lyobaá, que significa lugar de descanso. Mitla es la residencia del sumo Huijatóo, Pontífice de la Eternidad. Él cuida la puerta por donde se entra a la vida y se sale a la existencia. El nombre verdadero de Mitla es impronunciable, de tal fuerza que quien lo dice cae muerto”. La palabra mitla es de origen náhuatl; los aztecas llamaban al sitio Mictlán o infra mundo, la tierra de los muertos. El Mictlán era un lugar místico dentro de la concepción filosófica de los pueblos mesoamericanos, punto de contacto entre la vida y la muerte, entre la tierra y la nada; existieron en toda Mesoamérica varios accesos a los dominios del Mictlán, pero Mitla se hizo la puerta legendaria. El misticismo religioso que evocaba el sitio a los indígenas del siglo XVI, hizo que los españoles le llamaran San Pablo Mitla, en honor a este santo que vivió en una caverna. Pero en ellos ciertamente despertó inquietudes que no comprendían, y prefirieron olvidarla, pasando casi desapercibida, registrándose destrozos solamente en el sitio donde se construyó el templo cristiano sobre uno de estos monumentos a la muerte, en su tiempo lugar de adoración de las divinidades zapotecas y de entierro sagrado de los reyes y personajes de alto rango sacerdotal de Zaachila o Teozapotlán. En todo caso, es uno de los pocos sitios arqueológicos que viniendo del período clásico, los españoles alcanzaron a ver en operación, aunque jamás pudieran comprenderlo. Era imposible que entendieran lo que Don Juan intentó enseñar a Carlos Castaneda: que la única compañera sabia que tenemos en la vida es, precisamente, la muerte, quien nos puede enseñar a no aferrarnos a persona, objeto o sentimiento. Una vez cumplida la tarea, partir.
Mitla se localiza a unos 40 kilómetros al sudeste de la ciudad de Oaxaca, en el valle de Tlacolula; existen camiones como taxis colectivos de recorrido regular. Sólo es posible verla de día, porque además de la jauría de perros que la ocupa al caer el sol, está prohibida su entrada a partir de las 17:00 horas.
No es mucho lo que queda de Mitla, pero es excepcional. Cuatro grupos de edificaciones se han rescatado; de una no quedan más que paredes derruidas; en el segundo grupo, rodeados por cuatro salas, hay dos subterráneos (pues Mitla estaba toda comunicada por caminos bajo tierra). En torno a un patio, se encuentra el más importante de los grupos de edificios que se conservan; uno de ellos es la sala de las Columnas que, por un pasillo, lleva al Palacio de los Tableros, donde se aprecia en sus muros una de las más nobles obras de arte de la antigüedad: diez mil piezas de cerámica ajustadas que forman en grecas un propio lenguaje, representando elementos como el agua, el viento, y fenómenos como la lluvia. Esta planta arquitectónica (un patio central y cuatro habitaciones en su costado), se observa en casi toda la arquitectura mesoamericana. En su conjunto, forma la llamada Cruz de Quetzalcóatl o Quincunce, los cinco puntos integrados por el patio y las cuatro habitaciones; esta cruz tiene el punto central que simboliza el encuentro del cielo y la tierra, el "co" o centro esotérico, y también constituye la figura clásica de Venus como estrella de la mañana. Está aplicada aquí la todopoderosa Ley del Centro, donde se transfigura la alianza creadora entre la materia y el espíritu...
Por un camino subterráneo se llega a la estancia de la "Piedra de los Deseos" y la "Columna de la Vida". Si el amable lector visita alguna vez Mitla, no olvide abrazar esta llamada “Columna de la Vida”: es cierta columna monolítica que soporta el centro del techo en forma de cruz, y que, según se dice, en ella uno puede medir su propia longevidad rodeándola con los brazos: la distancia que exista entre la punta de los dedos es la proporción (con relación al alto del cuerpo) de la medida del tiempo que le queda por vivir. Debo confesar que lo hice, y se me indicó que aún podré vivir unos cuarenta años más, lo que me hizo muy, muy feliz. Al fin de esta visita, cite en lo publicado, cual ofrenda ceremonial, un breve verso de Gabriela Mistral, cuando estuvo aquí, en el umbral de la eternidad:

“En el campo de Mitla, un día
de cigarras, de sol, de marcha,
me doblé a un pozo y vino un indio
a sostenerme sobre el agua,
y mi cabeza, como un fruto,
estaba dentro de sus palmas.
Bebía yo lo que bebía,
que era su cara con mi cara,
y en un relámpago yo supe
carne de Mitla ser mi casta”.

Debo decir que, sin embargo, tanta maravilla es poca en Oaxaca ante una de las más excepcionales experiencias que he vivido: cuando en Huautla de Jiménez conocí a la sabia María Sabina, hace mucho años. Y es a propósito de esto que el haber recibido esta obra “Oaxaqueñas que dejan huella” me he llenado de nostalgia, me ha devuelto a una época de mi vida que, sin dudas, me hizo mejor, cuando, con sorpresa agradable, veo en esta obra excepcional, fruto de estas Mujeres de Oaxaca Navegando en el Tiempo, incluida mi crónica de dicho encuentro con la sacerdotisa María Sabina, la sabia de los hongos, la mujer que mira hacia dentro; mujer luz de día; mujer luna; mujer estrella de la mañana; mujer rocío fresco; mujer rocío húmedo; mujer del alba; mujer que está debajo del árbol que gotea; mujer de la ropa pulcra; mujer remolino; mujer que no sabe mentir; mujer del bien; mujer que trabaja; la que puede entrar y salir del reino de la muerte; la que viene buscando por debajo del agua desde la orilla opuesta; la mujer que brota; la mujer que limpia; la mujer que arregla; la mujer lancha; la mujer del Libro Blanco, la que vino del lugar donde nace la gente, de allá donde las flores, la mujer de quien aprendí que la esencia es lo que hace iguales a todos los seres; que se diferencian entre sí dependiendo de su cercanía o alejamiento con respecto a esa esencia.

© Waldemar Verdugo Fuentes.

10 de junio de 2010

Del Dragón.

DEL DRAGÓN

En la más remota antigüedad nadie intentaba matar al dragón. Lo subyugaban. Lo domesticaban. En su significado más profundo, este animal mitológico representa el poder de la naturaleza; es la sabiduría oculta: la "programación" interna que todo humano lleva dentro, el instinto y la intelectualidad, la carne y el espíritu. Y el equilibrio que debe prevalecer entre esos factores. El dragón ha ocupado un sitio propio en la religión de casi todos los pueblos.
Los mayas, por ejemplo, le nombraban Itzamná (iguana celestial), fusionando en este nombre el principio masculino -cielo- y femenino -tierra-, adjudicándole, por lo tanto, la capacidad inherente por lo general a los dragones: dominio de lo alto y lo bajo. Puede andar, nadar y volar. En los pueblos de Oriente (aunque ahora hablar de hemisferios es obsoleto), en sus religiones el dragón siempre está presente. Para los chinos es el "rey" de 369 especies de reptiles escamosos. Dentro de su mitología es el animal mágico por antonomasia, pues tiene el poder de transformarse y volverse invisible. En la primavera sube al cielo; en el otoño se sumerge en el fondo del mar. Al reaparecer con el invierno anuncia el recobro de las energías de la naturaleza de las aguas primigenias. Los chinos decían que "el fuego de los dragones y el fuego de los humanos son opuestos. Si el fuego del dragón encuentra humedad, se aviva. Si agua, quema. Pero si se le combate con fuego, deja de quemar y se extinguen sus llamas"... la ecuación alquímica de la materia original -según se sabe- asevera que, para purificar una sustancia, ésta ha de ser lavada no con agua, sino con fuego.
El simbolismo de China lo resume como una conjunción de las otras especies de la tierra, el agua y el aire, explicando con ello, incluso, todos los fenómenos meteorológicos. En su difundido zodíaco, el dragón aparece cada doce años, rigiendo su última influencia este recién pasado año 2000, y astrológicamente con un significado de buen augurio, por ser el más benevolente de los 12 animales que componen sus signos zodiacales. Como el dragón impera sobre los factores naturales que más directamente influyen sobre la suerte de los seres vivos en el planeta, y particularmente del hombre, se le considera en esencia como un ente protector contra los espíritus malignos y las epidemias. En China son comunes los amuletos con figuras de dragón para lograr éxito, riqueza o importancia. Así es como desde hace siglos, cada doce años, cuando surge el dragón zodiacal, millones de chinos tratan de que sus hijos nazcan bajo el signo, para que el dragón les proteja y les lleve por caminos venturosos, escribiendo un futuro próspero en su destino. Este año 2000 las autoridades chinas no dejaron de recordar a la población el problema que enfrentan contra el incremento demográfico.
Cuándo el dragón pasó a ocupar un lugar en el panteón de seres míticos de China es algo que se pierde en las brumas del tiempo, lo escrito es que ya en la Dinastía Han, hacia el año 206 antes de nosotros, el dragón era un símbolo del poder imperial, llegando a ser una interpretación de la fortaleza de sus soberanos, quienes eran los únicos que podían dormir en una cama con forma de dragón y usar ropajes con dibujos de dragones bordados en seda y oro, portando en su estandarte un dragón de cinco garras, mientras que los oficiales del ejército usaban uno de 4 garras. En la literatura de China, escritos del siglo III comienzan a citar a Lung Wang, una deidad controladora de las lluvias a la que se describe como un rey-dragón. Luego, el animal fantástico es protagonista de toda clase de leyendas, a veces citado como una bestia terrible en apariencia, aunque siempre con cierta disposición infantil, cuya principal diversión era asustar a los cortejos de los novios en las bodas aldeanas; algunas veces se les ubica asolando comarcas y muchas más, secuestrando princesas. Ya desde esos tiempos antiguos, los chinos usan la imagen posible del dragón en sus fiestas carnavalescas como vemos hoy esparcido en el mundo, en que incluso en carnavales como Mardi-Gras en Nueva Orleans o en Brasil, vemos desfilando algún dragón. Aunque al contrario de la interpretación que le damos en nuestros países occidentales, debemos anotar, el dragón en Oriente no es dañino, y nunca se le ataca, pues causarle daño siempre resulta en mal designio. El solo insultar a este ser magnífico es arriesgarse a que se ofenda y retire a las profundidades de la tierra y ahuyente las lluvias, por lo que se hace necesario despertarlo haciendo mucho ruido. Precisamente de esta creencia derivan las mascaradas figuras de dragón que hacen danzar y moverse a un grupo de personas flexionando el cuerpo de un lado a otro dando movimiento al largo disfraz entre la algarabía general.
Wang Fu, un sabio chino que vivió hacia el siglo III, dice de los dragones: "Cuando se espera lluvia, los dragones gritan y sus voces son como el sonido que se produce al golpear vasijas de cobre (que es como los truenos)... su saliva puede producir toda clase de perfumes (los aromas de la vegetación con la humedad). Su aliento se convierte en nubes, y se valen de esas mismas nubes para cubrir sus cuerpos cuando desean no ser vistos... Aún ahora, algunas personas han visto algunas veces en los lagos y ríos asomar la garra o la cola de un dragón, pero las cabezas no se ven.

"En el verano, después del cuarto mes, los dragones se dividen las regiones de la tierra entre ellos y cada uno delimita su territorio. Esta es la razón por la cual en una distancia de unos cuantos kilómetros puede haber diferentes climas, aunque ellos siempre llevan las benditas aguas que son celestes si las producen por su propio instinto cuando una zona está seca, o más oscuras si han sido obligados a crearlas por insistencia de ruego y mucho ruido, que los puede violentar hasta enviar el aluvión."
Los emperadores chinos también decían poseer la facultad de producir lluvia, según esto, porque entre sus títulos y atributos estaba también el de Rey de los Dragones. Al serlo, podían ejercer su mando moviéndose en las cuatro direcciones simultáneamente. La quinta dirección es el centro, donde el emperador permanece. Y aunque su emblema tenga cinco garras, no pueden tener más de cuatro dragones subsidiarios. El primer emperador chino en "dragonizarse" fue Fu Hsi, quien vivió "antes de que la historia empezara". A él le tocó poner en orden las aguas del país, al mandar que se excavaran numerosos diques y canales de irrigación, merced a lo cual se logró dominar el caudaloso Río Amarillo. La religión más antigua de China, y una de las más remotas del mundo, el taoísmo destinaba al dragón un lugar especial entre las deidades que representaban las fuerzas de la Naturaleza, lo que explica su significado divino preservado durante generaciones. En que la anatomía del animal magnífico suma cualidades de diferentes especies. Para los chinos antiguos es el Señor de los animales con escamas, tiene cabeza de caballo, cola de serpiente y alas. Para la tradición más extendida son nueve los seres que le prestan su fisonomía: sus cuernos se parecen a la cornamenta del ciervo; la cabeza, a la testa de los caballos; los ojos, a aquellos de los demonios; las orejas, a las de los bueyes; el cuello se parece al cuerpo de una serpiente; el vientre, a una gran almeja; sus escamas se asemejan a las del pez carpa; sus garras son como las del águila, y tiene las plantas de los pies como los de un tigre, con sus propias huellas digitales únicas. Los chinos no matan al dragón: lo subyugan. Lo domestican, a imagen y semejanza de la superación humana que intenta equilibrar todas las fuerzas de la naturaleza para que siga la vida, encarnada, justamente, en este animal fantástico que es y no es; que aparece y desaparece como la vida misma.
En los países de Europa el dragón suele tener cuernos, que son símbolo de virilidad. Su cola puede ser de lagarto, serpiente, cocodrilo, anguila o delfín. Nuevamente la dualidad: al estar formado por parte de animales de sangre caliente y fría, muestra su naturaleza de agua y fuego. Porque puede tener partes de ave, de pez, de reptil, de mamífero. O hasta de insecto, cuando se le agregan detalles que lo emparientan con las langostas voladoras o las libélulas. También Leonardo Da Vinci, en uno de sus libros de diseño, daba su forma particular para dibujar dragones que resultaran convincentes, mezclando partes de animales. En La Biblia la Gran Bestia del Apocalipsis que amenaza la Tierra es representa como un dragón de 7 cabezas, y frecuentemente es derrotado o sometido por diferentes mártires y santos, representándose en incontables pinturas y grabados esculturales en que el bien vence al mal-dragón. San Miguel venció al dragón-Satán en una lucha cuerpo a cuerpo; San Jorge combatió de acuerdo a los cánones de la caballería. Teniendo una protección extra: los arcángeles, enemigos del dragón. Porque San Jorge derrota al dragón "demoníaco" ayudado por la inspiración divina y rescata a la hija del rey de la comarca con lo que logra la conversión al cristianismo de todo el pueblo: era costumbre en Silene, Libia, sacrificar niños al dragón que habitaba en un pantano, el mismo al que San Jorge eliminó para dar fin a esa salvaje costumbre; claro que la leyenda del santo caballero, que es patrono de Inglaterra, se originó en la necesidad de combatir los sacrificios humanos. Es bien conocido, por otra parte, que durante la época de las Cruzadas, se incluía con frecuencia al dragón en los escudos de los Caballeros, quienes así pretendían inspirar miedo a sus contrincantes. Como reminiscencia de esta costumbre, la figura del dragón pasó a formar parte del escudo de armas del Príncipe de Gales en Gran Bretaña. Precisamente en este país se halla la famosa Dragon's Hill o colina del dragón que no es sino un dibujo en la tierra que representa a un caballo blanco resguardado por los habitantes de la región durante casi 2000 años. Nadie sabe el significado de dicha figura ni la razón del nombre que lleva la colina, pero sí es conocida la enorme importancia que se le otorga al sitio, basado quizás en el temor a lo desconocido. En la misma Inglaterra subsiste un mito folklórico según el cual si una serpiente engulle a una congénere, se convertirá en dragón, y aún cuando la historia de San Jorge sigue siendo la más difundida, probablemente ésta deriva de una aún más antigua, situada en Etiopía, que con la señalización de mito de Andrómeda, se ubica como una de las primeras apariciones del dragón en Occidente, perpetuada en forma oral; cuenta esta leyenda que una bella virgen griega de nombre Andrómeda fue ofrecida en sacrificio a un dragón marino que asolaba la región y que sólo pudo ser salvada por su enamorado, quien con ayuda de artes mágicas derrotó a la bestia y se casó con la doncella.

El héroe romano Hércules, vence a varios dragones en sus trabajos míticos, a uno le cortó la lengua. Con eso no sólo lo emasculó, sino que adquirió la capacidad de entender el lenguaje de las aves; también hubo de hacer diques para poder controlar los profundos pantanos cercanos a Lerna, el lugar donde estaba la terrible Hidra, un dragón acuático, y sus varias cabezas a las que hubo de hacerle una degollina múltiple (se dice que las múltiples cabezas simbolizaban lo incontrolable, el tener que dar una solución de conjunto a un problema). A las sierpes que en su cuna habían cuando bebé, Hércules las estranguló. Otra leyenda narra que un dragón quedó ciego por cometer la indiscreción de ver a la diosa Atenea desnuda mientras ésta se bañaba. Pero una vez aclaradas las cosas, se le compensó dándole "otra vista" (el sexto sentido). El La Ilíada de Homero, Agamemnón porta un estandarte con un dragón tricéfalo. Otro héroe mítico, Perseo (que algunos identifican con el héroe etíope que salva a Andrómeda) pudo derrotar a la Gorgona, matarla y decapitarla ayudado por el escudo de invisibilidad que Hades (el señor del "otro mundo", donde rara vez se presentan los deseos carnales) le prestó. Según la leyenda, Perseo no sólo terminó con un mal, sino que legó un arma a sus heroicos sucesores: al morir la Gorgona, de su sangre nació un corcel que, más tarde, sería el que llevó a otro héroe a matar a la Quimera (el dragón como símbolo del anhelo imposible de tantas cosas).
Otra apreciación del "satanismo" del dragón se registra en Francia; lo que a principios del siglo XVII se llamó dragonnade (dragonada) fue una cruenta persecución que ordenó Luis XIV contra los protestantes y herejes. En Francia se habla de dragones que, si lo desean, pueden asumir la forma humana, viven en cavernas cercanas a los ríos, esperan que lleguen los hombres a beber, los atrapan y se los comen. A las mujeres (especialmente a las que están criando) las atraen al fondo, las hacen cautivas y las dedican a amamantar dragoncitos; son liberadas luego de un tiempo y, por lo general, recompensadas por sus servicios. Dicen los galos que si una mujer toma un poco de la pasta de anguila con que sus captores la alimentan y la unta en uno de sus ojos, será capaz de reconocer a cualquier dragón que esté disfrazado de hombre ( a estas mujeres les dicen "de ojo sabio"). Son cuatro los dragones típicos de Francia, tienen en común que les gusta comer niños tiernos y raptar vírgenes. Uno de ellos en Aix, Provenza, murió reventado por Santa Margarita, a la que se había comido; la santa brotó de sus entrañas sana y salva, por ello alguien decidió convertirla en la patrona de los partos. Cabe mencionar que en Aix de Provenza se han encontrado numerosos huevos fósiles de dinosaurios, por lo que se puede pensar en la memoria histórica. Otro dragón francés "vivió" en Draguignan (el nombre de la provincia lo dice), población donde el alcalde del pueblo tiene el derecho de bautizar a cualquiera de sus ahijados con el nombre de Drac. Al tercero lo ubica la tradición gala en Beaucaire; éste se especializa en conseguir nanas para los dragoncitos. Pero quizás el más popular de la cuarteta es el de Tarascón: a éste lo domó Santa Martha según la leyenda.
En Alemania también su mitología asigna al dragón cualidades mágicas. Sigfrido, un héroe mítico germano, por ejemplo, mata al dragón custodio de un fabuloso tesoro: la fuente de la vida. El héroe se baña con la sangre de la bestia y logra hacerse invulnerable; luego, al beber un poco de ese líquido vital, aprende el lenguaje de las aves y tiene acceso a diversos misterios de la naturaleza. Esto hace común la idea de que quien derrote al dragón malo adquirirá por ese mismo hecho, poderes extraordinarios. A los dragones se les ha llamado, entre muchos otros nombres, El Sabio, El Terrible, El Magnífico, El Abominable, El Abrasador, El Que Mira Más Allá, El Señor Del Mundo... la religión católica excepcionalmente le da una interpretación maléfica; muy probablemente no sólo por la liga del fuego con Satán, sino por lo que el dragón en sí representa: la parte de nosotros mismos que hay que controlar, nuestro yo verdadero que nunca debemos negar o aniquilar porque es integrante esencial de nuestra fórmula humana.
El dragón, entonces, es el símbolo de la combinación primigenia que prevale químicamente en la formación de la vida al tener en sí todos los elementos que la forman. En idioma sánscrito, la antigua lengua literaria de India, en que se escribieron libros sagrados como el Ramayana y el Mahabharata, se han rescatado escritos que hablan de que antes de que comenzaran los tiempos contables, el dragón no tenía diferenciado su ser de su no-ser, ni su luz de su oscuridad, ni el cielo de la tierra... entonces sólo se le podía llamar entonces Tad Ekam, que significa Aquel... La escritora mexicana Gloria Fuentes afirma que "Quetzalcoátl, la serpiente emplumada, es otro dragón. Su leyenda pinta un ser que se debatió entre lo carnal y lo espiritual. Su castidad llegó a ser afrentosa para Tezcatlipoca, el espejo oscuro humeante, que lo inclina a pecar con la carne. Y Quetzalcoátl debe abandonar la tierra, con la promesa de volver un día..."

Entonces, aunque el concepto y el nombre son universales, su aspecto y costumbres difieren considerablemente según la región del planeta. Existen dragones acuáticos, terrestres, voladores; los hay de aspecto fiero o tímido; de proporciones gigantescas o domésticas. El dragón hindú, por ejemplo, se asemeja a un elefante; el chino a un siervo y el occidental a un reptil, pariente cercano de la serpiente. Este último, en particular, se parece notablemente a un reptil prehistórico, parecido a un dinosaurio. Por ello, no es imposible que el origen de su mito provenga del descubrimiento de algunos fósiles de animales que vivieron hace millones de años. Conforme a ciertas hipótesis al respecto, el dragón sería un reptil perteneciente a la orden de los saurios, muy semejante a un lagarto o serpiente, con alas batientes, enorme hocico escupe-fuego y una larga cola flexible. Si se examinan con detenimiento las características físicas del dragón, sin exagerar sus cualidades y proporciones, resulta evidente que este mítico animal podría ajustarse a la descripción científica del llamado dragón de Komodo (Varanus komodoensis) que es en realidad un lagarto; por supuesto, las facultades de escupir fuego, volar y cambiar de tamaño parecen ser más hijas de la exageración que de la observación.
Con frecuencia el dragón occidental ostenta más de una cabeza, y se le atribuye como alimento favorito la carne joven y fresca de muchachas vírgenes: algunos psicólogos modernos que han estudiado esta característica han llegado a la conclusión de que el combate con la bestia por rescatar hermosas doncellas simboliza la lucha interna entre los instintos lujuriosos y las bases morales de la conciencia. Otros, sin embargo, sostienen que representa la vejez, la impotencia sexual, que son reemplazadas por la energía de la juventud al comenzar una nueva vida.
Ciertamente, en muchas culturas el dragón es considerado una deidad del mar (son múltiples las leyendas de los navegantes del siglo XVI y XVII acerca de las terribles serpientes marinas, que luego sirvieron de inspiración para sus narraciones a autores como Julio Verne). Los chinos creen que hay cuatro dragones: uno en cada uno de los grandes océanos que existen. De ahí que los marineros en muchas regiones se encomiendan a él. En relación a las embarcaciones con forma de dragón, probablemente nacieron de los grupos que practicaban el pillaje en los mares, como los vikingos. Aunque actualmente en Japón son populares los barcos dragónicos a bordo de los cuales se realizan recorridos turísticos. La nave cuya proa es un busto dragonil solía ser utilizada también por los emperadores chinos, que también lo simbolizan con un barco que lleva las almas al otro mundo. Según una leyenda comenzó a haber barcos-dragón a partir del siglo séptimo; se dice que un monje budista -Gisho- llegó a China en aquél entonces y regresó a su natal Corea llevando allá las enseñanzas de la secta Kegon. Durante su estancia en el país en enamoró perdidamente de él una muchacha china. Cuentan que al ver que Gisho se embarcaba, la chica se arrojó al agua tras su nave, y que entonces ella se transformó en un amoroso dragón que le guió hasta hacerle llegar sano y salvo a su destino.
En nuestra América, la palabra "huracán" deriva del dragón caribeño del mismo nombre, quien además de estos fenómenos meteorológicos, produce terremotos... se le representa como un ser mitad humano, mitad serpiente. Avanza "como en un solo pie", girando: es el tornado, el ciclón. Coincide con el simbolismo chino del hacedor del clima... El nombre mismo "dragón" no deja de ser interesante; al parecer la palabra castellana viene del vocablo griego "drakon", que se utilizaba comúnmente para señalar cualquier tipo de serpiente de grandes proporciones. Aún en la actualidad, la mayoría de las representaciones pictóricas del dragón se inspiran en figuras de serpientes. Curiosamente el nombre "dragón" no tiene significado zoológico, aunque se aplica la voz latina "draco" para designar algunas especies de lagartos pequeños de la región indo-malaya. Así, mientras la ciencia niega al dragón como animal real y rechaza aún la eficacia de su nombre para designar una especie determinada, la leyenda y la mitología lo han magnificado hasta convertirlo en fuente de explicación de los misterios vitales.
Sea parte solamente del catálogo de seres imaginarios o fruto de resabios ancestrales en la memoria humana, este animal fantástico sugiere, por sí mismo, por su permanencia en los siglos y las culturas, que en cada cosa que nos rodea ( en nosotros mismos) hay algo de inmortalidad. Es el espíritu de la vida, que anima al agua que corre, a los árboles, a las rocas de las grutas. Por tanto, su existencia no puede desacreditarse empleando las formas usuales de comprobación... pero tampoco puede ser probada absolutamente. Quedémonos con el deseo de que si existe, sea lo que su existencia mágica sugiere: el ocupar un singular sitio, mitológico o no, en la historia de la imaginación humana. Alquímicamente, todo ejemplar fantástico debe conjuntar características que lo identifiquen con los cuatro elementos: agua, aire, tierra y fuego. Aunque lo importante de su fisonomía es secundario si pensamos que habita en el reino de la imaginación. Por lo demás nadie ha probado que no hay o hubo dragones.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

Del Arte del Encuentro

DEL ARTE DEL ENCUENTRO
(Fragmento de El Sentido de la Vida)

Digamos ahora que, desde siempre, mediante la reflexión el hombre intenta una explicación lógica a los fenómenos de la naturaleza. El género humano entiende que si es capaz de desentrañar el origen de los fenómenos en que vivimos inmersos, podemos además manejarlos. Por supuesto que hoy día a la reflexión científica se le ha sumado la filosofía. Esta disciplina madurada en el alma misma del grandioso pasado siglo XX, ahora nos permite saber casi perfectamente de qué están constituidas todas las cosas, conocemos la evolución de nuestro universo al parecer desde el mismo momento de su formación, y dominamos los distintos fenómenos naturales de tal forma que podemos acabar varias veces con todo vestigio de vida en nuestro planeta; y también podemos trasladar, sin ningún esfuerzo, pesadas cargas de un extremo a otro de la Tierra y hasta más allá en las estrellas. Digamos adiós con un beso al siglo XX, que se recuerda con admiración por la magnitud de la fuerza humana al descubierto que legó a los siglos que vendrán. Literalmente, ahora podemos decir que sabemos de tres tipos de interacciones capaces de crear los mismos tres tipos de fuerza: las gravitatorias, que tienen su origen en la masa de los cuerpos; las electromagnéticas, que corresponden a la carga eléctrica de los cuerpos, y las llamadas “anímicas” que aparecen únicamente en el interior del núcleo atómico. La interacción constante de estas tres fuerzas, que dependen una de otra, mantienen unidas las partículas y plantea una de las deducciones científicas más fascinantes legadas por el siglo XX: todas las fuerzas son una sola fuerza, única, irrepetible. Que en nosotros como seres humanos se concentra en cada uno de nuestros átomos y podemos manejar a través de lo que es común nombrar “pensamiento positivo”. Somos lo que pensamos.
El pensamiento positivo es nuestra energía al máximo de potencia: cuando está expresada en un nivel de conciencia. Un máximo que, científicamente, es el mínimo. Descubierto el átomo aparecieron nuevos componentes concentrados en su núcleo; y supimos que estas partículas a su vez están formadas por sub partículas en una sucesión hasta un punto anímico semejante a las fotos que tenemos de los hoyos negros del espacio exterior, que absorbe todo lo que hay a su alrededor hacia un lugar ignorado. Esta simple razón científica de ubicación de mayor a menor hasta lo indecible indica que al final del laberinto hay en verdad un minotauro, o un constructor de laberintos. Esta razón lógica y no otra es la que se esgrime para afirmar que en este aparente caos hay un orden: un orden establecido.
Es cierto que todas las Escuelas hoy concluyen que esta energía, diminuta pero soberbia, que nos anima, la podemos modificar. Nosotros mismos siempre podemos ser mejores. Por ejemplo, a través de la realización de ejercicios mentales. Como la oración o el simple rezo, que entendemos como una disciplina de la mente que se hace deseo del corazón. También son efectivos ejercicios mentales las afirmaciones y las ideas inducidas (el creerse que todo está bien y seguirá bien e irá mejor). También podemos ayudarnos con ejercicios físicos, como la simple respiración adecuada, ya se sabe, entrar aire por la nariz, tirar aire por la boca; manteniendo el aire en nuestros pulmones tanto como nos sea posible para despedirlo con la mayor suavidad que seamos capaces. Un ejercicio completo es unida la Oración y la respiración adecuada, a la manera que la practican los monjes de casi todas las órdenes religiosas, a quienes se puede acudir.
Es responsabilidad de cada uno el promover la salud de la energía que nos tocó en parte, individualmente. El pensamiento positivo, por ejemplo, unido a la práctica de hábitos higiénicos adecuados, es infalible en la regeneración física e integridad psíquica. Digamos que eliminar todo pensamiento negativo es asumir una nueva actitud ante la vida. Se dice que el objetivo de la vida es la auto superación del ser. Y estamos de acuerdo. El hombre es todo lo que el creador es. Somos un centro de energía y vida organizada, un centro de donde parten todas las cosas y hacia donde vienen todas las cosas. La conciencia ordena y el subconsciente obedece: por esto se hace necesario aumentar las actividades conscientes, disminuyendo las inconscientes. Estamos de acuerdo si decimos que no hay que ejercitar condiciones represivas sobre los demás. No inhibir. No cohibir. No cambiar el curso natural de las cosas. No necesitamos bañar al cisne cada día para que sea blanco, porque el cisne es naturalmente blanco y cada mañana amanece blanco por ser el color de su plumaje. Tampoco necesitamos teñir de negro las alas del cuervo cada día porque el cuervo es naturalmente negro. No debemos alterar la existencia como es naturalmente, que está hecho nuestro cuerpo y las cosas de la misma esencia que las plantas y la cordillera, por eso todo importa. Somos también el mar. Todo es una perfecta armonía de ritmos que nos envuelve, y expresamos en pensamientos, emociones y actos creativos y evolucionados. Aquí se trata de tener una buena disposición, nada más. Digamos que se trata de sintonizarnos, de ponernos el chip como se dice, entonces ¡a ponernos el chip!

Debemos practicar un intercambio adecuado de movimiento y descanso, sueño suficiente. Pensamientos, sentimientos y acciones positivas. Así cada persona es un fin en si misma, una expresión vital particular y única del movimiento de la vida en esta rueda de la existencia, aquí y ahora. Estamos de acuerdo en no intentar que los demás vivan como creemos que deben vivir, o para que actúen en la forma que creemos que deben actuar, a pesar de todos los derechos aparentes que creamos tener sobre ellos. Dejemos crecer los niños. Vivamos y dejemos vivir. Que el éxito en esta vida no está en el poder sobre los demás, sino en la correcta expresión de uno mismo tal cual es, y tal cual quiere ser. Que no es noble quien ejerce un título, sino que es noble quien se comporta como tal. Así pues, tomemos nuestro camino en la vida y dejemos que los demás vayan por el suyo... que si nuestros caminos se han cruzado es maravilloso que así estuviera escrito en las pizarras azules del cielo, no porque lo buscáramos. Que las cosas son como deben ser. Que todo está bien y seguirá bien, todas las cosas están equilibradas. Somos la gota de un inmenso océano de inteligencia que rige la formación de todos los cuerpos físicos dentro de sí, un océano que es sideral, mineral, vegetal, animal... somos semilla del viento; cada uno depositado en su sitio justo: aquí ahora.
No podemos olvidar: esta carga de energía maravillosa que nos mueve ha sido adquirida a través de cierto mecanismo de incorporación. Por esto es trascendental y totalmente importante nuestra respiración, la forma en que lo hacemos, porque lo primero que incorporamos en nuestro cuerpo es el aire que respiramos. Respiramos incorporando no sólo el oxígeno, sino el aliento de todo el mundo que nos rodea. Así la respiración se convierte en experiencia y a la vez en memoria. La forma de jugar este juego de la vida a través de la Incorporación de la respiración es afirmando: Esto es lo que quiero; Esto lo puedo lograr; Esto es lo que anhelo y lo logro. Esta es nuestra aspiración. En la práctica respiramos, y mantenemos el aire en nuestro cuerpo un instante: este momento en que el aire está dentro de nosotros es un momento perfecto para la oración, de comunicarnos con el Hacedor, como sea que decidamos hablarle, por el rezo común o la reflexión interior con la voz que anima nuestra alma. Limpiamos lenta, pero muy lentamente nuestros pulmones. Se dice que nos oxigenamos cuando al botar el aire, lo hacemos con tal lentitud que no movemos una pluma delante de la boca, por donde tiramos el aire. La correcta manera de respirar con la práctica se convierte en un hábito para el cual nuestro cuerpo está dispuesto en forma natural. Igual nuestros hábitos son en realidad reflejos condicionados: nuestro cerebro ordena, el cuerpo responde. Esto es armonía. Si actuamos con acierto es porque no hubo lugar para el error. La sustancia mental está formada por ideas (imágenes) y se trabaja con ellas. Las ideas nuestras de cada día, entonces, traen aparejadas la emoción y el comportamiento (la acción).
Los pensamientos negativos en nuestro cuerpo producen sustancias tóxicas que envenenan nuestro organismo y lo destruyen. Hablamos de los pensamientos negativos propios. Que si el deseo de nuestros corazón reposa en la pura fe en el Bien, nada puede dañarnos demasiado. Así, propiamente tal, por ejemplo en un tratamiento médico éste ya no se enfoca exclusivamente hacia los síntomas; ni tampoco a los microbios o virus dañinos. Que también nuestro cuerpo en resonancia con su pensamiento logra, siempre que se lo propone, establecer sus propios ritmos vitales de salud, y que se manifiesta a sí mismo como una corriente energética que cura lo que debe curarse, que arregla lo que debe ser arreglado. El cuerpo orgánico es una manifestación de los tres estados de la materia: sólido, líquido y gaseoso. Los cuales deben estar en equilibrio y sincronía con la vida que nos ilumina y se manifiesta como consecuencia de los tres estados básicos equilibrados; si este equilibrio se rompe, nos enfermamos. O sea, un principio de sanación cualquiera se inicia con el deseo de sanar; el deseo se hace orden al cerebro que ordena al cuerpo, armoniza su circulación sin interrupción, restableciéndose nuestra fuerza vital que es pura idea y la manifestación más alta de nuestra inteligencia: sobrevivir.
Nuestras células no son otra cosa sino ecos vivos de lo que pensamos. Por eso hemos logrado resistir, por nuestra fuerza humana enorme en el arte de imaginar, del cual todos somos maestros. Así es: podemos siempre utilizar esta energía extra, promoviendo nuestros buenos deseos en intensidad. Y casi siempre reactivamos la suficiente potencia para poder desintegrar, romper, anular y eliminar el elemento intruso, así sea un virus o un pensamiento negativo. El mantenimiento del equilibrio sólo puede ser restablecido a través de la práctica persistente de hábitos positivos, hábitos físicos y mentales. El mundo físico ya no es observado como algo ajeno, sino que participamos activamente en éste. Nuestra participación depende exclusivamente de la conciencia del individuo que observa, uno, integrado, existiendo, haciendo resaltar nuestra razón como una enorme fuerza de energía vital, consciente. Por esto, todo es posible, nada está predeterminado ineludiblemente porque son los asuntos según las interrelaciones que entren en juego dentro de los cambios incesantes, impredecibles de la vida, todo es cambio entre el que observa, uno, y lo observado, el mundo. Así entendemos que el universo físico que nos rodea no es en absoluto rígido ni inexorable: solo es eternamente cambiante. Todo cambia porque nuestro pensamiento constante se transforma. Así el mundo físico como creación de la conciencia, debe ser considerado como parte inseparable de ella y en constante cambio.

Es verdad que nuestra mente puede alterar el holograma de la realidad que nos rodea, y crear realidades enteramente nuevas. Los mecanismos estructurados de la realidad de nuestra conciencia humana no tienen límites. Es la energía de la conciencia, el deseo de la idea imaginada, lo que nos permite tener en nuestros arsenales médicos, por ejemplo, una vacuna que anula de inmediato 10, 20 o treinta virus que hace medio siglo eran mortales. Son curaciones que entregan al mundo hombres preclaros de su realidad, a quienes les importa la forma y la manera de cómo estamos conscientes de nosotros como seres reales que merecemos permanecer. Este deseo de ser íntimamente se relaciona, a través de nuestra mente, con el sistema nervioso humano: nuestra computadora interior, que se carga con el positivo y se descarga con el negativo. La mente crea, gobierna la materia. Por esto, pensar es crear, es nadar en este inmenso océano de inteligencia en que vivimos.
Específicamente, lo que se sabe de la influencia de la mente sobre la materia está en pañales. Sin embargo, hay aportes muy valiosos: aquí solo hablaremos de los que citan a la mente en relación a las defensas de nuestro cuerpo. Porque se ha encontrado una franca relación entre el sistema nervioso y el sistema inmunitario, a través del proceso natural de retroalimentación de nuestro cuerpo. Esto es: somos lo que pensamos. Nuestro estado de ánimo determina el mayor o menor nivel de nuestras defensas inmunológicas, que deben entenderse como un sexto sentido del organismo. Se ha observado, en amplia experimentación, que si se pierde la memoria se pierden las defensas. El cerebro que envejece ya no manda órdenes adecuadas al organismo: olvida y enferma. Todo lo que altera el funcionamiento de la mente (stress, depresión, intoxicación) lleva a un debilitamiento de las defensas. Las personas inclinadas a un enfoque positivo de la vida enfrentan mejor las circunstancias manteniendo su equilibrio. Por supuesto que esta inclinación positiva debe estar inducida por la razón. El imaginar, la visualización mental del problema solucionado, del mal curado, se ha comprobado, multiplica los linfocitos, nuestros defensores naturales. Los pensamientos de un enfermo son vitales en su curación. No debemos perder nunca el aliento. Así nuestro sistema actúa adecuadamente, habrá vida. Mientras no olvidemos el deseo de vivir, viviremos. Científicamente, este factor que restaura nuestro organismo se conoce con la sigla NGF, nuestro mensajero natural de órdenes, un mediador químico, cierto factor de acción hormonal, potentísimo, que tenemos dentro de nosotros.
Está bien. Comenzamos citando la existencia de una fuerza extra, y dijimos que rozaríamos un crisol de comentarios al respecto del uso de esa fuerza extra. Ahora definamos situaciones puntuales a seguir. Desde este instante no soy yo quien habla, sólo soy la mano que escribe esto y sugiere con ideas precisas. En principio, eliminaremos todas las preocupaciones innecesarias. No supongamos cosas. El suponer situaciones es estéril. No guardemos nunca rencores. Vamos a perdonar, comenzando por perdonarnos a nosotros mismos. Vamos a sentir que vivimos respirando en el puro aliento equilibrado del existir: creamos que, cuando nos disponemos, el espíritu inicial derrama su energía extra en todas las células que nos forman. Nuestra memoria, entonces, se hace una sola idea que corre por todo nuestro organismo y mente. Y este poder restaurador circula por cada partícula nuestra. Nos ayudamos también escogiendo alimentos vitales para una nutrición adecuada: agua pura, frutas y legumbres de la estación, carnes blandas o blancas, pescado y semillas. Respiramos en plenitud, concientemente. Y afirmamos que la inteligencia creativa mientras vivimos transmuta las cosas a nuestro antojo. Si somos lógicos cuando estamos despiertos, podemos hacer de nuestra existencia una verdadera creación a imagen y semejanza de nuestros sueños.
Vivimos unidos firmemente al equilibrio del universo, y hemos aprendido a expresarnos con nuestra acción externa cotidiana, con todo el amor puesto en cada cosa que hacemos. No estamos dormidos. Ya nos hemos levantado, entonces. Y sabemos que existen caminos que ni sospechamos, nuevos, distintos e inesperados: todos los caminos son soluciones y cruzan desde antes que nosotros la vida. Se trata, nada más, de tomar el sendero adecuado a cada uno. El sendero adecuado es aquel que te sirve tomar para solucionar lo que deseas solucionar. No otro. Hemos aprendido a borrar con afirmaciones positivas todo lo negativo de la vida acaecido hasta ahora. O de lo contrario no seguirías leyendo, tu lector mi reflejo, el haber llegado hasta aquí juntos nos ha salvado la vida a ambos, porque este de leer es un sendero que tú has decidido para encontrar algo, y me desafía a seguir vivo más allá de estar muerto, si te entrego lo que necesitas encontrar.
He aquí que somos nuevas criaturas; que vivimos y sentimos como de verdad lo afirmamos en la existencia diaria. Que nuestra motivación para vivir sea el amor. Amar siempre. Amar a un ser humano, a unos pocos amigos, a toda la humanidad, amar un animal, a una planta, a las cosas, a una idea, a un proyecto presente, a los recuerdos del pasado, a un proyecto futuro, amar el quehacer nuestro de cada día. Que aquí se trata de amar, no de que nos amen: que quien ama en verdad es amado. Amar basta para salir rápidamente del lado oscuro de la vida: con la costumbre de amar alguien o algo cualquier pensamiento egoísta se desintegra. Tal cual desaparecen los gestos violentos con el solo deseo del corazón que se inclina al amor. Y entendemos que conforme cambia nuestra manera de pensar, cambia nuestro cuerpo. Caminamos ahora con una nueva visión en la mente, y ninguna pereza, negligencia o apatía. Nos hemos hecho disciplinados y mantenemos un esfuerzo constante: ese ritmo de Dios... Ahora mantengamos nuestra decisión con fe profunda. Que no se conoce la fe hasta que no se vive solamente de fe.

La vida es el arte del encuentro: ahora mismo nos hemos encontrado tú y yo, lector, porque estamos en la acción correcta en el momento justo. En armonía con otro, compartiendo la vida. Que si no tenemos nada que dar, a veces, unas palabras son suficientes. De repente el mundo no necesita más que una sonrisa y una palabra animosa. Es cierto que hay hambre en la Tierra y enfermedades y riqueza mal distribuida y leyes que se pasan a llevar: todas las injusticias se enfrentan, primero, con la disposición del corazón. Que no podemos enseñar a cosechar sin saber sembrar. Hay mucho quehacer, entre tanto estamos activos, inmersos siempre en lo nuevo, alertas. Somos el amo de nuestros pensamientos y reacciones, siempre y no a ratos. Si lo decidimos de una vez, en el fondo de nuestro corazón ya no queda ni un solo pensamiento destructivo: por esto ya no conoceremos fracaso; ya podemos levantarnos una y otra vez, hasta que será un hábito el estar despiertos.
Somos, como personas físicas, la suma de cargas bio eléctricas, que nos hacen una fuerza única e indivisible. Nuestros pensamientos, las ideas, son chispazos electromagnéticos, son pura energía. Por esta energía natural es que a través de lo que pensamos atraemos del universo fuerzas increíbles: somos receptores de las fuerzas del anti universo, es decir, como personas podemos ser positivos como negativos y en ambos estados desenvolvernos, por lo tanto, de acuerdo a nosotros mismos, podemos cargar nuestro organismo positiva o negativamente. En la vida hay que elegir. Y, según creo, el camino es el de la luz y no el de la oscuridad. Para entrar al camino positivo, basta con la intención del corazón. Que el deseo del corazón posee energía y capacidad de trabajo. La fuerza lógica de acuerdo a su naturaleza para actuar es la luz: así nosotros estamos continuamente radiando electrones bajo quantums de luz diminutos. Los seres físicos estamos continuamente cargando nuestras baterías: científicamente, somos un magneto que absorbe por la cabeza las fuerzas positivas, la energía cósmica (el positivo eléctrico), y a través de nuestros pies absorbemos la energía negativa de la Tierra (el negativo eléctrico): ambos polos nos hacen un campo electromagnético, que sentimos bajo la forma de calor y energía, que estamos capacitados para dirigir al sitio que queramos de nuestro cuerpo, como es usual en cualquier método de auto curación. También este electromagnetismo peculiar a los seres vivos, los humanos podemos dirigirlo extra corporalmente, a través de nuestra mente consciente (quien sabe si los otros seres vivos de la creación tienen esta particularidad). En verdad, a través de cada uno de nosotros se expresan todas las fuerzas del universo, que insinúan que si nos alimentamos de ideas positivas, tendremos resultados positivos. Hay que manifestarnos, entonces, sin inhibición alguna, normalmente en nuestro vivir cotidiano, con un sentido perfectamente definido enriquecido con nuestro electromagnetismo natural dirigido. En nuestro cuerpo, es el sistema nervioso el motor, y trabaja por medio de impulsos eléctricos que le enviamos con el pensamiento. Adelanta cuando nuestra idea es positiva, es decir, está respaldada por la fe en un buen resultado. Retrocede, al contrario, cuando pensamos negativamente. En el primer sentido, el del pensamiento positivo que es lo que nos concierne, nada nos puede dañar. Esto es una idea, pero también es una ráfaga de energía buena que carga con fuerzas todas las células de nuestro cuerpo.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

23 de abril de 2010

TATUAJE DE MAR

TATUAJE DE MAR Y TIERRA.

En mi pobre corazón de arena hay un viejo marino, lo que afirmo por haber navegado, durante muchos años, por todos los puertos de América, por haber cruzado muchos mares, pero, afirmo, ninguno como este donde he visto aparecer al Ser de las aguas y sus seres, donde tengo mi hogar y más no quiero yo, sobre unos acantilados de la Caleta de los Pescadores de San Pedro de Cartagena. Por eso nada más afuera deseaba conocer, sabiendo que podía siempre gozar de nuevo de aquello que era mío; reclinarme en estos horizontes como sobre un regazo o tirado en las algas finas a la orilla del mar entre las rocas, al abrigo del canto de las gaviotas, y la conversación de las focas acompasada con el aplauso gracioso de sus brazos alados. Aquí se me ha dado descubrir el mar en toda la enorme estatura de su porte como lo vi una vez hace muchos años, según recuerdo vagamente, corriendo a la orilla de las aguas, explorando grutas y persiguiendo pájaros marinos, entonces fue que vi cuando Caicalvilú el Ser de las aguas se hizo presencia anunciado por el movimiento de su manto, y precedido por su corte de seres, cuando en toda la inconciencia de la niñez, o conciencia, no sé, durante el terremoto de 1960 me atreví a bajar los mismos acantilados y acercarme y tocar su manto. No me dañó un pelo; entonces menudo como pájaro, desligado de la felicidad, aún sin razón ni canto, ni alegría, sentí para mi solo las aguas y el mar, para mi solo el universo. Ahora, confieso, vi también embriagado por las mismas orillas, con el mismo color de espuma y también las aguas desplomándose desde sus alturas como una torre herida, encrespado el mar saliéndose de sus raíces con un solo golpe, quebrando el espacio. Así, desde antes data el recuerdo de esta abrasadora sed que me ha arrebatado. Con mi propia sangre detenida en su propia tempestad, entre juncos y lavandas que crecen de las piedras, mientras sentía esa fuerza como un toro dividiendo mi pecho. Ahora como entonces sorprendido del canto del mar con su clamor de repente, tenso como el arco o el látigo violento.

He visto la bravura del mar cantando desde sus profundas cuencas, donde vive el Ser de las aguas y su corte, más abajo de lo explorado donde no existe ni tierra, ni aire, ni fuego, sino una materia que las contiene a todas, y ruta obligada a través de la cual no se puede navegar ni transitar. En la zona oscura del día y de la piedra, desde ahí el mar cuando nosotros apenas éramos semilla de materia sin memoria, donde el Ser de los símbolos tiene su reino, existiendo siempre, desde antes este Señor de los seres submarinos suele visitar la tierra que despierta con aventuras geológicas impredecibles. En este día inmediato a la luna llena de finales de febrero el Ser enseñó la expresión de su fuerza, luego que se salieran las aguas en los mares del sur de Chile hasta frente a mi ventana bajo los altos acantilados en las aguas de Santiago la Capital, en línea recta subiendo a la cordillera de Los Andes sagrados. Aquí he conocido el mar definiendo la vida. En la terraza de mi hogar construido en la piedra bruta, sobre las rocas altas, he vivido también el pleno temblor metafísico, según pienso, inspirándome humildad y temor apacible. Me he visto protestando la transfiguración hacia la felicidad mortal con esa racha de dolores humanos, oculto en el besador mentiroso de la Tierra. Como pequeños presagios, en estas azulinas postrimerías del verano austral, por el medio día trabajando callado, oí a unos niños jugar soplando caracolas de mar con que imitaban el rugir de las olas en la tormenta, de inmediato he visto desde la terraza de mi hogar, sobre mi cabeza, nubes de púrpura transcurriendo como grandes peces o alas de ave grande que cruzaron, sin ruido, el morado crepúsculo. Con noche cerrada fue que todo se remeció y en el lejano horizonte del mar, plateado por la luz de la luna llena, los pescadores en sus botes iluminados trabajando sus redes, no supe si iba hacia ellos o ellos venían hacia nosotros. Mi pequeño fox-terrier Obama y la fuerte mestiza Lucrecia ladraban al mar con furia salvaje, cuando los arcos, pilares y cadenas envigadas de la terraza donde nos refugiamos, comenzaron a cruzar volando entre nosotros, toda en ruedo la vida, al menos eso parecía el instante en que el canto gutural del mar se oyó y su furia sonora quebró la materia de un golpe, entrándose las aguas para devolverse en olas rudas y breves que se devolvían con cuanto encontraban en las orillas, estirándose y retrocediendo en un instante con cada vez más fuerza física y sonora. El terremoto hizo una sola cosa del mar y la tierra, el aire, la terraza y nosotros, tatuando las cosas en una sola, sin posibilidad de distinguir alguna de otra, como bestia ensordecida que al grito no responde. Inconsciente, llevado por la impresión, desde la terraza de mi hogar, con mis perros sin dejar de ladrar escondidos entre mis piernas que sentía como rieles hundidos en la arena, entonces fue que observé la corte con sus propios sentidos de seres submarinos que anuncian al Ser del mar, Caicavilú el Todopoderoso de las aguas, de cuyo manto es la materia de las aguas bravas caminando por los barrios de mi pueblo.

Resultó que el mar dejó descubierto su fondo, diría que unos mil metros desde la orilla de los acantilados se recogió en sí mismo; dejando al descubierto lo que fue el primer puerto español en Chile envuelto en un destello anaranjado que brillaba sobre murallas roídas por las aguas y el reflejo plateado de la luna sobre numerosas construcciones de piedra blanca, bloques enormes de lo que es sin dudas mármol de la zona, algunos fragmentos demasiado grandes para ser abarcados con una sola mirada, cuando no de pura piedra pulida por el roce de las aguas enteramente cubiertos de incrustaciones y algas verde-esmeralda, cortas y finas como cabello, que con el desplazamiento súbito de las aguas fueron descubriendo una arquitectura esmerada, en que resaltaba lo que semejaba el escenario de un teatro de piedra muy pulida, que pareció ser la explanada del muelle principal por su ubicación entre dos enormes diques destruidos, ubicados a unos cinco o seis metros bajo el agua según la arena que removió el mar en fuga a partir de las rocas bajas de los acantilados. Descubrí nuevas ruinas a medida que retrocedía el mar y se despejaba la niebla de jade claro en la profundidad develada y más obscuro arriba. Descubrí que la mancha negra que solía divisar insinuada en el mar en día claro, son dos enormes bloques de piedra que anuncian lo que semeja la cúpula de una torre perfectamente redonda enterrada en la arena: es verdad lo que describían nuestros mayores de las construcciones macizas que se había tragado el mar en el siglo XVII, en que sobresalía una torre deslumbrante de un tamaño suficientemente elevado como para servir de señal a los navíos por muy alejados que estuvieran; alrededor se ven estructuras de piedra finamente talladas; ahora entiendo que desde mi terraza era visible el malecón hundido que rodeaba el puerto, yo diría que de unos sesenta metros de ancho, y en él destacando numerosas arcadas del que parte lo que parece ser parte del muelle. Y sobre los enormes bloques de piedra son perfectamente visibles columnas derribadas que parecen de plata, no sé si por el reflejo de la luna llena en la roca o por semejar la textura del mineral. Diviso más allá un conjunto de columnas que parecer ser parte de un solo edificio, por fragmentos enormes de piedras talladas, cubiertas de un depósito calcáreo y musgos como el resto, pero perfectamente reconocibles por el largo y su forma redondeada sobresaliendo perfectamente en la arena verde y azul del fondo marino. Desde mi terraza hasta lo que el mar dejó descubierto esos minutos, es obvio que los grandes monolitos pulidos y gastados por el agua fueron tallados de un modo particular, como elementos de un colosal juego de construcción, en que de modo alguno logré divisar algo que pareciera una forma humana o animal tallada en la piedra, seguramente se han puesto irreconocibles con la acción de la calcarie que las reviste y las algas, existiendo enormes extensiones en especial cubiertas de huiros finos, cochayuyo y coral blanco. Igual alcanzo a divisar formas en piedra que me parecen ánforas, jarros, otras semejan platos o fuentes, y sin dudas restos de alfarería con asas muy graciosas de curvas delineadas por la luz de la luna, todas muy limpias por la protección de la arena que las ha dejado al descubierto. A lo largo de estas costas no existía ningún puerto seguro, excepto este donde desde antes de la llegada de los españoles ya estaba construido, por los primeros chilenos que habitaban esta zona unos 4000 años, de quienes sabemos muy poco, excepto que también construyeron el Reloj de Piedra del sol de Santo Domingo a cuarenta minutos por las orillas de los acantilados, antes del vecino puerto de San Antonio, donde se trasladó oficialmente este puerto principal luego del terremoto que lo hundió. Le he visto emergiendo de la arena, brotando de las rocas submarinas, intacto, hipnotizante, por unos instantes iluminado por la luz de la luna.

Luego junto con volver las aguas en olas de varios metros, con el maremoto fue que el cortejo del Ser del mar Caicavilú se apareció desde el límite de mi campo visual, emergiendo como una silueta fantasmal avanzando lentamente, muy erguida: la aparición brota de la penumbra y se hace visible, en un instante, sobre lo que parecía un río de piedras entre los remolinos cruzando las aguas, cruza la corte precedida por un gran animal, el soberbio dragón, impactante tirando fuego por su hocico, con su cuerpo alargado de tronco grande, levemente elevado del mar furioso, con sus grandes membranas a manera de alas que le permiten desplazarse por el aire a ras de las aguas. A ratos adaptado perfectamente a su cualidad también acuática, con sus cuatro extremidades transformadas en aletas nadando impulsado por ellas y con su cola, larga y robusta. Es un animal grande como un dinosaurio, pero no más, sin embargo irradia una fuerza que abre a su paso todo de par en par. Siento que en el mar, la tierra o el aire no hay animal que pueda competir con él por el alimento o el espacio vital o que pueda destruirlo. Si acaso, los hombres una vez cada varias generaciones le ha echado ocasionales vistazos desde lejos, sin saber realmente de qué se trataba tal ser fantástico. Lo vimos bien, su cabeza pequeña y excepcional: de forma larga puntiaguda tiene fosas nasales negras tan profundas como sus grandes ojos de singular factura; sus largas y poderosas mandíbulas se ven erizadas de dientes largos y puntiagudos, con los que puede triturar cualquier ser incluso las conchas duras como piedra de los moluscos. Nada, corre y vuela ágil y velozmente, de manera que es capaz de dar alcance al ser que ha elegido devorar, sin importar su naturaleza. Transcurría en su remolino que era especialmente concentrado de corrientes encontradas, por la capacidad del gran animal de sorber los remolinos del agua a su alrededor y de vomitarlos cada ciertos instantes, con su cola pavorosa, escamoso de azul petróleo y verde esmeralda, el que domina, el que arrasa y abate abriendo camino, alta furia, el crinado de algas salvajes. Los primeros que pierden asombrados la vida es entre sus manos más crueles que la nieve y de inmediato. Dejando tras suyo playas solitarias como recién creadas. Vi al gran animal que en los países al otro lado del mar frente a mi hogar aterroriza pero consideran de buena suerte: vi al dragón presidiendo el cortejo que guiaba con gran agilidad y movimientos como de anguila, levantando la cabeza y parte del cuerpo unos veinte metros, suspendido en el aire con un leve movimiento de sus aletas, contados desde la altura de mi hogar unos diez metros más arriba sobre los más altos acantilados. Salió de unos arreboles nocturnos que se dejaron caer de súbito rosando el mar, dejando tras de sí una gran estela espumeante, y remolinos vacíos provistos de patas, en que se transportaban los otros seres submarinos que formaban el cortejo de Caicavilú.


Al aquietarse las aguas bajo los remolinos tras el paso del dragón, por un instante como rasgados en sí mismos, me pareció que los rayos de sol reflejados por la Tierra no volverían a esta alejada región. Cuando de repente a esa hora de la noche las aguas chisporrotearon, prendiendo en llamas amenazando con reducir a cenizas todo, ardiendo el mar de fuego semejando en sí mismo apariencia infernal. Ardieron las aguas de horripilantes destellos un momento en todo el paraje marino bajo mi terraza y otro en alguno distante. Desbocados los organismos flameantes de la misma familia que la marea roja, tan letal como ella. Porque el mar se encendió de fuego que en las aguas tiene vida propia. Las embarcaciones pueden recorrer muchas veces una ruta sin ver nada excepcional y en el siguiente viaje la embarcación se ve envuelta por fuegos: de súbito aprecian primero que la estela del bote comienza a brillar con una luz blanca azulada contra la oscuridad marina, pronto el brillo de la estela aumenta y comienza a brotar el despliegue de fuegos surgiendo a ambos lados de la embarcación, de imprevisto saltando del agua y al caer salpicando todo con chispas líquidas que a ratos se hacen llamas amenazando devorar todo fuera del agua, lo que produce el pánico acentuado por los remolinos ardiendo, y aunque no se trata de auténtico fuego, no son inofensivos. Son organismos vivos que se impulsan moviendo una larga y delgada cola en forma de flagelo; son muy pequeños, microscópicos, pero miles de millones de ellos que unidos producen destellos tan horripilantes como el fuego, de chispa azulosa que dan al mar un aspecto fantasmagórico creado por organismos vivos. Son fuegos giratorios medidos en 185 mil seres microscópicos por cada litro de agua, que vistos actuar juntos en miles de litros cúbicos causan terror; emiten solamente su fuego de noche porque la naturaleza del día los anula aunque se les mantuviera en la total oscuridad todo el tiempo. El Ser conoce este reloj biológico por eso sólo utiliza de noche en su cortejo fenomenal a los fuegos del mar, que cesaron tan repentinos como se aparecieron y fueron precedidos por otros nuevos remolinos en que se posaban toda suerte de seres monstruosos y dioses marinos menores convocando en el cortejo peces con forma de caballo, de cerdo y becerro, gorgonas, ninfas, y otras singulares formas; en las orillas de una serie sucesiva de remolinos sin mayor violencia nadaban el pez leonino, con su cabeza, figura y talla de un león melenudo, con cuatro patas con membranas entre los dedos como el castor o pato de río, con su cola larga adornada también de pelo en su extremo, las orejas grandes y el cuerpo con escamas finas doradas que semejaban piel suave. Vi al pez fraile, de tamaño no mayor al de un hombre común, con cabeza rasurada y lisa de cara que me pareció extraordinariamente semejante a una persona, aunque rústica: sobre los hombros un capuchón de monje de escamas anunciaba sus dos largas aletas delgadas que parecían largos brazos, y el extremo del cuerpo acabado en una cola fuerte de pez. Vi cruzando un enjambre de peces voladores que me parecieron pájaros de plata por el reflejo de la luna. Vi un rebaño de focas quietas pariendo dolorosas aullando en el centro de un remolino, mientras los machos silenciosos las observaban ubicados naturalmente en el círculo de aguas vivas. Vi peces enormes como la vaca marina y el pez buey con cachos y pezuñas amenazantes de plata más brillante que las escamas duras que cubre sus cuerpos; vi en un remolino una familia de manatís, con sus ojos pequeños, sin cola reemplazada por aletas de fuerza enorme que salen de sus hombros, sin escamas, como de cuero su piel, de boca como toro, el lomo llano, su cuerpo muy grueso, la hembra con dos grandes tetas, algunas dando de mamar a sus hijos, de pie, recién paridos a la manera de los animales de tierra. Anunciado por los manatís fue que se apareció cruzando espectral el Caleuche, el barco donde navegan los brujos, cuya visión es de tal impacto que se dice en estos mares del sur de Chile que quien osa acercarse al navío fantasmagórico se vuelve mudo y permanece para toda la vida con sus facultades mentales perturbadas: por ser una nave de brujos puede trasladarse en un instante de un lugar a otro y puede navegar tanto en la superficie de las aguas como debajo de ellas. Por ser el Caleuche creación de arte de magia alcanza velocidades inconcebibles y transforma a voluntad su estructura, así a ratos me pareció un tronco de árbol gigantesco o una roca negra cruzando las aguas, como semejando un velero bellísimo iluminado de una intensidad mágica que opaca incluso la luz de la luna también ocultándose tras negros nubarrones que cruzaban acompañando la aparición: se aparece como punto luminoso que se hace mancha centelleante, que poco a poco difumina sus contornos imprecisos para semejar un navío en llamas, extraño, de antigua forma, de casco alargado con tres mástiles cargados como de corroídas velas desplegadas fosforescentes, encendidas, flameando por efecto del fuerte viento que soplaba acompañando el barco: pude distinguir en la proa un torreón y sobre la cubierta siluetas de una tripulación indefinible pero de formas humanas normales, hombres y mujeres envueltos en una luminosidad roja como corazón del fuego, que se entretenían bailando al compás de una música que me sonaba embriagante, que subyuga y atrae con magnético encantamiento, tanto que permaneció en mi memoria más allá de cambiar su forma el barco mágico, que desapareció cuando una gran sombra cubrió todo en medio de un fuerte olor a azufre. Al volver la luz de la luna llena a iluminarlo todo, que se apareció en medio de los claros a quienes dieron paso los nubarrones, el Caleuche ya no estaba, sólo su música como rebotando en las rocas, que se volvió música gloriosa inundando el aire, que se hizo un sonido de voz humana pero como de otro mundo en este mundo, un sonido celestial diría.


Fue entonces que en un remolino vi a las sirenas quienes embriagaban con su sonido atrapador, con su canto seductor y de fondo la voz cadenciosa del mar creando una melodía fantástica. Originalmente mujeres mortales de singular belleza, las sirenas, se sabe, son hermanas castigadas por sus padres monarcas de un reino lejano, quienes enojados con ellas por no haber defendido, celosas, a la más bella de sus hermanas raptada por un colérico héroe enamorado, fueron castigadas y transformadas en monstruos marinos mitad mujer y mitad pez desterradas de su reino, buscando desde entonces refugio en los promontorios rocosos entre las islas del mar, dedicadas en su enojo a la macabra tarea de atraer hacia las rocas a los hombres que trabajan en los mares con su canto irresistible para darles muerte. Integradas a la corte del Ser de los mares, hechizan las sirenas con su canto contra el que no hay defensa. Mis perros Lucrecia y Obama con sus hocicos firmes clavaron levemente sus dientes en mis piernas incapacitando mi andar y lanzarme a las aguas respondiendo a su llamado seductor, con su torso, busto, brazos y cabeza de mujer, bellísimas a la luz de la luna llena y los reflejos del mar, de brazos torneados y femeninos con sus largas cabelleras verdes sedosas cayendo en sus hombros, y la parte inferior del cuerpo de pez simulado bajo las aguas. Algunas sirenas jugaban con blancos delfines y otras con su mirada acariciadora observando a quienes las seguían en su propio remolino: tritones, condenados a jamás poder amar a estas falsas mujeres de corazón seco que no aman a los dioses ni a los hombres, así sean como ellas tritones, hombres de mediana estatura también de la cintura para abajo con forma de pez, cubiertos de vellos y sin apreciables escamas; su cara de boca ancha y oreja pequeña con ojos saltones de profunda negritud; los dedos de sus manos unidos por membranas que noté muy bien, porque de cuando en cuando tiraban con sus manos al aire chispas líquidas que pudieron ser pececillos finísimos de alimento vivo aún entre los remolinos en que cruzaban posados, mientras se comunicaban entre ellos con gruñidos que eran aplacados por el canto del mar y el de las sirenas que aún rebotaba seductor en el aire cuando descubrí que seguía el cortejo un tenebroso personaje de colosales dimensiones infrahumanas, un pez animal como a reacción navegando su masa enorme con tentáculos flotando tras el cuerpo blando y viscoso, repulsivo, que a ratos tomaba la forma del remolino en que resaltaba su mandíbula en forma de pico de loro, y una mirada que se me antojó siniestra en su forma de cabeza con dos ojos enormes, y por cuello tentáculos parecidos a serpientes que capturan a su víctima y la inmovilizan con sus ventosas cargadas de electricidad que utilizan para adherir las embarcaciones y arrastrarlas al insondable fondo del mar; el gran pulpo es de terror con sus tentáculos más largos que el mástil de un barco, oculto en los acantilados submarinos, quien se acerca a su madriguera es recibido con su mortal abrazo: su cabeza de muchos metros de circunferencia resulta comparable a una isla más que a un ser vivo, lo creo el más grande monstruo del mar entero de la Tierra, en que sólo la longitud de sus ojos calculé desde mi distancia en la terraza que podían medir entre diez y cincuenta metros; de fuerza tan colosal que a su paso las aguas terminaban de subir a la zona más alta de los villorrios inundados de estos mares del sur; su semejanza la asociaría con la de un calamar descomunal, de color rojo ladrillo, de ojos con forma de tambores, con sus diez tentáculos que alcancé a contar y que en momento alguno intentaran invadir mi terraza, quizás alejado por los ladridos furiosos que a todo pulmón le dirigían mis perros junto a mi en la terraza que en una fracción de segundo se volvió toda roja por el reflejo del mar de sangre que cruzó en el cortejo, quizás tinta arrojada por el pulpo gigante o en verdad sangre que era la primera impresión que me causó inmediato espanto, porque era en verdad un mar de sangre que cruzaba con vida por efecto de los remolinos que alentaban el líquido de siniestro color sanguinolento, y sobre él flotando incontables personas yertas confundidas con animales intactos también muertos, recién ahogados. Era una macabra escena de cadáveres de horror, sin embargo no traía el aire nocturno olor alguno, pero de él emanaban vapores invisibles que causaban escozor en los ojos y nariz, y al respirar mi garganta ardía por el aire transparente que despedía el mar arremolinado de sangre alborotada de cuerpos muertos que al sólo ver hacía la respiración difícil y causaba acceso de tos: la visión parecía una advertencia divina indignada, de efecto desastroso porque asfixia con el sólo pigmento rojo envenenado secreto de su química, color donde está el veneno que acaba con todos los organismos vivos que caen en sus fauces y de inmediato consume partiendo por el oxígeno de los cuerpos, al tiempo que asfixia con sus toxinas que afectan el sistema nervioso y desquician la actividad de músculos y membranas. Las sustancias químicas emanadas por el mar de sangre son tan fuertes que pueden actuar sobre ciertos metales: no hay especie o cosa que no pueda resultar diezmada por esta marea roja, que, sin embargo, debo agradecer que cruzó con la rapidez apurado por un sin fin de enormes bolas marinas que el Señor del mar suele utilizar para acusar también su presencia poderosa: son formas esferoidales, ovales y cilíndricas de unos doce centímetros de diámetro, millones de ellas, de un material semejante al fieltro, formado con fibras de algas entrelazadas y compactas de gran dureza semejante al hueso pero más débil que la piedra, aunque en su conjunto muy dañinas; de color verde claro u oscuro, estas formas de plantas acuáticas se reproducen sin necesidad de semillas, por ramificación que crece en los jardines acuáticos del Señor: venían en el cortejo cubriendo entero un remolino de proporciones gigantescas de espuma resaltando su forma circular amenazante a punto de dispararse, lo que aterrorizaba. Luego fue que todo el mar visible desde mi terraza, entre los meridianos 32-33 y paralelos 71-73 sur, se hizo ese solo remolino horroroso de restos de algas y desechos de mar en todos los tonos del azul, inundando el aire de un nauseabundo olor putrefacto de yodo y muerte como de lugar olvidado por la vida: desolación inacabable con tal intensidad de páramo que hasta mis perros aminoraron los enérgicos ladridos a su paso. Se dice que los hombres de mar atrapadas su embarcaciones en este mar de putrefacción deciden suicidarse antes de esperar su suerte al ser atrapados en él: desde mi terraza, hasta donde daba mi vista, en el centro de esta pura muerte vi lo que era una verdadera ciudad en ruinas flotante, formada por quebradas embarcaciones que, prisioneras de la masa de algas y vegetales muertos del mar, eran lentamente arrastradas hasta el vórtice de corrientes en remolino; no se veía un solo ser vivo, puro resto y devastación poblada de invisibles espectros de marinos condenados a derivar el círculo donde el tiempo está detenido, en que las orillas que llegaban justo a la entrada misma de la caleta de los pescadores de San Pedro bajo mi terraza, era de aguas transparentes por la escasez de organismos vivos, aguas de un color vivo azul y cálidas, quizás si por efecto aún de los otros remolinos que había antes cruzado entre las rocas, con su fuerte olor salino exaltado por los jirones de plantas y animales atrapados en las orillas que navegan arrastrados por las corrientes circulares del soberbio trecho de mar en que transcurría.

No bien cruzó el espanto de restos, fue que se vino la lluvia de peces del cielo que cubrieron todo en un instante, que nos obligó a refugiarnos en la mitad techada de la terraza, para luego apresurarme, una vez que cruzó el fenómeno, a tirar en dirección al mar una gran cantidad de los peces de todos tamaños sin ser ninguno demasiado grande: en eso estaba intentando descubrir casi un metro de pescados que cubrían el suelo, cuando vi que Obama, como podía, y la fuerte Lucrecia, agarraban en sus hocicos algunos de ellos y los dejaban con cuidado en la parte techada: así mismo hice, eligiendo, con premura, los peces sierra y lisa que veía, cuyo sabor son de todo mi agrado, labor que aminoró mi impresión, dejándolos a resguardo del copioso chubasco que acompañó el hecho anunciado por el repentino aspecto extraño, indefinible, que adquirió el cielo y todo nuestro universo alumbrado por la luna llena enorme, lo que me había despertado asombro pero hizo huir el temor, quizás por la lógica de rescatar alimento, luego de los hechos sucesivos que acaecieron esta noche excepcional, y también aminorada en parte, pienso ahora, la impresión brutal de ver los seres que acompañaban al Ser de las aguas, descubrir luego en la corte que cruzaba a la Pincoya, que los chilenos conocemos desde niños, iba sentada en una roca que crecía el centro de un remolino, en cuyas aguas circulares nadaban incontables pececillos dorados, igual que el cabello largo y sedoso de la diosa de la fertilidad marina: de ella depende la abundancia o escasez de los mariscos en las playas y de los peces en los mares del Sur: vestía un maravilloso traje de hojas de sargazo y completa su atavío un cinturón de huiro casi transparente que a la luz de la luna llena brilla como el oro. Como hembra es hermosísima, sensual y tan atrayente que hasta los peces a ratos detienen su nado, venciendo la fuerza del remolino, para quedarse contemplándola. Maneja una energía poderosa y la envuelve un reflejo que semeja llovizna de luciérnagas o una casada de oropel. Peinaba su cabellera dorada que le cubre las espaldas muy tranquila con un peine de nácar, ajena al mundo convulsionado a su alrededor, lo que entrega paz a quien la observa: iba de espaldas a la costa mirando hacia el horizonte del mar, lo que pensé que era un signo de que la abundancia de mariscos y peces bendecirá la costa luego de cualquier desastre ocurrido. En un instante supremo, la Pincoya elevó sus delicados brazos al cielo y agita con suavidad las manos jugando con la posición de las estrellas que cambiaban de posición a su antojo: maravillado, observaba el cielo guiado por su acción, y cuando volví la vista a ella, había desaparecido.
Finalmente cerrando el cortejo que anuncia a Caicavilú el Ser de los seres del mar, cruzando fue que vi a la gran serpiente blanca de cabeza negra con un soberbio cuerno de diamante brotando de su frente, que en los mares del sur de Chile conocemos como Tentenvilú, quien no solamente mora en las aguas, sino que puede incursionar por tierra firme adentrándose en la tierra, con su rapidez como de rayo, con hocico tan grande que en su boca cabe holgadamente un hombre a caballo, y un soberbio cuerno brotando de su frente. Quienes la han visto afirman que su paso dura tres días, yo digo que cruzó por aquí en tres minutos, durante los cuales mis perros Obama y Lucrecia callaron de inmediato sus furiosos ladridos y parando sus orejas se pusieron en actitud de alerta, mirándome, esperando mis órdenes. De niño también había visto la gran serpiente blanca atacando a una ballena, a la cual, tras feroz batalla que duró unos instantes, creo, logró atrapar y engullir entre sus fauces. Luego, desde mi terraza me ha parecido otras veces divisar que pasa su cuerpo apareciendo entre las aguas como un gran navío, con sus demás sesenta metros de longitud por seis de espesor. Con sus ojos de un verde muy claro, casi blanco, con pupilas negras y verticales. Con su cuerpo cilíndrico sin aletas ni patas de ninguna clase. Tentenvilú se aparece emitiendo una especie de silbido que alerta, desplazándose por medio de ondulaciones verticales de su cuerpo de reptil, que algunos confunden con jorobas redondas, por su costumbre de perseguir las embarcaciones, elevando las barcazas en forma erecta y formando una especie de columna gigantesca, barriendo con los pescadores, devorándolos, cuando, para prevenirse, no han clavado un cuchillo de mango negro en el palo mayor de la embarcación, bien santiguada y orada. La impresión fue horrible, de repente la gran serpiente velozmente vino derecho hacia donde estábamos y cuando parecía que nos iba a engullir, desapareció en los acantilados debajo de la terraza donde estábamos, que de inmediato subió varios metros más.

Sólo se que luego fue que cruzó el Señor de los seres del mar: Caicavilú, cuya aparición vino con el maremoto horrible, en que las olas del mar se tragaron incluso a los remolinos, pero cuya altura no logró dañarnos ni a los pobladores de la Caleta que no alcanzó por la altura en que nos elevó Tentenvilú, haciendo verdad su costumbre de proteger si así lo desea a los animales y hombres que peligran de ser engullidos por Caicavilú, que se desplazaba en su carro tirado por hipocampos que tienen el tamaño y la forma de los caballos de mar, quizás de líneas más finas, si es posible, con sus cascos de bronce y fuertes crines con apresurado vuelo grácil al ras de las aguas; el Ser que domina sobre todas las aguas dulces y saladas, que son una sola agua que discurre bajo la tierra y la sustentan: por eso al agua se deben los terremotos, porque ciñe el mundo y hace temblar la tierra. El Señor Caicavilú, que vi y cegó hasta ahora uno de mis ojos, tiene la forma de un pez con cuerpo de semejanza humana, con cabeza dos brazos y dos piernas todo acorazado de escamas, erguido su cuerpo simétrico, estético, cercanamente identificable con uno mismo, como un reflejo en el espejo de las mismas aguas. Con su tridente de oro, parecido al arma de los pescadores de atún, fue que vi el tatuaje que el Señor iba creando, al tiempo que iba ascendiendo cíclicamente el nivel de las aguas como si el mar se hinchara de vez en cuando, a intervalos de la rítmica respiración desatada de la Tierra, semejando todo un gigantesco animal vivo, imperioso, incompasivo. Es cierto lo que dicen quienes afirman que descendemos del mismo Caicavilú el Señor de las aguas, que suele inundar la Tierra enojado por haberlo abandonado el hombre para vivir en la superficie seca, aunque hubo incontable seres que se quedaron en su reino por lo que el inventario de los seres marinos que existen no sólo falta completar, sino que jamás se concluirá. Junto con cruzar el Ser bajaron las aguas y el mar se calmó. La verdad debe ser vivida para ser dicha; miré a los ojos de mis perros Obama y Lucrecia que me observaban vivamente y en sus ojos sentí que me decían en su mirada: el Dios que habita en nosotros es el Dios que habita en ti y en todos y es el Dios que habita en el Señor de las aguas que nos ha tatuado de mar y tierra.
© Waldemar Verdugo Fuentes.