17 de mayo de 2008

FRAGMENTOS

Estas historias las he escuchado contar a los narradores de cuentos que van en las caravanas que cruzan los desiertos del norte de Chile. Las narro como las oí.

PRINCIPIO DE LA CARAVANA DE ATACAMA:
Lo primero es saber que lo que creemos que es la verdad,
no lo es en absoluto.


EL GRAN CURANDERO DEL DESIERTO
Un hombre del oasis de Caldera consultó al gran curandero del desierto porque su esposa no podía concebir. La mujer estaba excesivamente gorda; el curandero la examinó, le tomó el pulso y dictaminó:
-No puedo tratar su esterilidad porque he descubierto que de todas maneras morirá dentro de cuarenta días.
Después de escuchar tal afirmación la mujer quedó tan preocupada que no pudo comer durante los cuarenta días siguientes. Pero no murió en el plazo señalado. Volvió el esposo a consultar al sabio quien le dijo:
-Sí, lo sabía: ahora será fecundada.
El esposo preguntó de qué manera había sucedido este cambio y el curandero respondió:
-La exagerada obesidad de tu esposa interfería en su fertilidad. Sabía que lo único que la haría olvidar la comida sería el temor a la muerte. Por lo tanto, ya está curada.

Otro día, un hombre que vivía en condiciones suficientemente holgadas en Santiago la capital, fue al norte y en el oasis de Caldera buscó al curandero que tenía reputación de poseer todo el conocimiento médico, y le dijo:
-Respetado sabio, no tengo problemas materiales en la gran ciudad, sin embargo no soy feliz. Siempre estoy descontento; durante años he buscado una respuesta a mis pensamientos interiores y de tener una relación correcta con el mundo. Por favor, aconséjame para curarme de mi infelicidad.
El curandero respondió:
-Mi amigo, lo que está escondido para algunos está oculto para otros. El remedio para tu enfermedad no es ordinario. Debes recorrer los oasis del desierto hasta llegar a aquél donde vive el hombre más feliz de Chile. Tan pronto lo encuentres, deberás pedirle su camisa y ponértela.
El hombre de la ciudad, desde ese momento y sin descanso comenzó a recorrer los oasis de las tierras más secas del planeta buscando hombres felices. Uno después de otro los interrogaba y todos contestaron:
-Sí, soy feliz. Pero hay otro que lo es más.
Después de viajar de un oasis a otro, lo que le tomó mucho tiempo, llegó al lugar donde todos decían que vive el hombre más feliz del mundo, que era, para su sorpresa el mismo oasis de Caldera; donde bastó que se acercara para oír la risa alegre de un hombre envuelto en su manta de lana sentado a la sombra de una gran roca tallada que anuncia el oasis.
-¿Eres el hombre más feliz de Chile, como se dice en todos los oasis? -le preguntó.
-Claro que lo soy -dijo el hombre sentado.
-Mi nombre es fulano; mi condición es tal y cual. Y mi remedio, prescrito por el gran curandero de este lugar, es ponerme tu camisa. Por favor, véndeme tu camisa; te daré a cambio lo que quieras de lo que tengo.
El hombre más feliz lo miró fijamente y luego rió. Rió y rió. Cuando se calmó un poco, el hombre desdichado, un tanto sorprendido por esta reacción tan poco seria, le dijo:
-Estás loco para reírte de un pedido tan serio. He vivido siempre en la gran ciudad y dejé todo para buscarte y acabar con mi desdicha. ¿Estás loco?
-Quizás -respondió el hombre más feliz-. Pero si te hubieras molestado en mirar, habrías visto que no poseo camisa. Sólo tengo mi manta para enfrentar el frío de la noche del Atacama.
-Entonces, ¿qué debo hacer ahora?
-Ahora quedarás curado. El luchar para tener algo inalcanzable proporciona el ejercicio para lograr algo necesario más cercano; como cuando un hombre reúne todas sus fuerzas para saltar un arroyo como si fuera más ancho de lo que es y siempre consigue llegar al otro lado.
Entonces, el hombre más feliz se quitó su manta que le cubría también parte del rostro, y el hombre inquieto vio que era el mismo gran curandero que lo había aconsejado.
-Pero, ¿por qué no me dijiste todo esto hace tanto tiempo, cuando vine a verte? -preguntó el hombre, desconcertado.
-Porque entonces no estabas maduro para comprender. Necesitabas ciertas experiencias, y tenías que recibirlas de tal manera que asegurara que las habías de vivir. Una mula que usa una biblioteca como establo no aprende a leer y escribir. El hilo no se ennoblece por pasar a través de las perlas. ¿Por qué buscas la felicidad fuera, cuando la tienes dentro de ti mismo? La felicidad es un manantial interior. Para ser feliz no necesitas camisa.

Otro día, un escritor narrador y en las caravanas fue a ver a este gran curandero en el Oasis de Caldera, y le dijo:
-Tengo toda case de síntomas terribles. Me siento infeliz y desasosegado, mi cabello, mis brazos y mis piernas están como si los hubiesen torturados.
El médico le preguntó:
-¿Es verdad que hace meses no has cruzado el desierto trabajando con tus narraciones?
-Eso es cierto -contestó el hombre-. Sólo me he dedicado a escribir y a nadie he contado nada.
-Muy bien -dijo el médico-. Ten la amabilidad de recitar algunos cuentos de los que has escrito.
El narrador así lo hizo y, ante la insistencia del médico, dijo una y otra vez sus textos. Entonces el médico diagnosticó:
-Ponte de pie pues ya estás curado. Si bien habías trabajado, no te decidías a entregar tu fruto final; es necesario apartarse una vez realizada la obra. Lo que tenías en tu interior había afectado tu físico. Ahora que ya lo has liberado, has vuelto a estar bien. Ya puedes integrarte a las caravanas a trabajar.

EL OASIS DEL PROFETA SOTO ROMERO
Cierta vez un anciano extranjero errante buscador de la verdad cruzaba los desiertos del norte de Chile, cuando encontró el nombre del Profeta Soto Romero tallado en ciertas rocas marcadas que había visto en sueños, lo que consideró una señal de que el fin de su búsqueda había llegado, marcas que siguió mucho tiempo mientras leía cuanto se refería a su asunto y que lo llevaron finalmente al Oasis del Profeta en Antofagasta.
Sin conocer a nadie, estaba cerca de la casa de piedra del Profeta, que también era el templo del oasis, cuando vio al hombre amable a quien le dijo:
- Amigo, llévame ante el Profeta Soto Romero.
El hombre amable lo guió hacia el interior del templo pétreo, lleno de gente angustiada. El Sucesor estaba sentado al frente de la asamblea en el salón principal, cuando el anciano errante se acercó a él creyendo que era el profeta y exclamó:
-¡Oh Sabio, Profeta Soto Romero, Elegido de Dios, un buscador de tu luz llega a ti luego de andar una vida!
Al oír la mención al Profeta, todos comenzaron a llorar desconsoladamente, incluso el Sucesor. El anciano errante no sabía qué hacer y dijo:
-Soy extranjero y desconozco los ritos necesarios para dirigirse a ti, Oh Profeta. Es verdad que he leído tus enseñanzas contenidas en los cuatro mil pergaminos en que explicas el origen, causa y desarrollo de las cosas, pero no sé referirme a ti. ¿He dicho algo inconveniente? ¿Debo permanecer callado? ¿O es esta la observación de algún ritual? ¿Por qué lloráis? Si es una ceremonia de este oasis del desierto, tierra sagrada que piso, la desconocía y no existe en los otros desiertos de la tierra...
El hombre amable dijo:
-No lloramos por nada que tu hayas hecho, pero debes oír, infortunado, que hace solo una semana que el Profeta dejó la tierra. Cuando oímos su nombre el pesar se apoderó nuevamente de nuestros corazones.
Al oír esto, el anciano errante extranjero desgarró sus ropas, cayó al suelo arrodillado de angustia y lanzó gritos al cielo. Cuando ya se había recuperado un poco, dijo:
-Hacedme un favor. Por lo menos dejadme ver una prenda del Profeta para tocar su ropa, ya que no podré verlo a él y mi vida de búsqueda ha sido inútil.
El hombre amable le contestó:
-Solo la mujer del Profeta custodia cada una de sus prendas; pero no creo que permita que nadie se acerque a las cosas del Profeta. Sin embargo, te acompañaré y tocaremos a su puerta.
Y así lo hicieron, cruzando las salas interiores ante la curiosidad de la Asamblea, mientras el Sucesor se retiraba a orar. En cuanto tocaron a la puerta de la viuda del Profeta, esta les abrió y explicaron su deseo. Ella contestó:
-Ciertamente mi Señor el Profeta Luis Antonio Soto Romero habló con verdad, como siempre, cuando dijo, poco antes de morir: "Un extranjero buscador de la verdad que ha cruzado la tierra y que me ama y es un buen hombre vendrá a tocar la puerta. No me verá. Dale, de parte mía, con toda mi consideración, este manto en mi nombre, y trátalo con gentileza dándole la bienvenida".
El anciano buscador errante se puso el manto y pidió que lo llevasen a la tumba del Profeta, en el campo de sal del oasis de Antofagasta. Y fue allí donde exhaló su último suspiro.


UNA HISTORIA DEL REY DEL NORTE
Un día llegó un mosquito a la corte del rey del Norte.
-Gran rey, la paz sea contigo -dijo en alta voz-. Vengo a suplicarte que rectifiques las injusticias con que tu corte me hace objeto diariamente.
A lo que el rey replicó:
-Haz constar tus quejas y serás ciertamente escuchado.
Dijo entonces el mosquito:
-Ilustre y digno monarca, mi queja es contra el viento. Cada vez que salgo al aire libre, llega el viento y, con un soplo, me lanza muy lejos. Por consiguiente carezco de esperanza para alcanzar los lugares que creo son para todos los que viven en tus dominios.
Habló el rey:
-De conformidad con los principios de justicia generalmente aplicados; no puede aceptarse queja alguna si no se encuentra presente la parte acusada para contestar los cargos. Ordeno que se llame al viento para que exponga sus puntos de vista.
Llamado el viento, una suave brisa fue heraldo de su presencia, después se hizo más fuerte. Entonces el mosquito gritó:
-¡Oh, gran rey, retiro mi queja, porque el aire me está obligando a volar en círculos y, antes de que el viento llegue realmente, yo habré sido arrastrado muy lejos.
Así fue como las condiciones exigidas tanto como por el demandante como por la corte fueron consideradas imposibles para la causa de la justicia en el reino del Norte.

EL PUMA TATUADO
Había una vez un hombre que quería que le tatuaran un puma en la espalda. Fue a ver a un artista del tatuaje en el oasis de Taltal y le expuso lo que quería, contratando sus servicios.
Pero tan pronto sintió los primeros pinchazos, comenzó a gemir y quejarse:
-Me estás matando, ¿qué parte del puma dibujas?
-En este momento estoy haciendo la cola -dijo el artista tatuador.
-Entonces no la hagamos -aulló el hombre.
Así que el artista empezó nuevamente. Y otra vez el cliente no pudo soportar los pinchazos.
-¿Qué parte del puma estas haciendo ahora? -gritó-, pues no puedo soportar el dolor.
-Ahora -dijo el artista- hago la oreja del puma.
-Tengamos un puma sin oreja, jadeó su paciente.
Así es que el tatuador comenzó de nuevo. No acababa de entrar la aguja en la piel cuando la víctima se torció nuevamente: -¿Qué parte del puma es esta vez?
-Es el estómago -contestó cansado el artista.
-No quiero un puma con estómago -dijo el hombre.
Entonces el artista tatuador tiró su aguja y dijo: -¿Un puma sin cabeza, sin cola, sin estómago? ¿Quién podría dibujar semejante cosa? Ni siquiera Dios lo hizo.
Y se negó a continuar.

LOS DOS HERMANOS
En el oasis de Quillagua vivían dos hermanos que juntos cultivaban la tierra plena de vida encerrada entre milenarios algarrobos, chañares y ricos terrenos de cultivo surgidos en medio de la pampa salitrera. Como sus mayores, ellos cultivaban el mango, ese fruto pequeño, fragante y de sabor delicioso que nace en el oasis, y siempre compartían las cosechas.
Un día, uno de los hermanos despertó durante la noche y pensó: "Mi hermano está casado y tiene hijos. A causa de esto tiene necesidades y gastos que yo no tengo. Iré y pondré algunas bolsas de mangos míos en su bodega; es lo menos que puedo hacer, y lo haré al amparo de la noche, no sea que a causa de su generosidad no quiera aceptarlo".
Así, cambió con sigilo varias bolsas llenas de mangos y regresó a la cama.
Poco después, esa misma noche, el otro hermano despertó y dijo: "No es justo que yo tenga la mitad de todos los mangos de nuestra tierra. Mi hermano, que es soltero, trabaja de sol a sol, y debe pagar por cada servicio pues carece de una mujer que lo atienda, no posee nada y por lo tanto trataré de compensarlo pasando algo de mis mangos a su bodega".
Y así lo hizo.
A la mañana siguiente, cada uno quedó sorprendido al ver que tenía el mismo número de bolsas en su bodega, y nunca pudieron comprender cómo, cada cosecha, el número de bolsas con mangos seguía siendo el mismo aún cuando, a escondidas, lo cambiaban.

LA RESPUESTA DEL ESCRITOR
Alguien se acercó a un escritor mendigo del desierto de Atacama que lloraba con grandísima amargura.
Le dijo:
-¿Por qué lloras?
El escritor contestó:
-Lloro para mover a piedad Su corazón, pues quiero volar.
El otro dijo:
-Se supone que como escritor debes ser inteligente. Pero tus palabras son absurdas, pues El no tiene corazón.
El escritor contestó:
-Eres tú quien se equivoca, pues El es el dueño de todos los corazones que existen. Sólo a través del corazón puedes llegar a El.
Dicho esto, el escritor se elevó por los aires.

EL CONSTRUCTOR ASTRÓLOGO
Un constructor de los que trabajan la piedra y el barro dando forma a las casas y templos donde se escribe la historia de los oasis en el desierto más árido, y que además era astrólogo, una noche leyó en las estrellas el día y la hora en que lo alcanzaría la muerte. Su sorpresa fue mayúscula.
Entonces construyó un círculo de rocas a su alrededor para impedir que entrara la muerte y pensar qué haría, impidiendo el acceso a quien lo deseara interrumpir en su reflexión. Mientras estaba adentro, sin embargo, no se lograba concentrar porque algunos iban a observarlo por ciertas grietas entre la juntura de las piedras. Por la luz, ubicó los pequeños espacios y los selló con firmeza. Al bloquear finalmente estas grietas de luz, casi sin darse cuenta se acabó el oxígeno y entonces le llegó la muerte el día y la hora fijada.


ESCRITORES QUE TALLAN SU LETRA EN LA PIEDRA
1
Un joven visitó a los escritores que trabajan la piedra en el desierto de Atacama; se acercó a uno de ellos y le dijo que estaba equivocado y muchas otra cosas.
Entonces el escritor se quitó un anillo del dedo y se lo dio, diciendo:
-Lleva esto al mercado del oasis de Paipote y trata de conseguir más de dos monedas por él.
Pero nadie le ofreció dos monedas y el joven regresó con el anillo.
-Ahora -dijo el escritor- llévalo a un joyero en el gran oasis de Copiapó, y pregúntale cuanto ofrece.
Así lo hizo el joven iniciando el viaje, que no es lejos.
El joyero ofreció cien monedas por la sortija.
El joven regresó muy impresionado.
Entonces el escritor le dijo:
-Tu conocimiento sobre las letras es tan grande como el de los mercaderes respecto a las joyas. Si quieres apreciarlas, talla la letra en la piedra.

2 Un poderoso monarca del desierto de Tarapacá gozaba de gran respeto por su talante. No obstante, un día se sintió confundido, convocó a los escritores de su comarca que tallaban la sabiduría en la piedra y les hablo así:
-Ignoro la razón, pero estoy confundido. Algo me impulsa a tener una piedra inscrita que estabilice mi estado. Debo poseerla para cambiar mi desdicha en felicidad. Al mismo tiempo. Si cuando me sintiera feliz la mirase, debe devolverme la tristeza, y si estoy triste debe devolverme la felicidad.
Después de profundas meditaciones y largas consultas a las estrellas los escritores llegaron a una feliz decisión sobre el texto de una piedra así. Y le entregaron al monarca una que llevaba la siguiente inscripción:
"También Esto Pasará".

3
Un día, dos escritores del grupo que tallaba la piedra en el desierto estaban discutiendo: Uno de ellos, que era un joven aprendiz entonces, se sentía muy frustrado y alegaba que había dejado un próspero negocio por las letras, pues su padre era un rico comerciante. Estaba arrepentido y blasfemaba; entonces el otro dijo:
-La vida de renunciamiento que tiene un escritor se ha desperdiciado en ti. Estar aquí lo conseguiste a un precio muy bajo y, por lo tanto no le das su valor.
El escritor joven lo miró con desprecio y le dijo:
-Dime, ¿qué precio pagaste tú por estar aquí?
El hombre viejo respondió: -Yo he dado mi reino a cambio, y aún así lo considero un precio bajo. Ahora estoy dispuesto a dar mi cabeza y mi alma si todo no es suficiente.
Así supo que con quien estaba hablando era con el hombre que había sido monarca del reino de Tudor, uno de los más ricos de que se tenga memoria hasta hoy en los desiertos de Chile.

(c) Waldemar Verdugo Fuentes.