4 de diciembre de 2012

FRAGMENTO DE EL MUNDO QUE AMO.

(Gracias a Dios,
casi nada sucede como deseábamos)

La mortificación es campo de juego para niños.
La contemplación es campo de batalla para hombres.
Debo ir en su búsqueda, ver, contemplarla.

Dudo que Te importe mi destino individual,
o   el destino de Beatrice. Más Te invoco.
Te  has llevado a Beatrice.
Me has arrojado del Templo Mayor.
Tu eclipse lo marcó, así lo decidiste. Así sea.
He esperado Tu voluntad más allá del tiempo,
y lo sabes.  Conoces todos los desvaríos.
Es cierto que, urdido por su deseo,
he vagado por los perdidos alrededores del Templo.
No gané nada, sino alimentar el fuego de mi deseo.
Vagué refugiado, eso sí, en Tu sombra,
en esa sombra que Tú mismo creaste.
Así es: siempre, lo sabes, me refugié  en Ti,
he escapado en Ti del enemigo que, en secreto,
se opone.
Me dediqué al Amigo,
por eso, no habíame dañado el enemigo, hasta ahora.
Oh, Claro,
si es tuyo el poder sobre todas las cosas,
también lo es sobre nuestra causa.
Me basta como honor el que yo sea Tu siervo.
Me basta como gracia el que Tu seas mi Dios.
En esta fe es que aprendí a ser amante,
probé tan hondo la infinita copa de Tu amor
que el fuego del amor para siempre quémame.
Separado de Beatrice todo es extinguible llama.
Tú sabes, oh Grande, que Infierno, Paraíso o Purgatorio,
no tienen para mí más peso que Tus ideas posibles.
Si me sostienes con Tu amor,
enseñando a obedecer mi pensamiento,
entonces, dale todo a quién Te plazca.
Bástame verla una vez más...
Oh Alto, en las casas y palacios toda puerta está cerrada, las cortinas corridas.
Todo amante a solas con su amada.
Solo yo estoy aquí, entre Tus manos, en clamor.
Solo aquí embriagado por la copa del amor:
ya perdidos de vista los dos mundos.
He dado al Templo diez años y creo que es bastante.
En épocas mantuve la vigilia y he orado a diario.
Ahora siento que algo se ha quebrado en el mundo.
Sin embargo, no temo a nada.
Si temo a algo, temo a todo.
Soy cien veces peor de lo que dicen mis enemigos.
Pero, más allá de mis desaciertos,
de esfuerzo y toda acción,
más allá de bueno o malo, de fe o infidelidad,
más allá de una vida recta o conducta intachable,
más allá, siempre, puse gran esperanza en cierto orden;
creo en Tu cierta clemencia divina,
creo en cierto profundo misterio que nos mueve.
Y a esa pura creencia me inclino ahora.
No se tomen en cuenta mis obras.

Sea Tu voluntad. Nada más importa ahora.
Solo ella. Ilumina con Tu luz mi viaje a Beatrice.
Se Altísimo mi guía y mi consuelo. Nada más.
Mira que mis enemigos hablan de mí como de un  loco...
He visto aparecer un ángel en el fuego de una zarza.
Estoy en pleno desierto, a la orilla del mar,
cuando, brotando como de florecida arena, se apareció.
Me maravillé en la visión. Temblando, me atreví a ver.
El ángel vino a mi, lentamente, y dijo:
-Quita el calzado de tus pies. Donde se me ha
encomendado acompañarte, nada te es necesario.
Nada que no sea tu misma alma, tu mismo espíritu.
Y habiendo oído esto, me dormí.
Hoy, en el sueño, ha vuelto a hablar el ángel.
Dijo: -Sólo sé que partirás. No va a suceder más cosa. Todo estará bien. Todas las cosas están bien.
‑¿Podré ir en su búsqueda? ‑pregunté‑. Iré?
‑Partirás -afirmó.
‑¿Cómo lo sabes? ‑dije al ángel, presuroso.
-Porque todo lo dice. La verás una vez más.
‑¿Qué he de hacer? -pregunté.
‑Partirás ‑dijo el ángel‑. Solo sé que partirás, nada más puedo decir. No es bueno, no es conveniente saber lo que vendrá.
‑¿Acaso El accedió? -insistí-. ¿Acaso he sido escuchado?
‑Has ido más allá y seguirás. Has reconocido el final en el comienzo, y aceptas el comienzo en el final. La podrás ver una vez más.
Y, dicho esto, el ángel, nuevamente, desapareció.

Todos han acordado en mi locura.
Me han engrilletado. Y no importa.
Sólo a Su infinita clemencia me inclino.
A la hora octava del día vino el ángel a buscarme.
No tuve miedo: su mirada me calmó.
Parándose frente a donde yo estaba, proclamó:
-Tus oraciones y padeceres han sido aceptados,
aún encarcelado, tus limosnas fueron vistas.
Así es como tu camino será, ahora, custodiado.
Y, simplemente, tocándome en un costado,
las cadenas se cayeron de mis manos.
Dijo el ángel:
-Levántate pronto. Y sígueme.
Y, envolviéndome en el aire, lo obedecí.
(FRAGMENTO)
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"EL HACEDOR DE MILAGROS"
Por Waldemar Verdugo Fuentes