24 de octubre de 2009

LA PAZ SE CONSTRUYE.

LA PAZ SE CONSTRUYE.

Enfrentando las ideas que utilizan la violencia como herramienta de cambio revolucionario, el pensamiento cristiano utiliza en la práctica el amor, es decir, la fuente origen de la no-violencia. La más pura tradición cristiana de los primeros cuatro siglos es un testimonio de esta actitud de no-violencia, en que el cambio revolucionario está en la misma vida y prédica de Jesucristo, lo que inspira en sus seguidores a fieles que no se conforman con el orden establecido, y opta siempre por los cambios necesarios para que la sociedad sea cada vez mejor, en búsqueda de la perfección en su expresión estricta. Por eso confiarse en la violencia es ajeno a un cristiano, que confía sólo en la fuerza creadora del amor, que también se identifica en el quehacer con la verdad. Dudosamente podría haber sobrevivido el pensamiento cristiano si es que sus discípulos de las primeras épocas hubiesen respondido con violencia a la violencia que sufrieron. El compromiso social de los cristianos en el desarrollo de la humanidad, es una consecuencia del amor. El Papa Juan XXIII, en la Encíclica Pacem in Terris sostiene: “El orden propio de las comunidades humanas es de esencia moral. En efecto, es un orden que tiene por base la verdad, que se realiza en la justicia, que puede ser unificado por el amor, que encuentra en la libertad un equilibrio sin cesar restablecido y siempre más humano”. Jesucristo se sitúa en el Sermón de la Montaña como el que viene a perfeccionar la ley por el amor. No llega a destruir la ley sino a completarla: “No piensen que he venido a destruir la Ley o los Profetas. No he venido a abrogarla sino a consumarla. No vine a destruir, sino a cumplir” (Mateo 5, 17). La ley del amor guía la conducta cristiana, para quien la respuesta a la violencia es llegar al diálogo verdadero, aunque para lograrlo la lucha implique actos de rudeza, simbolizado en Jesucristo expulsando a los mercaderes del Templo, pero a la vez símbolo de la verdad respetada en el uso de las cosas para lo que son creadas, sin usurpar ni pasar a llevar, imponiendo la verdad haciéndose aborrecible de los mercaderes, pero “Si el mundo os aborrece, sabed que me aborreció a mi primero que a vosotros” (Juan 15, 18). La violencia no puede justificarse mas que a título de medio proporcionado; requiere un juicio correcto sobre una situación determinada. Instando siempre a la resistencia pasiva, es decir, la no obediencia a las leyes injustas de un gobierno legítimo. Cuando el gobierno es legítimo y hace mal uso de su poder, por leyes represivas, la resistencia pasiva es aplicable. En todo caso, los cristianos no oponen resistencia a la persecución, convencidos de que también en esta entrega está su máxima fuerza: dar testimonio de la verdad. La fuerza legada por Jesucristo radica en la entrega con la que se vive la verdad. Siendo la no-violencia un sello que lleva al cristiano a plantearse siempre situaciones nuevas, lo que la hace una experiencia progresista en el más amplio sentido, y es lo que le permite responder siempre a las situaciones nuevas, porque la no-violencia como consecuencia del amor humano es una fuerza invencible que supera todas las dificultades. En la Encíclica Rerum Novarum escrita por el Papa León XIII y en los escritos del cuarto año de regencia del papa Pío XI, se encuentra toda la concepción social, una organización de la sociedad, una doctrina sobre el poder y la autoridad en que la base es la exclusión de la violencia como método del cambio social, un orden nuevo fundado en la consecución del bienestar común, en el que la persona del trabajador es lo más importante, por lo que rechazan tanto el capitalismo burgués de derecha como la lucha de clases de izquierda, en que la columna vertebral es el principio del “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
El Papa Pablo VI en su Encíclica Populorum Progressio también se refiere a la no-violencia, con una visión enfocada en el desarrollo humano, que considera urgente y un bien al que se debe dar prioridad; que debe ser realizado con la colaboración de todos, porque nadie pueder ser marginado ni debe marginarse del desarrollo, por ser condición esencial de la paz, citando a la palabra “desarrollo” como un nuevo nombre de la paz. Afirma que muchas veces la violencia se ubica en la lucha por lograr el desarrollo, que debe ser logrado en forma acelerada pero nunca improvisada, que podría acarrear consecuencias peores. Afirma Pablo VI: “Hay que darse prisa. Muchos hombres sufren y aumenta la distancia que separa el progreso de los unos del estancamiento y a un retroceso de los otros. Sin embargo, es necesario que la labor que hay que realizar progrese armoniosamente, so pena de ver roto el equilibrio que es indispensable. Una reforma agraria improvisada puede frustrar su finalidad. Una industrialización brusca, puede dislocar las estructuras, que todavía son necesarias, y engendrar miserias sociales, que serían un retroceso para la humanidad”. Afirma que los desniveles en el desarrollo son los que producen condiciones sociales de injusticia, creándose condiciones y situaciones sociales de violencia. Pero falta el compromiso con el trabajo de cada uno, falta responsabilidad, iniciativa y actitud. Para el cristiano hay armonía entre la fe y la acción que es guiada por el amor. El costo humano de la violencia es demasiado elevado, y para los cristianos no es lícito combatir un mal real al precio de un mal mayor, porque el bien siempre vence al mal.
Las instituciones ayudadas a través del tejido común en la Red deben adecuarse a los cambios sociales, antes de ser un factor de freno, deben ser fuentes de desarrollo y adelanto. Porque existen estructuras agrarias, formas de distribución de la propiedad y el trabajo, sistemas educacionales, usos y prácticas, que por haberse vuelto arcaicos, son verdaderas fuentes de violencia legalizada. Lo que no hace toda estructura necesariamente violenta; sociológicamente las instituciones siempre son necesarias para el desarrollo normal de la sociedad, cuando evolucionan con ella. Las transformaciones que estamos viviendo en aspectos tan importantes como el libre tránsito de bienes por el levantamiento de fronteras y los tratados de libre comercio, hacen urgente transformar economías caníbales a una más humana, justa y equilibrada que impulse el desarrollo de toda la raza comunicada por la Red virtual, una economía que no conseguiremos en forma improvisada y por la vía violenta, que sólo conduce a diferencias de desarrollo y crecimiento. La paz se construye. Y con ella un nuevo orden social más humano, centrado en el desarrollo pleno, donde los derechos humanos son legítimamente asegurados y respetados, donde el cambio social en beneficio común no sólo es aceptado, sino impulsado por todos en plena solidaridad amorosa. La paz es obra de la justicia, como resultado de un orden en que es respetada la dignidad humana, satisfechas las legítimas aspiraciones, en verdad libres, cuando el hombre no es objeto sino agente de su propia historia. Por esto siempre la reconstrucción social y política debe buscar servir al hombre común, no a los intereses privados. Cuyo desarrollo exige planes ordenados, pasos escalonados, actos claros y sistemáticos. Pidamos al cielo menos combatientes y más trabajadores responsables de su obra; deseosos de construir y no destruir. Para ellos, reformemos y reemplacemos lo que debe ser reemplazado, rescatemos lo que debe ser conservado y mejoremos lo digno de mejorar, que es todo, porque en la vida en general alienta un gran espíritu de audacia creadora, o no estaríamos aquí, ahora.
Lo que da origen a la acción no-violenta es cierta convicción profunda, que no se basa en el cálculo, a pesar de que el cálculo aconseja también evitar la violencia. Mientras menos violencia más humanidad. Lo que significa que la no-violencia no es una forma abstracta de “dar testimonio”, porque nació y está viva como una forma de lucha. Porque si bien tiene como base un aspecto trascendente que no pertenece al mundo físico, como es el amor, y que le da fuerza, como forma de lucha actúa en este mundo para solucionar los problemas concretos. No está situada solamente en una actitud ética de creencia, sino como una responsabilidad. No se trata de dejar las cosas en las buenas manos de Dios en los concerniente a los resultados de nuestra acción; se trata de ser responsables de las consecuencias de nuestros actos, no dando las espaldas a las realidades históricas escudados en principios mal entendidos. Porque la no-violencia nace como una dimensión social de compromiso con los otros, con los que sufren violencia. El Mahatma Gandhi la veía como una religión, que explicaba diciendo: “Una religión que no tiene para nada en cuenta las cosas de índole práctica y no ayuda a realizarlas, no es una religión... una religión que está en conflicto con las leyes fundamentales de la economía, es mala”. Siendo una acción de amor, la no-violencia tiene como contenido y objetivos inmediatos el compromiso social y, por lo tanto, político en el más completo sentido de eficacia. No busca sólo convertir, sino remover los obstáculos. Porque viene a oponerse no solamente a la violencia de la guerra o el terrorismo de las armas, sino también a la violencia política, económica y cultural organizada y mantenida por la institución y la ley cuando es indigna. Es decir, no enfrenta una forma de violencia -negarse al servicio militar para oponerse a la violencia militar, por ejemplo- y de combatirla sólo a ella, desviando la atención sobre las otras formas de violencia, que pueden constituir una forma más grave de peligro inmediato para la persona: antes de denunciar los actos, la no-violencia denuncia las situaciones que los provocan para atacar las raíces de la violencia. Porque es un fin, no un medio. Pues no persigue solo la puesta en acción de obras capaces de resolver los conflictos sin recurrir a la violencia, sino que busca instaurar un modo de vida, una manera de ser en la relación entre las personas fundada en la solidaridad y la participación, de compromiso del uno para el otro, cuyo fin es la paz de la justicia. Que no puede ser alcanzada más que por medios pacíficos, por ser la no-violencia una afirmación radical de paz apoyada en la “fuerza de la verdad” o “fuerza del amor”, como la definía Gandhi, a quien se le atribuye esta frase: “Soy un político que hace lo posible por ser santo”.
Varios pensadores rescatan analogías entre la no-violencia con la democracia, considerada, cuando no es desviada de sus principios, como la sociedad no-violenta del futuro, pero en la actualidad como medio ambiente adecuado para el desarrollo y prácticas no-violentas. Como solía decir J.L. Borges, actualmente “la democracia es una superstición”, pero los principios democráticos tradicionales de Igualdad, Libertad, Fraternidad, son principios no-violentos, inspirados en un pensamiento de respeto a todas las opiniones y creencias así como a las personas que detentan las diversas posiciones, como base. Considerando en común que los hombres, en tanto seres humanos o ciudadanos, tienen una parte de la verdad que aportar, y que nadie puede pretender imponer la verdad a los demás. Para los demócratas, quien así lo pretende es un totalitario, cuya acción destruye la vigencia social general, y el acuerdo implícito de mutuo respeto, en que quien detenta una posición determinada no sólo tiene derecho a defenderla y difundirla, sino que en cierto sentido vital tiene el deber de hacerlo, por cuanto se trata de estar comprometidos en una tarea común: el desarrollo armónico de toda la sociedad, donde cabe el mundo entero, cada uno de sus integrantes, porque los integrantes de una democracia orgánica, practicada sin fallas ni desviaciones, están comprometidos en una tarea común. Esta noción de búsqueda común de la verdad es evidente en la no-violencia. El biógrafo del Mahatma Gandhi, Nirmal Kumar Bose lo explica así: “Literalmente la palabra sánscrita “satyagraha” con la que Gandhi definía la no-violencia significa “persistencia en la verdad”; su premisa básica es que ningún hombre capta la verdad total, por lo que no tiene derecho moral a imponer su interpretación particular de la verdad a los demás. Sin embargo, tiene el derecho y el deber de vivir según sus propias ideas, y de oponerse a todo lo que le parezca incorrecto en las ideas ajenas”.
El pastor Martin Luther King afirma de su acción militante: “Este es el verdadero valor y sentido de la compasión y la no-violencia: ayudarnos a apreciar el punto de vista del enemigo, a oír sus preguntas, a conocer su apreciación de nosotros mismos. Porque desde su punto de vista nosotros podemos ver realmente las debilidades básicas de nuestra posición, y si somos maduros, podemos aprender a fortalecernos y sacar ventajas de la sabiduría de nuestros hermanos que llamamos oposición”. En otro escrito (“Por qué no podemos esperar”), Martin Luther King afirma: “La meta de nuestro programa de acción directa radica en crear una situación tan pletórica de crisis (no violentas) que desemboque inevitablemente en la salida negociadora”; y afirmaba que la no-violencia era posible en Estados Unidos porque el adversario no tenía un frente unido, pues eran muchos los norteamericanos blancos que respondían positivamente a la tradición igualitaria y libertaria de todos los seres humanos. Gandhi también reconoció que su lucha era posible también por la tradición legal de libertad de los propios opresores, los ingleses; sobre sus condiciones de lucha en India, Jacques Maritain (en “El hombre y el Estado”) afirma: “En efecto, los éxitos de Gandhi no fueron posibles más que dado el trasfondo de libertad relativa acordado a los hindúes por la administración británica, en virtud de una vieja tradición liberal aristocrática, y de la creencia cínicamente errónea en una utilización posible de Gandhi”.
El ideal de no-violencia, en su aspecto económico, es llegar a una sociedad básicamente igualitaria, en la que el control de los medios de producción debe ser claramente social, en un mundo tal que nadie sufra por faltas de alimentos, ropa, vivienda y cultura; un mundo con las condiciones suficientes para que todos estén en condiciones de tener un trabajo para cubrir sus necesidades, un mundo como una república de vecinos independientes y dignos atendiendo su trabajo bien servido para lograr su sustento, y practicar su libertad desarrollando su voluntad hasta que la explotación sea obsoleta por no conveniente. En este sentido, la relación entre no-violencia y democracia es que sólo la no-violencia desarrolla la democracia verdadera. También el pensamiento de la no-violencia es unánime en afirmar que sólo puede ser practicada en un régimen de respeto a los derechos humanos, lo que no hace imposible, por supuesto, practicarla allí donde no existen derechos humanos o donde el poder político es francamente violento. Sin embargo, idealmente la no-violencia es resultado de un cierto desarrollo de la civilización en relación a los conceptos filosóficos y morales de persona humana y libertad, y de conceptos políticos sociales como la democracia. Para los grandes precursores de la no-violencia en el siglo XX, este es un conocimiento de tipo experimental, en que la teoría y práctica se fecundan mutuamente. No es un conocimiento científico, sistemático o religioso ni metafísico, la no-violencia es un asunto de experiencia, en constante innovación que nace de la observación de los hechos y del juicio real que se va formando como consecuencia del desarrollo logrado por la práctica. Gandhi anota: “Mi propio conocimiento del satyagraha aumenta diariamente. No tengo textos para consultar en momentos de necesidad, ni siquiera el libro sagrado Gita, al que he llamado mi diccionario. Tal como yo lo concibo, la no-violencia es una ciencia en gestación”. Para él, la no-violencia está destinada a ser un día la norma común de actuación moral de la humanidad: “La no-violencia no está destinada a los santos; es para el común de los hombres. Es la ley de nuestra especie, como la violencia es la ley del bruto. El espíritu duerme en el bruto. La dignidad del hombre quiere una ley más elevada: la fuerza del espíritu”.
En el sentido más amplio la no-violencia es brutal, si se entiende por violencia “la intensidad de la voluntad que se moviliza enteramente para la conquista del objeto deseado”. De esta manera se entiende al evangelista Mateo (11, 12): “El reino de los cielos sufre violencia y son los violentos los que le dan la fuerza”. Así, la no-violencia es una práctica para los espíritus fuertes, comprometidos con la defensa de la verdad y el derecho objetivos, que no busca primero convencer de las propias ideas, sino en reconciliar al entorno en primer lugar consigo mismo y a todos entre sí. En palabras de Thomas Merton (en “La violencia de los pobres”): “Cuando los poderosos creen que sólo la fuerza es eficaz, el resistente no-violento está convencido de la superior eficacia del amor, de la apertura, de la negociación pacífica, y por encima de todo, de la verdad. Porque la fuerza puede garantizar el bien de algunos hombres, pero en ningún caso permitirá el desarrollo del bien del hombre. La violencia siempre protege el bien de unos cuantos a expensas de todos los demás. Sólo el amor puede alcanzar y proteger el bien de todos. La pretensión de construir la seguridad de todos a partir de la violencia es una impostura”.
Es evidente que la no-violencia en un sentido amplio debe tomar partido. Debe estar con los más desprotegidos e impotentes frente a los poderes económico o políticos. Al mismo tiempo no debe estar politizado en un sentido partidista ni ser dependiente de ideología alguna ni de orientación que no sea la verdad objetiva. El expresarse y organizarse debe brotar de situaciones concretas de opresión general sin utilizar la ambigüedad en la protesta; sin utilizar el fanatismo ni tomar riesgos inútiles o desproporcionados con el fin perseguido. La lucha no debe estar jamás desconectada del diálogo, ya que éste y el encuentro de la verdad objetiva es su finalidad. Por ello mismo, la posición no-violenta es humilde, es decir, está dispuesta a rectificar aquellas propias posiciones donde se descubre el error, reconociendo la parte de verdad que hay en el adversario: lo que no es un error táctico, es la confianza del hombre que sustenta el espíritu del diálogo, quien observa inteligentemente los hechos. En gran parte la eficacia de la no-violencia también se encuentra en la habilidad para hablar con coraje y firmeza a aquellos que tienen el poder de hacernos daño. El hombre no-violento nunca es temeroso, por eso también expresa su disconformidad llevando a cabo actos prohibidos por la ley o la costumbre (desobediencia social) o rehusándose a cumplir con un acto acostumbrado o requerido (no cooperación con el violento). Utilizando cuatro métodos para alcanzar fines sociales sin violencia: 1) Publicidad, incluyendo comunicaciones y educación dirigida a formar opinión pública; 2) negociación o comunicación con pequeños grupos de oposición, intentando concluir un acuerdo más formal y obligatorio, incluyendo diplomacia como negociación internacional; 3) acción política democrática, tal como elecciones, la aprobación de leyes y decisiones judiciales, procedimientos basados en el consentimiento y que no activan la violencia latente en el Estado, y 4) presión económica, tal como huelgas y otras expresiones de protesta económica, presentando demandas escogidas.
Toda acción no-violenta comienza con intentos de establecer una negociación, la que es definida como un intento de conseguir comprensión, de definir los problemas, y si esto no es posible, de realizar un acuerdo por medio del trabajo directo en las elecciones, en los cuerpos legislativos, o en las Cortes. Cuando no hay acuerdos dignos, una vez concluida la etapa de negociación, se inicia la acción no-violenta propiamente tal, teniendo en cuenta que en toda sociedad hay cuatro zonas de acción para todo grupo reformista. Primero, está la zona en que se sitúan las actividades alentadas e incluso toleradas por la sociedad; luego, las actividades no aprobadas, pero toleradas; en tercer lugar, aquellas actividades que merecen sanción, y, por último, las conductas que son percibidas como una amenaza grave para la sociedad. La regla general es evitar la violencia en la mayor extensión posible, lo que para la conciencia cristiana hace percibir la no-violencia como medio de cambio social o político que implica un progreso por sobre los medios violentos, y al ser un medio que se inspira en un credo de amor, no es fruto de una emoción sin trascendencia ni objetivos concretos: es voluntad del bien verdadero en la situación presente, por esto las religiones son afines a este ideal.
El doctor Jesús Ginés Ortega que ha sido académico del área de filosofía de las universidades Católica de Chile y Gabriela Mistral, y es director del Instituto Berit para la familia de la Universidad Santo Tomás, ha declarado la intrínseca relación entre la educación, la familia y la violencia escolar, tres factores que considera relevantes, “en esta época bastante violenta que vivimos”. Asegura que en la actualidad “la violencia está extendida en todo el mundo; en Chile llegamos a un momento en que nos encontramos con una juventud contestataria, desencantada y claro que no es toda, pero hay ciertos líderes que van en esa línea. El único modo de evitar la violencia es contener dentro de sí un desarrollo de la vinculación con los demás, y si lo quiere más sencillo: el amor. Amarse a sí mismo, al prójimo, a la familia, a los compañeros y a los amigos. Incluso, el amor al adversario y al enemigo. Por supuesto que no creo que el hombre actual sea más violento que el antiguo, soy más optimista. Lo que pasa es que ahora conocemos más todo lo que pasa. Aunque, en la selección que hoy nos entregan los medios de comunicación me da la impresión de que siempre se selecciona lo más malo de todo, igual todos los días uno es testigo de una violencia más exacerbada, de que en la calle ya no andas tranquilo, ya no puedes dormir sin pensar que tu casa puede ser asaltada. También está el tema de la responsabilidad penal para los menores. Pero sin lugar a dudas todo parte de la familia. Si la familia se destruye, el hombre se destruye. Y la educación aquí es importantísima, porque el hombre tiene que ser bien educado y esa tarea se hace con dolor. La virtud de la recompensa de todo esto se siente al final, porque al principio cuesta y duele. Si queremos construir al hombre, reconstruyamos la familia. Que los jóvenes y niños hagan lo que quieran, que se expresen como quieran tampoco es absoluto. La idea es que se eduque bien a los adolescentes, y esta no es una tarea fácil; ser generoso, humilde y auto controlarse cuesta. Sin embargo, hay algo que siempre se debe tener en cuenta, y que es que mientras el hombre sea hombre va a tener dificultades de convivencia. La violencia tiene que ver con las expectativas de las personas y de lo que ellos observan. Cuando una persona busca algo que no logra, se frustra y eso genera estrés, desgano, desesperanza. Y si es en la misma familia donde se producen actos de violencia, es porque sus miembros no están preparados ellos mismos para enseñar al joven, es porque los adultos de esa familia no manejan el autocontrol que da la educación; y es ahí donde se provoca el choque. Es por eso que yo creo que la educación es lo único que puede con la violencia. En Chile la expresión de violencia en los jóvenes no es diferente entre los estudiantes de los colegios públicos o privados, lo que indica que en los diversos estratos sociales del país hay un igual grado de vulnerabilidad frente a un problema como la violencia en los jóvenes, cuya solución está en la expresión política del amor expresado en la educación”.
Por ahora, la invitación a caminar juntos está hecha para todos quienes en el mundo creen en la paz y la justicia; a los oprimidos; a quienes padecen en los países pobres o viven como pobres en los países desarrollados; a los que ven en la injusticia la violencia principal; a los que hayan optado por la violencia sangrienta de las armas, sin resultados excepto más violencia, y empiezan a encontrar en la no-violencia la solución; a quienes han descubierto en su propia religión la fuerza necesaria para entregarse totalmente a la justicia como condición previa para la paz. Algún día será necesario reunir de todos los libros sagrados los cantos a la paz y la justicia, que resume todas las virtudes y acerca más que todo a la perfección accesible a todos. Porque sea cual sea el color de la piel, la forma de los ojos, los labios y la nariz, la estatura o el peso, nadie es un infra-hombre ni un super hombre, cada cual es una criatura humana. Tenemos una cabeza, un corazón, aspiraciones y sueños. Y cualquiera que sea nuestra lengua, poco conocida, o muy difundida, limitada o rica, seremos capaces de entendernos. El rostro, la sonrisa, los gestos de paz y cordialidad son un lenguaje universal, capaz de probarnos que estamos muchos más cercanos de lo que imaginamos. Basta el deseo del corazón, el lenguaje del amor que desea un mundo más justo. Lo importante es empezar, ahora mismo.
(Fragmento de “Perspectiva de la No-Violencia”)
(c)Waldemar Verdugo Fuentes, 2009

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