7 de agosto de 2010

DE OAXACA LA ENCANTADORA


“OAXAQUEÑAS QUE DEJARON HUELLA”.

“Amo una piedra de Oaxaca...” (Gabriela Mistral)

He recibido este libro único: “Oaxaqueñas que dejaron huella”. Esta ofrenda de 60 semblanzas de mujeres “que dibujaron con ética, sabiduría y bondad trazos luminosos en una tierra pródiga”, como dice su coordinadora editorial y diseñadora de la investigación, Dulce María Méndez. Una obra colectiva y plural que rescata noticias de las mujeres más destacadas brotadas en Oaxaca la encantadora, desde la época prehispánica hasta la actualidad. En una edición excelente, 560 páginas, del colectivo Mujeres en el Tiempo, publicada en junio de 2010, el libro rescata además ilustraciones y fotografías inéditas, enmarcadas en un diseño de Diana M. Chagoya González, con ilustración y diseño de portada de Alma Rosa Balderas y Mere Migoya (bella obra plástica que nos remonta técnicamente al maestro Rufino Tamayo pero con una delicada mirada nueva, esencialmente femenina), esta obra “Oaxaqueñas que dejaron huella” nace bajo la iniciativa de Rosa Silvia García de Méndez León, presidenta fundadora de Mujeres de Oaxaca Navegando en el Tiempo, A.C. Ella escribe en la nota Preliminar (fragmentos):
“Fueron dos los principales criterios considerados para la selección de quienes serían objeto de esta obra: 1) Origen. Haber nacido en Oaxaca y/o vivido un periodo considerable en el Estado; 2) Aporte. Haber realizado alguna contribución a la comunidad o descollado en sus distintas áreas, para permanecer en el imaginario colectivo... Casi toda nuestra valoración femenina fue un largo proceso, entre lo temporal y las variantes meritorias. Las propuestas para integrar el libro surgieron a partir de una reflexión que emprendimos, desde el 7 de diciembre de 2007, cuando se formó la Asociación Mujeres de Oaxaca Navegando en el Tiempo. Otras propuestas llegaron a través de una convocatoria que para este propósito lanzamos, de diversas sugerencias de interesados y de especialistas en el tema. Esto dio por resultado un contenido de gran eclecticismo, pues en este libro habremos de encontrar desde la redacción más pulcra y académica hasta el lenguaje más directo y coloquial. A pesar de los distintos estilos, de la variedad de autores y la heterogeneidad de las semblanzas se da un punto de compatibilidad: la trascendencia de las mujeres, cuyas historias conforman esta antología... Abre el volumen de “Oaxaqueñas que dejaron huella” un texto sobre mujeres prehispánicas, época donde imperaba el principio dual: masculino/femenino, Ometecutli-Omecíhuatl y donde las imágenes femeninas indígenas fincan sus raíces en la tierra y en la vida. Proseguimos con una referencia de la presencia femenina durante el Virreinato, etapa donde su espacio de actuación era restringido, pues ellas generalmente estaban confinadas al encierro, al claustro o a la subordinación. A pesar de que entonces su acceso a la educación estuvo vedado, muchas de estas damas encontraron el camino para poseer y compartir su sabiduría de vida. El desarrollo de las semblanzas se da propiamente a partir del siglo XIX hasta nuestros días. Se relata la vida de damas con merecimientos notables y grados académicos, pero también se aborda a la mujer tradicional, aquella que carente de estudios sólo se distinguió por su valor y enjundia para salir avante. Es ella la que transcurre y fluye inexorable a través del tiempo y es indispensable para la marcha y el equilibrio de mundo... Este inventario de mujeres sobresalientes cubre la geografía de Oaxaca y es apenas un cúmulo de esbozos que ilumina la memoria... una suerte de memoria histórica de una antología abierta... una contribución para la aldea global de McLuhan”, publicada con el apoyo privado y la colaboración de la Fundación Alfredo Harp Helú, de la Secretaría de Cultura, del Instituto de la Mujer Oaxaqueña y de la Coordinación de Comunicación Social del Gobierno del Estado de Oaxaca.
Cuando la escritora chilena Premio Nobel Gabriela Mistral visita la zona, escribe luego: “La ciudad de Oaxaca fue fundada en un valle del que todos tendríamos justa noticia si la América se conociere lo mejor de ella misma, lo único indudable de ella, que es su geografía maravillosa”. Oaxaca es el petróleo refinado, es talabartería, los textiles, la cerámica, el turismo y la Quelaguetza, la orfebrería y los recursos de la minería; es el grafito concentrado, la mica y el hierro, el carbón, oro, plata, cobre, zinc, titanio. Es el maíz y la azúcar, el frijol, el trigo, el arroz y la alfalfa verde, el ajonjolí y el tabaco. Es el café llamado “oro”. Es el papel y hermosas lenguas y dialectos. Es la fruta: aguacate, piña dorada, limón agrio, sandía, guayaba olorosa, melón y papaya. Oaxaca es la tierra del venado y del zanate de oro, el ave misteriosa que habita la curva del encanto. Es una expresión furiosa de la tierra. Y es sus mujeres.
Cuando se observan con detenimiento los fenómenos naturales -el día y la noche, el cambio de las estaciones, las edades del metal y la rosa- aflora una cierta recóndita convicción del poderío que necesariamente debe mover estas fuerzas, y nace la búsqueda por ser grato a ese poderío, y que nos favorezca. Así, poco a poco hemos venido entendiendo el ritmo propiciatorio, por ejemplo, de ciertas fechas para sembrar, otras para recolectar los frutos tan costosos de arrancar de la tierra; pero además del ritmo, el hombre confía en sus actos de respeto por el dios o los dioses que sean, esperando mejores cosechas y no caer bajo el enojo divino que mata.
Y si a través de nuestra historia enumeramos deidades y les damos nombres poderosos para el logro y para contrarrestar el mal (sea cual sea la idea que se tenga de él); en nuestros dioses nos refugiamos y vincula el hombre íntimamente a ellos su vida, encontrando explicación a muchos misterios y ayuda de lo que no conocemos, de lo indescifrable. Se sabe que el mayor dolor del alma es sentirse abandonada por sus dioses porque el hombre solo sobrevive siendo humilde, por eso inventa seres superiores que le ayuden a interpretar los fenómenos de la Naturaleza; piensa dioses buscando fe y confianza en que vivir no es en vano, para disminuir dignamente los dolores, responder a todo lo que nuestra inteligencia no sabe explicarnos y, muy principalmente, inventamos seres superiores para enfrentar no tan solos el inevitable fin del tiempo que nos toca a cada cual vivir.
Como es común en los más arcaicos núcleos de florecimiento humano, en Oaxaca a los grandes dioses mayores -el Sol, el Agua, la Tierra- complementan su cosmogonía incontables dioses menores, pues en general piensan que todo lo existente lleva en sí esencia de divinidad, y hablan de un dios-tormenta, dios-árbol, dios-rayo, dios-animal, dios-hombre... viéndose en estos caminos dioses humanos y humanos divinizados, en una escala que va de lo pequeñito del ser frente al Universo, hasta el hombre todopoderoso que puede ir a las estrellas y volver a su arbitrio. Y en esta escala oaxaqueña los peldaños son incontables; ocupando sitio seres mágicos con atributos fantásticos, provistos de peculiaridades divinas, capaces de trastornar el orden de las cosas, ocupando sitio adivinos, magos, brujos, hechiceros, chamanes, curadores del mal y del bien, que por misteriosas razones tienen acceso a los secretos de la vida, a esa zona vedada a uno.
El peligro de muerte y la enfermedad son trances en que la magia puede aportar una cierta acción paliativa y, ¿por qué no?, obtener ayuda divina preferentemente si quien la pide está en posibilidades de hacerlo con sus ritos aprendidos en miles de años de transmisión oral. Mientras, además de sembrar y cosechar en el tiempo adecuado, el hombre va aprendiendo otras cosas; sabe, por ejemplo, que hay hierbas que lo alimentan y otras no. Unas plantas serán remedios eficaces, otras brindarán un grato condimento, estas serán de raro efecto en la mente, las de allá son venenosas y las de este lado sirven para que subsistan otras, o permitan la vida de la fauna, también sagrada. Admirado por la destreza del animal, de este trata de lograr su velocidad, de otro su fuerza y de aquel su habilidad para la subsistencia. El aire claro y la niebla espesa, la piedra, el agua, el fuego, los cerros y las montañas, la cañada, cada valle, la gruta, caverna y cueva, el río, la selva, el desierto oaxaqueño cobijan vidas divinas y seres maravillosos, algunos terribles, comprendidos por cada tribu de modo distinto, con explicaciones propias de su origen individual como etnias, de acuerdo a su propia cultura, porque entiéndase, cada uno de los catorce asentamientos tribales de Oaxaca tiene una cultura propia, volviendo en muchas lenguas el pensamiento, la palabra, el canto, música, arte y temor y reverencia a lo desconocido.
Zapotecas; Mixtecos; Mazatecos; Chinantecos; Mixes; Chatinos; Amuzgos; Cuicatecos; Huaves; Chontales; Triques; Popolocas; Ixcatecas; Chochos; Zoques; Naoas; algunos con origen absolutamente desconocidos, otros con antepasados que se remontan a miles de años, en que ni sus guerras internas ni la evangelización han logrado desterrar totalmente sus dioses, que están vivos, algunos disfrazados con nombres y ropajes cristianos, en una extraña mezcla que, de alguna manera, une el temor del aborigen con los miedos que traían en su mente los europeos. Así, el Pitao, gran dios gigante zapoteca, sobrevive interpolado en el dios cristiano; el Sabi, espíritu mixteco de la lluvia, es también San Marcos, y la Virgen de Guadalupe posee el poder de Tonantzin para los naoatls; es verdad que en Oaxaca es muy difícil distinguir dónde terminan los dioses antiguos y comienzan a actuar los nuevos, lo que hace infranqueable encontrar la definición del territorio “de poder” entre unos y otros.
A ciencia cierta, se desconoce de dónde vinieron los primeros que poblaron Oaxaca; los investigadores deducen diversos orígenes sin ponerse de acuerdo. Hay quienes dicen que fueron Toltecas pero también hay fuertes influencias Olmecas: se supone que llegaron en tiempos cercanos unos y otros, hace milenios. Sin embargo, dice el maestro zapoteca Gabriel López Chiñas, "los investigadores podrán tal vez, encontrar la verdad científica de nuestro origen; pero nosotros los binnizá de Oaxaca vivimos, soñamos y morimos asidos a la verdad poética de nuestra antigua mitología”.
Cuando los españoles llegaron a Oaxaca vieron rasgos de cosas nunca antes vistas: lejanos eran los días en que una de sus ciudades sagradas, la soberbia Monte Albán ya había sido abandonada por sus constructores, los bellos gigantes llamados "binnigulaza": "procedentes de las nubes, se aparecieron en el cerro sagrado Daniban, donde enterraron el cuerpo enorme de su legendario caudillo Xozijo; enclavada en el corazón mismo del gigante enterrado se construyó la magnífica Monte Albán" (Códice Zapoteca). Al inicio de la invasión extranjera se cerró la puerta de Mitla, en zona zapoteca, donde está la entrada y la salida de la eternidad; aunque ya hacía siglos que la ciudad del tiempo había sido tragada por la tierra, y la encontraron los españoles poco menos que como está hoy: semi enterrados sus muros de piedra cubiertos de escritura tallada con la historia de Mitla, señalada como una de las ciudades ceremoniales más importantes de América, que albergaba escuelas de botánica y matemáticas, de poesía y medicina; sus astrólogos dejaron escrito en la piedra la forma redonda de la Tierra y un calendario de eventos que se inicia en el pasado olvidado y se pierde en el futuro ignorado.
Los indígenas oaxaqueños, como en general el natural de nuestra América, es un hombre limpio que rinde desde que nace culto al uso del agua, por simple higiene y por sabiduría acerca de los poderes ocultos de la leche de la naturaleza. Ellos piensan que de los cerros nace el agua; en las zonas istmeñas oaxaqueñas y del valle nombran dani, al accidente geográfico que permite al agua escapar del corazón del cerro; así encuentra explicación a los muchos ríos que cruzan la zona, y los acueductos y canales que siguieron utilizando los españoles, muchos de los cuales están aún en uso.
Al poderoso río Mixteco, que reúne las aguas de varias otras fuentes, se le ve desembocar en el Atoyac, para dignarse tributario del Mezcala, parte oriental del famoso Balsas. Al Atoyac muchos ríos le dan vida, como el Etla, el Tlacolula, el Salado y el Miahuatlán, hasta que se convierte en río Verde, y recibiendo otras aguas cruza la Sierra Madre del Sur. Por Pinotepa y Jamiltepec siete arroyos refulgen como plateados listones, entre ellos el Tierra Colorada, el Tecoyames y el de la Arena. Dieciséis corrientes se conjuntan en la Sierra al mar, formando una filigrana entre el Verde y el Tehuantepec, contenido en la Presa Benito Juárez desde donde se le da paso a Bahía Ventosa. Desde la Sierra Atravesada, los ríos Juchitán y Ostuta son guiados hasta los espejos de plata que son las lagunas Superior y Oriental. Impetuosas a la vertiente del Golfo llegan las corrientes bravías del Papaloapan y Coatzacoalcos, que son como mares por el ímpetu líquido que encierran. Tanta agua, sin embargo, no es suficiente, porque no llega a las tierras altas coatzaqueñas, que padecen sed, por lo que la agricultura allí no es favorable. Como tampoco lo es tanta cordillera que, no siempre, vuelve difícil la vida porque cansa al final la neblina perpetua, como al Principio. El mar de Oaxaca sí que nunca cansa, por eso tal reverencia a él, tanto respeto y temor: Nizataopani, el mar es para los zapotecas un inmenso ser vivo que se enfurece cuando algo rojo se le acerca, que es bueno pero de mal genio, por lo tanto, si se camina junto a él, hay que hacerlo con cuidado para que no envíe la ola brava que arrebata al hombre de su entorno, ahogándolo.
Agua que une mares, lagunas y ríos con extensos litorales, y sus puertos, bahías, puntas, playas bellísimas, barras, cabos que estimularon desde antes que naciera la imaginación de la gente de esta tierra... las bahías, por ejemplo, se arrebatan lo mejor; Puerto Escondido, Puerto Ángel, Salina Cruz, Ventosa y Huatulco. Estuve en Huatulco en 1988, cuando se iniciaba lo que hoy es un importante foco turístico; fui invitado por la Secretaría de Turismo de México, y debo decir que sus aguas son de las más limpias que puedan verse, uno se baña entre peces exóticos y arenas doradas de sol. Otras que presumen con sus entradas al mar son Chacahua con su Punta Galera, o la Bahía de Punta Conejo. Otras más tienen su isla, como la de Tangola. Parajes inolvidables conforman muchos puntos oaxaqueños, tanto que de solo estar allí uno se anima naturalmente, quizás por eso desde siempre el hombre de la región alaba a sus dioses para que le conserven su mundo. He visto, “a la hora en que van muriendo nuestros ojos” ("biá ziyati lú miati" en lengua zapoteca), es decir, al anochecer, cuando está oscureciendo he visto a los oaxaqueños rogar a sus dioses e implorarles que protejan su tierra, tributando a dioses que viven aquí, que habitan en cada recoveco de esta geografía violenta, caótica, agresiva, que cuando Hernán Cortés le explicó al Rey de España, simplemente arrugó una hoja de papel y extendiéndola ante los ojos soberanos le dijo que, de ese modo podía comprenderla mejor.
He estado muchas horas en el mercado de Oaxaca: semeja lo más igual a los "tianguis" que describen los cronistas en sus Relaciones de la Nueva España. Es casi imposible enumerar todo lo que se vende, porque en los fines de semana, especialmente el día Sábado, llegan con sus mercancías de todos los puntos, y es enorme la variedad de comidas, son muchos los artefactos, baratijas, adornos y obras de arte auténtico en los más variados materiales, la piedra, la madera, la tela, y las lanas bordadas, el inefable hierro trabajado sin igual en las más diversas formas y para todas las utilidades posibles de imaginar. Son dos cuerpos de edificación; en el primero, el más grande, venden propiamente comestibles en un ambiente agradable; se ven flores bellísimas siempre frescas alrededor de la pila del centro, y en los costados ropa, sarapes de brillante colorido, barrilería, y del otro lado numerosos artefactos de jarca: hamacas, morrales, redes, cinchos, anqueras y todo lo necesario para el hombre de campo y sus animales. El otro edificio es principalmente para cosas del hogar, como loza: negra, que es la preferida, loza de color natural, loza vidriada, verde o color de vino, o fina loza policromada como la de Talavera. Campanitas negras de sonido metálico, candeleros para altares, braserillos de tres pies para quemar copal, ollas de greda roja y negra de todas formas y tamaño, redondas, ovoides, fusiformes. Jardineras agujereadas, para colgarlas del techo de los corredores en todas las formas y tamaños; juguetes estrafalarios, monos negros con un gesto perpetuo, elefantes prehistóricos, manatíes y tortugas entre globos de cristal llenos de agua teñida o custodiando formas religiosas. Se venden legiones de santos de barro, toda una procesión con sus imágenes, figuras pequeñitas y medianas, pintadas a lo vivo, con fuertes colores, con intenso sabor popular. Junto a los puestos de loza están los de cestos y canastas; una infinita variedad, las más finas con su tapa, están hechas de otate y de carrizo para resistir golpes; hay petates y esteras de palma bellísimas que dobladas hacen un pequeño bulto y extendidas cubren hasta tres y cuatro metros. Escobas y abanicos de palma, también cintas y sombreros, toda clase de ellos. En otro lado venden los hierros: la mayor variedad de formas y utilidades posibles. Por otro lado venden la leña; por otro el maíz en rubios montones apilado... abundan los vendedores de tejate, una bebida refrescante de los más variados sabores, y los neveros (he probado exquisitos helados de flor de calabaza, de maguey y otras plantas que son únicos de Oaxaca).
Un interés principal del mercado son las indias vendedoras, que vienen desde pueblos remotos del Estado, cada una con sus ropas y productos autóctonos; el mercado es su meca y su emporio: llegan con uno o dos días de anticipación, venden la mercancía que han traído de sus pueblos y compran lo que les falta. Si les queda dinero, permanecen el domingo en la ciudad, invaden los bancos del jardín interior oyendo embelesadas la música de las bandas que ahí se reúnen; en la tarde del domingo se van para volver la próxima semana; sin abandonar la población antes de haber orado con fervor junto al altar del cercano templo de la Virgen de la Soledad, sin antes haber frotado sus piernas con el polvillo que suelta la roca incrustada a la derecha de la entrada del templo, para tener fuerzas durante la caminata de regreso. Sentadas con las piernas cruzadas a la manera de sus ídolos antiguos, parecen esculturas monolíticas: las de la Sierra son morenas y serias, muy propias; las de la Mixteca son claras y de facciones muy agradables; las de Yalala se dice que son aristocráticas como ninguna, tienen su fina cabellera trenzada con cordones de algodón negro y encima una especie de tocado blanco que les cae sobre la espalda, de vestiduras blanquísimas, con su andar lento y majestuoso por ese tocado tan alto que llevan con gran prestancia. Me dicen que por las cercanías de las fiestas de Etla, se ven muchas Tehuanas, que envueltas en sus ropas bellísimas son las más atractivas y alegres. Casi todas las oaxaqueñas llevan cubierta la cabeza; hacen una especie de turbante con el rebozo y hasta las más humildes cubren su cabellera, enrollada en cintas negras, con la misma jícara o calabaza pintada en que beben y comen. Muchas amamantan sus niños. Las mujeres herbolarias son las más populares y tienen gran importancia en Oaxaca, porque alivian las enfermedades del pueblo con sus conocimientos de plantas cultivadas por ellas y sus mayores desde hace miles de años. El día Sábado es formidable. Los que han llegado tarde se instalan con sus productos en las calles adyacentes; un hombre se acerca corriendo a una campana que cuelga en el centro del mercado y da tres campanadas que se oyen en todo el recinto: es para llamar a la policía: algún ladrón o una pendencia, aunque debemos anotar que el sitio es seguro para el turista, que encuentra aquí artefactos inimaginables y alimentos únicos. Son las comidas de cada país como la ficha antropológica integral del pueblo, como su marca integral, colectiva, historia del cuerpo y del alma, y uno siempre termina en el ambiente del mercado preparado para servir platos de la región.
Probando los sabores de Oaxaca se sabe más que todo lo que dicen los libros. Para comprobar la riqueza basta ver en este mercado la variedad de comestibles para comprobarlo. Las clases de quesos son inacabables; los quesillos de tiras angostas, trenzados, son riquísimos. Hay una infinidad de panes entre los cuales me pareció muy sabroso uno muy fino al que llaman resobado, mantecoso, salado, ideal para la comida. Fuimos invitados a comer tamales oaxaqueños, que en Chile se emparientan con las criollas humitas de maíz, pero rellenas, que se envuelven en dos hojas de plátano cruzadas que se van abriendo como un libro; que cuando termina de abrirse brota el suculento tamal, no duro como suele ser el de la Ciudad de México, sino pastoso, abundante de salsa y pollo. También fuimos invitados a probar la cumbre de la comida oaxaqueña, el famoso mole, que tiene varias formas de preparación; el que he probado es negro como el carbón, de sabor menos complicado que el mole de Puebla, pero igual de exquisito al paladar. Son los de Oaxaca unos sabores en los que la vida parece regocijarse y suavizar un poco sus contornos.
También llamó mi atención esa forma inconfundible que utilizan los oaxaqueños para decir las cosas; su modo de hablar es especial en un país del mundo en que cada provincia, cada región, cada pueblo tiene su propio dialecto y habla de manera distinta. En Oaxaca el acento del citadino no sólo es peculiar, no sólo la ll se pronuncia suave y larga, como g francesa, sino las palabras varían en su ubicación, su construcción de las frases es diferente sin cambiar el significado. A veces son muy castizos o rescatan sonidos que vienen de su pasado olvidado. Utilizan el verbo por sí solo como una afirmación.
-¿Tiene usted libretas de notas? -pregunto a una vendedora de cosas construidas con el bello papel amate, y ella simplemente contesta:
-Tengo.
Otras veces, la construcción da a la frase un sonido exótico:
-¿Cómo ha usted estado? ¿Ha usted estado bien?
Algunas palabras son alteradas en su significación por parecer más lógicas al pueblo. Así, en vez de limonero, dicen limonar; en vez de manzano, dicen manzanar; en vez de naranjo, naranjal. La alteración consiste otras veces en la morfología de la palabra para darle mejor concordancia, como el siguiente piropo muy usado en el mercado:
-Adiós preciosa, encantosa, pantorrilluda, ¿me quiere?
Otra peculiaridad consiste en reunir palabras que por su índole no se traen, como los verbos con las interjecciones:
-¡Mire, ah...!, que resulta de una simpleza extraordinaria. En este caso el verbo es por sí solo una interjección y su efecto queda destruido al usarlo con la interjección ah, indefinida, como escapada de un profundo pasado.
Oaxaca, en plena Selva Madre del Sur mexicano, luce orgullosa el título de “Patrimonio Cultural de la Humanidad”. Caminar por sus calles y mercados, hablar con sus gentes es transitar por los recovecos del más antiguo pasado de América. Por eso, Oaxaca es muchas cosas: es la vida como un ritual perpetuo; es la Madre Sierra; es la quinta parte de México con sus 95.364 kilómetros cuadrados y sus más de dos millones de vecinos; es la legendaria María Sabina y las flores sagradas... Oaxaca es el universo gastronómico, y es musical, como el viento que mueve el follaje de las cañadas, como la brisa aromática que trae el eco rítmico de las olas de su costa; así es el corazón de Oaxaca: musical y henchido de ternura -que una cosa va con la otra-, porque no en vano están los dos mil y tantos versos de “La Llorona” para comprobarlo:

“Las campanas claro dicen (Llorona),
sus esquilas van volteando:
Si mueres, muero contigo (Llorona)
si vives, te sigo amando;
es cierto lo que te digo
(¡Ay de mi Llorona!):
puedes publicarlo en bando...”

He estado en Monte Albán, donde se lee esta inscripción a la entrada de la Ciudad Ceremonial:

“Hubo tiempos en que los humanos fueron gigantes,
unos bellos gigantes llamados “binnigulaza”.
Algunos de ellos procedían de las nubes,
de las que descendieron en formas de pájaros de armónico canto,
con plumajes en los que se ostentaba la policromía del arcoiris.
Otros gigantes brotaron de las raíces de los árboles, flexibles pero indomables. Otros más, fuertes y valientes, que nacieron de peñascos y de fieras. Y hubo quienes simplemente se aparecieron.
Adorables de Pitao, el gran dios gigante creador de todas las cosas, construyeron en su honor un enorme túmulo del elemento ardiente;
lo llamaron Daniban -cerro sagrado- y en este cerro
quedó enterrado el cuerpo enorme de su legendario caudillo Xozijo.
Enclavada en el corazón mismo del gigante Xozijo,
esplendorosa se construyó la magnífica Monte Albán.”
(Códice Zapoteca)

A sí mismos, hoy los habitantes de la zona arqueológica de Monte Albán se llaman Gentes de las Nubes: Ben’Zaa en zapoteca, y Ñusabi en lengua mixteca. También los aztecas los designaban en náhuatl como los mixtecatl, “las gentes de las nubes”. Monte Albán encierra en sus nombres tradicionales su secreto: para los zapotecas es Danibéeje, o Danigalbeeje (cerro del tigre). En los títulos oficiales del pueblo de Xoxo, su custodio, se lee Jucu-oco-ñaña, que en romance significa “cerro de los veinte tigres”. Entre estos documentos, unos del siglo XVIII, Monte Albán lleva la designación castellana de “cerro del tigre”. Lo cierto es que muchas hipótesis existen para explicar el nombre, incluso se abordan comparaciones históricas entre Monte Albán y lugares de igual o semejante tradición en otras partes, como Albano del Lacio, en cuyas cercanías llevó su grandeza Alba Longa, la mítica rival de Roma. Es verdad que Monte Albán siempre fue considerado un lugar sagrado. Así es como la tradición más antigua nombra al sitio Tanibaana (“monte sagrado” en lengua arcaica zapoteca: el vocabulario de Córdoba designa la voz baana como palabra que nombra lo intocable, lo sagrado, y Tani como monte o cerro indistintamente). Otra voz azteca, acelotepec, también lo llamaba “cerro-tigre”; los aztecas llegaron a la zona cuando Monte Albán ya era una ciudad fantasma, inmediatamente antes de la Conquista. La omisión que hacen de esta ciudadela antigua todos los cronistas contemporáneos de los conquistadores, que sí nombran otros asentamientos menos importantes de la zona, es debido a que en el siglo XVI Monte Albán ya había sido olvidada: envuelta en ese misterio de sus muros, se convirtió en un paraje hechizado objeto de profunda evocación por los descendientes mixtecos y zapotecos, las dos grandes culturas del valle con un mismo aparente origen dividido en ramas hace unos cuatro mil años, y de los que vienen los Xoxos. La arquitectura excepcional de Monte Albán recortada en lo alto ejercía tal sugestión y misterio que, hasta comienzos del siglo XX, fue considerado como una zona de encantamiento, donde viven los últimos númenes y divinidades antiguas.
La tradición cuenta que luego de la extinción de los gigantes que poblaron la Tierra un día, al ser enterrado el último de sus héroes, los que quedaron construyeron en su honor Monte Albán. Luego del Diluvio universal, cuando pasó un tiempo sin registro histórico, al emerger las primeras tierras del agua, el monumento al gigante Xozijo fue el primero en verse, aún así, nunca alguien lo volvió a ver entero, debiendo, para ello, excavarse grandes profundidades en el sitio, algo para lo cual aún la ciencia arqueológica no está preparada. Esta historia de que hubo gigantes antes que nosotros es dudosa pero no imposible. Hay quienes afirman francamente que es verdad, y para tratar el tema es necesario un texto aparte, pero podemos, al menos anotar que el ser humano, científicamente, es cada vez más chico, lo que se viene desarrollando en un proceso de milenios; esto, la ciencia del siglo XX lo apoyó probando que todo en la naturaleza tiende a lo atómico. La genética, al respecto, lo enuncia en la vida diaria: es cierto que el hombre anciano va perdiendo más y más su porte. Quizás en nuestra tendencia a lo atómico reside, justamente, el misterio mayor del hombre. Y a este enigma se levantó Monte Albán, que, como cualquiera puede leer en los Códices zapotecas y mixtecos, alcanzó status de ciudad sabia alrededor del año 550 antes de nosotros, cuando, históricamente, el sitio aglomeró a los númenes de Mesoamérica: de ese tiempo se han rescatado algunas de las estelas (piedras talladas) más singulares del mundo antiguo, como la serie de los Danzantes y de los Hombres de la Palabra; también corresponden a esta época las figuras encerradas dentro de lo que parece un huevo (que se asocian con "seres del aire en sus máquinas"), así como el Observatorio Astronómico de la Plataforma Sur, que no ha sido restaurado aún, pero es similar a los encontrados en Machu Pichu, Perú, así como a algunos excavados en el Petén, Guatemala, y que ha inducido a algunos investigadores, como el arqueólogo oaxaqueño Martínez Gracida, a enunciar un cierto origen común para las culturas más antiguas de América, lo que es muy probable, aunque inverificable ahora, pero lo puede ser cuando adelanten los rescates arqueológicos en nuestro continente. En Monte Albán, el rescate del sitio se inició en la década de 1930, pero el trabajo ha sido abandonado en tiempos sucesivos por falta de fondos; nunca una exploración en esta importante zona ha abarcado más de dos años de trabajo continuo. El Instituto Nacional de Arqueología e Historia de México, con sus magros recursos sólo ha logrado restaurar casi en su totalidad la Gran Plaza, y falta mucho por hacer. Es la razón de que esta zona arqueológica, incluida en la lista de Patrimonios Culturales de toda la humanidad, canalice a través del I.N.A.H. ayuda para su salvamento. Ayuda que usted, amable lector, puede descontar de sus impuestos por acuerdos internacionales, pudiendo requerir información al respecto en la delegación de la UNESCO en su país, o directamente al INAH, México D.F.
Debo terminar diciendo que he visitado dos veces Monte Albán. En la primera ocasión, fui enviado a hacer un reportaje, con la sabia María Castora de guia y con fotógrafo, a trabajar La segunda vez fue diferente: cierto amanecer, antes de despedirme en una posterior visita a Oaxaca, para saborear otra perspectiva, fui a visitar Monte Albán, solo. Y, en mi ignorancia incentivada por el calor fresco que había, decidí simplemente, tenderme a descansar entre unas antiguas rocas talladas que vi al aire libre: el sitio me pareció el más propicio porque divisaba, además, una excavación inmediata que alguien había hecho recientemente, y por su ubicación me permitía divisar gran parte del valle de Oaxaca. María Castora me había indicado que subiera una ofrenda: llevé incienso y una candela blanca, que encendí entre dos rocas con jeroglíficos que la protegían del viento. Es cierto que de cuando en cuando me parecía ver pequeñas sierpes cruzando raudas cerca de mí, pero me parecían tan pequeñas que simplemente me sumí en el descanso, ignorándolas. El lugar estaba envuelto en una atmósfera única que se deja caer del cielo como una bendición. Así estaba, sumido en la contemplación, cuando virtualmente fui despertado a gritos por un grupo de trabajadores que me indicaban algo desde unas rocas cercanas... al instante vi como se acercaban hasta donde yo estaba dos hombres que, protegidos con mallas y guantes duros, se mostraban horrorizados de verme donde había elegido para descansar: unos monolitos hacía poco rescatados de la tierra que cubrían un nido de la feroz “barba amarilla”, una pequeña pero mortal sierpe que tiene la particularidad de saltar varios metros cuando decide atacar. En mi asombro vi como, rápidamente, uno de los guardias instalaba en “mi” sitio un cartel recién pintado, prohibiendo estrictamente el tránsito en lo que me pareció el paraje mejor protegido... y debo decirlo, mientras estuve expuesto al peligro oculto que se desliza entre las rocas de Monte Albán, algo en el aire, o en mi espíritu, me indicaba que estuviera tranquilo, que podría reposar allí, que el enorme Xozijo protege a quien sea que llegue al sitio en cuyo corazón descansa desde la oscuridad de los tiempos, cuando aquí vivían los gigantes.
He visitado Mitla, a pocos minutos de la capital oaxaqueña. Es Mitla una de las arquitecturas arcaicas más hermosas de América. Y señala el sitio en que se encuentra la entrada y la salida de la Eternidad. Mitla es una puerta mas que una ciudad ceremonial y por ella, cuentan los lugareños, todo el mundo cruza, aunque no se sabe de uno que haya vuelto. Los palacios de Mitla figuran entre los más sofisticados de la antigüedad. Sobresale la decoración de sus monumentos por una belleza excepcional: diseño geométrico, habilidad y movimiento se conjugan en las decoraciones formadas como un rompecabezas, con diminutas piezas de piedra labrada unidas sin la utilización de ningún tipo de estuco, que forman diseños a manera de grecas, con su propio significado. Los cronistas españoles cuando se refieren a la arquitectura de esta ciudad ceremonial, lo hacen mezclando la admiración con el espanto de reconocer tal grandeza arquitectónica dedicada a la muerte. Hoy, recién brotando de la tierra por gracia de la arqueología, la ciudad, como hace milenios, está protegida por perros salvajes que al caer la noche no permiten el paso a otro ser vivo. Cubiertos sus muros de escritura tallada en la piedra, Mitla parece un enorme libro que solo es posible leer usando algo más que los ojos.
La mitología de los fundadores de Mitla se arrastra a un tiempo del cual no sabemos nada. El maestro Marcos de Zaachila narra que “ya brotados los árboles, en vez de frutos, dieron pájaros de mil colores, que por largo tiempo anidaron en sus ramas; luego caían a tierra y se desplumaban, convirtiéndose en hombres”. Luego de vivir unos dos mil años en el valle, un dios les reveló a los zapotecos que serían “custodios del sitio sagrado por donde siempre entran y salen las personas”. En uno de sus Códices se narra cómo “se les señaló un lugar en el que debían construir una ciudad ubicada en el umbral de lo que no termina”. Así nació Mitla: como un sitio que custodia una entrada a la eternidad.
En la "Monografía Zapoteca" de 1982, publicada por el Instituto Nacional Indigenista de México, leo: “A pesar del predominio del culto católico, son muchos los pueblos en los que persisten algunas creencias de origen prehispánico, como la referida a ciertos animales presumiblemente totémicos, conocidos como tonas, con los que está relacionada una persona desde su nacimiento... Hay animales guardianes como el perro, que cuida la que fue la sede religiosa y necrópolis más importante de toda el área zapoteca, Mitla, considerada como tierra bendita y entrada al mundo subterráneo y a la eternidad, ubicada en el centro de la Tierra”. La religión totémica zapoteca les inspira una reserva de su nombre tribal, porque ellos a sí mismos jamás se nombran “zapotecos”. Creen que todas las cosas tienen un nombre mágico (como parece ser) que no debe pronunciarse, así es como sus recién nacidos, además del nombre oficial, tienen otro nombre animista que solo sus padres y parteras conocen: esta es una práctica vigente, y el nombre secreto humano también lo es en lo que les rodea, por lo que no se sabe el nombre real de Mitla inventándose muchas hipótesis para explicar la designación del sitio, donde lo primero que impacta son sus construcciones de piedra tallada, considerada entre las más bellas que nos legó la antigua América. En el “Vocabulario”, de Córdoba, se lee que, en voz zapoteca, uno de los nombres del santuario era el de Lichbaana, o Vohobaana (lugar sagrado, casa de veneración). Según Burgos, el nombre propio de Mitla es Yoho-pechelichi-pezelao o “fortaleza de Pezelao, el supremo de los oráculos gentiles.”
Para los cronistas contemporáneos del pueblo zapoteco, como mi amigo don Marcos de Zaachila, “en zapoteco el sitio se conoce como Lyobaá, que significa lugar de descanso. Mitla es la residencia del sumo Huijatóo, Pontífice de la Eternidad. Él cuida la puerta por donde se entra a la vida y se sale a la existencia. El nombre verdadero de Mitla es impronunciable, de tal fuerza que quien lo dice cae muerto”. La palabra mitla es de origen náhuatl; los aztecas llamaban al sitio Mictlán o infra mundo, la tierra de los muertos. El Mictlán era un lugar místico dentro de la concepción filosófica de los pueblos mesoamericanos, punto de contacto entre la vida y la muerte, entre la tierra y la nada; existieron en toda Mesoamérica varios accesos a los dominios del Mictlán, pero Mitla se hizo la puerta legendaria. El misticismo religioso que evocaba el sitio a los indígenas del siglo XVI, hizo que los españoles le llamaran San Pablo Mitla, en honor a este santo que vivió en una caverna. Pero en ellos ciertamente despertó inquietudes que no comprendían, y prefirieron olvidarla, pasando casi desapercibida, registrándose destrozos solamente en el sitio donde se construyó el templo cristiano sobre uno de estos monumentos a la muerte, en su tiempo lugar de adoración de las divinidades zapotecas y de entierro sagrado de los reyes y personajes de alto rango sacerdotal de Zaachila o Teozapotlán. En todo caso, es uno de los pocos sitios arqueológicos que viniendo del período clásico, los españoles alcanzaron a ver en operación, aunque jamás pudieran comprenderlo. Era imposible que entendieran lo que Don Juan intentó enseñar a Carlos Castaneda: que la única compañera sabia que tenemos en la vida es, precisamente, la muerte, quien nos puede enseñar a no aferrarnos a persona, objeto o sentimiento. Una vez cumplida la tarea, partir.
Mitla se localiza a unos 40 kilómetros al sudeste de la ciudad de Oaxaca, en el valle de Tlacolula; existen camiones como taxis colectivos de recorrido regular. Sólo es posible verla de día, porque además de la jauría de perros que la ocupa al caer el sol, está prohibida su entrada a partir de las 17:00 horas.
No es mucho lo que queda de Mitla, pero es excepcional. Cuatro grupos de edificaciones se han rescatado; de una no quedan más que paredes derruidas; en el segundo grupo, rodeados por cuatro salas, hay dos subterráneos (pues Mitla estaba toda comunicada por caminos bajo tierra). En torno a un patio, se encuentra el más importante de los grupos de edificios que se conservan; uno de ellos es la sala de las Columnas que, por un pasillo, lleva al Palacio de los Tableros, donde se aprecia en sus muros una de las más nobles obras de arte de la antigüedad: diez mil piezas de cerámica ajustadas que forman en grecas un propio lenguaje, representando elementos como el agua, el viento, y fenómenos como la lluvia. Esta planta arquitectónica (un patio central y cuatro habitaciones en su costado), se observa en casi toda la arquitectura mesoamericana. En su conjunto, forma la llamada Cruz de Quetzalcóatl o Quincunce, los cinco puntos integrados por el patio y las cuatro habitaciones; esta cruz tiene el punto central que simboliza el encuentro del cielo y la tierra, el "co" o centro esotérico, y también constituye la figura clásica de Venus como estrella de la mañana. Está aplicada aquí la todopoderosa Ley del Centro, donde se transfigura la alianza creadora entre la materia y el espíritu...
Por un camino subterráneo se llega a la estancia de la "Piedra de los Deseos" y la "Columna de la Vida". Si el amable lector visita alguna vez Mitla, no olvide abrazar esta llamada “Columna de la Vida”: es cierta columna monolítica que soporta el centro del techo en forma de cruz, y que, según se dice, en ella uno puede medir su propia longevidad rodeándola con los brazos: la distancia que exista entre la punta de los dedos es la proporción (con relación al alto del cuerpo) de la medida del tiempo que le queda por vivir. Debo confesar que lo hice, y se me indicó que aún podré vivir unos cuarenta años más, lo que me hizo muy, muy feliz. Al fin de esta visita, cite en lo publicado, cual ofrenda ceremonial, un breve verso de Gabriela Mistral, cuando estuvo aquí, en el umbral de la eternidad:

“En el campo de Mitla, un día
de cigarras, de sol, de marcha,
me doblé a un pozo y vino un indio
a sostenerme sobre el agua,
y mi cabeza, como un fruto,
estaba dentro de sus palmas.
Bebía yo lo que bebía,
que era su cara con mi cara,
y en un relámpago yo supe
carne de Mitla ser mi casta”.

Debo decir que, sin embargo, tanta maravilla es poca en Oaxaca ante una de las más excepcionales experiencias que he vivido: cuando en Huautla de Jiménez conocí a la sabia María Sabina, hace mucho años. Y es a propósito de esto que el haber recibido esta obra “Oaxaqueñas que dejan huella” me he llenado de nostalgia, me ha devuelto a una época de mi vida que, sin dudas, me hizo mejor, cuando, con sorpresa agradable, veo en esta obra excepcional, fruto de estas Mujeres de Oaxaca Navegando en el Tiempo, incluida mi crónica de dicho encuentro con la sacerdotisa María Sabina, la sabia de los hongos, la mujer que mira hacia dentro; mujer luz de día; mujer luna; mujer estrella de la mañana; mujer rocío fresco; mujer rocío húmedo; mujer del alba; mujer que está debajo del árbol que gotea; mujer de la ropa pulcra; mujer remolino; mujer que no sabe mentir; mujer del bien; mujer que trabaja; la que puede entrar y salir del reino de la muerte; la que viene buscando por debajo del agua desde la orilla opuesta; la mujer que brota; la mujer que limpia; la mujer que arregla; la mujer lancha; la mujer del Libro Blanco, la que vino del lugar donde nace la gente, de allá donde las flores, la mujer de quien aprendí que la esencia es lo que hace iguales a todos los seres; que se diferencian entre sí dependiendo de su cercanía o alejamiento con respecto a esa esencia.

© Waldemar Verdugo Fuentes.

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