En Chile el panteón de
suicidas está presidido por dos presidentes: José Manuel Balmaceda y Salvador
Allende, un intelectual notable, Luis Emilio Recabarren, por escritores como Joaquín Edwards Bello, Teresa Wilms Montt, Pablo de Rokha, Rodrigo Lira, Alfonso Alcalde, Magdalena
Vial y Adolfo Couve, y por una artista excepcional como fue Violeta Parra, que
se mató porque le dolía la vida, a quien cantó agradecida. No necesitaba más y
tuvo que matarse porque llegó a un momento en que su exquisita sensibilidad fue
tal que cualquier roce trizaba su espíritu, donde remendaba un tejido a punto
de quebrarse y doloroso a la menor presión. Así, un día la mujer que confiaba
en sus fuerzas, perdió el impulso vital, la mujer que era toda fortaleza
comenzó a resquebrajarse esa tarde cansada, la mujer a quien todo le salía bien
encontró todo malo. Viola chilensis, mujer-bote, mujer-casa, mujer-lana,
mujer-luna, mujer-nacimiento, mujer-muerte cuando su alma proyectada al
exterior decidió recogerse en sí misma: cuando la luz que se dirigía hacia
fuera, alumbró al interior, y su propia luz que era tal la cegó un instante
cuando se inspeccionó; se examinó, y se vio cansada para salvar la dificultad
de una nueva subida que no quería. Al final había subido tan alto, que se
encontró consigo misma y nadie más, ahí aislada, sola cuando la conciencia de sí
le originó el vértigo de altura que le dio fuerzas, el escalofrío del pánico
que le produjo la desolación y que le indujo a Violeta a enfrentarse con
Violeta.
Waldemar Verdugo Fuentes.
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