8 de febrero de 2009

Retrato de Mendoza.

MENDOZA, los caminos del vino.
Por Waldemar Verdugo.

La ciudad de Mendoza es amigable, entretenida y culta. Hace muchos años, en la época modesta y singular de la juventud, estudié un año en la Universidad Nacional de Cuyo cuando su sede estaba en calle Las Heras, y fue un tiempo en que hice amigos y me hice mejor. Varias otras veces la crucé viajando entre Santiago y Buenos Aires. El paso entre Chile y Argentina por la cordillera de Los Andes es uno de los paisajes más hermosos de América, según creo. Ahora he vuelto a la inauguración del flamante hotel Sheraton Mendoza, donde fuimos recibidos con centolla, bar abierto y una habitación espectacular por pura cortesía trasandina. En el lobby estaban las fuerzas vivas de la ciudad, el clero, empresarios con sus esposas, políticos con sus esposas y artistas. Con Joseph Ubando, el fotógrafo que me designaron para cubrir el evento, y el staff de modelos que enviaron desde la agencia en Buenos Aires, con el equipo de filmación de Rudolf Epstein para rescatar el evento, trabajamos sin contratiempos: jóvenes vestidas al estilo charleston, de negro y rojo, con accesorios al tono y cabelleras carré, dieron la bienvenida a los invitados, entre quienes se encontraba el vicepresidente de Argentina Julio Cobos,con orgullo de mendocino, junto a su esposa Cristina Cerutti, y el secretario de Turismo, Luis Böhm, que mucho hace en una zona que debía ser la principal fuente de recursos por todo lo que tiene para mostrar. En el lobby la banda de Kusselman Jazz Quintet deleitó a los presentes con su música, mientras mimos vestidos de negro y rojo sonreían, gesticulaban y animaban a los invitados. También el grupo Freeway ofreció el show “Broadway Musicals”, con una selección de canciones del cine. Hay un excepcional Mirador Lounge Restaurant en el piso 17, que es ahora el punto más alto de la ciudad. Observando desde esa terraza, asombra el genio de los pobladores locales para convertir cada lugar posible en árboles. Todo gracias a las acequias que administran con sabiduría el agua, que aquí no abunda porque es tierra de desierto, más propicia para los cactus que para las flores. Porque la vegetación cubre las avenidas con una guía vegetal que se extiende hasta la plaza Independencia y el parque General San Martín, creación del arquitecto francés Carlos Thays.
Desde lo alto viendo la ciudad desde Plaza Italia a Plaza España hay varios puntos imprescindibles de visitar, como el Museo del Pasado Cuyano, que fuera vivienda de los ex gobernadores de Mendoza Francisco y Emilio Civit; ésta junto a otras casas en el tramo de la calle Montevideo conforman uno de los espacios de mayor identidad, conservando viviendas de corte italiano en excelente estado junto a añosos plátanos a orillas de sus acequias con aguas cordilleranas. Los numerosos cafés de la Avenida Colón ofrecen a toda hora la posibilidad de la conversación, anunciando el Barrio Cívico emplazado en los terrenos que ocupara la Quinta Agronómica, de la cual heredó su profusa vegetación y el Parque Ecológico. Destacan la Casa de Gobierno, que conserva la bandera original del legendario Ejército de Los Andes bordada por religiosas y damas de la aristocracia mendocina, y la Municipalidad de Mendoza, con su terraza-mirador, el jardín cultivado más alto de la provincia, donde entre coloridas especies florales se puede observar este lado de la cordillera de Los Andes a través de visores con cincuenta kilómetros de alcance y un ángulo de giro de 360 grados. En la Plaza España misma llama la atención las mayólicas y pisos relucientes con la fuente central de agua que brota de las arboladas. En la Iglesia de la Compañía de Jesús, sobre la Avenida San Martín, se venera la imagen de la Virgen del Buen Viaje, a quien los vecinos encomiendan al visitarla junto a sus amigos afuerinos.
Mirando hacia la plaza Chile el paseo se inicia en la Plaza Independencia, el área principal de comercio mendocino, de cuatro manzanas proyectadas como centro de la Ciudad Nueva luego del terremoto de 1861. A su alrededor y en forma equidistante, completan la cuadrícula original cuatro plazas: San Martín, Chile, Italia y España. Realzan la Plaza Independencia pérgolas, fuentes y el escudo lumínico de la Provincia, y alberga el Museo de Arte Moderno, el Teatro Julio Quintanilla y la Plaza de las Artes. Los alrededores concentran importantes edificios como el Colegio Nacional, el Teatro Independencia, la Legislatura Provincial, construido en 1889, y anuncia la Peatonal Sarmiento, que conjuga negocios, pérgolas, fuentes y sus numerosos cafés al aire libre, junto a la Iglesia San Nicolás y Santiago Apóstol, Patrono de Mendoza, cuya festividad se celebra el 25 de julio. Siguiendo por la Avenida San Martín resaltan otros edificios como el Pasaje San Martín, la Subsecretaría de Turismo que anuncia cruzando a la Plazoleta Pellegrini, una postal única de la ciudad. Siguiendo por la Plaza San Martín destaca la fachada neoplateresca del Banco Hipotecario y la Basílica de San Francisco, Monumento Histórico de Argentina, donde se encuentran los restos de Merceditas, la hija del general San Martín, y la imagen de la Virgen del Carmen de Cuyo, patrona del Ejército de Los Andes, la misma a quien el hombre brindó su bastón de mando antes de iniciar el cruce histórico. Aquí sigo por Avenida Las Heras, de histórica memoria, entre otras cosas por surgir allí la sede original de la Escuela de Artes de la Universidad Nacional de Cuyo, a cuyo alrededor se creó toda una zona de influencia artística en esta parte de Los Andes que traspasó fronteras desde su fundación a comienzos del siglo XX hasta ahora, y a cuyo alrededor ha nacido un paseo con casas de comercio que ofrecen artículos regionales, joyas, libros, música, pinturas y otros recuerdos. Siguiendo se llega al Mercado Central, con todas las delicias comestibles que se pueda uno imaginar y anunciando el Museo Popular Callejero, donde se preserva recuerdos en especial de esta histórica avenida que termina en la Plaza Chile. Mirando en linea desde la Plazoleta Vergara al Parque San Martín la refinada Avenida Arístides Villanueva combina casonas tradicionales con una exclusiva zona comercial entre espacios verdes y sofisticados cafés, cruzados por plazoletas como las de la República de Eslovenia o la bella Anzorena, que invitan a sitios como el Rincón de los Poetas.
De noche estuvimos en el casino Enjoy del segundo piso del hotel nuevito con sus 300 tragamonedas estrenando, al igual que las 24 mesas de juego, por los mismos invitados a ocupar por una noche las 180 habitaciones de este flamante edificio convertido en el más alto de la ciudad (aunque me dicen que fueron invitadas más de mil personas... unas dos mil más, yo creo.) Mi cuarto está en el piso 12, que aquí en la cordillera de Los Andes es como estar elevado en el aire mismo, la construcción tiene 87 metros hacia arriba y 37 hacia abajo, con cuatro subsuelos antisísmicos; descubro las cortinas que abre a la ventana amplia de pared a pared que da a las montañas y las nieves eternas del Tupungato. La luminosidad llega hasta el baño gracias a otro ventanal de vidrio arenado para mantener la intimidad, lo que es inapreciable porque los baños de estos hoteles cinco estrellas generalmente sólo tienen luz artificial; es una suite con todo lo imaginable y la vista es incomparable también de noche: miro hacia las luces de Chacras de Coria mientras converso por teléfono con Estela y Aníbal que se encuentran en su casa; veo las luces del barrio de Gutiérrez, donde hace muchos años viví junto a Lisette en el hogar de la venerable Ana Sánchez, nuestra sabia amiga numeróloga y conocedora de secretos andinos. Abajo veo que estamos situados a una calle de la Avenida San Martín y en el terreno donde antes se encontraba la antigua Terminal de Autobuses, que varias veces ocupé. Pienso en que la fiesta en este hotel es una fiesta a todo dar, pero que, por alguna razón extraña, igual me devuelve ahora con nostalgia a una época en que éramos felices apenas con una pizza para cuatro repartida entre seis u ocho, y vino de a litro, cuando terminábamos las clases vespertinas en la Facultad de Artes. ¿Por qué será que en los sitios donde hemos sido felices las circunstancias externas son lo de menos? Entonces fue que alguien del grupo tenía un pariente con refugio y cancha de esquí en Vallecito, y nos íbamos todos para allá a trabajar los fines de semana y en las vacaciones de invierno; el lugar es de fábula, se encuentra a ochenta kilómetros del centro de Mendoza y a 2900 metros de altura: es el majestuoso paisaje de la Cordillera de los Andes, al pie del Cordón del Plata, que alcanza los 6300 metros de altura en su cumbre principal. En Verano, sus refugios son ocupados por andinistas de todo el mundo para realizar escaladas a la cumbre del Plata o a sus montañas vecinas. También utilizan Vallecito como punto de aclimatación que exige la altura a aquellos andinistas que aceptan el desafío de ascender el cerro Aconcagua, el más alto de Occidente (6962 metros). Se considera que es uno de los lugares más propicios de Argentina para aprender esquí y ascenso. La proximidad de sus refugios a montañas de diferentes grados de dificultad, lo convierten en una escuela natural. Pertenecientes también a Mendoza, ahora está de moda Las Leñas, otro de los grandes centros de esquí sudamericanos, así como las canchas de Penitentes en la frontera con Chile, antes del Cristo Redentor, que marca la línea. También trabajábamos en el grupo de Humberto Pravata, uno de los empresarios teatrales pioneros de la ciudad: con él y su grupo Comedia y Arte, varios compañeros de la Escuela hacíamos montajes en las pérgolas de las Plazas mendocinas, en el mismo Teatro Quintanilla o en algún café-concert, que entonces estaban de moda: hice de tramoyista, pintor de escenografía, ayudante de iluminación y actúe de comparsa en “Sueño de una noche de verano”, en una versión teatral genial de Pravata que presentamos en las afueras de la Iglesia de San Nicolás y Santiago Apóstol en una celebración de la ciudad, y que debió dejar a Skakespeare muy contento.
Ahora observo la ciudad nocturna. Veo el Museo del Área Fundacional y la llamada Cámara Subterránea en la Plaza Pedro del Castillo, y como brotando de álamos blancos las Ruinas de San Francisco donde estuvo el templo de los jesuitas hasta su expulsión en 1767. Diviso la Biblioteca y el Museo Sanmartiniano, que albergan en especial elementos relacionados con el Libertador General San Martín, ubicado en el mismo sitio que el hombre eligiera para vivir, sueño que nunca concretó. Se aprecia iluminada la cúpula azul y blanca de la Iglesia de la Merced. Abajo mismo a mi izquierda veo el Parque O’Higgins, un remanso verde perfectamente alineado con forma de animal vivo echado a un costado del soberbio Teatro Gabriela Mistral, escenario de espectáculos memorables aquí en Mendoza. Más allá cruzando la Plaza Sarmiento y el brillante Acuario Municipal, se levanta solemne envuelta en luz amarilla la Catedral de Mendoza, sobria construcción de comienzos del siglo XIX.
De madrugada envié los textos pertinentes desde la conexión a Internet de mi cuarto, y al medio día han venido a buscarme Estela y Aníbal quienes me llevan a su hogar: ellos me enseñan todo lo nuevo en una estadía de una semana que se irán en un instante para cualquiera que llegue a la ciudad en el puro afán de verla. Porque siempre el tiempo es poco para disfrutar todo lo que ofrece Mendoza. Como algunas de las 100 bodegas vitivinícolas abiertas al público, de las 1200 que existen en la zona, siendo 552 de ellas bodegas elaboradoras, que no por nada aquí se produce alrededor del setenta por ciento de los mostos argentinos, lo que confirman a la ciudad como una de las capitales mundiales del vino. En los caminos del vino de Mendoza se pueden visitar bodegas de gran producción, con altos niveles de tecnología y a la vez visitar pequeñas cavas atendidas por sus propios dueños. Estuvimos en la Viña Salentein, situada en el valle de Uco, a unos noventa kilómetros desde el centro de la ciudad, que destaca por su interesante mezcla de bodega, restaurante y museo de elegantes lineas arquitectónicas, donde estatuas y esculturas dan la bienvenida al sitio que alberga obras de arte contemporáneo de Argentina y pinturas de artistas holandeses de los siglos XIX y XX. La viña y bodega resguarda los frutos del especial microclima de la zona rico en oscilaciones térmicas que permiten, por ejemplo, probar su vino Numina, resultado de los sabores del malbec y el merlot, cuya cosecha 2004 ha sido catalogada como el mejor vino argentino que se puede encontrar. Lo probamos con algunos platos que allí se pueden saborear, salmón con crema de aceitunas negras, filete de ternera con puré de arvejas y aderezo de jamón crudo. También probamos un rico puré de zapallo mendocino con hierbas. La comida en la zona es famosa en Los Andes. En el restaurante de la bodega O. Fournier, en el mismo valle de Uco, y a una hora y media por carretera desde el centro de la ciudad, está el restaurante Urban, donde ofrecen platos que han rescatado de la antigua cocina Argentina, como el salmón con tiras de berenjena y los ravioles fritos rellenos de salsa de hongos. Aquí se puede aprender a cocinas algo guiado por el chef quien indica su llamada degustación en seis pasos que mezcla platos con sus tres líneas de vinos, lo que es toda una experiencia. Por supuesto que la ciudad ya no vive sólo de la mejor pizza posible, la empanada o el bife chorizo, que marca un punto y aparte, y se pueden encontrar los mejores en sus restaurantes, sólo entrando a alguno de los que hay en las calles centrales, Las Heras o en los alrededores de la Plaza España con sus azulejos antiguos. En el restaurante Allure en calle Belgrano probé una rica salsa de camarón; en la Sarmiento, en el Azafrán con su aspecto de viejo almacén de barrio hay a disposición cerca de 500 marcas de vino. A media tarde, como es un rito en Mendoza, probamos el rico helado en Perín, justo en la esquina de Sarmiento y Belgrano, donde se puede combinar el postre y bajativo tomando el de algunos frutos al whisky, lo que repetimos en la noche calurosa, porque esta heladería abre hasta las tres de la mañana.
Mis amigos afirman que hoy en Mendoza destacan en vinos las uvas blancas, Chardonnay, Sauvignon, Chenín y Riesling. Yo sólo bebo vino tinto porque el blanco se me sube a la cabeza, como se dice, y de las uvas negras aquí destacan las Malbec, Merlot, Syrah, Val Semina y Borgoña. Y las Cabernet, Sauvignon y Pinot, que he probado y me resultan de dioses, semejantes a estas mismas cepas chilenas. Estos caminos cordilleranos argentinos sorprenden con el contraste entre el acero inoxidable y la calidez de los tradicionales techos de caña. Aquí todo el año es bueno para llegar. Un tiempo especial sigue siendo el de la Vendimia, a principios de otoño, la fiesta más linda que se puede ver y viví una vez, cantando al fin de un año de trabajo, con sus atractivos carros alegóricos y espectáculos públicos, culturales y artísticos, en que toman parte todos los vecinos, y se eligen reinas y el gran show multitudinario en el Teatro Griego y en todos los hogares la Bendición de las Frutas y el Vino. Que aquí en Mendoza el vino es bendito, por eso quien lo bebe embriaga sus sentidos y siempre quiere volver.

© Waldemar Verdugo Fuentes.
Fragmento de “América de mis Amores”, crónicas de viaje.