16 de diciembre de 2008

Palabras Para Atzimba

A usted, buena hada; Dios os conserve y vigorice. A usted, cintillo de topacios y siemprevivas, llanura, perla rara, honda y divina, brillo y sensación, éter, seráfica, rayo de Sol, viejo vino, serena como la santa naturaleza. A usted, señora radiosa muchas rosas, muchas rosas:
Sé indulgente, sé piadosa, sé suave.
Sé el aire y como los antiguos marfiles,
como un soplo de brisa. Sé luna.
Sé tierna entre todas las mujeres.
Dudo si las palabras sellen con
nobleza tal lo que a usted escribo;
soy el mismo, soy tu furtivo.

Oh tú, inefable Atzimba en mi conciencia; dime si en tu incógnita ribera no fui arcilla fresca, resina, tu quimera. Te evoco más misteriosa que otras veces, con tus ojos de infinito, con tu pasión por lo arcano, con esos tus perfumes de enigma. Te evoco altiva, rumor de soles, prisma; corno una gacela fugitiva cambiando el rumbo de las tempestades; como el color blanco de todos los colores, rojo de hibisco, verde vegetal, amarillo de los leones, nácar como las flores de las rocas:
Oh tú, no eres un vago recuerdo
que viene de lejos y cansado.
Emerges de mi tiempo definido.
Oh tú, ala de misterio, alma,
de piedad honda como el mar,
sueño y nube, cisne al alba,
fulgor que enceguece los fulgores,
enjambre de cometas, la encendida.
Rubí, esmeralda, zafiro, amatista,
que alguien nunca falte a tu cita.
Bella diosa de esta América mía,
de la misma Tierra, de igual mañana.
Mi huemulita alada con alas de cristal.

En la Extensión Del Mar

Erase una Princesa del fondo del mar,
de cortesía espiritual y sincera manera
a cuyos pies trajeron a un ángel cautivo.
El ángel, viéndola, dijo:
"He sido capturado porque el agua ha
trizado una de mis alas de diamante".
La princesa peinaba sus cabellos y
sus cabellos hacían las ondas del mar;
distraída, miraba vagamente, miraba
por donde transitan las caracolas, veía
hacia los barcos sumergidos en algas,
a los peces con corazas de esmeralda, veía
las flores de luz que crecen en la arena.
En una diestra tenía el peine de coral,
pálido y liso. Sus ojos dilataban honduras
de cierta mítica tristeza, bellísima.
Y el ángel agregó:
"Oh señora, el mar sólo es, pues,
espejismo. Sólo usted es cierto.
Permitidme serviros. En cuanto a mí
aquí estaré bien, sí, estaré bien".
La princesa peinaba sus cabellos y
sus cabellos hacían las ondas del mar...

(c)Waldemar Verdugo Fuentes.

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